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Díaz Perera, M. Ángel. (2009). Tras las huellas de Palenque: las primeras exploraciones. LiminaR. Estudios Sociales Y Humanísticos, 7(1), 104-134. https://doi.org/10.29043/liminar.v7i1.319

Resumen

Con el descubrimiento de Palenque en el siglo XVIII iniciaron prácticas que darían lógica a las indagaciones en el pasado prehispánico mexicano. Prácticas  insertas en tráficos transcontinentales de conocimiento, pues exploraciones incitadas por la Real Audiencia de Guatemala fueron proseguidas por la Société de Géographie de París. En ambas tentativas los enviados debieron contestar instrucciones previamente redactadas donde se les solicitaba acopio de monumentos, excavaciones, mapas, dibujos y entrevistas.


En los linderos del siglo XVIII, cuando México y Centroamérica eran un mismo territorio bajo el dominio de la Corona española y los confines de la Península de Yucatán servían de refugio para indios cimarrones, contrabandistas y piratas, en los años posteriores a la rebelión indígena del Petén Itzá de 1712 y previos a la de Totonicapán en 1820 (Lowel, 1990; Viqueira,1998); dos expediciones enviadas por la Real Audiencia de Guatemala llegaron a la hoy devastada selva chiapaneca, cerca de lo que serían los límites con el estado de Tabasco. A lomo de mula, con grandes esfuerzos, exhaustos y afligidos por el calor, fueron recibidos por la gente de Santo Domingo del Palenque, un pueblo de mayoría indígena, sin iglesia levantada y con solo unas pocas construcciones de piedra. Para desconcierto de los expedicionarios, se decía que cerca existían unas “casas de piedra”, restos caídos de una civilización que para entonces sufría el estrangulamiento de bejucos, ceibas, macuilizes y enredaderas. Palenque -mucho después nos dirían los arqueólogos- prosperó en el Clásico Tardío entre el 600 y 800 d.C.; después de su abandono se había hundido en nueve siglos de naturaleza tropical, al grado que para entonces se desconocía quiénes habían sido sus habitantes, en qué época y cómo habían aparecido y desaparecido. Sorpresivamente, aunque los restos se hallaban en las cercanías de un pueblo, habían pasado inadvertidas, ¿por qué de la nada obtuvieron relevancia?, ¿por qué a mediados del siglo XVIII se volvió importante indagar el origen de aquellos vestigios misteriosos?

Este artículo demostrará que entre 1784 y 1840 hubo un tráfico de ideas y prácticas a nivel intercontinental vinculadas a la pretensión de explicar la procedencia de ruinas como Xochicalco, Teotihuacán, Uxmal y Palenque. Fueron en síntesis, los inicios de un esfuerzo intelectual que tocó tanto a funcionarios coloniales, artistas, médicos, como científicos, naturalistas en ambos costados del Atlántico y no respetó status, nacionalidad, ocupación y con el tiempo abrió un área de estudio que se nombraría como prehispánico. Esta búsqueda de los orígenes alentó nuevas prácticas tales como la visita de los sitios, la excavación, descripción, resguardo de objetos, la obtención de imágenes, registros de los monumentos y elaboración de informes. Por lo tanto, estas tentativas con raíces en suelo tropical novohispano, tienen trascendencia para explicar la promoción de un campo de conocimiento antes propiamente inexistente en relación con formas de trabajo que se volvieron parte del actuar de los profesionales modernos.11 Pero un dato importante de subrayar es que tales expediciones se fundaron en suelo americano y no europeo, tampoco en el centro (entiéndase la Ciudad de México), sino en el sur-sureste del reino novohispano, en el contexto de las competencias del nacionalismo criollo y los intentos separatistas centroamericanos y chiapanecos. No obstante, al transcurrir los años, lo que fue un principio promisorio fue oscurecido por el mito nacional mexi-cano que justificó la idea de que todo avance erudito sólo podía desarrollarse en el centro de México como si nada más existiera. Asimismo, por la fecunda actividad de viajeros extranjeros en el siglo XIX, se olvidó que los inicios de estos ejercicios se gestaron en suelo americano por un grupo de sacerdotes y comerciantes chiapaneco-guatemaltecos necesitados de un pasado que justificara una unidad regional, una identidad territorial.

¿Simples piedras o valiosas antigüedades?

En los inicios del siglo XVIII, el sitio permanecía abandonado. Los jaguares, venados, faisanes y ocelotes se escondían en las sombras de los edificios y el suelo de hojas secas junto con una floresta casi inaccesible ocultaba serpientes nahuyaca, alacranes, mosquitos y garra-patas. El temor a las enfermedades, la ausencia de oro, el clima ingrato y las inclemencias, habían convencido a los primeros españoles de no acercarse mucho a la selva, los alrededores de Palenque entonces eran una inmensa isla verde casi ausente de control colonial aprovechada por nativos recelosos que mantenían culto a sus dioses paganos. Así se mantuvieron las ruinas hasta 1730 y 1740 cuando Antonio de Solís, cura de Tumbalá, buscando tierras para cultivo se topó con las construcciones que lo intrigaron sobremanera. Con el tiempo, conmovido, relató la experiencia a un sobrino suyo, Ramón Ordóñez de Aguiar (1739-1825), anticuario y eclesiástico chiapaneco después miembro de la ilustrada Sociedad de Amigos del País que a su vez intercedió ante José de Estachería y Hernández, presidente de la Real Audiencia entre 1783 y 1789, para promover la indagación de los orígenes de aquellos restos misteriosos (Paganini, 1946: 19 y 20).

El proyecto fue aceptado. El funcionario guatemalteco, hombre instruido, inmediatamente secundó lo que sería un ambicioso programa de viajes a las oscuridades del trópico chiapaneco. Persuadido por una visita previa en 1773 de honorables caballeros de Ciudad Real (hoy San Cristóbal de las Casas) y con la confirmación del teniente de alcalde mayor de Palenque sobre la riqueza de los vestigios, se sirvió a elaborar unas Instrucciones, especie de cuestionario que los aventureros debían contestar a su llegada. Esta tentativa no era extraña y sí similar a la emprendida por las autoridades peninsulares cuando solicitaban información de las Indias. Un ejemplo claro eran las Relaciones Histórico Geográficas de Felipe II (1527-1598) de 1575-78 y que en 1773 se seguían obteniendo como fue el caso de Relaciones topográficas de los pueblos de España (Hontanilla, 2002, Alfaro y Santacruz, 1994; De la Garza, 1983). Estachería, a la sazón, recurrió a un método con tradición pero lo interesante fue que ahora lo utilizó con fines históricos. Al final la aventura fue un éxito y generó curiosidad en el propio rey Carlos III (1716-1788) que había dirigido algunos años antes excavaciones en la ciudad romana de Pompeya. Un programa anticuario sin precedentes que alcanzó su esplendor en 1805 y 1808 con la expedición del austriaco Guillermo Dupaix (1748/50-1817) y del pintor de la Real Academia de San Carlos, Luciano Castañeda, quienes examinaron todos los sitios prehispánicos conocidos hasta el momento, lugares como Cholula, Xochicalco, Teotihuacán, Mitla, Monte Albán y Palenque (Dupaix, 1978).

Sin embargo, antes de entrar al análisis específico de estas empresas, importa mencionar que una porción de las respuestas solicitadas por Estachería, llegaron en 1822 por razones poco conocidas a Londres, donde fue-ron traducidas y generaron gran expectación entre los sabios europeos. Al grado que tres años después, previa lectura e intrigado, el 11 de noviembre de 1825 en sesión de la Comisión Central de la Société de Géographie de París, el historiador irlandés David Baillie Warden (1778-1848), leyó algunos pasajes. Esta descripción de los confines de la América tropical hechizó a los miembros, entre ellos al reconocido geógrafo y anticuario, Edme-François Jomard (1777-1862) quien promovió otorgar un premio al primer viajero que visitara la ciudad que se creía era -según el informe novohispano - sede de una migración de Europa y América, lugar donde se había fundado la primera ciudad americana dado el cruce de un sacerdote llamado Votán que había enseñado a los nativos arte, arquitectura, leyes y comportamien-tos apropiados (Commission Centrale; 1825: 317-318). Sin imaginarlo, Ordóñez y Estachería lograron interesar a una de las instituciones de mayor renombre en el Viejo Continente, ahí convergían personajes como el físico y matemático Pierre-Simon Laplace (1749-1827); el zoólogo y naturalista Georges barón de Cuvier (1769-1832); el matemático, viajero y político Jean-Baptiste-Joseph Fourier (1768-1830); el descifrador de la escritura egipcia, Jean-François Champollion (1790-1832); el diplomático y considerado fundador del romanticismo francés en la literatura, François-René vizconde de Chateaubriand (1768-1848); el químico Claude Louis Berthollet (1748-1822); el físico y químico Louis Joseph Gay-Lussac (1778-1850); el naturalista, Étienne Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844), entre otros. Varios habían acompañado en una expedición a Egipto al general Napoleón Bonaparte y logrado importantes descubrimientos históricos como la Piedra Rosetta en 1799 que permitió poco después el desciframiento de la escritura egipcia. Así, el interés por lo antiguo no era extraño para estos sabios de vanguardia. En las páginas de su Bulletin publicaron entonces la invitación para examinar las ruinas de Palenque pero exigían seguir una serie de requerimientos que, para sorpresa de los historiadores del presente, tuvieron una curiosa similitud con las primeras empresas chiapaneco-guatemaltecas.

Esta forma de trabajo que incitaba la visita del sitio, la excavación, medición, resguardo de objetos, la entrevista de los nativos, la búsqueda de nuevas ruinas, fue más que una simple coincidencia entre grupos eruditos separados por ocho mil kilómetros de océano. El coleccionismo de antigüedades o la visita de sitios prehispánicos siempre habían existido, pero lo nuevo era que prefiguraba nuevas prácticas que pretendían disciplinar las formas de recabar evidencias y testimonios del pasado tanto en la Nueva España como en el Viejo Mundo. En este sentido, con Estachería pasando por los eruditos y exploradores incitados por la Société de Géographie, se fundaron experiencias que con los posteriores viajeros nacionales y extranjeros conforma-ron parte de la aparición de una noción de antigüedad que dibujó las raíces de ciencias históricas por venir (como la arqueología) durante el siglo XIX y que se consolidaron en el XX. Una época que marcó saberes con prácticas específicas que después se multiplicarían con el transcurrir de las décadas. En este sentido se puede decir que aquí se sembraron las semillas de un árbol que tardó en crecer todo el siglo XIX y XX y dio lógica a lo que se consideraría hacer arqueología prehispánica. Modestos antecedentes, dignos promotores de ciencias por venir.

Los inicios chiapaneco-guatemaltecos

Estas expediciones que agitaron las entrañas de la selva chiapaneca fueron únicas. En el centro de la Nueva España, Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) efectuó algunas excavaciones en la Pirámide del Sol en Teotihuacán, le siguieron el italiano y cronista Lorenzo Boturini (1698-1755), el franciscano Agustín de Vetancurt (1620-1700), el jesuita Francisco de Florencia (1620-1695), y el famoso viajero Juan Francisco Gemelli Carreri (1645-1700) (Matos Moctezuma, 2002). Pero nunca sucedió en la intensidad como en Palenque, menos con el aval y apoyo decidido de las autoridades coloniales; al contrario, cuando se hacían trabajos en el empedrado de la plaza central de México el 13 de agosto y 17 de diciembre de 1790 -seis años después de la primera expedición ordenada por Estachería- y se encontraron por accidente la Coatlicue, la Piedra del Sol y al año siguiente la Piedra de Tizoc (imagen 1-3), el virrey Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo (1740-1799), decidió esconderlas en los corredores de la antigua Universidad de México o en su defecto enterrarlas nuevamente por temor a revivir viejas creencias en los nativos. Así, ocultas, fueron advertidas por el viajero prusiano Alexander Von Humboldt (1769-1859) en 1803 y por el cirquero y anticuario inglés William Bullock (1770-1849) en 1823 (Humbodlt, 1810; Bergoña Arteta, 1991). El esfuerzo de los anticuarios se concentró entonces en formar grandes colecciones privadas de códices e imágenes, la más famosa desde luego fue la compuesta por Lorenzo Boturini entre 1735 y 1743 y que contenía el códice Ixtlilxóchitl atribuido a Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. En cambio, entre Tabasco y Guatemala, se contaba con poco o nada de documentos y con el flagelo de una conquista interrumpida que había dejado miles de kilómetros sin control real de los españoles. Por lo tanto, no fue extraño que estos eruditos buscaran en las ciudades monumentales que cobijaban las selvas de los alrededores y que tenían un fuerte simbolismo entre los aborígenes todavía paganos, el fundamento de un pasado magnífico que estimuló a la postre un nacionalismo criollo preindependentista que se reflejó en los intentos separatistas de Chiapas y en la secesión centroamericana en la primera mitad del siglo XIX (Rodríguez Lazcano, 1987: 305). De esta manera, por las condiciones de lejanía y vacío de poder, se obtuvo el escenario afín para estos programas de exploración e interpretación de una historia que pretendía explicar los orígenes con prácticas diferentes a las emprendidas en el centro de la Nueva España. Al respecto, el respetado arqueólogo mexicano Ignacio Bernal, escribió en su Historia de la arqueología en México:

Entre otras cosas que nos conciernen, se desarrollaba allí el primer programa arqueológico jamás llevado a cabo en México. Me refiero por supuesto a las exploraciones de Palenque. A diferencia del interés básicamente documental que imperaba en el centro de México, en el sureste predominaba el aspecto arqueológico, (Bernal, 1979: 79).

Imagen 1 Arqueología mexicana (edición especial: aztecas), 13, México, abril de 2003.

Imagen 2 Arqueología mexicana (edición especial: aztecas), 13, México, abril de 2003.

Imagen 3 Arqueología mexicana (edición especial: aztecas), 13, México, abril de 2003.

De esta suerte, el primer viaje ordenado directamente por la Real Audiencia de Guatemala estuvo a cargo en 1784 por el teniente de alcalde mayor de Palenque, José Antonio Calderón (Navarrete, 2000: 14; Lhuillier, 1992: 9-30). El 28 de noviembre de 1784, Estachería le ordenó:

Este acercamiento sirvió para la obtención de información y posteriormente para elaborar las Instrucciones. Tanto Ordóñez como Estachería creían en la necesidad de visitar el sitio, de observar y resguardar los objetos. El párroco efectivamente reconocía “...ya se ve la gran diferencia que hay entre un me aseguran y un yo lo ví; pero por desgracia mía, mis Cortas facultades me privaron hasta aquí de esta satisfacción... [...]...nunca llegó el caso de verificarlo porque siempre se opusieron desgraciadas ocurrencias.” (Castañeda Paganini, 1946: 18 y 19). Para su desgracia, quizá las órdenes sobrepasaron por mucho los pobres esfuerzos de Calderón que por las dificultades de la selva sólo pudo sondear un pequeño espacio.

Ylustre Señor por diligencias muchas que he hecho, ya con el alago, ya con la amenaza, valiéndome de otros ardides; no ha havido quien me dé la razón de lo que esto fué, o quien haya sido el fundador, para desvanecer asi muchos pensamientos que formo al verlo todo, y han formado otros mui entendidos, sino que puedan deslindar el monte de dificultades que se ofrece a la vista con los vestigios de la gran Ciudad Palencana…. (Castañeda Paganini, 1946: 24).

Calderón sólo permaneció tres días en el sitio y presentó su informe el 15 de diciembre de 1784 (imagen 4-7) (Bernal; 1979: 80). Con todo, el informe sirvió como antesala para enviar una segunda exploración, mejor preparada y a cargo de un hombre con mayores mé-ritos profesionales. El afortunado fue el arquitecto de Obras Reales de la Capitanía de Guatemala, Antonio Bernasconi (¿?-1785), y como se había pensado desde el principio, se elaboraron las Instrucciones que debería seguir rigurosamente al encontrarse frente a frente con los restos de aquél pueblo olvidado.

Imagen 4 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

Imagen 5 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

Imagen 6 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

Imagen 7 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

De inmediato, José de Estachería asentó el propósito central de los ordenamientos. Tales exigencias eran “tan principales que su descubrimiento podrá acaso suministrar presupuestos y reglas, de que inferir sobre su origen, particularidades importantísimas a la ilustración de la Ystoria, y conocimientos de la antigüedad...” Dividió el documento en 17 capítulos y sólo en el primero incluyó 6 puntos que resumían las labores principales que se debían desempeñar. El guatemalteco los llamó “obgetos de revisión”. En el primero, invitó a “hacer mérito de todo quanto pueda influir para formar idea de la antiguedad de aquella fundación”; en el segundo hizo hincapié en la necesidad de saber sobre el comercio, las actividades productivas y los “medios con que subsistieron sus havitantes”; en el tercero sobre las causas del decaimiento, “fatalidad, moción, o Tragedia causaría la destrucción de aquella ciudad”; en el cuarto sobre “la entidad, y magnificencia de ella”; y en quinto y el último, sobre “el orden, que a su Arquitectura señalan las noticias históricas de dicha facultad; esto es, propias de qué Nación...” Aunque breves, orientaron lo que se debía buscar según los siguientes capítulos. De hecho, un poco después José de Estachería escribió “Ynfluirá a los conocimientos del primer obgeto…”, insistiendo en la importancia de los primeros 6 puntos. En los apartados siguientes, marcó poner atención en los atuendos, las inscripciones, lápidas, símbolos, copiarlos y “tratar de su remisión a esta Capital [Guatemala] defendiendolas antes con cueros…” En el tercer capítulo indujo a valorar los usos de los edificios, materiales de construcción, probable uso de metales, fabricación de monedas, espacios de cultivo, crianza, comercio y la actividad preponderante. En los dos subsecuentes, pidió atención en los caminos, pai-saje, ríos y proximidad a la costa con el afán de explicar si los pobladores habían llegado de ultramar, es decir, si procedían del Viejo Mundo. Del séptimo al décimo, solicitó información sobre la existencia de restos volcánicos o yacimientos de hierro para conocer un probable uso militar además de los sistemas de defensa y las dimensiones de los edificios. En el onceavo requirió que se buscaran adoratorios, calabozos y palacios, mandó inclusive a “si fuese necesaria una excavación […] havriamos de persuadirnos a que su fundación se debe a gentes cultas y no bárbaras, y de ello fundar juicios mui propios a la Ylustración de la Historia”. Del doceavo al decimoquinto pidió datos de la circunferencia de la ciudad, esbozar un plano, mar-car claramente la cercanía y uso del río (hoy conocido como el Acueducto), en especial examinar dos piedras redondas que -suponía- pudieron haber servido de molinos. El decimosexto instó a ordenar numéricamente y “contengan la claridad necesaria” una serie de dibujos ilustrativos. Y por último, el decimoséptimo, invitó a “conforme a las luces que subcesivamente fuere adquiriendo el Arquitecto, dexo a su prodencia el hacer mayor, o menos meritos de las circunstancias que importen a la mayor ilustración de los objetos, y puntos que le descrivo en esta…” (Navarrete, 2000: 17-23. Castañeda Paganini, 1946: 30-34). Las órdenes quedaron signadas el 29 de enero de 1785.

Impetuoso, Antonio Bernasconi se encaminó con rumbo a Santo Domingo de Palenque. Hasta hoy, re-sulta un misterio el tiempo que estuvo en las ruinas pero inició los recorridos con José Antonio Calderón el 25 de febrero de 1785 y fechó su informe el 13 de junio. Apuntó 22 construcciones, hizo dibujos de dos templos, cortes transversales, un plano del Palacio (imagen 8-11) y transportó un pequeño relieve que después encontró resguardo en el Museo de América de Madrid. Quizá fue demasiado lo solicitado, no respondió todos los puntos de las instrucciones y su informe fue mucho más breve y escueto que el de Calderón. Sin embargo, expedito Estachería ya había mandado una carta al rey de España fechada el 13 de febrero del mismo año y el 26 de agosto despachó otra más para insinuar la necesidad de más viajes exploratorios, solicitud que Juan Bautista Muñoz (1745-1799), cronista de Indias, anexó al primer envío. El texto fue recibido originalmente por don José de Gálvez y Gallardo (1720-1787), ministro de Indias y principal promotor de las Reformas borbónicas de Carlos IV. El apoyo no se hizo esperar. A través de una Real Orden se aprobó el 15 de marzo de 1786 nuevas indagatorias que pudieran “ilustrar el origen y la historia de los antiguos americanos.” (Bernal, 1979: 81; Castañeda Paganini, 1946: 42). El cerebro de la autorización había sido el mismo Muñoz, estudioso que nunca visitó México pero era un destacado antecesor de los positivistas decimonónicos que bajo encargo regio estaba sumergido en elaborar una historia completa de las Indias. (Cañizares Es-guerra; 2007: 29-30 y 332-347). Al saberse la respuesta en Guatemala, Estachería de inmediato hizo preparativos. Esta última aventura sería la más conocida. Desgraciadamente Bernasconi había muerto. El encargo entonces recayó en un desconocido capitán de artillería llamado Antonio del Río acompañado por el dibujante Ricardo Armendáriz (Paganini, 1946: 45-46; Alcina Franch, 1994: 92-98).

Imagen 8 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

Imagen 9 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

Imagen 10 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

Imagen 11 Castañeda Paganini, Ricardo (1946), Las ruinas de Palenque: su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala.

La expedición marchó. A pesar de haberse planeado para finales de noviembre, por la lluvia intensa llegó a Santo Domingo de Palenque hasta el 3 de mayo de 1787. Con el apoyo nuevamente de José Antonio Calderón desmontaron la maleza que impedía ver a una “distancia de cinco pasos” a cada hombre y 16 días después abrieron un llano. Ahí, despampanante, magnífico, El Palacio fue centro de atención.

Del Río reportó 14 construcciones, 8 leguas de peri-feria, tierra fértil, abundancia de frutos comestibles y ríos navegables. A pesar de la poca preparación, los exploradores trataron de cumplir con las Instrucciones cuidadosamente y constataron la ausencia de meta-les y notaron la arquitectura “muy parecida a la antigua gótica”; apuntaron las construcciones dedicadas al acueducto, reconocieron los glifos como un sistema de escritura, tomaron medidas y en el informe final propusieron extraer objetos -como había apuntado Muñoz- para trasladarlos a España y demostrar que tales monumentos “que acreditaría[n] la gloria de las armas españolas y una cultura superior a la capacidad de los indios…” (Ibídem, 1946: 59). Prepararon “25 placas que contenían 30 asuntos” (imagen 12-23) y aunque omitieron un plano y vistas del Palacio -posiblemente porque ya lo había entregado Bernasconi- , dibujaron la lápida del Sol, la Cruz y la Cruz foliada. El informe se fechó el 24 de junio de 1787 y se entregó de inmediato a Estachería que envió ejemplares a España junto con algunas pie-zas y dibujos para finalmente acabar todo enterrado en el recién fundado Real Gabinete de Historia Natural con sede en Madrid. (Navarrete, 2000: 34 y 35, Alcina Franch, 1994: 98 y 99). Entregado el documento de Del Río en España, Carlos IV (1748-1819) decidió proseguir pero con un proyecto más ambicioso. Se comisionó al austriaco Guillermo Dupaix, hombre sencillo que tenía -decía Humboldt- instrucción en Italia y ciertos conocimientos sobre historia y arqueología (Bernal, 1979: 83), para hacer tres viajes entre 1805 y 1808 a los principales sitios prehispánicos conocidos, desde Chiapas hasta Papantla (El Tajín), desde Yucatán hasta Oaxaca. El último lugar poblado que visitó fue Ciudad Real, donde Ramón Ordóñez ya en sus últimos años de vida, le obsequió dos antigüedades.

Imagen 12 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 13 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 14 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

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Imagen 17 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 18 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 19 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 20 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 21 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 22 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

Imagen 23 Del Río, Antonio (1822), Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered near Palenque... from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Crítico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera, London, Henry Berthoud Publisher. Con imágenes de Frédéric Waldeck.

A pocos días después de mi entrada en esta ciudad, procuré indagar según costumbre de alguna persona de capacidad, las particularidades que podrían existir del tiempo antiguo respectivamente á mi comisión. Solo me citaron á un sujeto, el único acaso que me podría dar luces, como efectivamente fué así. El tal sujeto se llama don Ramón de Ordóñez, provisor de esta santa iglesia y amante de las antigüedades, (Dupaix, 1978: 297).

De regreso a la ciudad de México, el austriaco entregó su informe. Luciano Castañeda, dibujante de Dupaix, seguiría una prolífica vida como dibujante, inclusive alcanzó a recibir clases en julio de 1830 del entonces incipiente anticuario pero talentoso pintor Frédéric Waldeck (1766/68-1875) quien después participó en la convocatoria de la Société de Géographie de París y antes en la publicación londinense del informe de Antonio del Río (Waldeck, 1829-1837: 34; Del Río, 1822). El entonces excompañero de Dupaix, fue el único que alcanzó a sobrevivir las primeras décadas del siglo XIX y conocería a varios de los exploradores que, incitados por los sabios franceses, coincidieron con el propósito de partir hacia la selva chiapaneca, a las penumbras de la presumida primera civilización americana.

De Chiapas a París: el Programme des Prix

Probablemente, ninguno de estos aventureros imaginó el destino que tendrían los informes. Dirigiéndose sólo a funcionarios curiosos, cumplieron con dar cuenta de la existencia de las ruinas palencanas sin sospechar las implicaciones historiográficas contraídas. Por lo menos, Calderón y Bernasconi nunca entendieron la importancia de contestar cabalmente las Instrucciones, pero al contrario, Estachería y Ordóñez y Aguiar sí sabían lo que querían: preguntas específicas que creían debían ser contestadas bajo procedimientos específicos. De este apetito por cumplir la forma, fue como se envió la tercera expedición. Efectivamente, detrás de esta insistencia había una intencionalidad ligada a un procedimiento que otorgara fiabilidad al conocimiento de lo antiguo, prácticas ligadas a un saber que después se nombra-ría como prehispánico y que se auxilió con tradiciones de viejo uso (como los cuestionarios de las Relaciones geográficas) y abría un horizonte de posibilidad para formas de trabajo inéditas con respecto a la veracidad de la historia. Sin embargo, es importante hacer hincapié que esta estrategia historiográfica tuvo un propósito paralelo: poco después sirvió de fundamento para un discurso nacionalista criollo preindependentista que alimentó las ansias de una separación política de la Corona española y ulteriormente del Imperio mexicano (Navarrete, 2000).

En esta dirección, la identidad criolla chiapaneco-guatemalteca fue alentada por el despotismo ilustrado que invadía las colonias americanas. Así, al mismo tiempo que Calderón, Bernasconi, Del Río y Dupaix recorrían los entresijos de la Nueva España, se fundaba en Madrid el Real Gabinete de Historia Natural en 1776 y el Observatorio Astronómico en 1790; en la ciudad de México se creó el Real Jardín Botánico de México en 1788, el primer Gabinete de Historia Natural en 1790 y se diversificaron las Sociedades Económicas de Amigos del País (Sarrailh, 1981; Zamudio Graciela, 1992). En Centro-américa también se instituyó un Gabinete de Historia Natural en 1796 y Ramón Ordóñez y Aguiar, aparte de ser consejero de José de Estachería, fue promotor de un círculo de “notables vecinos de culto merecimiento” que se reunía para comentar tanto de temas políticos como de los descubrimientos de Palenque (Navarrete, 2000: 28). Como resultado de su afición, el párroco primero esbozó una “Memoria relativa a las ruinas de la ciudad descubierta en las inmediaciones del pueblo de Palen-que de la provincia de los Tzendales del Obispado de Chiapas”, manuscrito que encontró su destino en el Museo Nacional y posteriormente pasó a la biblioteca del viajero americanista Charles Etienne Brasseur de Bourbourg (1814-1874), pero éste era solo la antesala de una obra más grande (Alcina Franch, 1995: 84). Con el transcurrir de los años escribió un voluminoso libro que llamó Historia de la creación del cielo y de la tierra conforme al sistema de la gentilidad americana (imagen 24-26) que

trata sobre el linaje de ‘los culebras’, del diluvio universal, del origen de los indios a partir de su salida de Caldea y su tránsito por el océano hasta llegar al seno mexicano; describe el principio de su imperio y fundación de la ciudad de Palenque, la destrucción de la ‘primera corte’ que aquí reinó y las creencias gentiles de los ‘votánidas’ (Navarrete, 2000: 29).

Imagen 24 Ordóñez y Aguiar, Ramón (s/f.), Historia de la creación del cielo y de la tierra conforme al sistema de la gentilidad americana…, (manuscrito) Archivo de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología de México, Colección Antigua, no. 231.

Imagen 25 Ordóñez y Aguiar, Ramón (s/f.), Historia de la creación del cielo y de la tierra conforme al sistema de la gentilidad americana…, (manuscrito) Archivo de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología de México, Colección Antigua, no. 231.

Imagen 26 Ordóñez y Aguiar, Ramón (s/f.), Historia de la creación del cielo y de la tierra conforme al sistema de la gentilidad americana…, (manuscrito) Archivo de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología de México, Colección Antigua, no. 231.

Ordóñez insistió en la antigua existencia de un sacerdote blanco, barbado y cristiano llamado Votán, que llegó por vía marítima y fundó Nachán (Palenque) después de haber recorrido España, Roma y Jerusalén. Fundador de la primera ciudad del México antiguo, pueblo que después se había dispersado por todo el continente americano hacia Uxmal, Xochicalco, Teotihuacán y demás. El chiapaneco llegó a esta conclusión después de leer varios documentos indígenas, entre ellos el Popol Vuh2 (Ordóñez y Aguiar, s/f.). Su libro quedó sólo en manuscrito pero esto no impidió que fuera consultado. Quizá uno de los primeros fue el doctor italiano Paul Félix Cabrera, asistente de las tertulias, que elaboró poco después un documento titulado Teatro crítico americano que no resultó más que un plagio. Todo terminó en un airado conflicto judicial en 1794 que ganó Ordóñez ante la Real Audiencia de Guatemala (Belaubre, 2007). Sin embargo, por las fugacidades del destino, en 1822, un año después de la consumación de la Independencia mexicana y con la incertidumbre de la separación guatemalteca, el documento apócrifo de Cabrera junto con el Informe de Del Río, apareció en Londres y fue adquirido por el impresor Henry Berthoud que los hizo traducir y los publicó con el título de Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered Near Palenque, in the Kingdom of Guatemala in Spanish America, from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Critico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera. (Brunhouse, 2002: 19; Cline, 1947: 298-299). Esta publicación sería un punto de encuentro entre las interpretaciones europeas sobre el origen de la civilidad del hombre americano y las hipótesis pronacionalistas de los eruditos guatemaltecos y chiapanecos a través de un documento que escondía en su ilegitimidad el producto de años de búsqueda, trabajo y esfuerzo de hombres como Ramón Ordóñez, José de Estachería, Calderón, Bernasconi y Del Río, entre muchos más probables personajes de Guatemala y Ciudad Real.

Así llegó el informe a manos de la Société de Géographie en 1825. Ahí, en sesión del 11 de noviembre de 1825, se acordó traducirlo al francés y emitir una convocatoria (dentro de otros desafíos exploratorios) con un premio de una medalla de oro y 2400 francos para el mejor trabajo que demostrara la existencia de aquellos vestigios. Los resultados debían ser entrega-dos antes del 1 de enero de 1830 y a pesar de la prontitud, algunos de los extranjeros que radicaban en México de inmediato empezaron los preparativos. Debían seguir unas instrucciones al modo como lo había hecho Bernasconi y del Río, al punto que esta convocatoria al mismo tiempo que partía de avances y resultados novohispanos también pretendía enriquecerlos con las dudas que habían nacido en el consenso de los sabios de la Société de Géographie. Sin embargo, si la indagación del pasado prehispánico en la Nueva España servía para alentar el nacionalismo criollo, en Europa acorde a ambiciones colonialistas y prejuicios de larga antigüedad, se utilizó para animar la idea de inferioridad de la naturaleza americana (al respecto ver O’Gorman, 1942; Gerbi, 1982), en específico, del nativo. Al punto que al mismo tiempo que se exalta-ban los logros prehispánicos, se hacía hincapié con diversos matices en la degeneración histórica de los cuerpos americanos. Estos juicios tenían también una connotación política que impactaba en la imagen de las jóvenes naciones independientes sobreentendidas como incapaces de alcanzar los logros civilizatorios europeos. En este contexto de divergencia fue como estuvieron insertados tales tránsitos intercontinentales de conocimiento.

En el anuncio titulado “Antigüedades americanas”, los estudiosos galos exigieron “…una descripción, más completa y más exacta que aquélla que se posee sobre las ruinas de la antigua ciudad de Palenque”. Y al igual que en las Instrucciones chiapaneco-guatemaltecas (capítulo 15 y 16) se solicitó “hacer vistas pintorescas de los monumentos con planos, los cortes y los principales detalles de las esculturas”. En una nota se aclaró (como en el capítulo 11) que “Habrá de pretender donde quiera que esté, excavaciones para encontrar el destino de galerías subterráneas practicadas debajo de los edificios, para constatar la existencia de acueductos subterráneos”. Un elemento nuevo fue la sospecha -esbozada ya por Antonio del Río- de una conexión histórico-regional del sureste mexicano y se instaba a buscar más “informes que parecen existir sobre estos monumentos y varios otros de Guatemala y Yucatán”, pero un punto fundamental fue calcular (como el punto 5 del capítulo 1) “la antigüedad” de los sitios que según llegaban hasta “Copan, en el Estado de Honduras; las de la isla Peten, en La Laguna de Itza, sobre los límites de Chiapa, Yucatán, Verapaz…” y no necesariamente debían datar -suponían- de la conquista española sino probablemente de mucho antes.

Por ello, asimismo requirieron “reconocer la analogía que reina entre estos distintos edificios, observando otras obras de una misma procedencia y de un mismo pueblo”. Un punto central que les interesó analizar fue el Tablero de la Cruz que según los novohispanos era evidencia de una antigua evangelización de Votán, “se buscarán los bajorrelieves que representen la adoración de una cruz”. Pero ya como requisitos numerados, insistieron en 1) mapas particulares de los distritos -como el capítulo 12 - donde las ruinas se situaban acompañados de planos topográficos, 2) la altura absoluta -como el capítulo 4 y 5- de los principales puntos sobre el nivel del mar, y 3) observaciones -como el segundo punto del capítulo 1- sobre el estado físico y las producciones del país. En este tenor, un elemento que acentuaron los franceses fue la búsqueda de testimonios y “tradiciones relativas al antiguo pueblo a quien se asigna la construcción de estos monumentos, con observaciones sobre las costumbres y los hábitos de los indígenas, y los vocabularios de los antiguos idiomas”. Más aún, debían especificar lo que los nativos dijeran sobre la “edad de estos edificios, y se examinará, si se prueba bien que las figuras dibujadas con una determinada corrección son previas a la conquista.

Aunque más generales y menos exhaustivos que las Instrucciones novohispanas, los franceses tuvieron el acierto de volver a incitar la visita, excavación, registro del sitio y la hechura de imágenes a través del uso de ordenamientos que disciplinarían las conclusiones de los viajeros. De los participantes efectivos, sólo tres ilustres personajes salieron con rumbo al sureste mexicano: el militar irlandés-centroamericano John Galindo (1802-¿?), el médico François Corroy (1777-1836) y el artista francoparlante Frédéric Waldeck. Los demás candidatos, el arquitecto alemán Karl Nebel, el explorador francés Henri Baradère, el pintor Johann Moritz Rugendas (1802-1858) y el viajero germano-ucraniano Louis Choris (1795-1828) a pesar de mostrar ímpetu, no comenzaron el itinerario.

De Europa a Palenque: el regreso

Quizá el primero en llegar fue François Corroy. Aunque en fechas desconocidas visitó asiduamente las ruinas; al respecto, Frédéric Waldeck apuntó en su diario personal el martes 25 de septiembre de 1832:

François Corroy nacido en París en el año 1777, estudió en un colegio hasta la edad de 17 años, se volvió médico cirujano después de estudios franceses pasados en Santo Domingo con el general Lecrerc3 y después en México donde permanece desde hace 30 años. Vive con su segunda mujer, tiene un hijo de la primera y una hija de la segunda, ambos criados según la moda del país, es decir: beber, comer y dormir. El señor Corroy después de haber ejercido más o menos su profesión en el estado de Tabasco y sido jefe del hospital militar de aquél estado, se metió en la cabeza sin el menor estudio preliminar, volverse anticuario y desde hace 18 años escribe sobre las ruinas de Palenque a las cuales hace hoy su tercer viaje. Todo lo que escribió y recopiló sin juicio ni crítica ninguna, ocupa varios racimos de papel mientras que la corta sustancia de sus ideas se pue-den escribir con una sola mano. Su manía es de hacer hablar de él, y para eso hizo insertar en los diarios de Veracruz artículos más o menos insignificantes. Cuando oyó hablar de mi expedición dijo a todo el mundo que estaba seguro ser nombrado uno de los miembros, no podía ser de otra manera dado que era el único anticuario-historiador que podía trabajar sobre las ruinas, (Waldeck, 1829-1837: 224-225).

Este médico había sentido atracción por las antigüe-dades mexicanas desde 1819, incluso había visitado Copán entre 1802 y 1803 y otras ruinas en la ribera del río Usumacinta, en un lugar nombrado Los Cerillos, cerca de la frontera entre Tabasco y Chiapas. No tenía intenciones directas de competir por el premio, pero al saber que ninguno de los candidatos ponía pie en la región empezó a decidirse, más aún cuando se enteró que Henri Baradére, residente francés en México, había logrado obtener el informe de la expedición de Guillermo Dupaix y Luciano Castañeda para enviarlos posteriormente a París (Corroy, enero-junio de 1831: 281-282). Concluyó dar a luz un tratado de dos volúmenes en Nueva York pero para su desgracia la editorial Harper se negó a publicarlos por el elevado costo de las imágenes. (Brunhouse, 2002: 68). Su primera referencia sobre Palenque data de una carta a Jomard fechada el 10 de noviembre de 1831:

El Palacio […] se compone de cinco cuerpos de edificio de alrededor de mil pies de circunferencia cada uno, donde se pueden albergar aún diez mil hombres actualmente. / Hay subterráneos de al menos cuatro-cientos pies de largo, […] Todos estos monumentos están en piedra tallada y con una simetría admirable.

Se ven figuras colosales de doce a quince pies de altura esculpidas en piedra. […] Cuanto a las excavaciones hechas sobre el terreno inmenso […] aguardo la respuesta positiva del estado de Las Chiapas y del gobernador superior de México, (Corroy; julio diciembre de 1832: 54-57).

En síntesis, Corroy sostuvo un origen “antediluviano” (Waldeck, 1829-1837: 225-226), creyó que tenía una antigüedad del 2600 a.C. y más ambicioso que Calderón, Bernasconi y Del Río, rompió con la idea de Palenque como la primera ciudad civilizada del continente al sostener una colonización tolteca (Corroy, noviembre de 1833: 371-374), migrantes que evidentemente habían aparecido mucho antes en el centro de México. Visionario, pensó en términos de mayor profundidad temporal asumiendo un origen que insinuaba como responsables a los nativos. En cierta manera, este médico que se autonombraba “tabasqueño por adopción” distinguió un atisbo de conocimiento que después se nombraría como prehistórico. Progreso que sólo se equipararía al del explorador norteamericano considerado “padre de la arqueología maya”, John Lloyd Stephens (1805-1852), cuando propuso que los pueblos prehispánicos no debían sus alcances y orígenes al Viejo Mundo, sino que eran expresiones auténticas y civilizatoriamente diferentes con una antigüedad considerable. No obstante, para infortunio de la arqueología, Corroy murió en 1836 (Augustin Bonnetty,et al.; 1836: 458), perdiéndose literalmente en el olvido.

El segundo explorador en llegar a Palenque fue el aventurero irlandés nacido en Dublín en 1802, de ascendencia española pero naturalizado guatemalteco, conocido como Juan Galindo. Después de arribar por circunstancias no bien conocidas en 1827 a Centroamé-rica, ascendió escalones políticos hasta situarse como gobernador del Petén. Envió sus informes a la Literary Gazette de Londres, a la American Antiquarian Society de los Estados Unidos, a la Société de Géographie de París y ciertos objetos a la Royal Society de Londres.

Aunque no se sabe con exactitud en qué fecha y cuánto tiempo estuvo en las ruinas, tomó medidas, describió estructuras, orientaciones, hizo planos, dibujó relieves, hizo un vocabulario comparativo del maya y el caste-llano, vio semejanzas entre los indígenas contemporáneos y las imágenes de los edificios, concluyendo que había una conexión histórica y regional -similar a la propuesta por Antonio del Río- en toda la Península de Yucatán y Centroamérica. No dejó dudas sobre su creencia en la superioridad de aquellas ciudades sobre cualquier otra civilización americana. Consideró que los mayas eran la raza más vieja del mundo y que después de una horrible catástrofe habían emigrado, colonizado Asia y fundado las culturas del antiguo continente (Brunhouse, 2002: 39. Galindo, 1832: 198-217). No obstante, ambicioso, anhelante de riqueza, contradictoriamente quedó rápidamente en el olvido; no publicó ningún libro, sólo artículos en revistas y anuarios fáciles de archivar. Su activa vida política y militar lo absorbió con demasía y le trajo infortunios (Fagan, 1984: 129-131). En 1835 escribió nuevamente desde Copán a la Société, pero nada más (Galindo, 1835: 231-235). Sobre el camino y paisaje de Palenque, escribió:

La cadena de montañas sobre la cima de la cual se esparcen estas ruinas, atraviesan el continente de oriente a occidente, desde la fuente de Yalchilan [Yaxchilán], pequeño río tributario de agua del Usumacinta hasta dar al oeste de donde escribo: ella separa políticamente las repúblicas centroamericana y mexicana, y naturalmente los llanos unidos y calurosos de Tabasco, del país asciende al templado Petén que está al sur. De su extremidad occidental, la cadena gira hacia el sur y separa otra vez la provincia centro-americana del Petén del estado mexicano de Chiapas; un fragmento de este último estado penetra enseguida al norte de estas ruinas, y allí se encuentra la villa de Santo Domingo de Palenque (Saint-Domingue de la Lice), que tiene el honor, entre lo extraño, de dar su nombre a estas ruinas que aquí son conocidas bajo el de “Las Casas de Piedra”, (Galindo; 1832: 198).

Después no se volvió a saber gran cosa de Galindo. Sin embargo, lo siguió en la aventura por la selva chiapaneca el alemán francoparlante, Johann Frédéric Maximulianus Waldeck que probablemente había sido su maestro (Waldeck, 1832-1853: 55). Cirquero excéntrico llegó en marzo de 1832 con cuatro ayudantes, Feudriat, geómetra, Anthelme Curnillon, secretario, Schmidt y Mathey, ayudantes. Había logrado obtener el apoyo desde octubre de 1831 del ministro mexicano del Interior, Lucas Alamán (1792-1853) e iba dirigiendo una expedición científica pagada por suscriptores y avalada por el gobierno (Waldeck, 1829-1837: 102-100). Tenía una importante colección de antigüedades y había visitado Xochicalco en octubre de 1829 (Díaz Perera, 2008: 161-163) y Teotihuacán en octubre de 1831 (Ibídem: 186). Vale recordar que además había participado en 1822 en la edición londinense del informe de Antonio de Río.

Si bien pronto se deshizo de sus ayudantes, Waldeck construyó una cabaña entre las ruinas, contrató peones, desmontó los edificios, dibujó El Palacio, excavó la base de la Torre, pintó interiores del Templo de las Inscripciones, Templo de la Cruz, Templo de la Cruz Foliada e inclusive estudió la selva y fauna de los alrededores (imagen 27-37). Aunque escribió tres largos manuscritos (Waldeck, 1832-1853; Waldeck, 1832-1836, Waldeck, 1864-1873), sólo publicó fragmentos de uno (Waldeck, 1838). Y aunque concursó por el premio de la Société de Géographie, prefería mostrar sus resultados en una especie de circo ambulante que recorrería Inglaterra y Francia o en su defecto, recurrir a la African Association, antece-dente de la Real Sociedad Geográfica Británica (Díaz, 2008: 259). Con todo, Waldeck tomó los lineamientos de la convocatoria como indicador de lo esperado por los grupos eruditos y fue así como dio forma a su único libro, Voyage Pittoresque et Archéologique dans la Province D’Yucatan (Amérique Centrale), Pendant les Années 1834 et 1836). Abandonó Palenque enfermo el 28 de julio de 1833 pero con la esperanza de poder regresar. Visitó Uxmal en 1835 pero a principios de 1836 el gobierno mexicano bajo sospecha de traficar con antigüedades, le confiscó sus dibujos. Después de más de diez años de recorrer la república, salió triste y desilusionado con rumbo a Europa el 24 de marzo para nunca más regresar. Su opinión sobre Palenque se puede resumir en una cita de su diario de bolsillo (Journal de Potche de Natchan), producto de entrevistas con un nativo.

Las tradiciones que me han sido comunicadas con el misántropo de las ruinas me parecen valer la pena de ser recogida […] El verdadero nombre de las ruinas de Palenque es Natchan, y no Otitoiun que es una palabra extranjera a la lengua chole [chol], y que sería más bien maya, idioma que deriva de él. Alrededor de diez siglos antes del nacimiento de Cristo, vino del lugar donde se levanta el sol, tres individuos blancos y barbudos, el primer sabio Ymas, el segundo Ik, el tercero Votán, aquel que obtuvo toda la celebridad que la tradición le otorgó. A pesar de que el maíz sea indígena no era como en su tiempo en el paisaje y es Votán que les trajo esta maravilla, él lo unió a la civilización y las artes. La época de su muerte es un problema, la tradición si es justa, lo hizo morir de manera violenta y nueve reyes lo sucedieron e iban a reinar cada uno medio siglo, según el uso que él mismo había prescrito. […] Un ambicioso le sucedió y su nombre era Chanan (5), los que vinieron después fueron Abaghu (6), Bem (7), Hix (8), Tzequin, Chabin, Chinax, Cahagh y Akbal. Es bajo este último rey que Natchan fue destruida por la nación de Tula ciudad que había sido fundada por Votán y que después [ilegible] enemigo de Natchan [se refería a Toniná], sus ruinas están cerca de Oco-singo, (Waldeck, 1832-1853: 47-49).

Imagen 27 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 28 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 29 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 30 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 31 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 32 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 33 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 34 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 35 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 36 Brasseur de Bourbourg, Abbé Charles Etienne; De Waldeck, M. (s.f), Monuments Anciens du Mexique et du Yucatán: Palenque, Ococingo et autres Ruines de l’Ancienne Civilisation du Mexique, Arthus Bertrand éditeur: libraire de la Société de Geographie, París.

Imagen 37 Baudez, Claude-François (1993), Jean-Frédéric Waldeck peintre: le premier explorateur des ruines mayas, Hazan, París (Francia).

En 1832 con Frédéric Waldeck se cerraron las exploraciones iniciadas por las autoridades coloniales españolas y seguidas por el premio de la Société de Géographie. Corroy murió en 1836, Galindo inmerso en la política centroamericana se olvidó de proseguir sus pesquisas y Waldeck más concentrado en las exhibiciones circenses no mandó el producto total de sus trabajos exploratorios. Con todo serían las raíces, los primeros intentos y por lo tanto, el impulso instigador que cimbraría el espíritu de viajeros ulteriores como John Lloyd Stephens (1805-1852), Frédérick Catherwood (1799-1852), Désiré Charnay (1828-1915), Alfred Percival Maudslay (1850-1931), entre otros que llegarían al sureste mexicano después de 1840 y recorrerían durante todo el siglo XIX las ciudades antiguas mayas.

Todos en mayor o menor medida, leerían el informe de Antonio del Río, el artículo de Paul Félix Cabrera, la correspondencia de Galindo y el único libro publicado de Waldeck. Algunos más como Charles Etienne Brasseur de Bourbourg estudiarían el manuscrito completo de Ramón Ordóñez y Aguiar en la ciudad de México. Vendrían sobre la base de lo realizado entre 1794 y 1840, época fecunda de tráfico de ideas y prácticas a nivel intercontinental que se había traducido entre otras cosas, en la similitud de las Instrucciones de José de Estachería y la convocatoria del Programme des Prix con pretensiones de rigurosidad inéditas entre los siglos XVIII y XIX. Y aunque (a excepción de Bernasconi, Corroy y Galindo) todavía en el consenso no se reconocía a los nativos como verdaderos constructores de las ruinas, sí existían propuestas que insistían en la posibilidad y en el caso específico de Corroy, sugirió incluso una antigüedad que iba más allá de una ciudad original y rompía con el mito de un sacerdote blanco y barbado como Votán con respecto a la supuesta incapacidad aborigen para erigir civilización.

Por lo tanto, si bien estos hombres no tenían claro el origen de Palenque, entre sus desacuerdos estaban abriendo el horizonte de posibilidad para una noción de antigüedad que incluía lo prehispánico y los prehistórico como digno de estudio ligado a prácticas como viajar, recolectar objetos, documentos, excavar, entrevistar y dibujar (después fotografiar), lo que se volvería parte de la manera de como trabajarían los arqueólogos e historiadores modernos. Aquí acabó la cosecha que paradójicamente dejaría sembradas las semillas para las futuras exploraciones y para futuros conocimientos que se introducirían a las academias en los siglos XIX y XX.

Sin embargo, para la Société de Géographie, no hubo ganador. Como refiere Bernal, el abate H. Ba-radère que había viajado en 1828 a México, obtuvo una copia del informe de Dupaix, los dibujos de Castañeda y la mitad de los objetos reunidos durante su expedición y los mandó a París donde llegaron en 1839 y se publicaron con fecha de 1834. De hecho, mucho de aquella documentación ya había aparecido en la majestuosa obra de Edward King vizconde de Kingsborough, Antiquities of México (Bernal, 1979: 91-92). El veredicto emitido hasta abril de 1836, apuntó que ninguno de los participantes había cumplido estrictamente las instrucciones. Se otorgaron medallas de plata a Baradère, Kingsborough y Galindo; en cambio Corroy y Waldeck recibieron bronce junto con el compromiso de publicar las imágenes. Warden se adjudicó un reconocimiento por editar el informe en francés de Antonio de Río.

Nos vemos en la necesidad de declarar que ni las descripciones geográficas ni arqueológicas, ni los mapas, ni los dibujos poseídos hasta el presente, podrán bastar para el estudio y las investigaciones sobre América Central, sin duda, no darán en breve el objeto. M. doctor Corroy, que visitó varias veces Palenque, no presenció o describió el resto del país, no dio dibujos ni mapas. M. Waldeck, parece haber hecho trabajos considerables en muchos de los pun-tos, más no envió descripciones de aquellas entre su correspondencia. M. Galindo, el primero que vio Copán y describió Palenque con detalles, no penetró en Yucatán y no dio de Palenque más que simples croquis. En fin, las dos obras que hemos analizado se circunscriben (cuando a América Central) a la descripción de Palenque extraídas de la relación del tercer viaje de Guillaume Dupaix, y sus dibujos son incompletos, insuficientes bajo el informe de la arquitectura, esta obra no contiene además, ni mapas ni investigaciones geográficas. El coronel Galindo fue el único que dio un mapa, envolviendo los países situados a una treintena de leguas alrededor de Palenque. M. Waldeck fue el único que hizo excavaciones, más los resultados no son todavía conocidos, (Rapport sur le concours relatif à la géographie et aux antiquités de L’Amérique centrale, par M. Jomard, enero-junio de 1836: 287-288).

Se postergó el premio mayor hasta 1839 y en 1840 se declaró desierto. Por ende, la idea de una ciudad original como Palenque fundada por un sacerdote con raíces europeas, siguió manteniéndose. Ahogaba toda convicción en una historia americana despegada de criterios únicos, indivisibles y eurocentristas animando el extendido prejuicio de la incapacidad del indio para crear y vivir en civilización. Sin embargo, el primer paso se había dado. Estos expedicionarios además de colocar las semillas de una exploración sistemática de lo prehispánico, de incitar nuevas formas de obtención de evidencias y testimonios del pasado, pusieron también en la mesa de discusión un concepto clave para las nacientes ciencias decimonónicas que con el transcurrir de las décadas empezó a madurar: la antigüedad. Pero esta ya es otra historia, con otros viajeros, otros alcances, otros descubrimientos. Época de discusiones, debates, disputas, retrocesos, encuentros, desencuentros de la historia posterior, de la historia nuestra.

Reflexión final

Al interior de las ciencias sociales se ha logrado, cada vez más, descifrar conexiones y oposiciones entre fenómenos micro y macro. Se ha demostrado que Eu-ropa no es todo el mundo, que Estados Unidos no es toda América, ni el Distrito Federal es todo México y las regiones antes marginadas han tomado relevancia para demostrar los complejos vaivenes entre lo local y lo global. El acontecimiento narrado aquí muestra la interacción de ideas y prácticas entre América y Europa a finales del siglo XVIII y principios del XIX con tal de explorar uno de los sitios prehispánicos hoy más importantes del sureste mexicano. Estas tentativas sirvieron para fundar una idea que con los años se nombraría lo prehispánico en relación a prácticas específicas de estudio; por lo tanto, más que viajes curiosos, tuvieron relevancia en la conformación de un saber al interior de las posteriores ciencias sociales. Como cereza de pastel, estos esfuerzos no se concentraron en el centro de México sino en Chiapas y Guatemala. Por lo tanto, al mismo tiempo de permitir descentralizar historiográficamente la discusión de perspectivas que asumen los avances intelectuales como exclusivamente europeos, también permite descentralizarlo de la ciudad de México donde las preocupaciones anticuarias eran distintas, todo en un momento trascendental dada la transición del Antiguo Régimen al Estado Moderno (Guerra, 1995). Fenómenos globales con efecto en entidades locales, pero al mismo tiempo, voluntades locales impactando los eventos globales. Interacción que culminó con un siglo de prolíficos resultados anticuarios, situación que hizo posible las condiciones de operabilidad de las ciencias históricas modernas, pequeños desvíos que dada su conjunción, su aglutinación, su entrecruzamiento dieron lugar, posibilidad de existencia, a voluntades académicas de los siglos XIX y XX.

Bulletin de la Société de Géographie de París:

1825, “Commission Centrale: séance du 11 novembre 1825”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, núm. 33-38, Julio-diciem-bre, pp. 317-318.

1836, “Rapport sur le concours relatif à la géographie et aux antiquités de L’Amérique centrale, par M. Jo-mard”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, vol. V, serie 2, núm. 25-31, enero-junio de 1836, pp. 253-291.

1831, François Corroy, “Extrait d’une lettre de M. Corroy, médecin, au même”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, enero-junio de 1831, pp. 142.

1832, François Corroy, “Extrait d’une lettre de M. Corroy, fils, médecin”, en Bulletin de la Société de Géographie, So-ciété de Géographie de París, París, Tomo XIX, núm. 111-116, julio-diciembre de 1832, pp. 54-57.

1832, François Corroy, “Extraits d’une lettre de M. F. Corroy à M. Jomard, sur les antiquités mexicaines”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, tomo XIX, núm. 111-116, julio-diciem-bre de 1832, pp. 281-282.

1833, François Corroy, Extrait d’une lettre de M. CORROY sur le même sujet”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, tomo XIX, Sec-ción 1, núm. 117-122, enero-junio de 1833, pp. 48-49.

1832, Galindo, Juan, “Notice sur l’Amérique centrale, communiquée par M. le colonel GALINDO”, en Bu-lletin de la Société de Géograhie, Société de Géographie de París, París, tomo IV (segunda serie), núm. 19 a 24, julio-diciembre, pp. 231-233.

1832, Galindo, Juan, “Mémoire de M. Juan Galindo, offi-cier supérieur de la république de l’Amérique centra-le, sur les ruines de Palenqué”, en Bulletin de la Société de Géograhie, Société de Géographie de París, París, tomo XIX, núm. 111-116, julio-diciembre, pp. 198-217.

1833, Waldeck, Frédéric, “Extrait d’une lettre de M. Jean-Frédéric Waldeck, commissionné de l’expédition des recherches aux ruines de l’ancienne ville de Pa-lenqué”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, enero-junio de 1833, tomo XIX, no. 117-122, pp. 49-51.

Waldeck, Frédéric (1835) (1), “Extrait d’une lettre de M. Waldeck à M. Jomard”, Bulletin de la Société de Géogra-phie, Société de Géographie de París, París, enero-ju-nio de 1835, tomo III (segunda serie), núm. 13-18, pp. 207-210.

1835, Waldeck, Frédéric, “Antiquités mexicaines.- Extrait d’une, lettre de M. Waldeck”, en Bulletin de la Société de Géographie, Société de Géographie de París, París, julio-diciembre de 1835, tomo IV (segunda serie), núm. 19-24, pp. 234-237.

1835, Waldeck, Frédéric, “Extrait de quelques lettres de M. Jean-Frédéric Waldeck à M. le docteur Francesco Corroy, à Tabasco”, en Bulletin de la Société de Géographie, So-ciété de Géographie de París, París, julio-diciembre de 1835, tomo IV (segunda serie), núm. 19-24, pp. 175-179.

Manuscritos:

Waldeck, Frédéric (1829-1837), Journal de 1829-1837 (14 de octubre de 1829-21 de agosto de 1837), Chicago (Estados Unidos): Newberry Library of Chicago, Colección Ayer, MS 1261, num. 3.

El cuaderno tiene en la parte superior de las hojas derechas dos numeraciones con infinidad de errores y las izquierdas carecen de número. Con propósito de facilitar la ubicación de las notas, se enumeró nueva-mente el diario empezando desde la primera página sin contar portada ni contraportada.

Waldeck, Frédéric (1832-1836), Journal et nottes du vo-yage aux ruines del Palenque: années 1832-33, Chicago: Newberry Library of Chicago, colección Ayer, MS 1263.

Waldeck, Frédéric (1832-1853), Journal de Potche de Nat-chan: nottes de théogonie azteque et variété d’autres, pour servir en voyage Palenque, núm.24 (Treis), Chicago: New-berry Library of Chicago, Colección Ayer, MS, 1264.

La numeración en los bordes superiores de las páginas no corresponde a una serie, por tanto, se decidió numerarlas nuevamente según una secuencia consecutiva. Waldeck, Frédéric (1864-1873), Nottes et traditions no recueillies d’apres les auteurs Espagnoles et indigenes de l’Amérique Centrale, sur l’origine de sa première civilisation, laquelle prit naissance dans l’Yucatan et las Chiapas en même temps, plus de mille ans avant la naissance du Christ, Chi-cago: Newberry Library of Chicago, colección Ayer, MS 1262.

El manuscrito tiene una numeración propia pero que con frecuencia no coincide con el orden de las páginas. Se optó por volverlas a numerar según una secuencia consecutiva.

Citas

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