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Iglesias, R. (2007). Reseña de García, Enrique Moradiellos, 2006, Negrín. Biografía de la igura más difamada de la España del siglo XX, Península, Barcelona. LiminaR. Estudios Sociales Y Humanísticos, 5(1), 220-224. https://doi.org/10.29043/liminar.v5i1.246

Resumen

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Entre las efemérides que trajo consigo el pasado año 2006 se encontró la del septuagésimo aniversario del inicio de la Guerra Civil Española (julio, 1936- abril, 1939). Al calor del mismo, un ingente número de nuevas publicaciones se ha venido a sumar al basto listado de títulos ya existentes dedicados a profundizar en el análisis de un conflicto cuya honda irradiación internacional sitúa igualmente el interés por esta etapa de la Historia Contemporánea de España más allá de sus fronteras.

La Guerra Civil Española ha experimentado además, desde hace años, un poderoso revival entre las lecturas del público de aquel país, alimentado en gran medida por la curiosidad de una nueva generación de españoles menores de cuarenta y cinco años que, habiendo vivido ya toda su madurez en la democracia, se ha asomado a los episodios más oscuros de un pasado nacional hurtado a sus mayores durante décadas por la propaganda de la dictadura del General Franco, victorioso en aquella contienda.

La Guerra Civil Española fue el primer escenario de importancia en el que se dirimió, a bayoneta calada, el conflicto que poco después iba a dar lugar a la mayor conflagración bélica de todos los tiempos: La Segunda Guerra Mundial. Las ideologías en pugna en ella: el fascismo, el comunismo y la democracia liberal, encontraron tempranamente en el territorio ibérico el marco en el cual tensar sus músculos en preparación de lo que, ya en aquel entonces, aparecía como inevitable confrontación planetaria.

En un principio de siglo en el que es lugar común proclamar el fin de las ideologías, cuya pasada dialéctica aparece hoy sustituida grandilocuentemente por el más nebuloso concepto de “choque de civilizaciones”, el atractivo de la historia de la Guerra Civil Española quizás resida, para el lector medio, en la claridad con la que las visiones del mundo se oponían radicalmente y en la extrema pasión con la que los ideales propios eran abrazados por los contendientes de uno y otro bando. Por desgracia, como ocurre en toda guerra en la que las ideologías enfrentadas desempeñan un papel preponderante en su definición, los ecos del conflicto suelen prolongarse mucho más allá del que deja el detonar de la pólvora. De este modo, un revisionismo tardo-franquista de nuevo cuño, protagonizado fundamentalmente por autores del ámbito extraacadémico vinculados con la ultraderecha mediática española, ha venido a introducir actualmente un ruido ensordecedor en lo que debiera ser ya el sosegado debate histórico sobre unos hechos de los que casi tres cuartos de siglo ofrecen un distanciamiento más que suficiente. Ausente en gran medida, por fortuna, del ámbito universitario, este revisionismo ha llenado sin embargo los estantes de las librerías españolas con obras de “divulgación” que beben de las fuentes de la historiografía oficial del pasado régimen franquista, consiguiendo por otra parte impregnar además el discurso de una derecha política, representada parlamentariamente por el Partido Popular español, que paradójicamente todavía hoy, en una alta proporción, parece sentirse heredero no confeso de una dictadura de la que muchos de sus fundadores preeminentes son deudos. Su frontal rechazo a iniciativas de reparación y dignificación de las víctimas de la represión fascista habidas durante y después de la Guerra, como la ley para la “Memoria Histórica” que se debate en estos días en el Parlamento de Madrid, ofrece prueba fehaciente de ello. La Historia es un terreno siempre propicio para la confrontación política y la actual etapa de polarización partidista que tiene lugar en España aviva esta circunstancia.

En este contexto, obras como la de Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) resultan doblemente impagables. Por un lado, porque con rigor académico abunda en el conocimiento del especialista al tiempo que ofrece al público en general un nítido panorama del que son desmontados sin esfuerzo el conjunto de mitos entretejidos por la antes aludida pseudo-historiografía ultraderechista en torno al devenir de la República Española y los dramáticos años de la Guerra Civil. De otro, porque, tratándose de una biografía, arroja luz sobre un actor de trascendental importancia para la cabal comprensión de los acontecimientos de la Guerra (y también del posterior exilio republicano): Don Juan Negrín López, quien fuera Jefe de Gobierno de la República durante los dos años finales del conflicto bélico.

La propia elección de este personaje por parte de Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura, no puede sino considerarse un acierto dada la orfandad política que sufrió la figura de Negrín desde el inicio de su exilio en Francia hasta prácticamente nuestros días, la cual se tradujo en marginación y olvido, cuando no en un forzoso tránsito por la senda de la calumnia y el oprobio histórico. Una vicisitud de la que, sólo hasta fecha reciente, ha empezado a ser rescatado.

Efectivamente, las circunstancias políticas del exilio y de la posterior restauración de las libertades en España hicieron de la reivindicación de determinados personajes republicanos algo selectivamente ajustado a la particular visión (e inevitablemente también al prejuicio) de las diferentes fuerzas democráticas españolas. Así ha ocurrido, por citar sólo algunos ejemplos, con Manuel Azaña (Presidente de la República, 1936-1939), casi unánimemente ensalzado por propios y extraños, e incluso desde algunos sectores de la derecha política; o, ya en el campo de las simpatías socialistas, con Largo Caballero (antecesor de Negrín en la Jefatura de Gobierno durante los años de la Guerra, 1936-1937) e Indalecio Prieto; igualmente, entre el nacionalismo vasco, ha sido objeto de exhaustivo encomio José Antonio Aguirre (primer lehendakari1 de la autonomía vasca -concedida estando la Guerra ya en curso-); como también ha ocurrido, en lo que al nacionalismo catalán se refiere, con Luis Companys (Presidente de la Generalitat2 de Cataluña, posteriormente detenido por la GESTAPO nazi en Francia y fusilado tras su entrega a las autoridades franquistas). Para Negrín la suerte fue siempre muy distinta, al punto de concitar la crítica no ya de sus enemigos declarados, sino también la de sus pares políticos. No resulta por ello hiperbólico el subtítulo de la obra de Moradiellos (“Biografía de la figura más difamada de la España del siglo XX”), quien sin perseguir explícitamente un fin reivindicativo, tiene bastante para generarlo con asentar sus tesis sobre Juan Negrín en las sólidas bases descriptivas que le proporcionan un conjunto de hechos amplia y exhaustivamente documentados en su obra. Se dibuja con todo ello el perfil de un dirigente capaz, comprometido, honesto y valiente, cuya tenaz coherencia fue puesta a prueba una y otra vez en las circunstancias más adversas que para un líder político puedan imaginarse: la lenta derrota y el abandono en el exilio.

Antes de llegar a las etapas más amargas de la singladura política de Negrín, no olvida Moradiellos desgranar los acontecimientos que forjaron al hombre que ya en su madurez ocupó los más altos puestos de responsabilidad de la República Española. Importante resulta, en este sentido, la descripción que se ofrece de una faceta del personaje que, a menudo opacada por su devenir político, coloca a Juan Negrín por méritos propios en las páginas de la historia contemporánea de España: su condición de eminente científico en el campo de las ciencias médicas (de la fisiología, para más señas). Expone así el autor la aventajada educación de la que, como hijo de una rica familia de las Palmas de Gran Canaria, gozó Juan Negrín, la cual lo llevó a formase en Alemania, en el Instituto de Fisiología de Leipzig, a las órdenes de Von Brucke, un referente de la época en el ámbito de la medicina. A su regreso a España, la contribución de Negrín al progreso científico de su patria fue notoria, como lo demuestra el que en su laboratorio y bajo su responsabilidad como catedrático en la Universidad Central de Madrid, se formasen ilustres promesas de la ciencia médica española, de entre las cuales destaca Severo Ochoa, Premio Nobel de medicina en 1959. La modernización de España fue una premisa que orientó constantemente el quehacer de Negrín, y de este modo nos lo presenta la obra, enlazando su compromiso como investigador, académico e intelectual, con el derivado de su militancia política en las filas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), al que ingresó en 1929. Moradiellos consigue relejar diáfanamente el difícil equilibrio entre el científico y el político que convivieron en Negrín, y cómo, a consecuencia de las demandantes circunstancias de la época, llegó esta última personalidad a dominar su trayectoria.

Por otro lado, virtud de esta biografía es la conseguida contextualización de la ruta vital de su protagonista dentro del marco de los acontecimientos que conforman el cuerpo central de sus páginas: la República y la Guerra, lo que permite al lector adentrarse sin problemas en aquellos, extrayendo además un sustantivo conocimiento de los hechos más relevantes de estas fases históricas desde la perspectiva privilegiada que ofrece la vida de uno de sus principales figurantes. La semblanza de Negrín en los capítulos correspondientes a la etapa republicana es la de un competente diputado en las Cortes, de las que fue miembro en las diferentes legislaturas que se sucedieron desde 1931, así como la de un leal seguidor de la línea de su mentor político en el seno del PSOE, Indalecio Prieto.

Es este último aspecto muy significativo, por representar perfectamente el perfil ideológico del personaje, socialista moderado (“prietista”) por oposición a la corriente marxista revolucionaria que representaba, en el seno del mismo partido, Largo Caballero, y que a la postre acabaría dominando la dirección del PSOE en los años de preguerra. Precisamente, una tesis central en la obra de Enrique Moradiellos es el carácter ideológicamente moderado de Negrín, lo que se contrapone a los planteamientos de quienes pretenden inducir de su gestión en los cargos que ocupó durante el conflicto, una oculta convicción política que lo situaría en la órbita del comunismo, o más directamente como un títere al servicio de los intereses de la URSS y, por ende, de su dirigente en aquel entonces, Jósep Stalin.

La obra consigue establecer con claridad cómo la tragedia política de Negrín es la propia de una República que, frente a la rebelión militar, se ve abandonada a su suerte por el resto de los regímenes democráticos de su entorno (Inglaterra y Francia, particularmente), lo que la aboca a elegir entre su colapso a manos de los facciosos (apoyados desde primera hora por Hitler y Mussolini) o buscar, más allá de sus aliados naturales, a quienes puedan ofrecerle el apoyo en armas y suministros que requiere para su defensa. El pecado de Negrín es entonces el de quien, con obcecado realismo, se conduce con la determinación pragmática que las circunstancias le imponen. Así, la obra analiza con detenimiento el papel representado por Negrín entre septiembre de 1936 y mayo de 1937 al frente del Ministerio de Hacienda republicano, responsabilidad que lo llevará a tomar la decisión sobre la que se fundamentará luego uno de los capítulos más difundidos de su leyenda negra: la entrega de las reservas de oro del Banco de España a la Unión Soviética como depósito sobre los pagos del material bélico que ésta proporcionaría a la República para sostener la Guerra. La decisión, lejos de establecerse como una maniobra del largo brazo de Moscú sobre la “España roja”, descansó en razones de índole práctica, por ser ésta la mejor manera de garantizar un material del que el bando republicano necesitaba desesperadamente y que, dada la política de apaciguamiento de Inglaterra (secundada por Francia) hacia las potencias fascistas intervinientes en España, no podía encontrar sino en la URSS a su mejor opción. El despilfarro del que Negrín fue después acusado en el manejo de estos fondos es también objeto de análisis en la biografía, sin que quepa duda sobre la pulcritud con la que se les dio uso hasta su agotamiento.

En otro orden de cosas, relata el texto cómo buena parte del esfuerzo político de Negrín estuvo orientado a tratar de mantener los puentes que apenas si conseguían salvar las múltiples y crecientes tensiones entre socialistas (de distinto signo), comunistas, anarquistas, nacionalistas y republicanos liberales representados en el gabinete de unidad que él presidía. El anatema de su criptocomunismo al servicio de Stalin ha pendido sobre su labor gubernamental cuando, como apunta Moradiellos, la actitud de Negrín frente al imparable ascenso del Partido Comunista de España (PCE) fue dictada por la necesidad de, por una parte, tratar de contemporizar con una fuerza cuyos vínculos con la Unión Soviética hacían de ella un aliado necesario para garantizar el ininterrumpido apoyo bélico que la potencia bolchevique brindaba, y por otra, hacer descansar en gran medida el esfuerzo bélico en la enérgica voluntad y acreditada capacidad de los miembros del PCE para mantener a toda costa la lucha contra Franco, algo que tanto Negrín como los propios comunistas compartían como máximo objetivo.

El relato del período de Negrín al cargo de la jefatura de Gobierno de la República, la cual alcanza en mayo de 1937, ahonda en la demostración de la visión realista y práctica de éste, alejada del voluntarismo muchas veces ingenuo o del pesimismo sin matices de muchos de sus adláteres. Se producen por ello las rupturas con Indalecio Prieto, Ministro de Guerra en su primer período de gobierno, y también con Azaña, cuyos desesperados intentos por alcanzar una paz pactada con Franco, con el auspicio de las potencias occidentales, boicotean el esfuerzo de Negrín porque dicha negociación no sea sólo una puesta en escena de la paz sin condiciones que los sublevados esperaban lograr.

Negrín representa, cuando ya desde finales de 1937 se adivina que la victoria no es posible, el espíritu de resistencia a ultranza, simbolizado en su lema “Resistir es Vencer”, una política que le ha llevado a ser acusado de prolongar inútilmente la Guerra, pero que obedecía a la íntima convicción de que permanecer sin cejar en la lucha permitiría arrancar al enemigo ciertas concesiones (la llamada “Paz Honrosa”). De manera particular, ya en las postrimerías del enfrentamiento (cuando, en Europa, los acuerdos de Munich alejaban toda esperanza de intervención de las Democracias en favor de la República), estas concesiones se reducían a que el bando vencedor renunciase a la represión indiscriminada sobre los vencidos, algo que con mayor clarividencia que muchos de sus colegas Negrín advirtió que podía desencadenarse. Los hechos posteriores le dieron la razón.

Concluye la obra con dos amplios capítulos dedicados a los diecisiete años que Negrín vivió exiliado. Terminada la Guerra, decir que Negrín tuvo notables dificultades para ser reconocido en su cargo de jefe de gobierno es recurrir al eufemismo. Víctima propiciatoria de un exilio republicano en el que estallaron todas las tensiones que sólo el calor de la contienda había mantenido semisoterradas, Negrín fue apartado de la jefatura del gobierno en el exilio tras la reunión de las Cortes Republicanas que tuvo lugar en México a fines de 1945. Pasó esos años y los posteriores bajo múltiples (e infundadas) acusaciones de malversación de los fondos republicanos que habían quedado bajo su supervisión y murió discretamente en París, donde había asentado su residencia, en 1956.

Resulta, por último, aventurado afirmar que nos encontramos ante la biografía definitiva de Juan Negrín, pero poca duda debe caber sobre el hecho de que por su carácter revelador y exhaustivo, el libro de Enrique Moradiellos resulta ya una imprescindible obra de referencia en torno al personaje y al proceloso período de la historia en el que le tocó vivir.