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Valencia, R. (2022). Territorios devastados, entramados de ausencias y la capitalización del fin de la vida. LiminaR. Estudios Sociales Y Humanísticos, 20(2), 1-15. https://doi.org/10.29043/liminar.v20i2.927

Resumen

Con este artículo se busca enriquecer el análisis y el lenguaje sobre la etapa actual de devastación de la vida y los territorios partiendo de ejemplos en el sur de México y en Colombia. El objetivo es producir una conceptualización que permita develar que las ausencias de personas, culturas, formas de vida, relacionamiento y vínculos, pero también de animales, plantas y de sus memorias en última instancia, son parte fundamental de la instauración de estos territorios de devastación que habitamos. Este entramado de ausencias busca romper el tejido de vida de la tierra y el arraigo para la consolidación de un mundo de dueños y de cercas. Simultáneamente, el capitalismo verde se ofrece como una alternativa falsa que lo que hace es reforzar la bioprospección, la hiperconcentración de tierras y la extinción de formas alternativas de resolver problemas a través de la filantropía.


Introducción

Los territorios devastados tienen en común el despojo a través de procesos de violencia sistémica y sistemática que tejen entramados de ausencias. Una muestra del año 2021: en el paro nacional de Colombia, en cuestión de unos cuantos meses se habló de cerca de 400 desaparecidos y decenas de asesinados (Paro nacional…, 2021). Las cifras no son ni serán confiables, pero tampoco se trata de intentar cuantificar solamente el daño, el dolor y la ruptura que esto crea en una sociedad. Pruebas de la tortura a manos del Escuadrón Móvil Antidisturbios de Colombia (ESMAD) salieron a la luz pública, así como incontables videos y fotos que muestran cómo abrieron fuego contra los manifestantes. En el río Cauca aparecieron cuerpos enteros y desmembrados de algunos de los desaparecidos. Este y otros ríos, como el Magdalena, han arrastrado cuerpos de la guerra desde hace décadas, como una macabra forma de instaurar el terror, la desesperanza, la devastación.

Figura 1 Imagen del Paro Nacional, Colombia, mayo de 2021 Fuente: Imagen de Cizañero (https://acortar.link/JiRCKy).

Es la devastación que avanza en nuestro planeta como si fuera una gran mancha, una neblina perniciosa y oscura. En algunos lugares se siente y se vive más que en otros. La normalización de esta devastación también se ha instalado en nuestros imaginarios y formas de habitar. Nos sumergimos cada vez más en sociedades polarizadas, adormecidas y desinformadas, en las que la violencia, la devastación y las ausencias están profundamente normalizadas. Con este texto se busca, a partir del análisis de tendencias y experiencias, generar una narrativa que ayude a dar un sentido a los procesos de devastación, así como a las propuestas de salida dirigidas precisamente a capitalizar el fin de la vida (tal y como la conocemos).

La extinción, con sus diversas manifestaciones, continúa. Hay quienes piensan que los monocultivos no son devastadores porque, finalmente, se ven de color verde. Hay quienes creen que puede existir una minería sustentable. Lo que no puede ocultarse es la violencia de esta ola que “viene a raspar la olla” y a acabar con lo que queda. Paralelamente a este proceso, observamos que la concentración de tierras no ha hecho sino aumentar en todo el mundo:

Este patrón se ha incrementado a partir de la pandemia y ha vuelto aún más visible, abierta e intensa la violencia necesaria para el despojo: “El acaparamiento de tierras y los desalojos forzosos se han documentado en el contexto de la COVID-19 […], lo que exacerba las desigualdades en materia de tierras y de derechos sobre la tierra, en particular en las sociedades que están fuertemente vigiladas” (Anseeuw y Baldinelli, 2021, p. 31).

La inmaterialidad imaginada en la que vivimos, esta ficción que quieren imponer a partir del mundo virtual, particularmente a partir de la pandemia del Covid-19, pretende hacernos creer que la tierra no es importante ya que el bitcoin, metaversos irreales y la exploración de Marte nos están llevando a otra era. En realidad, la mayoría de los conflictos y violencias que existen hoy día siguen siendo por la tierra. Lo que hay arriba de ella, en sus entrañas, lo que la habita o sus posibilidades futuras (en el caso de la especulación). Uno de los principales “dueños” del mundo, Bill Gates, no ha parado de “invertir” en tierra. De hecho, se estima que el tercer hombre más rico del mundo tiene aproximadamente 97 933 hectáreas (242 000 acres) en Estados Unidos (Shapiro, 2021), lo que le convierte en el latifundista más grande de ese país. Así que el magnate del software, la virtualidad y la tecnología está invirtiendo en tierra.

Este latifundismo del fin del mundo, de la hiperconcentración de tierra y riqueza, tiene su contraparte en la destrucción del tejido de la vida a partir de distintas violencias. Una de ellas es lo que aquí nombraremos como entramado de ausencias. Este entramado tiene distintas temporalidades y es un campo de disputa material, simbólico, emocional y espiritual. Llevado a su extremo representa la muerte social y natural, la generación de territorios devastados.

Es también una crítica a la forma en la que la modernidad gestiona la destrucción a partir de una serie de parámetros en los que, por más que intente presentarse como incluyente, no deja de partir de su propia ontología que debe, por fuerza, desmantelar y anular otras, como las de los pueblos indígenas:

No será a través de la razón y sus quimeras como lograremos entender a y dialogar o emparentar con lo no humano. En este proceso de mercantilización de lo vivo y lo no vivo, más allá de las manifestaciones de impacto ambiental y la planeación de los focos de biodiversidad o de los estéticos jardines de polinizadores que pueden quedar en las orillas, se genera la devastación a partir de las ausencias forzadas.

En la larga lista de defensoras y defensores del territorio que han sido asesinados en México y Colombia, resalta no solo la impunidad, sino también el involucramiento de grupos criminales cercanos (operadores, pues) de grupos de poder en esas regiones. La explotación de los recursos naturales, llámese minería, extracción de petróleo o madera, generación de energía (eólica o de represas), monocultivos de ilícitos o no (ahí está el famoso caso del aguacate Hass en Michoacán), aparece acompañada de estos grupos armados que siembran muerte y terror. Estos territorios en proceso de devastación son territorios en disputa a sangre y fuego.

Lo que aquí se presenta no es, ni intenta ser, exhaustivo. El mundo, con todos los territorios que lo componen, está lleno de sutilezas, de mil y un diferencias. La devastación y el entramado de ausencias no son la excepción. Lo que aquí hago es nombrar una forma de entender y dar sentido a lo que este trabajo y otras experiencias, tanto personales como colectivas, muestran. Es decir, presento una búsqueda de sentido.

Entramado de ausencias: romper el tejido de vida de la tierra y el diálogo múltiple

De alguna manera, hablar de ausencia evoca el olvido. Ambos, ausencia y olvido, pero principalmente el olvido, el dejar de ser en el tiempo y que ya nadie guarde ninguna memoria, ningún recuerdo, son el borramiento último. Ese vacío enorme no puede sino generar miedo. Generar un entramado de ausencias con el hilo conductor del olvido, y la cosificación es la clave para romper con el arraigo. Por arraigo entiendo vínculos específicos, relaciones subjetivas y afectivas que desarrollamos y transmitimos, que generan identidad y dignidad.

Cosificación y equiparación de todo con todo porque todo da igual. Un árbol es cualquier árbol, aunque lo nombremos y lo cataloguemos; si no nos enlazamos, si no nos enredamos en su especificidad, puede terminar siendo una cosa.

Un claro ejemplo de esto surge en el “Tejido de voz colectiva: lo que nos duele desde el corazón de abeja nativa en nuestros territorios”, texto presentado en el XI Congreso Mesoamericano de Abejas Nativas en Cholula, Puebla, en el año 2019.1 En ese texto un meliponicultor de Tabasco habla de un árbol, un samán: “Un samán que había sembrado mi abuelo. No lo quería tumbar porque era casa de los monos, pero como abarcaba una inmensidad y había que poner más árboles... lo tumbaron” (Valencia, 2022). Algunas mujeres de Catemaco, al escuchar estas palabras, comentaron: “Imagínate si tumbaron el árbol del abuelo, la casa de los monos… ¿Qué no harán ahora con esos arbolitos que no duran nada de Sembrando Vida?” (Valencia, 2022).2 Con ese árbol no cortaban solamente el legado del abuelo y la casa de los monos, sino parte del arraigo3 (Segato, 2019) que tienen en esa tierra. Ahí se generaba una ausencia, la ausencia física del árbol, junto con su red de relaciones: los monos, las aves y todos los seres que vivían y convivían en ese árbol, además de las manos, sueños e intenciones del abuelo que lo sembró. Pronto ya no quedará ni la ausencia del árbol, es decir, el recuerdo de que todo eso existió allí. Si acaso quedarán esas palabras vertidas acá y se va volviendo todo más fácil, más tumbable, más desechable.

La colonial/modernidad lo ha vuelto todo desechable. Un árbol, una planta, una piedra, un cerro, una abeja, una persona pueden volverse perfectamente intercambiables. Son cualquiera. No solo se trata de perder la capacidad de nombrarlas en su especificidad (más allá de la clasificación categorial de Linneo), de apreciarlas, de distinguir su grandeza, importancia o particularidad, sino, sobre todo, su relación vinculante. El entramado de ausencias es, fundamentalmente, el olvido, la desmemoria de los vínculos.

En un mundo habitado y en diálogo con lo que vemos y no vemos, una serie de prácticas cotidianas, calendáricas, refuerzan constantemente esos vínculos. Cuando nos “olvidamos” de los desaparecidos, cuando dejamos de nombrarlos, de esperarlos, no hay una resignación, sino que aceptamos su borramiento del mundo. Esa es una parte fundamental de estos territorios de devastación que habitamos: llega un momento en el que se vuelve tan doloroso atestiguar esas ausencias, que otras ausencias “menores” de seres no humanos no pueden ser tan dolorosas. O más bien se entrelazan, se vuelven una maraña de exilios múltiples y llantos que no alcanzan a ser llorados. Se borran las formas de habitar, de ubicarse en ese espacio y de relacionarse con él; cambian y muchas veces se reducen las formas de caminarlo y, por tanto, de entenderlo. Aparecen las cercas y los letreros de “prohibido el paso, propiedad privada”, las advertencias de “pase bajo su propio riesgo”, los toques de queda, los lugares fantasmales por sus múltiples ausencias y abandonos. Antes de eso o al mismo tiempo desaparecen, amedrentan o asesinan a quienes se oponen a tanta ausencia, y así terminan sumando la propia.

Hay una muy clara relación existente entre esa mancha devoradora de tierras, esa concentración latifundista que avanza imparable dejando territorios devastados, y el entramado de ausencias. Algunos lo nombran un monstruo que tiende sus tentáculos materiales a veces tan a la vista, que pasan desapercibidos porque también están dentro de nosotros:

Este poder que reorganiza crea un mundo de dueños y de cercas. Las cercas, los cercamientos, son indispensables para la consolidación de ese poder.

Un mundo de dueños y de cercas

Es necesario entender estas cercas en una dimensión amplia. Primero están las muy materiales, las que dividen porciones de tierra en propiedad privada, la cual se está concentrando de manera brutal, como hemos visto arriba. Están también las cercas que dividen naciones, es decir, las fronteras. Los muros que contienen a los de adentro para evitar que lleguen los de afuera. Estas son las fronteras de México y Estados Unidos, con su reciente instalación de otras cercas en la frontera sur de México. También las que dividen África de Europa, y Palestina de Israel. Estas fronteras se encuentran en disputa constante para ser impuestas, pero también burladas. Estas cercas, huelga decirlo, se han vuelto también inmateriales, ocupando el complejo tinglado de la raza.

El cercamiento, llevado al modelo de producción, ha derivado en aberraciones como las granjas masivas o las plantaciones de monocultivos. Aquí claramente incluimos el modelo depredador de los miles de colonias de abejas para la producción de miel, así como las que son transportadas para la po- linización de monocultivos gigantes.

El complejo carcelario industrial es un sistema que utiliza la vigilancia policial, la criminalización de sectores racializados y económicamente oprimidos, así como el monitoreo y finalmente el encarcelamiento o la muerte como forma de producción, y también de control, cuya lógica está en plena expansión. No pretendo aquí explicar cómo funciona la lógica de Vigilar y castigar (Foucault, 1975) que tan magistralmente ha sido expuesta previamente, sino simplemente mostrar cómo esta lógica de las cercas y los dueños no ha hecho sino crecer en el último siglo aunque, como han mostrado Silvia Federici (2013)) y Moore (2015), el cercamiento de los comunes (enclosure of the commons) está justamente en la base de la arquitectura del capitalismo y, por tanto, del mundo colonial-moderno.

El Estado debe también ser visto como un cercamiento y posterior borramiento de la diversidad de pueblos originarios y no originarios.

Es sabido de muchos pueblos, de muchas naciones, que quedaron atravesadas por estas cercas, es decir, que fueron divididas, partidas por las cercas impuestas por los Estados. Pienso, por ejemplo, en los pueblos nómadas del llamado Cuerno de África, esa región hoy compuesta por Sudán, Somalia, Somalilandia, Uganda. Eritrea y Etiopía. En un contexto árido, estos pueblos estaban acostumbrados a vivir siguiendo las nubes junto con sus animales, la forma más sabia de vivir en un lugar con escasa lluvia. Llegaron las cercas, los Estados, y con ellos la muerte decretada para su forma de vida ancestral. Llegaron juntos el afán por sedentarizarlos, la hambruna y la civilización.

En pleno siglo XXI las cercas se han sofisticado. El cercamiento físico, llevado al extremo, se parece mucho a las medidas de confinamiento y vigilancia extrema que se han impuesto en muchos países. No pretendo aquí argumentar si esta medida sanitaria era necesaria o no, lo que sí está resultando cada vez más aparente es su conveniencia para la expansión de este proyecto de dueños y cercas.

En este sentido, es también fundamental que entendamos que el cercamiento dentro de las formas de producir conocimiento y de su validación, las patentes, la biotecnología y la superespecialización en las ciencias y la academia, son parte de este proyecto expandido hasta unos límites no soñados previamen- te. Por eso no debemos olvidar que todo esto, en el marco del encarcelamiento de personas, animales, plantas o subjetividades, comienza con el cercamiento de la tierra.

Es decir, en la última fase se lleva a cabo un proceso bastante significativo de control de subjetividades. Esto caracteriza el último momento del borramiento, la última puntada del entramado de ausencias. Cuando ya ni siquiera se recuerda lo que existía allí, los humanos y no humanos que no estarán más ahí… Cuando hasta los espíritus se han ido, se han vaciado.

Ese, para mí, es el significado profundo de “vienen a raspar la olla” como dice el Proceso de Liberación de la Madre Tierra (2016) Es decir, en este mundo de dueños y cercas vienen por lo que queda, pero sobre todo por las selvas, bosques y desiertos que quedan, por los indivisos, los remanentes de tierras comunales y también por las prácticas cotidianas que recuerden que existen otras formas de habitar que evitan cotidianamente que sigan aumentando las ausencias y, por tanto, la devastación.

En el caso de México, en el sur, la pinza que se está ejerciendo tiene tres frentes: el Tren Maya, Sembrando Vida y el Corredor Transístmico.

Sembrando Vida incentiva la titulación individual de lo que antes eran tierras comunales y ejidales, al mismo tiempo que genera un recurso, las “comunidades de aprendizaje”, que debilitan a las asambleas comunales; se trata de un mecanismo de toma de decisiones sobre el territorio en el que participan solo los beneficiados del programa pero que afecta a toda la comunidad y su territorio.

El actual gobierno de México evita la expropiación de tierras para los megaproyectos. Busca, en cambio, que el despojo de la tierra sea prácticamente voluntario, con el discurso de que las comunidades serán “socias” en su desarrollo a través de ceder sus tierras para alcanzar ese desarrollo. También existen grupos narcocriminales y paramilitares para amedrentar a quienes se opongan, así como unas cuantas organizaciones no gubernamentales que trabajan en la ingeniería social requerida (Dunlap, y Correa, 2021).

Mapa 1 Impactos del Tren Maya, Sembrando Vida y el Corredor Transísmico

Este mundo de dueños y de cercas, de “jefes de plaza”, se impone de diversas maneras. Es decir, el abanico de posibilidades para esta operación del raspado de la olla se hará con distintas formas e intensidades de violencia. En algunos casos, se busca generar desarraigo por medio del terror y de la implementación de condiciones que vuelven prácticamente imposible la vida. La metáfora más cercana es la de “tierra arrasada”, en la que existe tanta ausencia que pareciera que buscan erradicar hasta los hongos y bacterias en la tierra.

Imaginemos el acto de rociar sistemáticamente 1.8 millones de hectáreas de tierra por vía aérea con un veneno que, además de cancerígeno, inhibe la vida. Toda forma de vida, incluyendo hierbas, polinizadores, todo. ¿Cómo se supone que alguien pueda vivir en esas condiciones?

Esto resuena con lo que me compartieron los meliponicultores de Tabasco sobre la lluvia ácida. Lluvia ácida. Ahí no quedan muchos argumentos para convencer a la gente de que no utilice agrotóxicos en sus cultivos porque mata a las abejas nativas, si, de cualquier forma, lo que reciben es lluvia ácida que seca y mata todo, y que incluso produce afectaciones en los cromosomas de las personas: “2011, médicos especialistas realizaron un estudio en la zona y encontraron afectaciones cromosómicas en la sangre de los pobladores, sobre todo en los sectores menores de 15 años. Padecimiento que a la larga podría causarles cáncer producto del fenómeno de lluvia ácida” (Indigo Staff, 2019).

Estas mismas condiciones hacen que la gente busque migrar o no tenga otra alternativa que trabajar en las mismas empresas de muerte que generan tal devastación: llámese Pemex o los grupos que participan en el tráfico de drogas que escurren sangre. Buscan poner a la gente, a las comunidades que viven en esos territorios, de rodillas para que acepten prácticamente cualquier cosa o para que huyan y se desplacen, lo que convierte sus lugares en pueblos fantasmas, en tierras de espantos.

Devastaciones del orden cósmico, tierras de espantos y ausencias

Un sueño de una caminata. Una caminata entre las penumbras del bosque de niebla y del sueño. Una narración de un compañero de caminos, amante de los árboles. Intuye, pero no lo sabe con seguridad, porque así son las cosas en la zona centro de Veracruz. Hay una cierta distancia hasta el puerto de Veracruz, a la Villa Rica de la Vera Cruz donde se fundó la primera alcaldía en este continente en 1519. Poco más de 500 años de eso, de esa irrupción/descalabro de otros proyectos civilizatorios. En esa misma región hay recientes, frescas, fosas clandestinas de la violencia, del crimen organizado, del narcopoder que gobierna esos territorios. Así pues, bastión fiel del priismo (no en tanto partido, sino como cultura y ethos político-organizativo).

Se puede escoger transitar esos caminos, hacer esas caminatas sin sentir una opresión en el pecho y simplemente asombrarse por la espléndida vida verde. Puede desviarse la mirada cuando se atraviesa otra zona acordonada por algún “macabro hallazgo”, como reportarán los titulares, y así seguir pensando que toda esa gente “en algo andaba”.

Pero a veces los sueños se adelantan en los caminos o los revelan.

En el sueño, Xavier va en una de tantas caminatas de identificación de especies de árboles. Camina con dos amigas que lo acompañan frecuentemente en esos andares. Mira un árbol alto, majestuoso, que tiene una tela blanca colgando, algo envuelto, en una de sus ramas. Trepa al árbol y logra desanudar una de las esquinas del envoltorio: unas cabezas humanas. En el envoltorio lo que hay son cabezas. Xavier se asusta. Se siente observado. Las chicas desde abajo le preguntan que qué hay ahí, qué vio. Solo atina a bajar del árbol y a decirles que se tienen que ir de ahí. Una cabeza gigante que los observa desde el cielo es la última imagen que Xavier recuerda del sueño. Despierta sintiendo una opresión en el pecho. Una opresión que se siente, que yo sentí de vez en cuando en Veracruz, pero de la que no se habla. El miedo y la parálisis de una sociedad que todo lo normaliza no han sido suficientes como para dejar de sentir lo macabro que convive en ese territorio. Xavier solo pudo contarme su sueño, hablar de él, fuera de México. Hablar de sueños y sensaciones para leer y caminar el territorio, estos pedazos de existencia espectral. ¿Cómo se aprenden y ejercen estas artes? ¿Por qué nos dan pena?

Si hablamos de despertar de nuevo otras sensibilidades, esto pasaría forzosamente por incluir aquellas tan básicas, universales y simbólicas como los sueños. En su narración, Xavier habla de un sueño que es una caminata, y desde ahí nombra lo que percibe, que en la vigilia es prácticamente un silencio impuesto socialmente. Hoy día poco hablamos de nuestros sueños, poco valor les damos. Desconfiamos de ellos y el único lugar que el mundo moderno les otorga es el del diván psicoanalítico. Sabemos que percibimos más de lo que nuestra conciencia, nuestro cerebro en estado de vigilia, percibe. Todo lo demás que percibimos también comunica, también cuenta. En este caso lo macabro, las huellas que la violencia deja, sus heridas, habitan la cotidianidad. Estas mismas heridas se manifiestan en las voces de las mujeres meliponicultoras en Veracruz: “Nos preocupa también que nuestros niños y niñas están creciendo en una guerra, esta violencia generalizada, que toma tintes particulares hacia las mujeres. Nos duele que una niña de cinco años pregunte: ¿Qué vamos a hacer cuando los hombres nos lleguen a matar?” (Valencia, 2022).4

Estas heridas que irrumpen en la cotidianidad habitan en los sueños y en las palabras de niñas de cinco años. Este susto, este espanto colectivo al que ni siquiera se le puede poner una fecha concreta de inicio y que se percibe en el cuerpo, en las emociones, no puede simplemente considerarse como vestigio de pensamiento mágico o creencias:

La violencia, el terror tienen efectos profundos en múltiples dimensiones. Estos territorios devastados por la guerra desde el poder se miran como un simple tablero. Abajo se nos va la vida en este fuego, que nos quieren hacer pensar que es un fuego cruzado. Un fuego de balas, un fuego de llamas, de toxinas, que arrasa con seres humanos y no humanos: árboles, abejas, bacterias, aves y animales para imponer su lógica de devastación.

Esta es la mano dura, pero también se encuentra la compra de conciencias con proyectos que ofrece la industria cañera en esos territorios. Estos proyectos son la ingeniería social que lleva en México, como otro de sus nombres, Sembrando Vida. El progreso no se detiene y avanza a partir de la homologación del deseo de consumo, del autoconvencimiento, de la instauración de una subjetividad homogénea:

Hay un despliegue de toda una serie de aparatos ideológicos y de control que van desde la educación hasta los medios de comunicación masiva para generar este “autoconvencimiento”. Mucho se ha escrito y reflexionado al respecto previamente. Sin embargo, a continuación nos enfocaremos en la forma en la que se ha acelerado la devastación a partir del capitalismo verde, particularmente a partir de la pandemia de Covid-19.

Capitalizar el fin de la vida: soluciones climáticas basadas en la naturaleza

Era, sin embargo, necesario hacer un recuento de estas ausencias, nombrarlas primero, habitar estos dolores de devastación, para desde ahí mirar y sentir críticamente las alternativas que se nos ofrecen para también nombrarlas en su justa medida: el capitalismo verde con sus iniciativas de distintos tamaños, colores y sabores capitaliza, lucra con el fin de la vida, y está hecho de ausencias y devastaciones.

Si alguien desde el futuro puede llegar a contar este momento de pandemia, confinamientos y destrucción planetaria, ¿cuál sería su narrativa? Ciertamente la idea de que se puede -e incluso se debe- capitalizar la desgracia, invertir en ella, no es nueva. Eso quedó increíblemente claro en Bretton Woods con el Plan Marshall, por dar un ejemplo. Este punto ha sido también ampliamente demostrado Naomi Klein (2010) en su ya clásico libro La doctrina del shock. Sin embargo, lo que está en juego ahora es todavía más grande, más avasallador. Los inversionistas, los que van a apostar, no tienen ninguna duda de ello:

¿Qué significa que alguien como el jefe de Salud Global de una farmacéutica como Novartis declare que “los vastos bosques del Amazonas y del Congo son preciosos depósitos naturales mundiales y serán esenciales para revertir el calentamiento global y preservar nuestra rica biodiversidad”? El llamado a buscar recompensas financieras en prácticas sostenibles es muy claro, y lo que se está promoviendo abiertamente es la profundización del extractivismo en bioprospección, así como en cualquier otro tipo de actividad que pueda tanto generar ganancias como ser reportada como fortalecimiento de la sostenibilidad del planeta. Estas son las llamadas eufemísticamente “soluciones climáticas basadas en la naturaleza”, que se centran en los bosques y los ecosistemas como las principales reservas de carbono. A través de ellas hay una intensificación de la competencia por la tierra y un aumento de la especulación inmobiliaria en todo el mundo. Es por esto que Bill Gates, como veíamos en un inicio, es ahora el principal latifundista de Estados Unidos. Aunado a esto se desarrollan toda una serie de negocios verdes propios del colonialismo energético o de otras fases especulativas como la energía eólica o solar; una ampliación del mercado de carbono o bioeconomía. Esta última, impulsada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ha sido acogida hasta por Ibedrola, la empresa española que ha construido parques eólicos en el istmo de Tehuantepec a través del despojo territorial. Resulta particularmente destacable la inmaterialidad de esta propuesta, basada en el: “Aumento de las inversiones en investigación, innovación y capacitación, el refuerzo de la coordinación política y la mejora de los mercados y la competitividad” (Iberdrola, s. f.).

Todas estas propuestas tienen su fundamento en la condición de ser formas de inversión o bien, obras filantrópicas en el mejor de los casos. Temas como la tierra, el territorio, los seres humanos y no humanos que lo habitan, sus voluntades y proyectos de vida, no aparecen por ningún lado. Si acaso son una parte a ser coordinada políticamente, un tema de gobernanza con distintos actores cuya competitividad puede mejorarse. Puede ser, como en el caso del istmo, que los pueblos y municipios se conviertan en socios de los polos de desarrollo del megaproyecto transístmico. En su inevitabilidad, lo que les toca es negociar bien, sacar el mejor provecho de esta reestructuración territorial para acabar de desmontar los pedazos de selva y bosque que quedan.

En el marco de recuperación económica pos-Covid (¿ya llegamos a ese punto?), esto es lo que debemos entender por filantropía en el sur global: su inclusión es la profundización de los proyectos de muerte.

Figura 2 Los gigantes tecnológicos hunden sus garras en la alimentación y la agricultura Fuente: GRAIN (2021, p. 12).

Como ilustra la organización GRAIN en su informe Control digital. Cómo se mueven los gigantes tecnológicos hacia el sector de la alimentación y a la agricultura (y qué significa esto) (GRAIN, 2021), la idea de que la tecnología nos ayudará a salir del embrollo lo que hace es abrir la puerta para un aún mayor control por parte de las grandes industrias tecnológicas. Además de evitar el incómodo tema de la hiperconcentración de tierras, el otro resultado de estas estrategias es aumentar el entramado de ausencias de conocimientos y alternativas que la gente genera y ha generado para continuar con sus proyectos de vida.

Como afirma Raj Patel en la conferencia “Against philanthropy: The role of foundations in colonising the food system”: “lo que hace la filantropía es extinguir formas alternativas de resolver un problema” (Patel y Mayra,2021, min 25:18).

Es decir, también se atenta contra los conocimientos y alternativas para resolver problemas y continuar con formas de vida distintas a la lógica imperante. Para eso sirve justamente el autoconvencimiento, la domesticación última de entrar “voluntariamente” a la homologación de la subjetividad propia a la imperante en la colonial/modernidad y desear sensatamente, lo que la gente de bien desea.

Citas

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