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Resumen
El movimiento de Renovación Católica Carismática se ha constituido en una posibilidad religiosa contemporánea importante en Venezuela. De ser un grupo marginal dentro de la Iglesia católica su influencia ha crecido, aunque con un apoyo de la jerarquía eclesiástica. Los sacerdotes carismáticos ofician sus misas de sanación con una presencia masiva de fieles inédita en años anteriores. En este artículo mostraremos resultados del trabajo etnográfico realizado en 2006 en iglesias católicas de Mérida (Venezuela), donde se llevan a cabo "Misas de Sanación" dirigidas por sacerdotes carismáticos.
Este artículo1 se origina de una inquietud personal y académica. La primera está vinculada con mi formación inicial religiosa como católico y con la curiosidad que de joven sentía por la religión -entonces, equivalente para mí al catolicismo-. Pero, aquel interés fue muy poco estimulado por la Iglesia que frecuentaba, hasta el punto que casi todo lo relacionado con “lo religioso” terminó por aburrirme. Actitud que se convirtió en franca oposición por la insistencia obligada de mis padres a que asistiera a la misa de domingo. Si bien no puedo obviar mi condición de adolescente en aquella época para explicar aquel rechazo, aún continúo experimentando una notable resistencia hacia las misas católicas y un fastidio difícil de superar. Algo de este malestar debe tener su base en la “incompetencia” que menciona Certeau (1993) en el texto que sirve de epígrafe a este artículo. Por todo esto, quedé perplejo cuando en 2004 escuché hablar del entusiasmo masivo que las “misas de sanación” de la Renovación Carismática Católica producían en Venezuela.
La otra inquietud que origina este texto por supuesto es académica y se basa en la relevancia que las “misas de sanación” de la Renovación Carismática Católica ostentan desde -por lo menos- hace más de quince años en toda Venezuela. Numerosas parroquias ofician misas muy distintas a las tradicionales homilías católicas, logrando atraer una cantidad enorme, no vista antes, de fieles católicos apasionados a los templos católicos. Sin embargo, a pesar de su crecimiento y su desarrollo el movimiento está por estudiarse, las investigaciones sobre el tema en Venezuela son prácticamente inexistentes; hay muy pocos estudios históricos, antropológicos o sociológicos, así como no los hay acerca del pentecostalismo, hermano gemelo de aquel. La mayoría de los pocos trabajos con los que se cuentan tienen una perspectiva confesional y son muy generales, otros buscan establecer una comparación con el culto de María Lionza. Hace falta, especialmente, investigaciones particulares históricas y con enfoques etnográficos (Ayerra 1980; Castillo 1992; Flores 1990; Ganuza 1978; García Gavidia 1987; Rivas Sarache 1991; Macia 1997; Pollak-eltz 2000; Mercado 2006). Por otra parte, no contamos con estadísticas, censos o información cuantitativa de estos u otros grupos religiosos, ya que, por una parte, en Venezuela los censos oficiales no incluyen preguntas sobre la confesión religiosa y, por otra, no existen investigaciones que aborden el problema religioso desde una perspectiva estadística.
El movimiento de Renovación Carismática Católica
Este movimiento2 se inicia en Venezuela a comienzos de la década de los setenta del siglo XX gracias al trabajo de sacerdotes extranjeros. En esos años se experimentó en el país un breve florecimiento, aunque fueron estigmatizados por los católicos tradicionales quienes estimaban sus prácticas religiosas excesivas, “raras” y demasiado parecidas a la de los evangélicos pentecostales.3 Desde sus comienzos, sus rituales -casi exclusivamente- se circunscribieron a los “círculos de oraciones”; grupos de personas que oraban por la salud y el bienestar de sus adeptos, invocaban la gracia del Espíritu Santo entrando en trance y “hablando en lenguas”. La mayoría de las veces realizaban estos rituales fuera de las iglesias, no necesariamente con la participación de un sacerdote. Estos primeros carismáticos mostraban una actitud vehemente incluso en la forma de manifestar su piedad cuando asistían a las misas de domingo, de allí el calificativo de “raros” que le endosaban los católicos tradicionales. Entre mediados y finales de los años ochenta del siglo pasado resurge este movimiento con las llamadas “misas de sanación”, que se propagan de manera exponencial por todas las parroquias del país, esta vez con un importante apoyo de sacerdotes y de algunos prelados de la jerarquía eclesiástica.
La expansión de los carismáticos en la actualidad continúa con su evento principal: la “misa de sanación”. Esta se realiza durante el domingo o en ocasiones especiales, desplegando publicidad y, a veces, fuera de los templos católicos.4 Este ritual los identifica y los diferencia de los católicos tradicionales, aunque muchos adeptos y sacerdotes no se reconocen como carismáticos sino sencillamente como católicos. Esta postura, tal vez, se deba a un intento de autoidentificarse como católico y asumir que el “movimiento carismático” simplemente es una renovación dentro del catolicismo (ver nota 1). También algunos adeptos identifican la institución eclesiástica toda con su movimiento de renovación, tal vez porque han pasado de un estatus “marginal” a ostentar un enorme prestigio, gracias al notable crecimiento que han experimentado dentro del seno de la Iglesia. Así pues, las discrepancias con el catolicismo tradicional en la práctica de la homilía o la misa son ostensibles e indudables; incluso, proclaman una diferencia con el católico tradicional en cómo deben asumir la piedad cotidiana.
Por su parte, la jerarquía eclesiástica venezolana parece exhibir un apoyo fluido pero sin vehemencia a este movimiento. Los conflictos no dejan de suscitarse entre los sacerdotes carismáticos y los que no los son, probablemente porque los primeros atraen a una numerosa feligresía en detrimento de la clientela de los segundos. Por supuesto, en este nivel existen diferencias doctrinales y en cómo debe realizarse la ritualidad de la misa católica. No hemos encontrado documentos oficiales de la Iglesia Venezolana sobre el movimiento carismático. Lo más cercano a esto es el Documento del Encuentro Episcopal Latinoamericano efectuado en La Ceja (Colombia), de septiembre de 1987, titulado: “La Renovación Espiritual Católica Carismática”5, donde participaron por Venezuela un arzobispo y seis obispos.6 Llama la atención que este documento aclara que no es oficial sino que fue firmado “a título personal por la mayoría de los participantes”, no obstante, los obispos debían difundirlo en sus respectivas diócesis para fijar así los criterios que podían “animar y orientar la Renovación” en Latinoamérica (Encuentro Episcopal Latinoamericano, 1987: 1). Si bien la clase y el tipo de apoyo que la jerarquía eclesiástica en Venezuela presta al movimiento están por estudiarse, este documento evidencia un aliento débil, a la vez que una preocupación y una intención de influir y controlar a Renovación Carismática Católica. Asimismo, la proliferación de “misas de sanación” por todo el país, durante la última década, sin conflictos con la institución, muestra por lo menos una tolerancia estratégica de las esferas eclesiásticas.7 Podríamos establecer como apoyo a esta hipótesis los siguientes elementos:
Primero, es una estrategia eclesiástica para enfrentar el crecimiento exponencial que han experimentado las iglesias pentecostales; los carismáticos, muy parecidos a estas, servirían como dique de contención contra este “preocupante” incremento. Incluso, muchos pentecostales son atraídos -o podrían serlo- hacia las misas de sanación por lo parecido de estos rituales con los que practican en sus propias iglesias.8
Segundo, muchos altos prelados manifiestan una verdadera militancia en el movimiento carismático, por ejemplo, se comentan entre fieles de las misas de sanación que uno de los seminarios para formar sacerdotes más importante de Venezuela -el de la ciudad de Mérida- es dirigido por un sacerdote carismático o por lo menos es un convencido de la importancia de este movimiento de renovación para la Iglesia católica venezolana, entonces, la misma Iglesia estaría formando sacerdotes dentro de esta corriente. Igualmente, el arzobispo de Barquisimeto, donde se encuentra la sede oficial de la Renovación Carismática Católica, Tulio M. Chirivella V.9, jubilado en 2008, es desde hace más de una década reconocido como claro líder de la Renovación Carismática en el país.
Tercero, las misas de sanación ayudan a la Iglesia católica a competir con el llamado culto de María Lionza o espiritismo, culto de posesión,10 como también lo son los movimientos carismáticos y pentecostales. La lucha entre estos se observa en Venezuela el 12 de octubre -día de fiesta nacional, oficialmente antiguo “Día de la Raza”, ahora “Día de la Resistencia Indígena”-, cuando los pentecostales de diversas denominaciones realizan una marcha en muchas ciudades venezolanas para combatir todo tipo de brujería y la magia, haciendo referencia principalmente a las prácticas de los adeptos de María Lionza o espiritismo, como se le conoce entre sus practicantes.11 También competiría con una nueva forma religiosa “mundial” donde la magia es parte de las representaciones y la ritualidad, el cual se conoce como “New Age” o “Nueva Era”. No es un grupo o una religión como tal, es una corriente religiosa de difícil definición que comprende un sinnúmero de agrupaciones distintas y diversas, toma elementos, rituales y creencias de distintas tradiciones, esoterismos orientales y occidentales, renueva prácticas antiguas y reinventa otras con un cariz novedoso y moderno. Incluye grupos y discursos que se conocen como de “autoayuda”. Es un “movimiento” que no es exclusivo o nacido en Latinoamericana sino más bien posmoderno, contemporáneo y, se podría decir, existe en distintas formas por todas partes del mundo.12
Como vemos, en el “mercado” religioso venezolano compiten, por lo menos, cuatro formas religiosas13 - pentecostalismo, renovación carismática, catolicismo tradicional, y el culto a María Lionza- que deben ser entendidas interrelacionadas, no como un macrosistema sino más bien como sistemas distintos de representaciones y prácticas donde los venezolanos, no sin conflictos, se desplazan física y simbólicamente, transitando por uno y otro, estableciendo “estados de ánimos y motivaciones” -como dice Geertz (1989)-, explicándose y comprendiendo el mundo y, por supuesto, intentando satisfacer sus necesidades. Como señala Vallverdú (2001) sobre los carismáticos en Latinoamérica:
…la pluralización y segmentación del fenómeno religioso no conducen necesariamente a la irrelevancia social de la religión o a su desaparición, sino a una nueva forma de relación con la modernidad. Las formas religiosas contemporáneas tienden a la disgregación, a la fragmentación, a la movilidad. Una especie de “nuevo supermercado espiritual y del sentido” toma forma en nuevos contextos ideológicos y de búsqueda de significados (s/p).
Renovación Católica Carismática en la ciudad de Mérida
En este artículo, como acercamiento preliminar, mostraremos algunos de los resultados del trabajo etnográfico realizado en 2006 en iglesias católicas de la ciudad de Mérida, Venezuela, en las cuales se llevaban a cabo las llamadas “misas de sanación” dirigidas por sacerdotes carismáticos, quienes se han constituido en verdaderos líderes que pretenden renovar el catolicismo. En específico, hicimos trabajo de campo en tres parroquias de la ciudad de Mérida: la iglesia del Llano, la iglesia de Milla, y la iglesia de Santa Bárbara, en esta última donde asisten gran cantidad de fieles de clase media; sin embargo hemos trabajado, sobre todo, en una parroquia de un pueblo cercano de Mérida, Mucuchíes, pueblo agrícola, donde el sacerdote de esta comunidad atrae miles de adeptos de la ciudad de Mérida y de otras partes del país. Este sacerdote, en particular, se ha constituido en un verdadero líder regional del catolicismo venezolano, con sus misas de sanación, su intervención en la vida del pueblo y su gran carisma.14
En este culto fundamentalmente urbano15 parece redefinirse la relación entre los sacerdotes católicos con su comunidad. Si bien en otras épocas el sacerdote fue un personaje importante para la feligresía católica, su papel fue perdiendo protagonismo, tal vez por el acelerado crecimiento de las ciudades y la multiplicación de ofertas religiosas. El sacerdote carismático de las misas de sanación, en algunos casos, se ha convertido tanto en un líder religioso como en líder de su comunidad; a caballo entre el pastor evangélico y aquel sacerdote “comprometido” de la teología de la liberación, pero ya sin radicalismos políticos.16
A continuación estudiaremos la misa de sanación que ha renovado y “subvertido” la tradicional homilía católica, destacando los distintos momentos rituales del evento. Mostrando cómo en las vivencias y ritualidad carismática el cuerpo es el ordenador de esta revitalización, lo que la hace de manera eficiente competir con los grupos pentecostales, de allí su enorme crecimiento en los últimos años,17 y principalmente contra el culto a María Lionza. Por otra parte, intentaremos mostrar que este movimiento, aunque calificado de renovación, se inscribe en una tradición cristiana mística, un camino hacia la búsqueda de dios a través del cuerpo y experiencias extáticas que van desde el martirio, la ascesis hasta la escritura mística (Certeau, 1993).
Las “misas de sanación”
El ritual de la misa de sanación, como es llamada por sus adeptos, es el centro del culto carismático. Desde un punto de vista litúrgico, la homilía que realizan estos sacerdotes es la misma que tradicionalmente se ha realizado en la Iglesia católica; sin embargo, los mismos asistentes y fieles reconocen que no es así. Puede durar en algunos casos hasta tres horas y en ocasiones especiales se realizan dentro de eventos mayores, vigilias o sucesos especiales que, a veces, alcanzan una duración de varios días, con la asistencia de numerosos fieles.18
La estructura de la misa podemos dividirla en cinco momentos:
1. Introducción o calentamiento, donde el grupo musical -que es parte esencial de la celebración- va preparando a los fieles, avivando los ánimos y la voluntad para cantar, aplaudir y mover el cuerpo. Se cantan canciones que ya se conocen y tempranamente se va sintiendo la emoción colectiva. En este momento inicial, el parecido de la misa de sanación con cualquier concierto de música es obvio. La mañana siguiente a la vigilia se inicia con cantos previamente preparados y con oraciones, en las que se exalta la grandeza de Dios, de Jesús y del Espíritu Santo. Esta sesión de cantos no corresponde siempre con los cantos católicos comunes, en los que el ritmo es pausado y apagado acompañado frecuentemente por la guitarra clásica. En estas “misas revolucionarias” -como las califican algunos de sus fieles- se canta, se brinca, se salta, se baila las alabanzas a Cristo y a Dios, al ritmo del pop, del rock, del vallenato, de la salsa y otras melodías populares; por ello es común el uso de la batería, la guitarra eléctrica, el bajo y el teclado. Desde el comienzo del ritual, la música ayuda y estimula a que la muchedumbre congregada dance y grite alabanzas a Dios, contrario a la tradicional homilía católica que prohíbe gritar y cantar en los templos, en estas es fundamental la adoración a Dios con la voz, con las palmas e, incluso, con los pies. Los sacerdotes, hasta el cansancio, recuerdan la importancia de adorar a Dios con todo el cuerpo. Como lo afirma uno de ellos, el “Ministerio de Música” es uno de los más importantes dentro del equipo de trabajo, pues “el que canta ora dos veces” y “el que canta y baila ora tres”, mientras más se entregue el adepto a estos cantos y oraciones más dones recibirá del Espíritu Santo.
2. Entrada del sacerdote, se inicia la homilía propiamente dicha. Esta entrada puede, a veces, ser espectacular, el sacerdote en ocasiones es un verdadero showman quien se ha apropiado de los gestos y la retórica de los animadores de televisión.19 El sacerdote inicia la misa animando y cantando con el grupo, siempre improvisando; frecuentemente recurre a la novedad en el ritual. En una ocasión Carlos Zambrano, por ejemplo, pidió a sus monaguillos agua, sal y unas ramas, con esto improvisó una especie de bautizo para todo el público asistente. El cura, con un gran recipiente donde mezcló agua y sal, caminaba por todo el recinto, rociando a todos con las ramas llenas de agua, estos se agolpaban por donde pasaba el cura y solicitaban ansiosos la aspersión y la bendición que, al son de las canciones, ofrecía de manera enérgica. Este performance lo improvisó luego de recordar un pasaje de la Biblia donde Jesús con agua y sal le concede la fertilidad a una mujer; condensa en este efímero ritual -que antes nunca había realizado- una serie de elementos simbólicos sagrados y profanos. En el relato que le da pie para improvisar el ritual, la fertilidad que Cristo ofrece a la mujer es símbolo de la “fecundidad en la fe” que él promueve en sus fieles y que cada uno de los católicos - según el sacerdote- debe avivar en sí mismo. Además, es un simulacro de bautizo, de bendición. También es un espejo en negativo del “despojo”, ritual que se hace en el culto a María Lionza; el médium o “materia”, que recibe a los espíritus, “despoja” a los creyentes, limpiándolos “espiritualmente” de todas las energías negativas o maleficios arrojados por personas enemigas. Es también un simulacro del juego de carnaval, ya que la homilía en la que improvisó el ritual se realizaba en plena época de carnaval, período en el cual, en la ciudad de Mérida y en toda Venezuela, se acostumbra a “jugar con agua”, la gente se moja entre sí como un juego de carnaval en las calles, en sus vecindarios y sus casas. El ritual improvisado mantuvo a los asistentes tanto entretenidos como en un cierto estado de recogimiento, esperando la bendición y el “despojo” que el padre oficiaba. Como afirma Barrera Rivera (2002) sobre los pentecostales -y aquí extendemos esta idea hacia los carismáticos-:
Estas Iglesias han tenido éxito escapando de la rutina. El análisis sociológico del poder religioso muestra lo inevitable de la rutina conforme se avanza en la institucionalización… Los líderes pentecostales [y aquí los carismáticos] muestran una gran preocupación por tener siempre algo nuevo en los cultos: nuevos milagros, nuevas ofertas, nuevas revelaciones, nuevos objetos, nuevos eventos, etc. Todo eso es el fondo lo mismo, pero presentado como nuevo. Con gran habilidad los pastores consiguen siempre anunciar algo nuevo. Los nuevos productos religiosos nunca permanecen por mucho tiempo. Luego de algunas semanas son reemplazados por nuevos productos, de tal manera que en el culto se tiene siempre algo nuevo… (p. 637).20
Precisamente, los carismáticos estarían haciendo lo mismo pero dentro de la Iglesia católica; trastornan la rutina del ritual para avivar la institución. ¿Esto traería consecuencias para la estabilidad de la misma? ¿Tal vez en el futuro este reavivamiento acompañado de sacerdotes con gran carisma los llevaría a entrar en conflicto con la institución?
3. El tercer momento, Lectura de la Biblia, o predicación de la palabra de Dios. Luego de leer el pasaje bíblico correspondiente al momento de la misa, el cura procede a dictar su sermón, que versa normalmente sobre el tema leído. En esta parte de la misa es donde el sacerdote despliega sus dotes histriónicos y de predicador. Su parecido con el pastor evangélico en este momento es evidente. El lenguaje es claro, contundente y cercano a la gente. Nada de complicados análisis teológicos del evangelio o aburridos comentarios sobre el pasaje bíblico. Como dicen los fieles, el padre carismático “habla claro”, lo que significa que dice groserías, es ameno, cuenta chistes, se ríe de sus fieles, hace bromas a sus más cercanos, etc. En general son comunicadores excelentes. Su mensaje es claro y básico. No es extraño que en la actualidad algunos investigadores establezcan relaciones entre el discurso religioso cristiano contemporáneo con el de la publicidad;21 así el discurso de estos sacerdotes tendría el objeto de persuadir al receptor/adepto y modificar su actitud. Como los publicistas contemporáneos la Renovación Carismática Católica, al igual que los pentecostales, han tomado conciencia de la importancia de comunicar para mantener su auditorio:
…Se trata de dos discursos persuasivos cuya finalidad es la captación y fidelización del cliente o del feligrés, y para ello se valen de una serie de recursos comunes, aunque la oferta sea la misma -el paraíso- y al mismo tiempo no lo sea -aquí y allí-… (Rey, 2006: 93).
La comparación de los sacerdotes carismáticos y los pastores evangélicos con los animadores de televisión y su discurso con el de la publicidad no es gratuita. Los dos han invadido el espacio de las telecomunicaciones; publican revistas, utilizan la prensa, la radio y la televisión.
4. La comunión o Eucaristía. Momento tradicional y característicamente católico, pero acompañado de música rítmica y suave que es interrumpida por numerosos cantos, oraciones, testimonios y peticiones hechas por los feligreses. Al final de la Eucaristía se realiza lo que comúnmente se conoce como la “Sanación” y la “Liberación”, aunque esto puede variar, pues, en algunas ocasiones se puede hacer durante la Eucaristía.
5. Usualmente, se deja para el final la “Sanación” y la “Liberación”. Luego de la comunión el sacerdote conmina a los fieles a la curación. En esta fase del ritual se da la invocación del Espíritu Santo para las correspondientes curaciones; el sacerdote cumple aquí su importante función de propiciador para la “bajada del Espíritu Santo”. Parece indudable que en la visión de los fieles el sacerdote es de suma importancia para ello. Aunque cada persona puede recibir los dones del Espíritu Santo, se acentúa las cualidades de curación y poder de algunos sacerdotes para expulsar los malos espíritus, sobre todo de los más carismáticos; así el padre invoca al Espíritu Santo mediante oraciones y cantos, para que se adueñe de él y le otorgue el don de sanar a los hombres.22 Durante este momento, algunos fieles son poseídos por el Espíritu Santo y se dan las respectivas curaciones. La “Sanación” y la “Liberación” constituyen el momento crucial de la misa y por el cual principalmente muchos de los fieles asisten; hay que recordar que el nombre de la misa es “de sanación”. Habría que contrastar entre lo que realmente entienden los sacerdotes como “sanación” y lo que los adeptos entienden por tal; es posible que haya discrepancias. Por supuesto, es obvio que no se trata de una pura sanación “física”, como lo veremos en algunos testimonios.
Los feligreses por orden del padre repiten las oraciones que este clama. Alzan sus brazos en dirección al cielo y en ocasiones elevan las palmas de sus manos hacia donde se encuentra el sacerdote. Cierran sus ojos como para lograr la mayor concentración posible, hasta que muchos consiguen el “éxtasis místico”. El padre muchas veces manifiesta el don de lenguas y es acompañado por numerosas personas, mientras que otros feligreses lloran y acompañan la voz del padre con oraciones en español. Luego viene el don de sanación y liberación, el padre evoca distintas partes del cuerpo y va orando al Espíritu Santo para que aquellos que sufren algún tipo de enfermedad sean sanados; va mencionando el nombre de esas enfermedades sin señalar a la persona aludida, invocando al Espíritu Santo. A veces, el sacerdote dirá frases tales como: “a mi derecha hay una señora que tiene cáncer de pulmón, pero Dios en este momento la ha sanado”; del grupo de feligreses que indique algunos caerán desmayados al suelo. A pesar de que muchos se golpean muy fuerte, los creyentes aseguran que luego no experimentan dolor alguno en su cuerpo. Posteriormente el párroco y los demás feligreses que posean el don de sanación y liberación comenzarán a liberar espíritus; así, los poseídos quedarán libres de demonios, “zánganos”23 y de todos aquellos espíritus malignos que poseían. Esta es una de las etapas de la misa de sanación que más conmoción genera, puesto que el padre exige la expulsión de estos espíritus del mal, todos aquellos que se encuentren o se sientan poseídos caen al suelo en medio de espasmos, gritos y convulsiones. Finalmente, la gente se mantiene en oración durante los minutos posteriores de la sanación liberación. Hay quienes oran en lenguas -glosolalia-, “quienes lloran, quienes cantan y, aun, los hay quienes permanecen en el suelo inconcientes luego de ser sanados”. Aquellos que son “tumbados” aseguran que es la fuerza del Espíritu Santo que se adentra en ellos y les vence todo tipo de resistencia. La gente cae al suelo sintiéndose bendecida por Dios, caer al suelo es visto por los carismáticos signo de la bondad del Señor, puesto que al desmayarse no están más que siendo tocados por la grandeza del Espíritu Santo. Las misas de sanación no otorgan curación tan solo a aquellos que padecen enfermedades físicas, las sanaciones cobran también la forma de liberaciones, en las que los demonios son expulsados de aquellos que han sido poseídos. Hay además quienes afirman haber sido sanados de un estilo de vida alejado de Dios, declaran que ha sido la presencia del Espíritu Santo que ha corregido sus vicios de drogas, alcoholismo, ocio o malas relaciones con sus familiares. Numerosos testimonios son ofrecidos a lo largo de la celebración eucarística, se hace referencia a sanaciones físicas donde la medicina occidental no logró su objetivo, como cáncer de próstata y de pulmón, asma y parálisis. Un ejemplo de estos testimonios:
La difusión del culto
Las redes de parentesco y de amistad parece que han sido fundamentales en la difusión de la Renovación Carismática, sin embargo no hay que olvidar que estas misas se han desarrollado bajo el cobijo de la Iglesia católica, que tiene una gran influencia y cobertura en toda Venezuela.
Muchos fieles aseguran que su primera asistencia a las misas de sanación fue incitada por algún pariente o una amistad cercana quien ya había asistido a este tipo de celebraciones. Estos nuevos asistentes a su vez invitaron a parientes y amigos, logrando mes tras mes un mayor número de concurrencia a las misas de sanación (Campos, 2006). En el caso de los pentecostales, la inserción en estos grupos evangélicos puede ocasionar conflictos con los parientes y amigos, ya sea porque son católicos o pertenezcan al culto de María Lionza; los pentecostales niegan toda posibilidad de comunicación con aquellos. Por su parte, los carismáticos condenan a los pentecostales y a los marialionceros, aunque algunos creyentes pueden exhibir una posición mucho más tolerante. Recordemos la capacidad de estos creyentes de transitar entre una a otra denominación, así como el diálogo, no sin conflicto, que ha existido entre el catolicismo y el culto a María Lionza (ver nota 9). Precisamente, la divulgación del mensaje carismático ha tenido gran éxito gracias a la difusión de testimonios que cuentan acerca de las milagrosas sanaciones o de la manifestación de algún don; numerosas personas afirman haber sido sanadas por el Espíritu Santo y otras aseguran haber sido bendecidas en una o varias ocasiones por los carismas o dones del Espíritu; la transmisión de estas vivencias genera curiosidad y/o esperanza y mueve a la población a asistir a estas misas.
Son muchos lo que acuden a las misas de sanación con la esperanza de ser sanados o de recibir algún carisma. El Espíritu Santo es la solución a sus problemas y necesidades, ya sean de salud, económicos, familiares, de desempleo, etcétera. Las peticiones que se hacen durante las misas de sanación son muy variadas e incluyen desde la sanación personal hasta la de algún pariente ausente en la misa. A través de las peticiones comprobamos que la razón fundamental por la cual los feligreses concurren es la de encontrar respuesta a los dilemas que le plantea la vida, las angustias que les acechan, y la solución a sus problemas cotidianos. Ejemplo de algunas de las peticiones de los creyentes:
…le suplico que oren por mi madrecita que está muy delicada de salud, los médicos no le consiguen ningún mal, se le han hecho muchos exámenes y no le sale nada pero igualito está muy enferma. Y lo que hace es quejarse, pasa día y noche sin dormir, puede Parar en loca y nos tiene locos a todo. Ella se llama María Teotiste Márquez Toro, ya no sabemos más qué hacer, porque ya no conseguimos nada que hacerle, la única solución que yo veo es llevarla para donde el padre… pero nunca lo consigo, y cuando es la misa de sanación no puedo hablar con él, le agradezco de todo corazón y que Dios los bendiga…
…pido oración para celebrar el Pentecostés en una misa de alabanza y sanación… para que haya una gran unción del Espíritu Santo y se derrame infinitamente los dones, frutos, carismas y virtudes del Espíritu Santo, orar mucho por el evangelizador padre… y por una petición especial de mi persona Adriana Ivette Dávila Zerpa, implorando protección y una gran necesidad en el nombre de Jesús lo imploro un buen clima para ese día…
Sin embargo, los adeptos también hablan de un recogimiento, de una nueva forma o estilo de vida que alcanzan, -parecido otra vez- la nueva vida de la que hablan los pentecostales, conectados a un más allá, una vida unida a Cristo o a Dios, sin negar ni dejar a un lado la resolución de los problemas más rutinarios y más cotidianos, ligados al cuerpo.
¿Herederos del misticismo cristiano o misticismo light?
El cuerpo ha sido siempre el lugar de lo social: control, modelo, representación e imaginario del grupo; por lo tanto, lugar de lo religioso, de la visión de lo natural y condensación de lo cultural. Es el espacio de los deseos, de las frustraciones y de los conflictos sociales.24 Como dice Baudrillard (1992), para la medicina el cuerpo de referencia ideal es el “cadáver”, para la modernidad el “robot”, para la sociedad posmoderna contemporánea sería el “maniquí”, y para la religión el “animal”, cuerpo natural; “instintos y apetitos de la carne” que hay que dominar (p. 133).
El cuerpo para la religión sería el lugar del control o del abandono, de la moderación o del desenfreno, del cuidado o de la dejadez; son polos de significado donde el cuerpo sirve de metáfora de las relaciones sociales y donde también esas relaciones se concentran y se viven. En la historia del cristianismo esos dos polos han pendulado, erigiéndose como modelo para toda la sociedad o, a veces, funcionando de manera paralela, haciendo del cuerpo el lugar de todos los deseos o el de todas las frustraciones. En este sentido, en el cristianismo hay una tradición muy fuerte donde el cuerpo es la fuente y el lugar de lo sagrado; no obstante, se intenta renunciar a él, se le martiriza, se le señala como lugar del mal, sobre todo - en un tiempo- el cuerpo femenino. Siendo el receptor de los sentidos, es también el lugar donde se recibe a Dios, donde se le percibe y se palpa, es el instrumento con el que se le adora, lugar de regocijo, de culpa y objeto de castigo. No siempre ha sido así. Curiosamente, estas búsquedas en el cristianismo han funcionado o han provocado una supuesta renovación en distintas épocas que, finalmente, terminan por calmarse, por institucionalizarse. Por ejemplo, el monacato pone fin a la ascesis exagerada de los primeros anacoretas de la antigüedad; San Francisco y su forma de piedad son “reconocidos” y controlados con la creación de una congregación. También, en América colonial, en México y en Perú, algunos místicos arrebatados dejaron huellas de esa búsqueda extática, no siempre bien soportada aunque tolerada, en muchos casos incluso protegida. Algunos de esos “héroes” místicos fueron propuestos como modelos de santos. Como señala Vallverdú (2001):
…la reivindicación del cuerpo adoptaría múltiples formas, a veces las que remarcan elementos de intensidad, expresión y emoción religiosa ausentes o debilitados en las religiones tradicionales o Iglesias establecidas. Con este espíritu emocional destacan los movimientos religiosos carismáticos, católicos (como la Renovación Carismática) o protestantes (el pentecostalismo, especialmente), que en las últimas décadas han experimentado un considerable éxito y crecimiento en diferentes contextos, especialmente en Latinoamérica (Vallverdú, 2001).
La renovación católica carismática, de alguna manera, proviene de esta tradición -que llamaremos mística25- tanto en la línea pentecostal como carismática católica. Refuerza algunas de las ideas centrales del cristianismo: la renuncia al “mundo” y la acentuación de que la vida es solo un tránsito. Sin embargo, las formas carismáticas y pentecostales actuales no llegan a convertirse en una verdadera renuncia al mundo o en un ascetismo radical. De esta manera, algunos autores consideran que el pentecostalismo más que un movimiento es una “actitud o una mentalidad”, podríamos decir una corriente del cristianismo:
Sería entonces una especie de misticismo light, un misticismo para las masas que compite con lo New Age (ver nota 11), con los libros de autoayuda y las religiones orientales, tal como se han “adaptado” en Occidente.
En el discurso carismático se propone una huída radical del mundo, tal como lo plantean los pentecostales, sin embargo pareciera más una insistencia de los sacerdotes líderes; por ejemplo, en sus discursos reiteran a su feligresía la poca importancia que los católicos deben dar a los muertos. En contra de la tradición - por lo menos en Venezuela- afirman algunos de estos sacerdotes que la misa debe ser consagrada a los vivos y no a los muertos, tanto que en ocasiones han sido increpados por los feligreses al negarse a oficiar misas durante los domingos para sus familiares difuntos, tal como es la costumbre, alegando que la misa es exclusivamente para adorar a Dios. Además la muerte, dicen, “no debe enfrentarse con miedo sino con alegría”, correspondiendo con la tradicional preocupación cristiana por la segunda venida de Cristo.
Los pentecostales contemporáneos, incluyendo a los carismáticos, parecen ser los herederos del misticismo cristiano. En sus testimonios hablan de “separarse del mundo”; se consideran más puros que los demás cristianos, asumen el ritual “en serio”, como dicen algunos de ellos, y los líderes carismáticos tienen la convicción de su papel renovador del culto católico. El acercamiento a Dios a través de la posesión del Espíritu Santo es un rasgo eminentemente místico, la búsqueda de adorar a Dios con todo el cuerpo ya no a través de grandes pruebas físicas -aunque las misas de sanación sean verdaderos maratones- que, indudablemente, al igual que los famosos anacoretas del pasado, estimulan al cuerpo para el trance, alterar la conciencia y así recibir el Espíritu Santo. ¿La inconciencia en la posesión del Espíritu Santo acaso no alude a esa búsqueda de los místicos de abandonarse a Dios? Pero ese abandono no es solitario, debe ser en colectividad, apretujados, cantando, exhaustos, aplaudiendo: una manera muy física, corporal y colectiva de enfrentar la divinidad.
Los místicos medievales contaban con la virtud de la palabra escrita para dar testimonio de esa entrega y esa relación con la divinidad. En este culto, el testimonio es a viva voz el relato de cada uno de los fieles, y el del sacerdote, el profeta-pastor que ordena y enfoca el poder del Espíritu Santo para curar, para en el arrobo de la posesión mostrar la eficiencia, la utilidad del Espíritu Santo: el poder de curar los males espirituales y físicos que siempre se marcan en el cuerpo, a la vista de todos, como también debe ser la curación. Curiosamente, a diferencia del místico medieval o del asceta de la antigüedad, en el fiel carismático las pretensiones ascéticas se resumen en ordenar moral y cotidianamente su vida:
En algunas personas entrevistadas parece que la conversión es tomada como un evento significativo, en otros parece estar presente más la “alegría” o los cambios de tipo económico; dicho de otra manera, el “orden” alcanzado en su vida.
La ritualidad carismática parece evidenciar una suerte de paradoja con respecto al cuerpo. El sacerdote, al igual que los pentecostales, afirma en sus sermones la lucha contra “el mundo”, ese mundo lleno de pecados donde el cuerpo manda en sus incontables y execrables apetitos. Se insiste contra la bebida, contra la lujuria sexual, contra las drogas que destruyen la juventud y descohesionan a la familia. En otras palabras, apuestan por un ascetismo en la vida cotidiana que parecía alejado de los sermones de los sacerdotes católicos tradicionales, que aparecía matizado en sus documentos oficiales.
El cuerpo, pues, es tanto lugar de contacto como de separación con la comunidad carismática: de contacto con los demás en los eventos extáticos de la misa; alegría, cantos, abrazos, el hablar en lenguas, marcan la cercanía del Espíritu Santo, pero sobre todo la inmersión en un colectivo, lo religioso en el sentido clásico que decía Durkheim -religare-, la unión con el grupo, el equivalente de Dios. A la vez el cuerpo es lugar de separación, de distanciamiento de los demás, ocurre cuando el cuerpo es tomado por el demonio, por los espíritus diabólicos -en su mayoría provenientes del culto a María Lionza o de las “sectas” pentecostales-. La impureza, la contaminación del mundo, del pecado y de la maldad externa se hace carne y se encarna en la enfermedad, que nunca es puramente física sino espiritual. Así cuenta un fiel acerca de una experiencia de posesión diabólica:
La mención del demonio o el diablo es una constante. A él se le atribuyen todos los “males” que pueden “curarse”, casi exclusivamente con las misas de sanación.26
El cuerpo es marcado, en él se juega y evidencia la “verdad” y la eficiencia de la ritualidad carismática: la unión con el Espíritu Santo que es unión con la comunidad, con el líder carismático y con el éxito en la vida cotidiana.
Para la sensibilidad religiosa contemporánea la renovación carismática parece, más bien, ser una concreción cotidiana de la utopía cristiana. El gozo, la alegría en el cuerpo, la adoración a Dios a través del Espíritu Santo, de eso hablan los carismáticos. Es tal vez una salida que han conseguido, haciendo popular la respuesta contra “esa intensa sensación de exilio” de la que hablaban los místicos cristianos; esa extranjería en el mundo en general y en el cuerpo mismo como parte del mundo, que parecen haber siempre sufrido y hablado los cristianos. Si bien el cuerpo es una prisión para el cristiano, que lo obliga a estar en el mundo, una tumba de la que hay que liberarse, así como de los sentidos; las misas de sanación, la ritualidad carismática, vence estas limitaciones y las utiliza para estar en el mundo y a la vez para liberarse, sintiendo a Dios, llegando a estar, aunque brevemente, en el tiempo del ritual, en comunión.
El catolicismo, así, parece convertirse en una suerte de utopía cercana y cotidiana, una catarsis que ayuda a acomodarse en el mundo, el cual no se quiere abandonar pero se pretende obviar, tal como se hace con el cuerpo.
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