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Resumen
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Uno de los grandes cambios experimentados actualmente a escala mundial es el surgimiento de diversas religiones. A este respecto, en el campo de las iglesias cristianas no católicas es el pentecostalismo el que ocupa un lugar destacado por el cada vez mayor número de adeptos y espacios de culto. En este sentido ha habido una preocupación por parte de los científicos sociales en indagar diferentes aspectos de este credo, siendo la obra aquí reseñada uno de los resultados de los trabajos realizados.
Los artículos contenidos en este volumen están agrupados en cinco ejes temáticos: el primero muestra cómo se está transformando el escenario religioso en América Latina; el segundo se refiere a la importancia que los pentecostales le dan a la congregación y a los creyentes; el tercero trata de la problemática de las mujeres pentecostales y de la familia desde la perspectiva de género; en el cuarto se analiza la pentecostalización en grupos culturales minoritarios, los gitanos de España y los indígenas quechuas, y el quinto aborda la crisis y reformulación de lo sagrado en el pentecostalismo.
En el primer eje temático Leonildo Silveira estudia el protestantismo y el pentecostalismo brasileño entre 1970 y 2000. Según este autor, los trabajos sobre protestantismo producidos en los años 70 no han sido superados por los del año 2000, sino que más bien han delineado los caminos de estos últimos. En este período el protestantismo experimentó varios cambios tales como su participación en los medios de comunicación y en la política. También creció el número de investigadores y obras publicadas sobre el tema. A todos estos cambios se han sumado las nuevas teorías de la complejidad -Edgar Morin- y de los paradigmas -Thomas Khun-, lo que ha dado como resultado el estudio de paradigmas de complejidad. Por consiguiente, la religión exige ser analizada desde las diferentes disciplinas y saberes (pp. 27-28).
De acuerdo con Leonildo Silveira, entre los elementos que han vuelto complejo el estudio del protestantismo se encuentran las clasificaciones de los conversos, la noción de identidad y el uso de los términos “secta” e “iglesia”. Sin embargo, Silveira reconoce que ha habido un avance metodológico en la recolección de los datos, y en el censo del año 2000 se deja ver una diversificación de grupos protestantes.
Por su parte, Alberto Hernández se basa en el censo del año 2000 para analizar los cambios que han surgido en el campo religioso mexicano. El autor hace hincapié en el pentecostalismo como el movimiento religioso que tiene mayor número de creyentes dentro del protestantismo y cuya presencia se hace más notoria en la frontera norte.
Hernández estudia diversos aspectos del pentecostalismo, entre ellos la participación de los evangélicos en diversos ámbitos: la política, los medios de comunicación masiva, los espacios públicos y los conciertos en donde participan artistas cristianos. De igual manera se refiere a los pactos y alianzas entre las iglesias y la formación de iglesias étnicas. Para este autor la mayoría de las iglesias no cuenta con una organización que las agrupe y les pueda servir para buscar acuerdos que las favorezcan. En cuanto a las iglesias étnicas, son pocas en el país creadas y lideradas por indígenas.
En el segundo eje temático, Otto Maduro se enfoca en un estudio acerca de los inmigrantes latinos y las iglesias pentecostales en la ciudad de Newark, Nueva Jersey, para destacar una serie de factores que influyen en la afiliación y permanencia a alguna Iglesia pentecostal.
De esta forma, el autor señala que las iglesias pentecostales brindan a los nuevos creyentes una serie de beneficios como la facilidad y confianza para ocupar cargos en la iglesia; los servicios brindados en español; la música tocada en los servicios está familiarizada con la cultura de los creyentes; los lugares para celebrar los cultos son sencillos; se permite exteriorizar los sentimientos; son una oportunidad para sanarse; se les da un recibimiento cálido desde la primera vez que se presentan al templo y, finalmente, las congregaciones funcionan como agencias de información. De esta forma es como estas iglesias juegan un papel muy importante en las conversiones de los latinos debido a que son más abiertas que otras iglesias cristianas al adaptarse a las condiciones de los nuevos creyentes (p. 109).
El segundo trabajo es el de Carolina Rivera, quien analiza las dos comunidades que componen las iglesias pentecostales: comunidad institucional y comunidad del espíritu, y se enfoca en algunas iglesias asentadas en el centro de Chiapas. Según ella, en la comunidad institucional las iglesias están organizadas en congregaciones donde el líder o pastor es la autoridad, a la vez cuenta con un grupo de creyentes que desempeña cargos dentro de la iglesia. Por su parte, la comunidad del espíritu fue creada en el día de Pentecostés, con la llegada del Espíritu Santo y mediante la acción de los apóstoles. Ambas tienen el propósito de cambiar la forma de vida del creyente, no solo en el plano espiritual, sino también en su vida cotidiana (p. 128).
De acuerdo con Rivera, se pueden observar dos caras de la realidad al interior de las iglesias pentecostales. Por un lado las actitudes de algunos creyentes que propician el divisionismo y creación de nuevas congregaciones; por otro, un sentimiento de pertenencia que nace en el creyente cuando decide quedarse como un miembro más de tal o cual congregación.
En los siguientes tres artículos se estudia el papel que juegan las mujeres creyentes dentro de las congregaciones pentecostales y constituye el tercer eje temático. En el primero de éste Elizabeth Juárez Cerdi analiza la conducta de mujeres cristianas pertenecientes a una iglesia bautista y a una iglesia pentecostal, ambas localizadas en la ciudad de Zamora, Michoacán. Basada en los estudios de Giddens (1997), la autora demuestra cómo estas mujeres ejercen cierto poder dentro de sus congregaciones, utilizando las mismas enseñanzas de sus religiones e interpretándolas a su manera para poder cumplir sus objetivos.
En los casos estudiados por Juárez Cerdi se puede ver cómo los miembros de una determinada congregación no comparten una visión homogénea del mundo; algunos de ellos crean espacios en los cuales pueden maniobrar para defender sus intereses o para mantenerse quietos; que aun en el ámbito religioso ocurren conflictos y negociaciones entre sus miembros, llegando incluso a ponerse en entredicho la autoridad del pastor o líder de una congregación.
Por su parte, Gabriela Robledo analiza la manera en que afectan las conversiones al pentecostalismo la reproducción de las familias en el ejido Campo Santiago del municipio de Teopisca, Chiapas. En su estudio, la autora señala tres ámbitos de la dinámica familiar que se han transformado por la influencia de las nuevas religiones: las pautas matrimoniales, el alcoholismo, y la poliginia (pp. 192-193). El primero se refiere a la libertad con que cuentan las mujeres pentecostales para elegir a sus parejas y cómo las diferencias de religiones entre los novios puede influir en el fracaso de las alianzas matrimoniales (p. 195); el segundo es la forma en que se favorecen las mujeres evangélicas cuando sus esposos, ya convertidos en evangélicos, dejan de consumir alcohol y ya no las golpean, y el tercero indica que se trata de una práctica tolerada en la comunidad a pesar de que el modelo matrimonial sea la monogamia. En contraste, en el cristianismo se enseña un matrimonio monógamo (p. 199).
Por su parte, Mónica Aguilar Mendizábal muestra la manera de cómo se vive la religiosidad pentecostal en Amatenango del Valle, Chiapas. Se trata de una investigación referida a la congregación Cristo Sana y Salva ubicada en la cabecera del municipio mencionado.
La congregación Cristo Sana y Salva -señala la autora- está dirigida por un pastor, quien se encarga de predicar en los cultos, dar buen ejemplo a los creyentes y vigilar que su comportamiento sea coherente con lo que se estudia y se predica. Este líder es apoyado por un grupo de autoridades quienes se ocupan de las actividades de tipo doctrinal y administrativo (p. 210).
Dentro de esta iglesia existe la creencia y práctica de los dones espirituales, entendidos como regalos de Dios a los creyentes y que son necesarios para desempeñar bien algún ministerio. Dentro de esta congregación se encuentran principalmente el de sanación, discernimiento y predicación, manifestados en el pastor y los ancianos (p. 213). Sin embargo, también son considerados dones aquellos servicios que prestan algunos creyentes, como tocar música o, en el caso de las mujeres, preparar alimentos para su venta.
Los rituales celebrados por los pentecostales son el culto, la oración, el bautismo, el matrimonio y la Santa Cena, esta última es para recordar la sacralización y la sangre de Cristo (p. 216). De todos ellos, el culto es el más importante y se celebra dos veces cada semana. En él se sigue un protocolo dentro del cual las alabanzas son muy importantes, ya que es el momento en que se cree que el creyente recibe el poder del Espíritu Santo y manifiesta su alegría, su gozo (p. 214). Después continúa con la predicación del pastor sobre algún tema de actualidad y apoyado en textos bíblicos.
De esta manera, Aguilar Mendizábal señala que las vivencias de la pentecostalidad son diferentes y los creyentes adoptan nuevas prácticas en la vida cotidiana, como por ejemplo dejar de beber alcohol en el caso de los hombres, la unión de las parejas de manera legal y la responsabilidad de los esposos en la manutención de sus familias.
El pentecostalismo entre los grupos étnicos marginados es un asunto tratado en el cuarto eje temático. En el primer artículo, Manuela Cantón estudia el caso de gitanos establecidos en la Baja Andalucía, España, que se convirtieron al pentecostalismo, aunque dicho proceso no implicó una desaparición total de su cultura, sino más bien surgió un nuevo estilo de vida producto de una mezcla de elementos de su cultura y el ideal del cristianismo pentecostal.
Con esta investigación, Cantón demuestra un distanciamiento de la perspectiva esencialista de los gitanos, cuya identidad gitana está en constante cambio. Asimismo, la autora plantea una nueva forma de investigación antropológica en donde ya no hay una separación tajante entre el investigador y el objeto investigado y se privilegia el conocimiento del profesionista, sino que ahora los objetos investigados tienen participación en el asunto indagado (p. 247).
Por otra parte, Susana Andrade tiene como objetivo “analizar cómo los indígenas quichuas de Ecuador han readaptado el mensaje pentecostal a su cosmovisión” (p. 257). Dicha readaptación se hace visible en la interpretación que tienen los quichuas acerca de los dones espirituales.
Según Andrade, con la pentecostalización de las iglesias de Chimborazo también surgió una reinterpretación de la noción de los espíritus en relación con los dones del Espíritu Santo (p. 259) y el de salvación, que implica la salud del creyente. Según los indígenas pentecostales existen cuatro causas de la enfermedad: el pecado, la acción del diablo, por descuido, y por prueba del Señor (pp. 262-264). Para cualquiera de estas causas se realiza una ceremonia de sanidad en donde el especialista debe sentir la autoridad que Dios le da para sanar, orar y ayunar. Además se recurre a la oración y uso de aceites y, en algunos casos, a la medicina moderna para combatir las enfermedades (p. 268).
Otro elemento importante del pentecostalismo aceptado y practicado por los indígenas son los sueños como formas de comunicación con la divinidad, y a través de los cuales se pueden conocer sucesos futuros. De esta forma es como Andrade muestra la mezcla de elementos del pentecostalismo con otros de la cultura indígena.
El quinto y último eje temático del volumen reseñado lo conforman cuatro artículos referidos a la apostasía, la crisis de sentido, el desencantamiento del tiempo sagrado y los procesos contradictorios en la dinámica de las agrupaciones religiosas. En el primero, Carlos Garma Navarro explica de qué manera los pentecostales de segunda generación enfrentan las iglesias en las cuales se han convertido. Algunos de ellos se cambian de religión o se vuelven apóstatas, mientras las iglesias pentecostales buscan la manera de hacerlos regresar, principalmente cuando se trata de hijos de los líderes religiosos (p. 278). El autor explica que a quienes se separan del credo al que pertenecen sus padres y se integran a una nueva denominación cristiana no se les considera apóstatas, sino hermanos, aunque de otra iglesia (p. 283).
Según Garma Navarro, existen tres posibilidades a las que se enfrentan los protestantes de segunda y tercera generación: la promoción y consolidación en la institución religiosa en la cual nacieron; el cambio religioso debido a la contradicción entre la forma de vida de sus padres y el ideal que se espera de un evangélico, y la pérdida de afiliación religiosa, en donde influye la formación académica del creyente, ya que existe una relación entre la educación superior y la apostasía o el ateísmo (pp. 289-291).
Así, Garma Navarro trata de unir dos elementos en sus estudio: la apostasía, y los jóvenes evangélicos, para subrayar la importancia de tomar en cuenta el contexto histórico en el que ocurren los cambios religiosos en los creyentes de segunda y tercera generación (pp. 292-293).
Por su parte, Lucía Vázquez pretende “contribuir al conocimiento del campo religioso chiapaneco, al describir la agrupación Impacto Juvenil y hacer una reflexión sobre las nuevas formas de religiosidad que se gestan en la actualidad” (p. 299). Dicha institución fue creada en el año 1999 por iniciativa de un matrimonio pentecostal y es considerada por la autora como neopentecostal debido a ciertas características que tiene diferentes del pentecostalismo: un culto en donde todo está controlado, un estilo de vida menos rígido del cristiano y una doctrina posmilenarista, en donde en vez de huir del mundo lo domina mediante el poder del Espíritu Santo (p. 307).
Vázquez se basa en el concepto “crisis de sentido”, utilizado por Berger y Luckmann (2002), para explicar la situación de algunos jóvenes evangélicos que se sienten atraídos por diversiones consideradas mundanas, y son obligados a llevar un estilo de vida cristiano que les ha sido inculcado por sus padres (p. 299). Es decir, el ideal de ser evangélico inculcado por los líderes religiosos es cuestionado por los jóvenes evangélicos, como consecuencia las instituciones religiosas se tienen que adaptar a las sociedades actuales (p. 301).
Según la autora, Impacto Juvenil pretende ofrecer a los jóvenes aquello que no les brindan las iglesias a las que pertenecen: consejos, participación en la toma de decisiones y predicaciones de una manera más atractiva. También se tiene el propósito de la unidad cristiana, es decir, el quitar las denominaciones y unir a todas las iglesias cristianas en una sola (p. 306).
Vázquez considera que el interés de su trabajo fue el de identificar las consecuencias de la diversidad religiosa, donde Impacto Juvenil es una de ellas. Sin embargo, su debilidad -señala- es que es una propuesta fundada en la perspectiva de los adultos y no de los jóvenes, quienes conocen mejor sus necesidades y lo que quieren de su grupo religioso.
Por su parte, Reinaldo Olecio Aguiar estudia el proceso de desencantamiento del día domingo, considerado sagrado por la sociedad protestante brasileña, mediante el análisis de los periódicos de las iglesias presbiteriana, metodista y bautista, y entrevistas con deportistas pertenecientes al grupo Atletas de Cristo. El período que abarca es el de la última década del siglo XIX hasta la década de 1980.
El autor relata que en un principio el fútbol en Brasil no era aceptado por los protestantes debido a que se consideraba una actividad que poco ayudaba en la vida de la oración y crecimiento espiritual (p. 322). Esta práctica era vista como una diversión y por lo tanto no era un trabajo profesional ni religioso (p. 323).
En las dos primeras décadas del siglo XX el fútbol se fue haciendo popular; su profesionalización ocurrió en 1933. A la vez, el protestantismo brasileño se mantuvo indiferente a esta práctica y el futbolista fue considerado una persona no productiva ni manual ni intelectualmente.
La desacralización del día domingo empezó hacia la década de 1950 con la desobediencia de algunos protestantes de guardar el día. Según Olecio Aguiar, un hecho que influyó en la aceptación del fútbol por parte del protestantismo, además de la desobediencia de los jóvenes, fue que jugadores del grupo Atletas de Cristo convertidos al cristianismo vieron en esta profesión un medio para difundir el evangelio a otros jugadores (p. 345).
Por último, Felipe Vázquez finaliza con su artículo este quinto eje temático. Dicho autor se enfoca en el análisis de dos procesos contradictorios que existen en la dinámica social de las agrupaciones religiosas: el encantamiento y el desencantamiento. El primero se refiere a la generación de formas de organización para llenar el vacío que dejan a su paso los procesos de secularización y modernización; el segundo a las crisis de fe, es decir, cuando entre los creyentes ocurre una insatisfacción con los bienes ofrecidos por la agrupación religiosa a la que pertenecen (pp. 356 y 370).
Con base en la teoría de Weber acerca de las formas de dominación: de carácter racional burocrático, tradicional y carismática para comprender el papel que juegan las instituciones religiosas, Vázquez construye tres subtipos, llamados A, B, C, para estudiar tres agrupaciones religiosas localizadas en la ciudad de Jalapa, Veracruz. Según él todas ellas pertenecen al tipo carismático, que es una forma de dominación irracional, emotiva, que no apega a ninguna regla (p. 359). El primer subtipo es el de la iglesia de La Luz del Mundo, organizada según reglas más o menos definidas, con un carisma institucional y en donde se brinda apoyo a miembros potenciales o simpatizantes (p. 359). El segundo subtipo es de la Iglesia de Dios del Séptimo Día, cuya autoridad está basada en la obediencia a las tradiciones bíblicas, las reglas alimenticias y el conocimiento del ritual de las celebraciones. La agrupación funciona como una familia extensa en donde sus miembros se apoyan mutuamente (p. 360). En el tercer tipo, de la Renovación Carismática en el Espíritu Santo, la autoridad descansa en un grupo de personas respetadas por poseer dones espirituales y una conducta ejemplar (p. 361), donde la solidaridad se manifiesta a través de favores ofrecidos y recibidos.
A pesar de que las congregaciones seleccionadas son diferentes en sus doctrinas y formas de organización las une el hecho de tener una forma de protesta hacia las prácticas secularizadas promovidas por el Estado, los cambios violentos generados por la migración, el desempleo, la pobreza (pp. 358-359) y un objetivo en común, que es el de “recoger las principales demandas de la sociedad, ordenarlas, jerarquizarlas, legitimarlas y convertirlas en relaciones sociales que garanticen la participación activa del creyente” (p. 363).
De acuerdo con lo anterior, la dinámica del encantamiento y desencantamiento será diferente, aunque eso dependerá de cómo los creyentes respondan a sus insuficiencias, necesidades y demandas (p. 364).
Sin duda, la cada vez mayor proliferación de iglesias pentecostales, paralela al aumento en el número de adeptos a este credo, exige la investigación de nuevos y diversos temas desde las diferentes disciplinas sociales, así como novedosas formas de abordarlos. En esta obra reseñada solo se presentan algunos ejemplos de lo que hasta ahora se ha trabajado pero, como lo señalan los antropólogos Carlos Garma Navarro y Lucía Vázquez, se necesitan indagar otros asuntos, como el de la apostasía y los estudios sobre jóvenes, lo que a su vez implica nuevas propuestas metodológicas. En esto último sería importante poner en práctica la propuesta planteada por Manuela Cantón acerca del sujeto investigador y del objeto de estudio, cuya colaboración en la investigación antropológica debería ir más allá de la de un simple informante