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Resumen
En la provincia mexicana, los velorios y los enterramientos entretejen rituales y diversas prácticas, como el repaso detallado de las causas de la muerte y valoraciones sobre la vida del difunto, convirtiéndose en eventos de socialización donde el lenguaje tiene un lugar destacado. Animados por las bebidas propias de la región donde ocurren, los asistentes hablan del difunto, de sus deudos y discuten asuntos éticos y filosóficos asociados a la vida y la muerte. Uno de estos discursos es recreado artísticamente en la novela de Yáñez en la figura de Lucas Macías.
Introducción
La identificación del proceso de construcción de la memoria colectiva, como imagen artística central en Al filo del agua, fue una de las aportaciones de la investigación que realicé sobre la novela de Agustín Yáñez.2 Sostuve, entonces, que tal proceso era posible gracias a la voz de lo popular y lo colectivo enunciada por Lucas Macías3 y analicé el cúmulo de atributos que lo caracterizan, pero apenas me detuve en el que lo distingue como poseedor de un discurso funerario basado en la construcción oral de epitafios. Es por ello que, en el presente artículo, me ocuparé con mayor detenimiento de dicho rasgo por medio del cual otorga a los muertos el derecho de pertenecer y permanecer en la memoria colectiva,4 distinguiéndose así de los otros discursos funerarios presentes en la novela.5
Para el análisis que me propongo realizar es preciso considerar primero que, mediante una serie de atributos y características expresadas tanto por los personajes como por el narrador,6 Lucas Macías se perfila en la novela como un ser profundamente franco y vivaz, capaz de festejar la vida, de burlarse de imposiciones, de ridiculizar lo autoritario, de reírse de los fingimientos y de enunciar un discurso funerario carente completamente de dramatismo, desazón o pesar.
Ahora bien, de todas las enunciaciones que se refieren a él, me interesa destacar las expresadas por el narrador, mediante las cuales logra tres propósitos: distinguirlo de los demás viejos del pueblo (“No es el más viejo -abundan longevos en el pueblo-; pero entre los viejos es el de mejor memoria y más vivo ingenio”);7 b) situarlo en el ámbito de los velorios (“«Filósofo de velorio» suelen llamarlo burlándosele, pues que no falta a ninguno y allí rompe la vena de sus consideraciones y máximas”)8 y c) ubicarlo recorriendo el cementerio (“Inagotables cómputos de Lucas Macías, que como todos los años va de tumba en tumba, este dos de noviembre de mil novecientos nueve, día de muy espléndida tarde”).9 La primera declaración hace énfasis en dos de los atributos de este personaje: su memoria y su ingenio, mismos que serán sumamente significativos cuando su voz enuncie el discurso funerario. Las otras dos declaraciones permiten ubicar el desplazamiento físico de Lucas Macías por dos espacios específicos: el de la velación y el del enterramiento, o descanso eterno, de los difuntos.
En la provincia mexicana, el velorio y el cementerio son dos territorios donde la vivencia individual es celebrada como asunto de la colectividad, donde lo individual posibilita las expresiones colectivas de la fe, la fraternidad, la solidaridad y de todas las creencias y representaciones10 que conforman el imaginario compartido.11 Son, también, los espacios simbólicos de la igualdad de circunstancias: nuestro carácter de seres mortales se hace efectivo en ellos. Son parte fundamental de los ritos mortuorios que entretejen rituales diversos como el rezo, el canto, las alabanzas y expresiones de devoción religiosa; pero también entretejen otras prácticas como el repaso detallado de las causas de la muerte y las valoraciones sobre la vida del difunto, convirtiéndose así en eventos de socialización donde el lenguaje tiene un lugar destacado. Animados por el café, el aguardiente, el pulque o cualquiera de las bebidas propias de la región donde ocurren, en los velorios y en los enterramientos se habla tanto del difunto como de sus deudos y se discuten asuntos éticos y filosóficos, cotidianos y trascendentales, asociados a la vida y a la muerte. Dando lugar, así, a la construcción de discursos funerarios eminentemente orales. Uno de estos discursos es recreado artísticamente en la novela de Yáñez en la figura de Lucas Macías.
Resonancias diversas y vínculos dialógicos en el discurso de Lucas
Iniciemos con el siguiente fragmento en el que resaltan dos asuntos: por un lado, el énfasis que el narrador le imprime a lo que constituye uno de los quehaceres cen-trales del personaje: hacer el cómputo de los muertos; y, por otro, la manera en la que deja que se escuche la voz de Lucas para que sea él quien comience a enunciar su discurso funerario:
Y, efectivamente, una vez dicho esto, una marca textual nos señala que es la voz de Lucas Macías la que comenzamos a escuchar y con ella una diversidad de resonancias sobre el acontecer humano en distintos tiempos y espacios:
Antes de analizar qué dice -y cómo lo dice- Lucas Macías, es preciso interrogarnos acerca de una de las declaraciones del narrador: ¿A qué se refirió cuando dijo que “suele dilatarlos hacia atrás con testimonios ajenos”? Se refiere, sin duda, a una de las características de la voz de Lucas: la incorporación en su discurso de diversas y contrastantes voces12 por medio de lo cual posibilita el ingreso de testimonios ajenos sobre hechos pasados. Una de esas voces es la del padre (“Contaba mi padre que”), voz sabia y afectiva que no sólo es capaz de brindar información sobre tragedias acaecidas en tiempos remotos, sino de agradecer a Dios que el hijo no hubiera nacido en ese entonces librándose así de experimentarlas (“y mi padre daba gracias a Dios de que entonces todavía no viniera al mundo porque no hubo familia sin muertito”), voz conocedora y entrañable que mediante la oralidad dio testimonio al hijo de, al menos, los siguientes su-cesos ocurridos en el año 1825: a) una gran inundación y, b) una epidemia de sarampión. Dentro de la revisión bibliográfica realizada no encontré información sobre ambos sucesos pero es posible que el personaje esté cruzando datos, deslizándose entre acontecimientos y temporalidades diversas, como suele ocurrir en los relatos orales, y que utilice la expresión “la noche que hizo luna llena en agosto del veinticinco” para referirse a la aurora boreal que aconteció en 1859, cuya aparición desató controversias entre liberales y conservadores13 a propósito de las leyes de Reforma,14 tal interpretación tiene sentido si consideramos que inmediatamente después el personaje hace referencia a cómo la gente culpaba al promotor del federalismo15 y primer gobernador liberal del estado de Jalisco: don Prisciliano Sánchez,16 de los extraños acontecimientos. Aún así, nos queda pendien-te el asunto de la inundación referida: ¿Efectivamente ocurrió, en el tiempo en que triunfaron los liberales, una “inundación grande que se llevó todo el barrio de las tenerías”? Pienso que, si la hubo, debió ser sumamente destructiva como para desaparecer un barrio completo y si el padre de Lucas registró oralmente el suceso, para después narrárselo al hijo, es porque el barrio de las tene-rías le resultaba significativo, pero de tal acontecimiento no parece haber registro, a no ser que estemos frente a una alusión metafórica acerca de cómo el triunfo de los liberales se llevó, como si de una gran inundación se tratara, uno de los barrios que simbolizaban al período colonial. Digo lo anterior porque, según la información obtenida en la revisión documental, entre los siglos XVIII y XIX la ciudad de Guadalajara estaba dividida por el río San Juan de Dios: al poniente vivía la burguesía local y al oriente se localizaba la población pobre e indígena, que se dedicaba a abastecer a los españoles,17 parte de ese abasto consistía en las tenerías, cuyos desperdicios contribuían a la insalubridad del mencionado río,18 así que no descarto la posibilidad de que Lucas Macías se esté refiriendo precisamente a la terminación de ese período histórico que se llevó consigo lo más detestable o despreciable de la colonia simbolizado en las tenerías, espacios de insalubridad, pestilencia y pobreza.19
Pero veamos qué otros rasgos identificamos. El párrafo citado desborda un tono popular que es subrayado con la incorporación del “diz que”: una manera de hacernos saber que se trata de rumores propagados por la gente común, pero también el primero de varios nexos dialógicos con otro fragmento que además da testimonio del tiempo y el espacio de lo que aquí se viene hablando: me refiero a lo expresado por Guillermo Prieto en Memorias de mis tiempos 1828-1840.20 Entre ambos fragmentos es posible identificar, al menos, los siguientes vínculos:
Tabla 1 Vínculos Lucas Macías Guillermo Prieto “todos diz que decían” ¨oía como entrecortados¨ ¨fue de los primeros libera lotes declarados¨ “con algunos eminentes liberales” ¨en su tiempo vino la masonería¨ “con su cauda de masones” ¨se hizo guerra a Nuestra Santa Madre¨ “pero eso sí, cada uno con su Virgen de Guadalupe” ¨el treinta y tres¨ “el año horriblemente memorable” ¨con don Valentín¨ “de Farías” ¨quiso robarse los bienes de la iglesia¨ “su plan de regeneración” ¨que se suelta el cólera¨ “del Cólera Morbo”
Estamos, así, no solamente frente a la recreación artística de un pasaje memorable, por su carácter testimonial sobre el siglo XIX,21 sino también, (y esto resulta sumamente significativo en la configuración del discurso que nos ocupa), frente a una enunciación profundamente popu-lar que, en los inicios del siglo XX, dialoga con un texto escrito en el siglo anterior por un poeta popular como lo fue Guillermo Prieto22 y esa enunciación dialógica23 la realiza un viejo analfabeta que, no obstante, “se perece [...] porque alguien le lea cuantos libros, revistas y periódicos caen en sus manos y se ingenia en conseguir” (Yáñez, 1993: 79): Lucas Macías. Se hace evidente así, por un lado, la circulación en el ámbito popular de lo escrito por Prieto y, por otro, la conjugación tanto de fuentes orales como escritas en la visión del mundo del personaje.
Esta conjugación es, precisamente, la que le permite narrar no sólo acerca de las muertes acontecidas sino también de las circunstancias históricas, económicas, políticas y sociales en las que éstas ocurrieron, y al ha-cerlo su voz no revela dramatismo sino tonalidades de humor o burla como cuando se refiere a la epidemia de cólera24 y le adjudica la capacidad de desenvolverse por su cuenta (“que se suelta el cólera”) o cuando, al referir los alcances trágicos que efectivamente causó tanto en la región25 como en el país,26 se dirige a sus escuchas motivándolos a que hagan el cómputo de los muertos (“váyanle haciendo la cuenta de los que murieron ese año en todo el país, si nomás en Guadalajara pasaron de cuatro mil”), cómputo que resulta muy cercano al señalado en la documentación sobre el tema pero que parece magnificado por el uso insistente del “nomás” (“nomás en Guadalajara y nomás en agosto murieron más de dos mil cristianos, y hubo días de doscientos y de doscientos cincuenta fallecidos”) que, por otra parte, acentúa el carácter popular de la narración. El discurso funerario de Lucas Macías deja ver otro aspecto de su concepción del mundo: la igualdad de condiciones a la que nos somete una tragedia; accedemos a ella cuando, con matices de burla, se refiere al cura y los ministros que no contaron con la gracia de la inmunidad y también se fueron al otro mundo: (“aquí el pueblo quedó hecho cementerio, de no haber ni quien enterrara a los muertos, pues el cólera no perdonó ni al cura ni a los ministros, que ya para el doce de agosto se habían ido todos al otro mundo: el día que murió el señor cura, que dicen que fue el cuatro de ese mes, murieron treinta y tres gentes, no más de aquí de la localidad, y luego dice que Dios no castiga en esta vida”). Las tonalidades de humor son subrayadas al incorporar el contexto político en el que se produjo la famosa epidemia: el surgimiento del liberalismo (“todos diz que decían que la culpa era del gobernador, el primer gobernador, don Prisciliano Sánchez, que fue de los primeros libera lotes declarados”) y la masonería (“y en su tiempo vino la masonería, y se hizo guerra a Nuestra Santa Madre; pero no tanto como el treinta y tres, con don Valentín, que quiso robarse los bienes de la iglesia”).
Memoria e ingenio en el discurso de Lucas
Recordemos que, tal como lo anuncia el narrador, Lucas Macías no es el más viejo pero entre los longevos que abundan en el pueblo es el de mejor memoria e ingenio. Ello significa que, además de ser capaz de narrar muertes ocurridas en tiempos distantes y de las que se enteró por tradición oral, como lo acabamos de ver, también ha ido afinando su habilidad para testimoniar sobre aquellas muertes ocurridas en temporalidades más cercanas y de las que fue testigo presencial o asistente en las ceremonias fúnebres asociadas a ellas. Todo ello ha propiciado que gane fama como un destacado narra-dor de los rituales mortuorios acontecidos en el pueblo, tal como lo revela el tono desenfadado y casi festivo con el que una voz anónima lo interroga al respecto: “- ¿Y en agosto de qué año te has echado más velorios, Lucas?” (Yáñez, 1993: 161). Con el mismo tono, como si no estuviera refiriéndose a decesos, Lucas Macías res-ponde mediante un pormenorizado cómputo de los que murieron en el año en que se echó más velorios, según la expresión utilizada por la voz anónima:
El discurso funerario de Lucas, eminentemente popular, según se advierte por el uso de expresiones que portan este carácter (“Ora” / “diz que”), se orienta siempre a sus escuchas a quienes convoca al recuerdo (“Ustedes se han de acordar”), a que repasen juntos acontecimientos diversos como los trágicos enfrentamientos entre los integrantes de las familias Ramírez y Legaspi por un asunto de celos (“Celedonio Ramírez, que lo mataron en bola los Legaspi diz que porque andaba pretendiendo a su hermana Patricia; no pasaron ocho días sin que cayera Juan Legaspi a manos de Apolonio Ramírez, que vengó a su tío Cele”), o la muerte de la madre de éstos, cuyas causas bien a bien no se conocen aunque distintas versiones circulen de boca en boca (“unos dicen que del corazón, otros que de un derrame de bilis”) y, contrapone todos estos hechos, que quedan como asuntos menores, al incorporar en su relato la fecha exacta en que se produjo otro deceso (“El quince cayó de la torre y lo recogieron muerto, el difunto Jacobo Partida”) y al expresar valoraciones sobre el difunto, sobre la actividad que realizaba y sobre la situación de sus deudos (“muy buen albañil y hombre muy de su casa: dejó nueve de familia, con la viuda, doña Chole, que ora viven allá en Cañadas”).
Es así que, a partir del día quince, su relato, que cubre todo el mes de agosto del año 1899,27 se va deteniendo en un registro casi cotidiano. Veamos:
Lo primero que merece destacarse es la mención de un día específico del santoral católico (“El día de San Bartolomé”), así como la expresión que le sigue (“¡ah, qué día!”) con las cuales valora la cualidad de un día lleno de calamidades. Según las creencias populares, ese día -también llamado de San Bartolo- el diablo anda suelto y comete todo tipo de fechorías y desmanes. Este rasgo, de igual forma identificado en otra novela colmada de enunciaciones populares,28 acentúa el carácter popular tanto del discurso de Lucas Macías como de la novela. Bajo tal consideración, todas las muertes ocurridas este día son, en realidad, resultado de dichos desmanes y como tales son registradas por Lucas Ma-cías, por ello su voz revela un cierto matiz de burla y humor cuando incluye a doña Celsa y a los bueyes en su comentario sobre la manera repentina y fulminante en que murieron (“habían azotado como de rayo / también murió ese día, casi repentinamente”), burla y humor que también se advierte al explicar las defunciones de los hermanos por los disgustos causados, en un caso, por los bueyes y, en otro, por la cuñada (“ése sí de derrame de bilis / dicen que de disgustos con su cuñada”). La tercera fechoría es la intervención de un caballo que mata, casi igual que los Legaspi y los Ramírez: (“el tercer muerto fue un hijo de Mauricio Reyes, que lo mató un caballo”) y la cuarta es la muerte de un hombre cuyo apodo denota cierto carácter violento y, quizá por ello, es referida con cierto desapego y burla porque, al ser un rayo la causa de la repentina muerte, uno casi lo puede ver azotando en el suelo como los bueyes (“el cuerpo de Alberto, que le decían por mal nombre la Cartuchera, y lo mató un rayo, yendo para el rancho de Pastores”).
A partir del siguiente párrafo ese tono de burla y humor se intensifica para dar registro puntual de los demás fallecimientos:
La insistencia en la edad de los difuntos parece derivarse de una concepción acerca de la muerte como una circunstancia inevitable que no hace distingos y se lleva lo mismo a viejos, niños, jóvenes o personas cuyo oficio las mantiene más cerca de Dios como es el caso del sacerdote. Y las causas suelen ser tan diversas que van, como hemos visto, desde el asesinato, una caída inesperada, una falla del corazón, un rayo, hasta unas deposicioncillas, tal como afirma el personaje, con evidente sentido del humor, cuando menciona los decesos de los más viejos del pueblo (“murieron de viejos, casi sin enfermedad, casi sin guardar cama, por unas deposicioncillas, don Chencho Gutiérrez, don Pascasio Aguirre, doña Candidita Soto y don Isidro Cortés”). Los niños fallecidos no alcanzaron siquiera a tener nombre y son mencionados como angelitos y como hijos del nombre de su padre (“Hubo sus angelitos: un hijo de don Secundino Torres, otro recién nacido de Valente Mercado”), que es a quien la comunidad conoce, o conoció, incluido el apodo que llevó en vida (“y una muchachita del difunto Zacarías el Mocho”).
Los muertos en la memoria o la dimensión ética en el discurso de Lucas
Asistir a los eventos fúnebres no tendría ningún sentido si en ellos no se repasara la memoria de cómo reaccionó el pueblo ante determinadas muertes, incluyendo lo que se dijo acerca del cómo y del por qué de tales muertes. Lucas Macías parece cifrar su discurso funerario en el anterior planteamiento y por ello rememora lo acontecido con detalles que se vuelven evidencias de acciones dolosas y testimonio definitivo de injusticias cometidas por los poderosos, tal como ocurre en el extenso párrafo que cito a continuación:
El discurso funerario de Lucas Macías se va construyendo mediante una esmerada articulación entre personajes, sucesos y diversas prácticas colectivas. Va incorporando en la memoria compartida a los muertos para que sigan estando, para que no se olviden y con precisión del día y la hora, de los movimientos realizados, de las palabras dichas, de los sentimientos compartidos, logra el enaltecimiento de unos y la degradación de otros: su palabra va construyendo así epitafios orales que reseñan vida y obra de quienes merecen ser recor-dados por la colectividad.
En el universo de Al filo del agua, el responsable de dar santo y seña de aquellos que han muerto, incluyendo tanto información como valoración de los actos reali-zados en vida, es Lucas Macías:
- ¡Caray, cómo es la vida! Quién había de decirle al famoso Espiridión Ramos [...] quién había de decirle que lo desenterrarían para que en el mismo agujero en que se pudrió, sepultaran a don Timoteo Limón, que como ustedes han de saber, fue hijo de don Arcadio, mismo a quien Espiridión, después de matarlo, quería que no lo enterraran, y porfió hasta que el cuerpo apestaba, y los vecinos tuvieron que ofrecer dinero al chinaco (dos mil pesos contantes y sonantes) a fin de que diera el permiso para el entierro; ¿quién puede saber ora cuáles son los huesos que quedaron del guerrillero mala entraña? Y luego acá: miren ustedes, quedaron pies con pies Mi-caela y la dichosa Teo Parga, que diz que hace milagros. ¡Qué cosas tiene la vida! (Yáñez, 1993: 191).
Y lo hace, por un lado, convocando a los demás a que recuerden, a que tengan en la memoria la suma de los actos de los muertos, a que no olviden ni agravios ni injusticias cometidos por poderosos que en el campo-santo comparten la misma circunstancia y una misma tumba en donde sus huesos se confunden;29 por otro lado, vinculando personajes opuestos como lo son una mujer acusada de casquivana y otra considerada santa y virtuosa. El repaso que Lucas Macías va haciendo mientras recorre el cementerio revela una burla orien-tada hacia los poderosos, hacia sus valores y afanes de distinción económica, política y religiosa.
Para concluir, sólo quiero subrayar que el discurso funerario de Lucas Macías abarca la dimensión ética del acontecer humano30 en tanto que expresa su visión sobre cómo las relaciones que los humanos establece-mos y los actos que realizamos en vida definen, de algún modo, la calidad de nuestra muerte. El humor y la burla se filtran en sus expresiones valorativas sobre la vida y la obra de quienes aparecen juntos en el camposanto, revelando así conflictos y contradicciones morales que caracterizan al pueblo de la novela de Yáñez. Detrás de su decir hay una concepción lúdica y festiva del mundo, una particular manera de entender la vida y la muerte, de nombrar a los muertos desenmascarando sus acciones. Su discurso funerario subvierte, así, el orden establecido desde el poder de las instituciones: la del poder político y la del poder religioso que han marcado por siempre el ritmo de ese “pueblo solemne”.31
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