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Resumen
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El interés por estudiar las prácticas rituales indígenas desarrolladas en rincones específicos del paisaje natural, tales como cuevas, montañas, barrancos, pozos, escarpas, entre otros, se ha incrementado de manera importante en los últimos años. Esta tendencia es afortunada pues nos da la oportunidad de acercarnos a los pueblos originarios al abordar aspectos poco conocidos de su religión. Evidencias tales como rezos y ofrendas modernas, así como también artefactos, cerámica, arte rupestre y demás restos antiguos de cultura material, localizados en esos espacios naturales, adquieren una importancia central en estos esfuerzos recientes por comprender la ritualidad indígena vinculada al paisaje. En el caso concreto de los pueblos mayas es bastante el material que año con año se recopila al respecto y es de celebrar la existencia de diversos proyectos de investigación dedicados a su análisis. En consideración a esta importante labor, la revista LiminaR ha dedicado un espacio para la publicación de algunos productos de recientes investigaciones dedicadas a este tema. Este espacio, al que justamente se ha intitulado Paisajes rituales mayas, contiene cinco trabajos que, desde distintos propósitos, periodos históricos, regiones, enfoques y disciplinas, destacan a los rituales mayas en paisajes naturales como elementos vitales del universo indígena.
Inicia este recorrido Ángel García Zambrano. Su trabajo: “Frondas boscosas y parajes rocallosos: determinantes ambientales en los asentamientos indígenas de Mesoamérica colonial”, contextualiza al paisaje natural como elemento esencial del sistema de concepciones mesoamericanas sobre el universo. Partiendo de los testimonios dejados por los primeros españoles, García Zambrano destaca el papel que para los indígenas coloniales jugaban los paisajes boscosos, rocallosos y húmedos como condicionan-tes para fundar sus asentamientos. El autor explica que esta exigencia se debía a la búsqueda de ciertos elementos ambientales míticos que otorgaban a estos espacios el carácter requerido para la verificación de los rituales necesarios para el sostenimiento de la comunidad. En esta idea coincide Reiko Ishihara. Con su aportación: “Música para las divinidades de la lluvia: Reconstrucción de los ritos mayas del período Clásico Tardío en la Grieta Principal de Aguateca, El Petén, Guatemala”, Ishihara analiza el conjunto de restos de instrumentos musicales rescatados de la larga depresión que atraviesa el sitio clásico de Agua-teca, y concluye, gracias al uso comparativo de otras fuentes, que estos instrumentos eran utilizados en ritos especiales de procuración de lluvias ejecutados en el interior de esta falla geológica. Dada la evidente importancia ritual que tenía esta grieta para los aniguos habitantes de Aguateca, la autora no duda en plantear la posibilidad de que esta ciudad haya sido construida especialmente en este lugar debido a la presencia de la abertura natural mencionada.
El arte rupestre como evidencia de actividad ritual en el paisaje pétreo es el tema tratado por nuestros siguientes autores. Alfredo Barrera Rubio en “Los petroglifos de Pool Balam, Yucatán” interpreta los motivos artísticos recientemente descubiertos en una cueva localizada en una rejollada del municipio yucateco de Buctzotz como alusiones al jaguar que, según las creencias mayas, protege las cavernas y el entorno natural. La elaboración de estas alusiones se habría dado, según Barrera Rubio, en el marco de determinados rituales antiguos destinados a solicitar el permiso del jaguar para poder hacer uso de los recursos naturales del lugar, entre ellos los acuíferos. Las mismas ideas están presentes en el artículo de Carlos Batres, Ramiro Martínez y Lucrecia Pérez: “Hor Cha’an: La serpiente mítica ch’orti’ en el arte rupestre de Chiquimula, Guatemala”. Aquí los autores argumentan que la pintura de una serpiente conservada en el peñasco Los Migueles, cerca del poblado de San Juan Ermita, es una representación de la divinidad ch’orti’ que envía las lluvias. Gracias al uso de fuentes etnográficas, Batres y colegas lo-gran establecer el vínculo entre la presencia de esta imagen y los ritos que los mayas ch’orti’ realizan en honor a esta serpiente sobrenatural en montañas (la residencia de la divinidad) con el fin de obtener las preciadas lluvias. Los paralelos etnográficos también son fundamentales para Alejandro Sheseña. En su artículo “Algunas implicaciones de los ritos zinacantecos en cuevas en el estudio del arte rupestre maya” Sheseña propone que las diversas manifestaciones de arte rupestre maya tenían funciones rituales semejantes a las adjudicadas a las modernas cruces zinacantecas colocadas adrede en cuevas. Las obras de arte rupestre habrían servido, según este análisis comparativo, como marcadores de puntos de con-tacto con las divinidades de la tierra para aquellas personas que buscaban encontrarse con ellas y pedirles sus favores.
Estos artículos enriquecen de manera importante nuestros conocimientos acerca de los rituales indígenas enmarcados en el paisaje natural. El fenómeno es, por supuesto, bastante complejo por lo que los trabajos aquí presentados también son una invitación a que otros colegas se sumen a esta interesante labor. Quedan varios aspectos todavía por discutir. Por ejemplo, la sorprendente permanencia, a través de los siglos, de diversos elementos de la religión maya relacionados con el entorno natural a pesar del desgarrador periodo colonial.
En esta entrega de LiminaR, además, han sido incluidos cuatro artículos de indudable interés por los planteamientos e información que presentan en varios ámbitos de las ciencias sociales. En el primero, titulado “Tras las huellas de Palenque: Las primeras exploraciones”, Miguel Ángel Díaz Perera destaca cómo las primeras exploraciones de los sitios arqueológicos de México, en este caso de Palenque, desarrolladas por académicos, políticos y viajeros de Europa y América Latina a finales del siglo XVIII y principios del XIX, sirvieron de fundamento en la conformación de lo que sería más adelante el concepto de lo prehispánico como objeto de estudio en las ciencias históricas. Por su parte, Marcos Cueva Perus en “La oscuridad en los ojos: anomia, sacrificio y culpa en las sociedades latinoamericanas” desarrolla la idea, basada en el concepto de anomia de Emilio Durkheim, de que las sociedades latinoamericanas hasta la fecha son incapaces de “auto regular” sus conflictos internos debido a la persistencia de aquellos elementos de dominación, violencia y culpa introducidos por los españoles desde la conquista y la colonización. Susana Villasana Benítez y José Antonio Zabadúa en “Adscripciones religiosas en Pantelhó, Chiapas: Un proceso de cambio social” dan a conocer las particularidades que en la comunidad de Pantelhó ha tenido el proceso de conversión religiosa a credos no católicos. Por último, en “Ingesta de alcohol entre indígenas de Chiapas: Estudio de cuatro casos”, Laureano Reyes Gómez expone los rasgos más dramáticos que adquiere el problema del alcoholismo entre la población indígena de Chiapas y propone algunas medidas de solución.
En la Sección de Documentos Julio Contreras Utrera y José Gabriel Domínguez Reyes presentan el Reglamento de policía y buen gobierno del Estado de Chiapas, 1880. Se trata de un testimonio conservado en el Archivo Histórico del Estado de Chiapas que nos muestra la reglamentación que debía seguir la sociedad chiapaneca para sumarse al proyecto de desarrollo promovido por el régimen de Porfirio Díaz. Cierra el presente número de LiminaR con una reseña elaborada por Marceal Méndez Pérez sobre el libro de Daniel Murillo Licea “Encima del mar está el cerro y ahí está el Anjel”. Significación del agua y cosmovisión en una comunidad tsotsil, un título dedicado a las prácticas y creencias religiosas chamulas en torno a los pozos, un rasgo geográfico justamente característico del paisaje ritual maya.