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Resumen
El territorio indígena en Zinacantán, Chiapas, se vio transformado a partir de la década de los años ochenta por la introducción del cultivo de flores en invernadero. Esta tecnología desplazó al ancestral cultivo del maíz en las parcelas y demandó una mayor atención de las familias. La producción de flores aumentó el ingreso económico, lo que implicó también cambios en la alimentación de la población. Otro problema que surgió por la producción intensiva de flores fue la escasez de agua para consumo humano y daños a la salud por el uso de agroquímicos. El objetivo de la investigación fue analizar este proceso en el que se entrelazan los cambios en la agricultura y la alimentación con problemas ambientales. El método cualitativo apoyado en descripciones etnográficas fue la base metodológica. Se realizaron treinta encuestas a padres de familia más ocho entrevistas semiestructuradas, y se utilizaron otros recursos como cartografía social e imágenes satelitales.
Introducción
Zinacantán es una comunidad indígena de origen mesoamericano asentada en Los Altos de Chiapas, México. Su cultura, su religión y su vida material, social y política han tenido como soporte una agricultura centrada en el cultivo del maíz. Diversos investigadores (Burguete, 2000; García de León, 1985; Köhler, 1975; Navarrete, 2002; Rus, 1998, entre otros) han estudiado la relación de este cultivo con los conflictos, las costumbres, los cultos y el pasado de los zinacantecos. Esta comunidad es portadora de una cultura ancestral que ha logrado preservarse con base en procesos de cambio y resistencia política y cultural desde el periodo colonial hasta nuestros días. Su modo de vida ya desde la década de los años setenta del siglo pasado dio pauta a la formulación de enfoques teóricos (Favre, 1973; Pozas, 2001), que interpretaron su cultura como un reservorio de las formas de vida mesoamericana. Sin embargo, en la actualidad enfrenta un caudal de nuevos procesos de cambio en el contexto de la liberalización económica que ha generado múltiples procesos sociales, como ha ocurrido en general en la sociedad rural del país.
A inicios de la década de los años ochenta del siglo XX en Zinacantán el paisaje agrario empezó a sufrir una transformación. De una agricultura de autoconsumo basada en el maíz, se pasó a una agricultura para el mercado debido a la introducción del cultivo de flores en invernadero. En muy pocos años el cultivo de la milpa fue desplazado por la floricultura, que se orientó a los mercados del sureste del país. Este giro en la producción rural desencadenó simultáneamente otros procesos sociales, como el cambio en el consumo de alimentos y la intensificación de la explotación y degradación de bienes como el agua, la tierra y los bosques.
El desarrollo metodológico
Esta investigación de corte cualitativo se centra en comprender la subjetividad de los actores sociales frente a un proceso múltiple de transformaciones en la agricultura, la alimentación y las condiciones de la naturaleza. Para ello se levantó una encuesta no estratificada utilizando la técnica “bola de nieve”. Los actores sociales a los que se encuestó o se entrevistó eran jefes de familia responsables de un invernadero de tipo familiar que lograron dar información sobre los efectos de la floricultura en la alimentación y la degradación de los bienes de la naturaleza. Se combinó con ello el uso de la imagen satelital y de la cartografía. Los dibujos fueron trazados por la familia De la Torre a través en un diálogo colectivo que refleja la memoria familiar de tres generaciones. Previamente se realizaron recorridos por el pueblo para tomar nota y describir el paisaje social de la comunidad. La ruta metodológica es también una constatación o rectificación de los conceptos teóricos que se asumen para el proceso de interpretación.
El territorio como referente conceptual
En Zinacantán el viejo paisaje agrario mutó socialmente con celeridad. En poco tiempo la disponibilidad de tierras y el trabajo se articularon a la actividad florícola. Por medio del paisaje se generó un primer acercamiento que permite conocer las transformaciones ocurridas en la comunidad. En el mundo académico el espacio, el paisaje y el territorio han alcanzado múltiples interpretaciones pero, como bien establece Haesbaert, es importante definir de donde se parte: “aclarar, de entrada, las líneas teórico-conceptuales en las que se utiliza o se puede utilizar el término, sin la pretensión de imponer la conceptualización a la problemática” (2013, p. 31). En este trabajo el hilo de interpretación parte del enfoque de Milton Santos, para quien: “el paisaje es el conjunto de formas que, en un momento dado, expresa las herencias que representan las sucesivas relaciones localizadas entre el hombre y la naturaleza” (2000, p. 87). En este primer avistamiento se detecta la coexistencia de sistemas agrícolas diferentes como la milpa y el invernadero. Ambos sistemas, que cuentan con distintos objetos y acciones, coexisten y dan forma a un mismo territorio; sin embargo, finalmente el sistema basado en las técnicas de invernadero logró subordinar al viejo paisaje agrario centrado en la milpa. Para Santos: “los sistemas de objetos condicionan la forma en que se dan las acciones y, por otro lado, el sistema de acciones lleva a la creación de objetos nuevos o se realiza sobre los objetos preexistentes. Así el espacio encuentra su dinámica y se transforma” (Santos, 2000, p. 55). En este caso, los dos sistemas han reconfigurado de manera continua el territorio indígena.
Es importante no perder de vista que territorio y paisaje no son sinónimos. “El paisaje es transversal, juntando objetos del pasado y presente, una construcción transtemporal” (Santos, 2000, p. 87). El territorio presenta una mayor complejidad porque constituye la conversión del espacio. Es la piel de ese espacio donde los seres humanos escriben su historia, guardan su memoria, viven sus conflictos y registran los vínculos que se establecen con el sistema nacional y global. El territorio no es una isla en la sociedad, es solo un recorte espacial de esta. El territorio tampoco es rígido, inamovible o estático; es un espacio socialmente apropiado en el contexto de los conflictos que surgen de manera individual o colectiva frente a otros actores sociales del país, como las transnacionales, los organismos internacionales o el Estado. Desde el punto de vista dialéctico, el territorio también es generador de nuevas relaciones sociales, construye sociedad y produce relaciones sociales, nuevos actores: “el territorio usado son objetos y acciones, sinónimo de espacio humano, de espacio habitado” (Santos, 1995, p. 166).
Un concepto tan complejo como el de territorio puede perder su fuerza interpretativa cuando a través de él se busca leer toda la realidad. En este sentido, para Sosa:
Para acercarse a este objetivo propuesto por Sosa el territorio debe ser analizado desde el enfoque de los sistemas complejos que propone Rolando García (2006); en general los estudios del territorio por sus características particulares son interdisciplinarios, pero este proceso de investigación no es fácil de alcanzar.
Los umbrales del cambio territorial en Zinacantán
Una investigación pionera sobre la producción de flores en Zinacantán es la realizada por Bunnin (1966), donde describe el cultivo que se realizaba en aquella época, de manera rústica en campo abierto, y que él denominó “la industria de las flores”. Varios años más tarde, Collier (1990) publicó Seeking food and seeking money: Changing productive relations in a Highland Mexican community,1 donde analiza las nuevas relaciones sociales derivadas del cultivo en invernaderos; muestra un nuevo escenario en el que la agricultura comercial favoreció el ingreso monetario de las familias indígenas, que se articularon al mercado; pocos años después, Díaz (1995) estudió la transformación del cultivo de flores bajo la nueva tecnología de invernadero y Luis Llanos (2013) analizó los cambios culturales provocados por las nuevas relaciones sociales derivadas de ello. Estos cambios son parte de un proceso de reorganización social y agrícola en México que inició en la década de los años ochenta y se intensificó en los noventa por el modelo de economía de mercado.
La sustitución del cultivo de maíz por la floricultura tecnificada es parte de una economía basada en el dinero, en trabajo asalariado, en la posibilidad de acumular capital por los agricultores más exitosos y en la diversificación de las actividades productivas al interior de la comunidad. La transformación social del territorio también implicó un cambio en las prácticas sociales y en las formas de pensar de la población, a la vez que favoreció una renovación de sus tradiciones y de las subjetividades.
La floricultura en invernadero se expandió en los parajes de Zinacantán, donde existe un clima favorable para el cultivo de flores. “El proyecto experimental pronto se convirtió en programas de gobierno a partir de 1980 por la Secretaría de Desarrollo Rural del gobierno del estado, misma que impulsó entre los campesinos indígenas la producción de flor en invernadero, llegando a fundar la Unión de Floricultores de Los Altos” (Secretaría de Desarrollo Rural, 1984, citado por Díaz, 1995). Este fue: “un cambio tecnológico inducido […] el proyecto arrancó en la copropiedad de San Nicolás Buena Vista, donde se instalaron los primeros tres invernaderos con capacidad para 15 000 plantas de variedades comerciales como el crisantemo y la rosa” (Burguete, 2000, p. 181). La producción de flores en invernadero se extendió a los parajes cercanos a la cabecera municipal. Para 1984: “se había incrementado a 20 el número de invernaderos y […] al paso de los años otros parajes como Salinas, Patosil, Nachig, Tierra Blanca, Navenchauc, Bochojbo Alto, Bochojbo Bajo” (Burguete, 2000, p. 182); comunidades que poseen un clima templado húmedo y agua suficiente en manantiales, riachuelos, ojos de agua y lagunas, se apropiaron del cultivo de flores.
Los programas de gobierno incluyeron capacitación en el manejo de invernaderos y apoyo para la adquisición de esquejes de rosales y variedades de otras flores, lo que implicó un proceso de aprendizaje, con éxitos y fracasos a lo largo de varios años. Cada variedad de flores -rosas, claveles, crisantemos, margaritas, alcatraces- requiere de un conocimiento específico, y el intercambio comercial, un conocimiento del mercado. El “uso de un paquete tecnológico que incluye el uso de productos químicos para el combate a las plagas y enfermedades que dañan los cultivos” (Bernardino, 2013, p. 12) reconfiguraron una perspectiva de modernización en este territorio indígena.
Del paisaje agrario al paisaje de invernaderos
La producción florícola en el paisaje zinacanteco significó un profundo cambio en la organización de la agricultura indígena. El cultivo de las flores articuló las diferentes fases del proceso de producción y de mercado, que los zinacantecos paulatinamente fueron conociendo. El proceso inicia con la compra de semillas, esquejes y plásticos para el cultivo florícola, además de productos químicos -pesticidas, fungicidas, herbicidas-, bombas y mangueras; posteriormente se debe conocer el circuito comercial de venta de flores en los mercados locales y regionales, además del acceso a medios de comunicación a través de las nuevas tecnologías, como telefonía celular, redes sociales y radios de onda corta, entre otros recursos.
Los sucesivos cambios que ha enfrentado el territorio de Zinacantán están presentes en la memoria de sus habitantes. La representación de la memoria de una familia indígena de esta comunidad se plasmó a través de la cartografía social, que atrapa no solo el recuerdo, sino las vivencias y las emociones de sus actores. El Mapa 1 muestra el paisaje social de inicios de la década de los ochenta, que se distingue por una organización espacial en la que predomina la dispersión de las viviendas; están presentes el trazo irregular de los caminos de terracería que articula los lazos de vecindad y el dominio de la agricultura de maíz con sus prácticas sociales y religiosas, que le impregnan una cosmogonía cultural propia, con técnicas y objetos de labranza que se ajustan a las condiciones fisiográficas del valle. El territorio se encuentra apropiado por una cultura ancestral, “un espacio formado por un conjunto indisoluble, solidario y también contradictorio, de sistemas de objetos y de acciones, no considerados aisladamente, sino como el contexto único en el cual se realiza la historia” (Santos, 2000, p. 54). La milpa es parte fundamental de la memoria ancestral de los pobladores.
Mapa 1 Paisaje de Zinacantán, 1980 Fuente: familia De la Torre.
El Mapa 1 también muestra la cercanía del bosque, que penetra en el área de viviendas de la propia comunidad. Tanto la milpa como el bosque constituyeron por siglos la fuente de alimentación de Zinacantán. En este primer mapa aparece dibujada la laguna en la cabecera municipal, que dotaba de agua a los habitantes, así como un pequeño campo de flores que se cultivaba a cielo abierto, localizado a la orilla del pueblo. El valle registraba suficiente espacio para albergar a la comunidad. El paisaje agrario indígena muestra un entorno geográfico apropiado por una cultura cuyos actores sociales poseían un conocimiento ancestral que les permitió alimentarse por siglos con base en la milpa.
Se efectuó un nuevo mapa con datos de diez años más tarde, de la década de los noventa. El Mapa 2 proyecta el inicio de la saturación del territorio por las viviendas y los invernaderos. El pueblo parece ya no estar contenido en el valle, como en el Mapa 1, sino que empieza a desbordarlo. Esto se plasma una coexistencia territorial entre el cultivo de la milpa y los invernaderos que invaden el área de viviendas de la comunidad; sin embargo, el maíz es ligeramente aún el cultivo mayoritario. Coexisten dos espacios, dos dinámicas de espacio-tiempo diferentes en el territorio: una provee alimentos, la otra dinero. Este proceso es el que estudió Collier (1990) a principios de los noventa. El trazo de las calles asumía la forma de una cuadricula claramente delimitada que favorecía la circulación del transporte motorizado.
Mapa 2 Paisaje de Zinacantán, año 2000 Fuente: familia De la Torre.
El territorio zinacanteco se fue estructurando por dos espacios productivos que organizan y ordenan la acción de la población indígena, aunque paulatinamente el cultivo de la milpa quedó subordinado a la dinámica de los invernaderos.2 El floricultor también puede cultivar el maíz y trabajar la milpa en pequeñas parcelas o reductos de espacio en sus predios, o bien comprar el maíz que necesite; sin embargo, los invernaderos presentan otra dinámica porque la finalidad es vender las flores en los mercados locales o regionales, lo que obliga al floricultor a trabajar de manera continua durante el año, todos los días sin interrupción. El invernadero es un objeto artificial instalado de manera irregular en las parcelas donde se crea un clima artificial, además de que se introducen semillas mejoradas y equipos modernos con el fin de aumentar la producción.
Esta transición de la agricultura zinacanteca también repercutirá en el consumo de alimentos porque la floricultura obligará a las familias a incorporarse a un proceso que requiere de su atención todo el día, todas las semanas y los meses; es una fábrica artificial que no puede descuidarse por el riesgo de perder las flores, lo que obligará a usar el ingreso monetario para la compra de alimentos.
En el Mapa 3, el paisaje que la familia De la Torre dibuja ya no es el mismo de la década de los ochenta ni de los años 2000. En 2019 el paisaje muestra la gran densidad de viviendas de las familias indígenas en la cabecera del municipio y cómo las calles están alineadas en una estructura oportuna para el uso de servicios como el agua y la luz, y para el tránsito de los vehículos. Los caminos están asfaltados y cruzan las montañas comunicando los parajes con la cabecera municipal; los invernaderos no solo ocupan el espacio de muchas parcelas, también invaden los patios de las viviendas. La milpa únicamente se siembra en los pequeños aonambién se fue abriendoclandoo a los parajes con la cabecera municipal rstoria, Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz (edi espacios que deja el trazo irregular de los invernaderos, en parcelas dispersas y en los predios que algunos indígenas aún conservan en las laderas de las montañas que descienden a las tierras cálidas de los Valles Centrales. Los invernaderos han desbordado la comunidad conformando un mar de plástico, un mar que se ha ido extendiendo conforme los invernaderos son levantados por las familias en los parajes donde es posible el cultivo de flores. El bosque dentro de la superficie de la comunidad es ya inexistente, solo queda en las partes medias y altas de las montañas; el aumento de las viviendas es notable.
Mapa 3 Paisaje de Zinacantán, 2019 Fuente: familia De la Torre.
Desde la perspectiva de la familia De la Torre el valle se ha saturado, el espacio de los invernaderos cobra predominancia y se conserva de manera marginal el espacio de la milpa; las montañas ahora son distintas.
El nuevo paisaje es la expresión de la cultura indígena que ha logrado apropiarse de una tecnología que ha transformado su territorio y que permite la coexistencia de dos sistemas de producción: el paisaje agrario del maíz y el paisaje tecnologizado de los invernaderos. Desde cualquier cima que funcione como mirador en Zinacantán lo que el observador percibirá son cientos de invernaderos que puede captar con su vista. Tendrá que desplazarse por varios puntos cardinales de la comunidad para magnificar su percepción sobre el número de invernaderos que existen, pues son incontables, son miles, y no alcanzan a percibirse desde una sola vista; sin embargo, esta limitante se resuelve a través de la tecnología. El satélite artificial, convertido en un panóptico tecnológico, ofrece fotografías tomadas desde la órbita terrestre que muestran la densidad y amplitud de ese mar de plástico que identifica el actual paisaje del pueblo (ver Imagen 1 ).
Imagen 1 Vista satelital de Zinacantán, 2020
Así, en Zinacantán el territorio indígena con relación a la agricultura se encuentra fragmentado en dos sistemas. Uno es el sistema de floricultura, el más importante en ingresos monetarios, y se localiza en la zona templada del pueblo. Esta actividad ha generado un efecto de arrastre de diversos objetos y técnicas, como plásticos, postes, bombas, fungicidas, insecticidas, herbicidas y semillas, y nuevas prácticas sociales que han configurado el territorio. Otro es el sistema de la agricultura tradicional, donde: “se siembra maíz, en asociación de plantas sembradas: frijol [...] y calabaza [...] integrado con plantas de crecimiento natural, entre otras: hierba mora [...], chicoria [...], nabo (Molinaet al., 2017, p. 594), y que se ha logrado preservar gracias a la cultura alimenticia de la comunidad indígena.
Efectos de la floricultura, cambios en los alimentos
El maíz es la base ancestral de la alimentación y la cultura de estos pueblos. Sus instrumentos de cultivo son rudimentarios y las técnicas se transmiten generacionalmente. Este espacio de producción no ha desaparecido, pero sí se encuentra subordinado al espacio productivo de la floricultura, que transformó el territorio agrario por otro caracterizado por un paisaje artificial con miles de invernaderos que dejan entrever la búsqueda incesante de dinero como una expresión cultural de mejora social.
El desplazamiento del paisaje agrario del maíz por el paisaje de los invernaderos indica también la transición de una alimentación basada en la milpa y los frutos del bosque a una más diversificada con alimentos procesados industrialmente, los cuales son distribuidos por las empresas transnacionales. Poco a poco la alimentación de la población indígena se fue abriendo a nuevos ingredientes. Todavía a principios de los años ochenta los alimentos de la población indígena eran principalmente los productos de sus parcelas y de su entorno natural:
La agricultura de mercado trajo consigo nuevas interacciones con otras regiones del país, y además los medios de comunicación como la televisión también contribuyeron a los cambios en la alimentación. El bosque y la milpa dejaron de ser la fuente principal de alimentos en Zinacatán.
Como señaló Collier (1990), la mayor disponibilidad de dinero dio pauta para que la población indígena se constituyera en consumidora del mercado de alimentos promovido por las grandes empresas transnacionales alimentarias. Este proceso se refleja en la cabecera municipal de Zinacantán, donde se encuentran dispersas varias tiendas de abarrotes y pequeños tendajones que abastecen a la población indígena. Los grupos Femsa, Pepsico, Nestlé, Danone-Bonafont, Bimbo-Marinela, Colgate y Maseca invaden con sus productos las tiendas de la comunidad, donde predominan bebidas energetizantes y gaseosas como Pepsicola y Coca-Cola y el conjunto de marcas que forman parte de estos grupos monopólicos; además de yogures, pastelillos y una amplia variedad de frituras, productos conocidos como “comida chatarra”. De manera marginal en las tiendas se ofrece fruta de temporada de la comunidad o de la región, además de velas y veladoras para las ofrendas al santo patrón, el servicio y la oración que acostumbran en la iglesia.
Los productos procesados forman parte de la alimentación de las familias indígenas, pero la preferencia de su consumo es diferente según la edad de los pobladores. Así, es factible observar cómo entre los niños indígenas existe un gusto por los productos chatarra frente al consumo de alimentos caseros. Esta relación cambia entre adolescentes, quienes prefieren los alimentos caseros a la comida chatarra. Entre la población adulta el gusto por la comida casera es dominante. La introducción de la comida chatarra en el gusto de la población indígena transcurrió de manera paralela a la interacción de esta comunidad en actividades como el comercio, el turismo, la emigración temporal y una mayor conexión con los medios de comunicación (ver Gráfico 1).
Gráfico 1 Preferencia en el consumo de alimentos por edad
El procesamiento de alimentos en los hogares aporta evidencias de la nueva condición alimentaria. En el Gráfico 2 se observa cómo los ingredientes que dan cuerpo a la comida casera de una familia indígena se han ampliado en número y variedad. El maíz y el frijol constituyen la base de la alimentación indígena, mientras alimentos nativos como las frutas y hierbas presentan un menor consumo; por el contrario, las bebidas gaseosas aumentaron en el consumo diario, y en una proporción menor se encuentran las carnes rojas, el pollo y la leche; el consumo de alimentos procesados también aumentó. La diversidad de alimentos se ha consolidado por los efectos de la disponibilidad monetaria que trae consigo la floricultura y su conexión con el mercado (ver Gráfico 2).
Gráfico 2 Diversidad de ingredientes en la alimentación indígena Fuente: elaboración propia con datos de encuesta realizada a 30 jefes de familia en la cabecera de Zinacantán.
Con la reducción del cultivo de la milpa, la población indígena se ha visto obligada a comprar maíz con los intermediarios regionales en las tiendas, en el tianguis semanal o en los puestos de vendedores ambulantes; este es un maíz regional para consumo familiar. El maíz importado llega a la comunidad indígena a través de dos tortillerías ubicadas en la cabecera del municipio, que utilizan la harina de maíz industrializada que distribuye Maseca. Se trata de un maíz procedente de Estados Unidos con el cual se elaboran tortillas de mala calidad, muy delgadas, que en horas pierden su consistencia, se humedecen y ya no son aptas para el consumo.
El maíz no representa un ingrediente más de la comida en Zinacantán, es la base de esta porque la tortilla es el soporte del alimento de los indígenas y también de la población mestiza. La elaborada a base de Maseca se ha introducido entre las familias indígenas que se relacionan con el cultivo de las flores o con otras actividades comerciales y cubre la necesidad inmediata de alimentación, pero no logra la plena aceptación de los pobladores, de tal manera que subsiste el mercado de la tortilla procesada bajo prácticas tradicionales: se utiliza maíz nativo o maíz criollo nixtamalizado, y la masa se prepara a mano y en fuego de leña. La disponibilidad de dinero ha favorecido un mercado de tortillas artesanales que pueden adquirir quienes poseen más recursos.
El cultivo del maíz no ha desaparecido totalmente en las comunidades indígenas, preservado por la cultura nacional y sus expresiones regionales. El maíz lo puede adquirir la población a través de la siembra en reductos de sus propias parcelas o mediante la compra a intermediarios. Martínez transcribe las palabras de uno de sus informantes respecto a cómo cubría sus necesidades de maíz:
El gusto por un tipo de maíz se relaciona directamente con la alimentación de la familia y refleja una resistencia silenciosa de tipo cultural que impide la sustitución plena de maíz nativo por maíz importado. Es también un conflicto que se observa entre el consumo de bebidas gaseosas y de pozol. Las bebidas gaseosas han ganado un lugar importante en el consumo diario de alimentos entre la población indígena, pero el pozol, una bebida tradicional, no desaparece. Este se preserva como alimento y solo puede elaborarse con maíz nativo.
Las tortillas elaboradas con el maíz importado por Maseca no logran desplazar el gusto por los maíces nativos. Esta mixtura de alimentos nativos y procesados que se encuentra en la alimentación de las familias indígenas va conformando un nuevo hábito alimentario de naturaleza híbrida porque confluyen ingredientes provenientes de la agricultura tradicional y alimentos industrializados que han asumido un papel preponderante.
La floricultura y los problemas ambientales en Zinacantán
Otro proceso desencadenado por la introducción de la floricultura es el cambio en el entorno natural. En la cosmovisión indígena, los bosques, arroyos, manantiales, ojos de agua, cuevas, montañas, animales del bosque y el interior del propio cuerpo humano están asociados a ciertos principios anímicos que Pedro Pitarch (1996) describe en su obra: Ch’uleel: una etnografía de las almas tzeltales. En la actualidad este conjunto de creencias no ha desaparecido, pero socialmente se encuentra subordinado a una visión más práctica y utilitaria de los bienes de la naturaleza vinculada al mito del desarrollo.
La actividad relacionada con el cultivo de flores es la que ha transformado el territorio zinacanteco y ha generado diversos problemas socioambientales como la destrucción acelerada de los bosques. Esta comunidad no tiene afluentes de agua permanentes: “los pequeños valles suelen ser regados internamente por corrientes de agua que frecuentemente desaparecen -que nacen y mueren- y que tienen su origen en ollas calizas y canales subterráneos” (Burguete, 2000, p. 237). El aumento del número de invernaderos ha provocado una fuerte escasez de agua para el consumo humano, por lo que las familias racionalizan este recurso para uso propio, pero no para el cultivo de las flores porque el riego se efectúa todos los días.
Expresiones como: “ahora hay más sequedad”, “antes había mucho bosque”, “las lluvias se retrasan mucho” o “en un futuro vamos a tener problemas con el agua” descubren cómo el problema socioambiental va introduciéndose paulatinamente en la subjetividad de los productores. Son expresiones que muestran la conformación de una perspectiva relacionada con la problemática ambiental. Esta forma de percibir el entorno va orientando una perspectiva de tipo ambiental que trata de comprender los problemas más allá del contexto inmediato, es una perspectiva incipiente que aún no logra constituirse socialmente como problema para el conjunto de la población; como señala Lezama (2008), todavía no es parte de la subjetividad de los actores sociales.
Es en el proceso de la producción florícola donde los trabajadores y productores enfrentan problemas de salud por el uso intensivo de agroquímicos, los cuales también producen deterioro ambiental en sus parcelas. Los problemas socioambientales que ha ocasionado la floricultura en invernadero han sido detallados en otras investigaciones (Bernardinoet al., 2014; Córdobaet al., 2019; Molinaet al., 2017; Seidlet al., 2011). Por otra parte, derivado de la problemática ambiental, entre los productores va conformándose una perspectiva, una forma de ver su realidad, con nuevas interrogantes que buscan encontrar solución para los problemas de este tipo que les aquejan. Esta perspectiva parte de nuevos supuestos “y valores que resultan de la vivencia del entorno natural y permiten comprenderlo y explicarlo” (Durand, 2008, pp. 82-83). Es en el entorno inmediato donde emerge la conformación de estas perspectivas de tipo ambiental que van transformando la subjetividad del sujeto. Este es apenas el principio de un nuevo paradigma dirigido a transformar el espacio de la floricultura por uno que dañe menos el medioambiente y la salud de la población.
El problema ambiental ha abierto una nueva encrucijada entre los pobladores desde tres ámbitos de atención. Existe la idea de que el cambio en el calendario de lluvias tiene origen divino, pues está relacionado con “la obra de Dios”. Así, las heladas, las granizadas, las tormentas, las plagas o la canícula intensa siguen conteniendo fuerzas anímicas que están presentes en el culto católico de los indígenas, y sus efectos nocivos pueden ser compensados por una oración o una ofrenda dedicada a alguno de los santos protectores de la comunidad indígena. Otras personas tienen la percepción de que los problemas ambientales tienen su origen en otras partes del mundo, como las lluvias torrenciales, el derretimiento de los polos o las elevadas temperaturas que agobian a la población en otros países.
Sin embargo, las explicaciones de este tipo muestran limitaciones cuando en la vida diaria los indígenas observan que es el cultivo de las flores el que causa los problemas ambientales y de salud por el uso de agroquímicos. Que la deforestación, la saturación de los predios dedicados a la producción de flores, el entubamiento del agua de los manantiales o la quema de plásticos de los invernaderos son acciones humanas que provocan deterioro del ambiente, y son producidos por ellos mismos a causa de la floricultura.
Como una salida alternativa a estos problemas ambientales se va configurando otro espacio, aún incipiente, que se encuentra desarticulado pero que surge de manera contrastante al cultivo de flores basado en agroquímicos; se trata de la floricultura sustentable, una agricultura en busca de técnicas novedosas, de nuevas formas de producción que protejan el entorno natural. Los agricultores intentan implantar esta modalidad introduciendo nuevas técnicas agroecológicas, ya que no solo la destrucción de los recursos naturales, sino también los daños a la salud de la población, les hacen pensar en una agricultura diferente que deje atrás los agroquímicos. “Para la adopción y elaboración de las tecnologías alternativas referidas también son primordiales los lazos de cooperación y organización entre grupos de familiares y amigos. Para la elaboración de compostas [...] hasta el año pasado utilizaban principalmente estiércol de borrego e insumos locales de frutas, hojarasca” (Córdobaet al., 2019, p. 115). La floricultura basada en la agroecología no se ha logrado constituir en un sistema articulado. Se han comenzado a utilizar técnicas con abonos naturales o compostas y usos de agua apoyados en la construcción de “ollas” para captar agua de lluvia, pero son únicamente esfuerzos aislados. Este tipo de agricultura requiere de actores que la construyan, de técnicas y objetos que conformen una nueva manera de producir.
El surgimiento de nuevas perspectivas ambientales en el ámbito de la agricultura abre la pauta para repensar las orientaciones bajo las cuales esta se produce. Los actores sociales que asuman la transformación del proceso florícola basado en los principios de la revolución verde por uno de condiciones agroecológicas más respetuosas con el ambiente, donde también se aumente la producción de alimentos agroecológicos, afrontan un proceso histórico que ya ha iniciado. Este es el reto por el que transita la agricultura en general: la construcción de una agricultura sustentable.
Conclusiones
El territorio es un espacio social que continuamente es reconfigurado por los diversos procesos sociales, económicos o culturales que están presentes en él. La introducción de la floricultura transformó con celeridad el viejo territorio zinacanteco, donde el cultivo de la milpa constituía el fundamento de la vida social, religiosa y cultural de la comunidad. Esta actividad también incidió en la transformación de la alimentación indígena y en la presencia de problemas ambientales que dan forma a nuevos espacios al interior del territorio en Zinacantán.
En el territorio agrícola de Zinacantán es posible identificar dos espacios que coexisten y se entremezclan, pero que también se encuentran en conflicto. El espacio de la agricultura tradicional no desaparece, sino que es sostenido por la población indígena y se usa para cultivar maíz en cualquier lugar que no sea ocupado por la floricultura, como en pequeños predios, los bordes de los invernaderos o en las tierras cálidas cercanas a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. El espacio más dinámico es el destinado a la floricultura, que no solo ha desplazado al cultivo del maíz, sino que también ha contribuido a la destrucción de zonas importantes de bosque para la instalación de invernaderos. Este es un proceso irruptivo que ha transformado el territorio indígena, y que a su vez se encadena con otros en el ámbito de la alimentación así como con problemas de tipo ambiental. Si bien existe una mayor capacidad de autonomía con las tecnologías modernizantes en la floricultura, también se han generado procesos que afectan la vida y salud de las familias y que producen daños en la tierra y el agua. Es desde el interior de este espacio desde donde diversos floricultores empiezan a construir incipientemente un nuevo concepto: el de la floricultura agroecológica. Se trata de un proceso aún desarticulado que aún no se ha logrado concretar, aunque ya está presente en la subjetividad de algunos floricultores.
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