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Sonnleitner, W. (2007). La nueva geografía electoral de Chiapas: polarización política, fragmentación partidista e incertidumbre electoral. LiminaR. Estudios Sociales Y Humanísticos, 5(1), 60-76. https://doi.org/10.29043/liminar.v5i1.236

Resumen

Esta contribución analiza las elecciones federales y locales de 2006 en Chiapas, profundizando en las estructuras territoriales del voto en los 111 municipios del estado. La construcción de una tipología sintética de la democratización desde 1988 también permite indagar en las lógicas y en los desfases regionales entre las dinámicas de la participación política y los clivajes socioculturales que estructuran la geografía electoral y humana de la entidad.


Para quienes conocimos Chiapas en los noventa, durante la década de la transición democrática, los últimos comicios para gobernador del estado, que se celebraron el 20 de agosto de 2006, no dejan de producir una sensación extraña, de desconcierto y confusión. Tras una campaña digna de una comedia de política-ficción, el significado de las elecciones se focalizó nuevamente, como hace seis y doce años, en una disyuntiva simple y binaria, producto de una exacerbada polarización: continuidad o cambio, a favor o en contra del candidato “oficial”. Sin embargo, las cosas no son, y nunca fueron, tan simples. Como en el 2000, el último 20 de agosto no se enfrentaron dos partidos políticos antagónicos, con proyectos e ideologías consistentes, sino un mosaico de facciones heterogéneas de las más diversas afinidades políticas, aglutinadas coyunturalmente en torno a dos líderes enemistados, pero provenientes ambos de la familia revolucionaria institucional. La bipolarización del juego político-electoral reveló, así, la crisis y la atomización de los partidos políticos chiapanecos, alimentando la confusión en un contexto insólito de incertidumbre, que los comicios vinieron a incrementar.

A manera de lo que sucedió en la contienda presidencial a nivel federal, los resultados de las elecciones para gobernador en Chiapas fueron demasiado cerrados para despejar con certeza un ganador mediante los datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP). Cuando éste cerró el martes 22 de agosto, con el 94.3% de las actas computadas, una diferencia de tan solo 2,405 sufragios (0.22% de los válidos) separaba a los dos principales candidatos. Y hubo que esperar los resultados “oficial” es del cómputo del Instituto Estatal Electoral (IEE), hasta el domingo siguiente, con lo que se abrió un período de confusión e incertidumbre, alimentado por la reivindicación respectiva de la victoria por ambos candidatos, cuyos equipos denunciaron diversas irregularidades mientras preparaban la impugnación de centenas de casillas. Chiapas volvió, así, al centro de la vida política mexicana, al entrar en resonancia con el conflicto poselectoral federal.

De ahí el interés de desentrañar algunos de los componentes del crisol chiapaneco, en vistas de proporcionar algunas claves para la interpretación del nuevo mapa político. Tras haber esclarecido quién y cómo se ganaron las elecciones de 2006 en Chiapas, profundizaremos en las estructuras territoriales del voto en los 111 municipios que conforman el estado.1 Asimismo, la construcción de una tipología sintética de la democratización desde 1988 nos permitirá indagar en las lógicas locales y en los desfases regionales entre las dinámicas de la participación electoral y los grandes clivajes socio-económicos y étnico-culturales que estructuran la geografía humana y política de la entidad.

2006: elecciones reñidas y polarizadas, con resultados confusos e inciertos

Para la ciencia política, la incertidumbre electoral es un elemento constitutivo, fundamental para la democracia. Pero dicha incertidumbre concierne los resultados de las contiendas electorales que, en un régimen democrático, no pueden estar predeterminados, para ofrecer verdaderas opciones a los ciudadanos. Asimismo, la incertidumbre sobre los resultados debe de acompañarse de una total certeza sobre las reglas del juego. Solamente así, los perdedores que desean conservar posibilidades de ganar futuras contiendas, también aceptarán las derrotas del presente.2

He aquí el desafío que plantearon, en pleno conflicto poselectoral federal, los resultados inciertos de los comicios para gobernador del 20 de agosto de 2006 en Chiapas. Porque si bien es cierto que, en teoría, las elecciones democráticas pueden ganarse por un solo voto, en la práctica ello implica que todos los contendientes confíen efectivamente en los organismos encargados de garantizar el conteo exacto de los sufragios, así como en las condiciones en las que éstos fueron solicitados y emitidos. Dicha confianza fue fragilizada por un conjunto de elementos estructurales y contextuales, que adquirieron un significado peculiar en Chiapas. Aquí, los procesos electorales federal del 2 de julio y local del 20 de agosto de 2006, estuvieron marcados por una confusión generalizada: sobre la identidad partidista de los candidatos y el objetivo de sus campañas, sobre las razones e implicaciones de las alianzas establecidas; sobre el papel y la neutralidad de las instituciones locales; así como sobre los resultados y el significado mismo de las elecciones.

a) Una oferta política polarizada, pero confusa: ¿PRI versus PRI?

A primera vista, las elecciones del 20 de agosto reprodujeron la división tradicional que viene estructurando la vida política chiapaneca desde 1994, oponiendo principalmente a dos fuerzas políticas, encabezadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Pero en realidad, la contienda enfrentó a dos sectores antagónicos de una misma familia política, productos de una oferta partidista más fragmentada y confusa que nunca.

Hasta el 6 de abril de 2006, Juan Sabines fue uno de los tres precandidatos del Revolucionario Institucional, junto a Roberto Albores Guillén y a José Antonio Aguilar Bodegas. Hijo del antiguo gobernador priista del mismo nombre (1979-1982) y ex diputado local de dicho partido (2001-2004), el alcalde priista apenas electo de Tuxtla Gutiérrez solamente fue postulado por el PRD después de que la dirigencia del tricolor decidiera nombrar a Aguilar Bodegas como su candidato, lo que generó confusión y descontento entre los militantes de ambos partidos. Gracias a una serie de alianzas transversales con dirigentes y sectores, ya sea priistas ya sea perredistas, así como a una fuerte movilización de recursos, “Juan” y “Josean” se posicionaron rápidamente en las encuestas preelectorales como los dos candidatos con mayores probabilidades de ser electos, marginando de los medios masivos de comunicación a los candidatos del Partido Acción Nacional (PAN), Francisco Rojas, de Alianza Nacional (PANAL), Emilio Zebadúa, y de Alternativa Socialdemócrata y Campesina (PASDC), Gilberto Gómez Maza.

No obstante, esta aparente bipolarización oculta una fuerte e inusitada fragmentación política, cuyas raíces son estructurales e históricas. A diferencia de otros estados de la República, en Chiapas el paulatino declive del PRI no fue capitalizado por verdaderos partidos de oposición, sino que desembocó en un mosaico de corrientes y facciones carentes de programas e ideologías. Estos grupos operan formalmente como institutos políticos, pero sus líderes no respetan siempre la disciplina partidista y se mueven con gran libertad a lo largo y ancho del espectro político. Dicha debilidad estructural de las afiliaciones e identidades partidistas se ilustra mediante una creciente volatilidad electoral, así como a través de un número creciente de alianzas encabezadas por candidatos “independientes”, frecuentemente desprovistos de bases electorales.

Así, mientras que el PRI no deja de perder municipios y escaños legislativos desde la apertura democrática en 1991, el PRD capta coyunturalmente precandidatos desafortunados, alcaldías y diputaciones del tricolor, antes de volverlas a perder por falta de militantes y estructuras partidistas. Tan sólo el PAN parece escapar a dicha tendencia convulsiva, conociendo una tendencia creciente entre 1991 y 2000, y consolidándose desde entonces con alrededor del 18% de las preferencias electorales, gracias a sus bastiones en la Costa, en el Valle central y en la zona Norte. En cuanto a las otras fuerzas políticas, éstas captan puntualmente electores descontentos que les permiten acceder a algunas presidencias municipales y a escaños legislativos, pero carecen, con contadas excepciones, de bases organizadas y estructuradas territorialmente (véase gráfica 1).

Gráfica 1

Dicha fragmentación estructural de la oferta partidista se acentúa aún más a raíz de la descomposición creciente del priismo chiapaneco, que se acelera con la alternancia local del año 2000 y con la gestión de un gobierno que negocia hábilmente con representantes y sectores de las diversas fuerzas políticas, debilitando de paso las frágiles adscripciones partidistas. Las elecciones legislativas federales intermedias de 2003, así como los comicios locales de 2004, dan muestra fehaciente de ello. En las primeras, no menos de once partidos se repartieron los escasos votos del 31.5% de ciudadanos que acudió a las urnas, antes de desaparecer o renegociar sus cuotas de poder en los segundos, y de conformar once nuevas alianzas en el ámbito municipal, a partir de los seis institutos registrados localmente.

Irónicamente, el frente opositor que conformaron este año, a solamente diez días de las elecciones para gobernador, la coalición PRI-PVEM, el PAN y el PANAL lleva el mismo nombre que aquella “Alianza por Chiapas” que llevó a Pablo Salazar Mendiguchía a la gubernatura del estado, el 20 de agosto de 2000. Pero ahora, es el delfín del gobernador, Juan Sabines, quien encarna el continuismo bajo las siglas de la Coalición por el Bien de Todos (PRD-PT-Convergencia), frente a una fuerza opositora conducida paradójicamente por... el PRI. En efecto, los candidatos del blanquiazul y de Alianza Nacional, Francisco Rojas y Emilio Zebadúa, se retiraron de la contienda el 10 de agosto, cerrando filas en torno a José Antonio Aguilar Bodegas para impedir lo que denunciaron como una “elección de Estado”. Tan sólo el candidato del PASDC, Gilberto Gómez Maza, permaneció en la contienda, sin recursos ni mayores posibilidades de victoria frente a los dos candidatos “fuertes” apoyados por los principales grupos de poder del estado.

b) Encuestas con opinión, conteos rápidos “patitos”, e incertidumbre electoral

La primera y más relevante sorpresa de los últimos comicios en Chiapas fue su carácter extremadamente cerrado, que desmintió drásticamente los pronósticos de los encuestadores y del candidato del PRD-PT-Convergencia. A lo largo de toda la campaña, Juan Sabines siempre se dio por ganador, con estudios de opinión pública que le otorgaban una ventaja de entre siete y catorce puntos porcentuales. Sin embargo, lo que se produjo el 20 de agosto de 2006 fue un empate técnico.

Desde que se inició el PREP, el domingo a las 19:00 horas, y hasta las 22:00 horas, ambos candidatos se alternaron en la delantera. A partir de las 22:15 horas, con el 46% de las actas escrutadas, Sabines rebasó a Aguilar, ampliando su ventaja hasta alcanzar un margen de dos puntos porcentuales a las 00:20 horas del 21 de agosto, con el 65% de las actas escrutadas. A partir de entonces, dicha ventaja se fue reduciendo paulatinamente hasta una diferencia de un punto a las 03:09 de la mañana (83% de las actas), antes de alcanzar solamente el 0.29% a las 07:32 de la mañana (93% actas). A partir de las 11:00 de la mañana, la distancia entre la Coalición (que con 518 118 sufragios tenía el 48.39%) y la Alianza PRI-PVEM (con 515 713 y el 48.17%) se estabilizó y concluyó con 2,405 votos de diferencia, con el 94.33% de las actas computadas. Dicha diferencia de solamente 0.22 puntos porcentuales resultó ser, en términos porcentuales, tres veces más pequeña que los 0.58 puntos que separaron a Felipe Calderón de Andrés Manuel López Obrador tras el cómputo distrital de las elecciones presidenciales del 2 de julio.

Pese a la incertidumbre sobre el resultado de los comicios, que llevó a TV Azteca a informar a las 18:00 horas que era imposible anunciar al ganador de la contienda por el carácter cerrado de los resultados, los candidatos contendientes no tardaron en declarar sus triunfos respectivos. En una entrevista radiofónica, a las 18:20 horas, Juan Antonio Aguilar Bodegas declaró que los datos de su conteo rápido arrojaban una “tendencia que le favorecía en dos puntos porcentuales”. Algunos minutos después, Juan Sabines Guerrero citaba los resultados de tres encuestas de salida, que le otorgaban una ventaja de cinco (Ipsos-BIMSA), siete (GEA-ISA) y ocho puntos (UNACH) porcentuales, respectivamente. Tan sólo el director de la empresa Mitofsky, entrevistado a las 21:00 horas por la periodista Denise Maerker, tuvo la responsabilidad de subrayar que los datos arrojados por el conteo rápido realizado por su empresa no le permitían establecer quién era el ganador, ya que el margen resultaba demasiado reducido. Pero lejos de reconocer la seriedad de la situación, el candidato de la Coalición por el Bien de Todos descalificó llanamente las encuestas “patito” que no lo daban ganador, anunciando su triunfo e invitando a todos los chiapanecos a sumarse a su proyecto de gobierno. Dicha actitud no deja de sorprender, sobre todo en un contexto de alta polarización y baja legitimidad de las instituciones locales encargadas del escrutinio de las urnas, cuyos consejeros fueron cuestionados repetidamente por los partidos de oposición a lo largo de la campaña.

La segunda sorpresa de estas elecciones fue que, a pesar de su victoria anunciada, de su cercanía y “amistad” con el gobernador del estado, y del apoyo manifiesto que recibió de Andrés Manuel López Obrador -quien lo acompañó personalmente en su campaña-, Juan Sabines no obtuvo una mayor ventaja sobre su adversario de la Alianza PRI-PVEM. Durante la última semana del proceso electoral, la prensa no dejó de denunciar la entrega de recursos provenientes de diversos programas del gobierno del estado, mientras un grupo de legisladores federales lo exhortó, desde la comisión permanente del Congreso de la Unión, a conducirse en forma neutral en los comicios, evitando la utilización de recursos públicos a favor de algún candidato. Finalmente, el lunes 14 de agosto Pablo Salazar Mendiguchía se quejó en conferencia de prensa del carácter “intervencionista” y “violatorio de la soberanía” del exhorto de los congresistas. Pospuso sus giras de trabajo y anunció la suspensión de la entrega de los programas sociales gubernamentales hasta después de la jornada electoral (La Jornada, 15 de agosto de 2006: 34). Asimismo, el candidato del PRI fue duramente cuestionado durante su campaña por presuntas alianzas y apoyos provenientes de los gobernadores priistas de Oaxaca, Puebla y Veracruz, entre otros, pero su adversario le reprochó sobre todo el uso de recursos públicos y el haber rebasado ampliamente los topes de campaña, en respuesta a sus propias denuncias. Se trata, con todo y sin lugar a dudas, de las elecciones más reñidas de la historia local. Pero, ¿quién (y cómo) ganó los comicios para gobernador?

c) Los comicios del 20 de agosto de 2006: ¿un nuevo mapa político-electoral?

Tras una larga semana de impugnaciones, presiones e incertidumbre, el domingo 27 de agosto, el Instituto Estatal Electoral (IEE) dio a conocer los resultados “oficial” es de los comicios para gobernador, otorgándole la victoria a Juan Sabines Guerrero. Según los datos del cómputo distrital, la diferencia que separó a los dos contendientes resultó inalmente de 6,282 sufragios, es decir 0.55% de los sufragios válidos. Resulta sorprendente que, pese a la fuerte polarización generada por la campaña electoral, la participación en los comicios para gobernador (45.4%) se haya reducido sensiblemente con respecto las presidenciales (48%) y legislativas (49%) del 2 de julio, pero sobre todo con respecto a las municipales de 2004 (54.4%). Se trata de la movilización ciudadana más baja registrada en Chiapas para este tipo de elecciones desde 1994. Ello benefició, indirectamente, a los dos principales candidatos, quienes obtuvieron respectivamente el 47% (Juan Sabines) y el 46.4% (José Antonio Aguilar) de los sufragios emitidos, a pesar de movilizar, solamente, el 21.3% y el 21.1% de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral. En otras palabras, el margen real de distancia que decidió la contienda (0.24% de los electores inscritos en el padrón electoral) fue sumamente bajo, muy inferior al número de votos terceristas y nulos (1.5%, respectivamente).

A primera vista, el estado se dividió entonces en dos partes opuestas. La Coalición por el Bien de Todos triunfó sobre todo en el Valle Central (distritos III de Chiapa de Corzo y XIV de Cintalapa), en las Llanuras de Comitán, en Las Margaritas (distrito XX) y en la frontera norte del estado (distrito IX de Palenque). Se llevó la capital del estado (Tuxtla Gutiérrez I, Oriente y Poniente II) y las ciudades de San Cristóbal de Las Casas y Comitán, así como el municipio petrolero de Reforma y el turístico de Palenque (mapa 1).

Mapa 1

En contraste, José Antonio Aguilar Bodegas consiguió sus mejores resultados en su bastión personal de Tapachula (distritos XVIII y XIX), en tierras indígenas, en los distritos de Bochil (X), Tenejapa (XXI), Chamula (XXII) y Yajalón (VIII), así como en los distritos costeños de Tonalá (XV), Huixtla (XVI) y Cacahoatán (XXIV), donde la alianza con Francisco Rojas sí parece haber aportado los frutos esperados. No obstante, curiosamente cedió mucho terreno en sus bastiones históricos de los Altos de Chiapas, incluyendo los municipios tradicionalistas de Chamula y de Mitontic, así como los municipios “zapatistas” de Chenalhó y Larráinzar, hasta hace poco entre los más priistas en todo el país. En el resto del estado el resultado fue más cerrado, aunque indudablemente tuvo su peso considerando el carácter extremadamente cerrado de esta elección.

Finalmente, la fuerte polarización política se manifestó mediante un reporte masivo de votos panistas y terceristas hacia los dos principales candidatos. En términos generales, la Coalición por el Bien de Todos y la Alianza PRI-PVEM captaron, conjuntamente, más del 96% de los votos válidos. Como lo ilustra, en particular, la estrepitosa caída de Acción Nacional entre los comicios legislativos federales (17.8% de los válidos) y los locales para gobernador (2.6%), seis de cada siete panistas le dieron potencialmente su sufragio a uno de los dos “caballos ganadores”. Así, lo que más sorprende es que la consigna del candidato panista, Francisco Rojas, de votar a favor de José Antonio Aguilar Bodegas, solamente fue seguida por el 43% del electorado blanquiazul; el 57% restante, ya sea, se abstuvo (6%), ya sea le dio su sufragio a Juan Sabines Guerrero (51%). En otras palabras, el retiro de Rojas de la contienda “liberó” efectivamente el voto panista, pero su alianza táctica con el PRI-PVEM no le otorgó a Aguilar Bodegas el triunfo esperado (véase gráfica 2).

Gráfica 2

Para terminar, cabe señalar el papel y el peso relativo de las nuevas fuerzas partidistas, cuyas probabilidades de éxito estaban comprometidas de entrada por fuertes limitaciones de índole material, financiero y organizativo. Así, la enorme mayoría de los ciudadanos que votaron a favor de la Alianza Nacional en las legislativas de julio (2.6%) reportaron “útilmente” su voto hacia el PRI, siguiendo la consigna de su candidato, Emilio Zebadúa, quien llamó a votar en contra de la coalición PRD-PT-Convergencia y cuyo partido solamente registró el 0.3% del voto el 20 de agosto. A su vez, Alternativa Socialdemócrata y Campesina solamente obtuvo el 0.56% del voto, perdiendo la mitad de los sufragios obtenidos el 2 de julio (1.1%), a pesar de que su candidato, Gilberto Gómez Maza, no se sumó al frente opositor encabezado por el PRI (véase gráfica 2). En otras palabras, se produjo un reporte masivo de votos de los electores aines a las terceras fuerzas partidistas, en un contexto de fuerte bipolarización política.

Sin embargo, ello no significa que la nueva política chiapaneca pueda reducirse a dicha oposición binaria entre dos candidatos claramente vinculados e identificados con el PRI. En realidad, la bipolarización del voto oculta tres fenómenos distintos, relacionados con la estructuración peculiar de la oferta electoral: (1) el ya mencionado reporte de votos entre las legislativas del 2 de julio y las elecciones para gobernador del 20 de agosto de 2006; y el doble efecto de arrastre de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que beneició fuertemente a la Coalición por el Bien de Todos y se tradujo en dos fenómenos dignos de análisis; (2) un reporte por lo menos tan importante de votos entre las legislativas locales de 2004 y las legislativas federales de 2006, que hizo crecer la coalición PRD-PT-Convergencia del 30.6% al 38.8% de los sufragios válidos ; y (3) un efecto de notabilidad muy personal, que se tradujo en un voto cruzado el 2 de julio de 2006, otorgándole 6.2 puntos adicionales a AMLO en las elecciones presidenciales, provenientes esencialmente de electores que votaron por el PRI en las legislativas, pero no votaron por Roberto Madrazo en las presidenciales.

Evidentemente, dichos fenómenos no fueron homogéneos sino que dependieron, fundamentalmente, de las redes y estructuras territoriales sobre las que se apoyaron los candidatos contendientes, por lo que pueden ser analizados en una perspectiva espacial. ¿Dónde y cómo ganó el candidato de la Coalición por el Bien de Todos, y hasta qué punto se trata verdaderamente de un nuevo mapa político-electoral?

Más allá de la polarización: fragmentación, volatilidad, reportes y cruces de votos

El carácter sumamente reñido y polarizado de los comicios para gobernador invita a un análisis minucioso de la nueva geografía política chiapaneca, cuyos cambios deben evaluarse a la luz de la historia reciente de la democratización electoral. En efecto, detrás de la aparente bipolarización se encuentra un electorado cada vez más desmovilizado y volátil, cuyos votos se dispersan ante una oferta partidista cada vez más confusa, desorganizada y fragmentada. De ahí la necesidad de interrogarse sobre el origen territorial de los sufragios obtenidos por las coaliciones contendientes, considerando sucesivamente los reportes de votos entre las elecciones recientes, los efectos de notabilidad de los principales candidatos y los efectos de las distintas alianzas y consignas de voto.

a) Un electorado desmovilizado, fragmentado y volátil (2000-2006)

Para obtener una idea más completa del nuevo mapa político-electoral de Chiapas, resulta indispensable reconstruir las tendencias históricas del voto, centrando el análisis en el período 2003-2006 e integrando las fuertes fluctuaciones de la participación ciudadana y una creciente volatilidad electoral.

Como bien se observa en la gráfica 3, tras un período de relativa estructuración tripartidista en los noventa (que desemboca en la primera alternancia en el 2000), la ciudadanía se desmoviliza fuertemente en las legislativas de 2003, mientras que el sistema de partidos conoce una acentuada fragmentación. Entonces, no menos de once partidos se disputan los escasos sufragios del 31% de los electores inscritos que acuden a las urnas. Posteriormente, la negociación de una serie de alianzas a nivel local y distrital permite reconfigurar la oferta política a partir de las elecciones locales de 2004. Pero el carácter localista y cruzado de dichas coaliciones ad hoc y el declive de la disciplina partidista en el Congreso le restan consistencia y lisibilidad a la oferta política, antes de desembocar en el imbroglio político de 2006.

Gráfica 3

Más allá de la aparente bipolarización del comportamiento electoral, lo que se observa es una acentuada fragmentación de los partidos políticos y una volatilidad creciente del voto, no solamente entre elecciones sucesivas (reportes de votos), sino incluso entre elecciones simultáneas de distinto ámbito (votos cruzados). Ello también se visualiza en la evolución histórica y en la distribución geográfica del número efectivo de partidos políticos que participan en la contienda.3 Tras haberse situado en un promedio de tres partidos entre 1994 y 2000, éste, incrementa sensible y durablemente a partir de los comicios locales de 2001, para establecerse alrededor de cuatro partidos efectivos en 2003 y 2004. Pero la fragmentación política es todavía mayor a nivel local. En 2004 tan sólo un municipio (Nicolás Ruiz) tenía un formato monopartidista; 19 y 53 municipios registraban formatos bipartidista o tripartidistas; 29 municipios más se caracterizaban por la competencia de cuatro partidos; y nueve municipios tenían una fragmentación superior, con cinco o seis partidos significativos. De ahí el interés de desentrañar la evolución más reciente del voto.

b) Reportes de votos (2003-2006) y efectos de notabilidad (2006)

Las gráfica 4 permite reenfocar los principales cambios que se produjeron desde las elecciones federales legistativas de 2003. Considerando que nuestro objetivo es entender la composición de los electorados de la Coalición por el Bien de Todos y de la Alianza por Chiapas, agregamos retrospectivamente los resultados según sus componentes respectivos.

Gráfica 4

Así, se observa claramente que, en el ámbito estatal, el principal reporte de votos se produce entre la alianza PRI-PVEM, que pasa de 52.3% en las legislativas locales de 2004 a solamente el 39.6% en las legislativas federales del 2006, concociendo incluso una pérdida adicional de cinco puntos en las elecciones presidenciales (Roberto Madrazo obtiene el 34.8% de los sufragios válidos). De manera inversa, la coalición PRD-PT-Convergencia capta una parte esencial de dicho electorado, al pasar del 30.6% al 38.8% entre las legisltaivas de 2004 y 2006, y registrando incluso el 45% de los sufragios en las presidenciales. En otras palabras, la campaña encabezada por Andrés Manuel López Obrador produce un doble efecto: (a) de reporte de votos priistas (-12.7 puntos) hacia la coalición (+8.2 puntos) y hacia los otros partidos; y (b) de votos cruzados entre las legislativas y presidenciales del 2 de julio +6.1 puntos adicionales para AMLO). En contraste, el PAN muestra una tendencia sorprendentemente estable, aunque también es ligeramente afectado por los efectos de notabilidad de sus candidatos, sobre todo en las presidenciales de 2006. Pero, ¿de dónde provienen los votos del PRD entre las legislativas de 2004 y 2006? (ver mapa 2)

Mapa 2

La Coalición se beneficia de un electorado esencialmente priista (véase gráfica 4). Al profundizar el análisis a escala municipal, se distinguen cinco tipos de situaciones. En los 36 municipios, en gris claro, situados en la parte norteña del Valle Central, en la Sierra y en algunas otras regiones indígenas, se confirma la tendencia promedio observada en el ámbito estatal: el declive del PRI (-10.8 puntos) se acompaña del incremento del PRD (+6.4 puntos) y, en menor medida, del PAN (+2.0). Dicha tendencia es mucho más acentuada en quince municipios de la Costa y del Valle Central, así como en Tuxtla Gutiérrez y en San Cristóbal, donde la impresionante caída del PRI (-32.2 puntos) es captada esencialmente por la Coalición (+24.9), mientras que en los 18 municipios con rayas horizontales (Tapachula y Frontera Norte), el incremento más moderado de ésta (+13.6) también se debe al declive sensible del PAN (-9.7). En cambio, en los 31 municipios con rayas verticales (zona indígena, Sierra y pate del Valle central), se observa un reporte de votos del PRD hacia el PRI, y en los once municipios restantes (rayas diagonales), el reporte produce esencialemente del PRI (-20.8) hacia el PAN (+14.4).

En cuanto al segundo fenómeno, de notabilidad personal del candidato presidencial sobre la Coalición en las legislativas, el análisis territorial de los votos cruzados nos muestra las tendencias siguientes. En el ámbito estatal, y en términos generales, AMLO se beneficia de un electorado esencialmente priista, así como del voto de algunos nuevos electores y del voto útil de los pequeños partidos (véase gráfica 4). En las principales ciudades (Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, San Cristóbal y Comitán) y en las Llanuras de Palenque, el voto cruzado a favor de López Obrador proviene sobre todo de ciudadanos que votaron por el PRI en las legislativas paralelas. En cambio, en la Costa sus votos adicionales provienen esencialmente de electores que votaron por el PAN en las legislativas. Para terminar, en el Valle Central y en la zona fronteriza de Reforma, AMLO se beneficia del declive de ambos sectores (compárese los mapas 3-5).

Mapas 3, 4 y 5

c) Alianzas y consignas de voto en 2006: del 2 de julio al 20 de agosto

Finalmente, el cuadro y el mapa siguientes permiten desentrañar los efectos locales de las alianzas y consignas de voto a favor de Juan Sabines y de José Antonio Aguilar. En términos generales, cabe destacar que el primero obtuvo un número de sufragios muy similar a AMLO en las presidenciales, mientras que el segundo recuperó buena parte de los votos perdidos desde 2004, pese a un incremento notable de la abstención. No obstante, la distribución territorial del voto en ambos comicios es totalmente distinta, por lo que optamos por calcular los reportes entre las elecciones legislativas de julio de 2006 -sin lugar a dudas las menos personalizadas- y las de gobernador del 20 de agosto (véase Tabla 1).

Cuadro Total, de votos obtenidos Variación 2006-leg. 2006-Pres. 2006-sen. 2006-Gob gobernador-legislativa PAN 211,824 215,436 198,493 29,317 PAN -182,507 PRI+PVEM 469.154 426,349 487,213 548,063 PRI+PVEM 78,909 PRD+PT+Conv 460,657 550,268 466,528 553,046 PRD+PT+Conv 92,389 PANAL 31,953 7,897 28,540 3,468 PANAL -28,495 PASDC 12,589 15,397 11,331 6,372 PASDC -6,217 Noreg 3,597 8,509 3,623 2,821 Noreg -776 Val 1,186,177 1,223,856 1,194,828 1,143,086 Val -43,091 Nulos 55,174 47,922 55,329 36,897 Nulos -18,277 Total 1,244,948 1,271,778 1,250,157 1,179,983 Total -64,965

Como lo ilustra el mapa 7, cabe distinguir cinco situaciones diferenciadas. En los 14 municipios con punteados diagonales, concentrados claramente en la Costa del Pacífico, el impresionante declive del PAN (-24.6 puntos) beneficia directamente a Aguilar Bodegas (+24.2 puntos), aunque la Coalición (+6 puntos) logra captar algunos de los electores que reportan útilmente su sufragio. Ello se debe, indudablemente, a la consigna de voto de Francisco Rojas, que parece haber sido acatada en su zona de influencia costeña, a diferencia de lo que sucedió en sus bastiones del Valle Central y del Norte del estado. En los 19 municipios en gris oscuro (dentro de los que se encuentra la capital, Tuxtla Gutiérrez), el declive del PAN fue igualmente drástico (-25.2 puntos), pero aquí Juan Sabines captó la mayor parte de los votos disidentes (+16.7 puntos), mientras que la Alianza por Chiapas solamente creció en 10.8 puntos. Por otra parte, la fractura interna del tricolor se tradujo en una pérdida notable de electores (-6.6 puntos) en los 18 municipios, con cuadritos negros, situados en el Valle Central, en las Llanuras de Comitán y en los Altos tzotziles de Chiapas (entre ellos, San Juan Chamula y San Andrés Larráinzar), que muy probablemente votaron a favor de la Coalición (+17.5 puntos). (ver mapa 6)

Mapa 6

En otras palabras, la alianza insólita del PRD con el hombre fuerte de Venustiano Carranza, Jesús Alejo Orantes -el principal enemigo del movimiento campesino de izquierda en el Valle central-, contribuyó claramente a la victoria avasalladora de Juan Sabines en el distrito IV, con una ventaja de más de 22 puntos sobre el tricolor. De manera similar, su “pacto” con el otro precandidato priista, el ex gobernador comiteco Roberto Albores Guillén, también le trajo beneici“s en el distrit“ VI de Comitán, donde éste captó un sector significativo del tricolor que, junto con los disidentes panistas, le otorgaron una cómoda ventaja sobre Aguilar Bodegas.

De manera similar, Sabines (+10.9 puntos) captó una mayor parte de los votos “útiles” provenientes del PAN (-13.3) y de los otros pequeños partidos (-2.2) en los trece municipios en color gris, situados en el Norte y en los Altos (San Cristóbal, Tenejapa y Mitontic), beneficiándose además indirectamente del incremento del abstencionismo (+13.7 puntos). En los 47 municipios restantes, en gris claro, ubicados en la zonas indígenas y en la Sierra, el comportamiento fue similar pero menos volátil que el promedio estatal: los electores del PAN (-5.7 puntos), del PANAL y del PASDC (-1.3 puntos) reportaron sus votos a favor de uno de los dos “caballos ganadores”, aportándole una parte ligeramente mayor a Sabines (+4 puntos) que a Aguilar Bodegas (+2.9 puntos porcentuales).

Territorios y desfases del voto (1988-2006)

Finalmente, para obtener un panorama más completo sobre la geografía de la democratización chiapaneca desde 1988, recurriremos a un último mapa sintético, construido mediante un análisis multifactorial de clasificación ascendente jerárquica.4 Éste nos permitirá observar las tendencias estructurales más representativas del voto a lo largo de los últimos 22 años. Asimismo, contrastaremos las dinámicas territoriales de la democratización con los principales clivajes socioeconómicos y étnicoculturales que estructuran la geografía humana de la entidad.

a) Una geografía diacrónica de la transición política (1988-2006)

La siguiente tipología integra la evolución de los tres principales partidos políticos desde finales de los ochenta, incluyendo las elecciones legislativas federales y los comicios locales para ayuntamientos y gobernadores. A grandes rasgos, podemos distinguir seis categorías de municipios con respecto a las tendencias pesadas del voto, que nos proporcionan una visión sintética de la geografía electoral chiapaneca entre 1988 y 2006.

Tras haber ejercido un control prácticamente absoluto sobre toda la entidad en 1988, el PRI no ha dejado de perder fuerza, conservando solamente una posición dominante en cinco municipios donde la oposición no ha podido arraigarse.

Tal es el caso en cuatro comunidades tzotziles y tradicionalistas de los Altos (Chamula, Mitontic, San Andrés Larráinzar y Chenalhó), pero también en el municipio norteño y mestizo de Sunuapa, donde la presencia tricolor sigue siendo aplastante (punteado grueso y denso). En 28 municipios más de las regiones chol, tzeltal-alteña, de la franja norteña de la Sierra y de la Frontera con Guatemala (punteado fino y denso), el otrora partido “oficial” también conserva una clara hegemonía electoral, por lo menos hasta 2004 (mapa 7).

Mapa 7

En cuanto al PRD, éste conoce una dinámica mucho más volátil y convulsiva. En términos absolutos, el partido del Sol Azteca solamente predomina en Nicolás Ruiz (rayas horizontales densas), pero cuenta con un fuerte arraigo en 19 municipios más (rayas horizontales), particularmente en las regiones de la CIOAC-Norte (Simojovel, Huituipán, Pueblo Nuevo Solistahuacán, Jitotol, Bochil, Soyaló e Ixtapa) y de la CIOAC-Fronteriza (Las Margaritas), pero también en Chilón, en Ocotepec, Tapalapa y Jiquipilas, así como en algunos municipios de la Costa (Pijijiapan, Huhuetán, Mazatán y Cacahuatán) y la Sierra (Amatenango de la Frontera, Mazapa y Motozintla). Si bien el perredismo logró afirmarse puntualmente en otros municipios colindantes, ha sufrido generalmente un rápido declive consecutivo en ellos, registrando una presencia muy débil en el Valle Central y en el Norte mestizo de la entidad (mapa 7).

En efecto, es en estas regiones que el PAN ha logrado arraigarse con mayor éxito, particularmente en sus 18 bastiones de la Costa (Huixtla, Tuxtla Chico, Tonalá y Arriaga), del Valle Central (Ocozocuatla, San Fernando, Osumacinta, Chicosén, Tuxtla Gutiérrez y Chiapa de Corzo), del Norte (Ostuacán, Pichucalco, Juárez, Ixtapangajoya, Ixtacomitán, Tapilula y La Libertad) y en la capital alteña de San Cristóbal de Las Casas (en cuadriculada diagonal, mapa 7). Asimismo, Acción Nacional conoce una dinámica creciente pero más reciente en algunos municipios colindantes de la Costa, del Valle Central y del Norte, pero no ha logrado penetrar ni en la región Sierra ni en la zona indígena, con muy contadas excepciones (Francisco León, Chapultenango, Rayón y, en menor medida, El Bosque, Chalchihuitán y Yajalón).

Finalmente, en los 40 municipios restantes se observa una mayor fragmentación y competitividad que tienden a beneficiar a la primera minoría, es decir al Revolucionario Institucional (que siempre ha sabido aprovecharse de las divisiones de sus adversarios). Tal es el caso en buena parte del Valle Central y de la Costa del Pacífico, así como -en menor medida- en el Norte y en algunos pocos municipios de la zona indígena (Ocosingo, Yajalón, El Bosque, Chalchihuitán, Rayón, Francicsco León y Chapultenango), donde se registra una mayor dispersión y volatilidad del voto (mapa 7).

b) Los desfases territoriales de la democratización electoral

Es a partir de la comparación sistemática de esta geografía electoral con los principales clivajes demográficos, económicos y socioculturales, que abordaremos ahora los desfases territoriales de la democratización chiapaneca. Como lo veremos, las dinámicas políticas identificadas sí guardan una relación relativamente consistente con el clivaje urbano-rural y con las principales lógicas territoriales del desarrollo socio-económico del estado, pero no coinciden de manera alguna con las fronteras étnico-lingüísticas que demarcan la llamada zona indígena.

En efecto, las principales ciudades -que albergan el mayor número de población y se caracterizan por mejores índices de desarrollo- también se caracterizan ya sea por una fuerte presencia histórica del PAN (Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de Las Casas y Arriaga), ya sea por una mayor fragmentación y volatilidad del voto (Tapachula, Comitán y Reforma), comportamientos políticos que predominan en el Valle Central, en la Costa y en el Norte de la entidad. En contraste, la zona indígena no solamente concentra los mayores grados de marginación socio-económica, sino también los principales bastiones del PRI y los municipios en los que este partido sigue siendo hegemónico. En cuanto al PRD, este partido también concentra furtemente su electorado en esta zona marginada e indígena, y solamente registra una presencia notable en cinco municipios rurales y mestizos con cierto grado de desarrollo (Jiquipilas, Pijijiapan, Huehuetán, Cacahoatán y Motozintla). No obstante, dentro de la zona indígena las fronteras étnico-lingüísticas no parecen recubrir un significado político claro, con la notable excepción de la región chol, bajo el control hegemónico del PRI (véase mapas 7 y 8).

Mapa 8

Chiapas en el contexto mexicano e internacional (a modo de conclusión)

Para concluir, resulta inevitable relacionar la nueva situación política de Chiapas con la que se puede observar en el ámbito federal. En un pequeño artículo que escribí conjuntamente con Juan Pedro Viqueira (2006), al concluir apenas el PREP de los comicios federales del 2 de julio de 2006, formulamos la hipótesis de que Chiapas podía convertirse en el primer ensayo estatal de una negociación nacional entre el PAN y el PRI. Algunas semanas después, los acontecimientos validaron dicha apuesta preelectoral. El 10 de agosto, pocas horas después del debate televisivo de los candidatos a la gubernatura del estado, se reunieron en Chiapas los abanderados de los partidos Revolucionario Institucional, Verde Ecologista, Acción Nacional y Nueva Alianza. En presencia de los presidentes nacionales del PAN, Manuel Espino, y del PANAL, Miguel Ángel Jiménez, así como del delegado del PRI en Chiapas, Víctor Hugo Islas, anunciaron la decisión de constituir un frente común de oposición, y llamaron a votar a favor de la Alianza PRI-PVEM, en vistas de denunciar e impedir lo que percibían como una elección directamente apoyada por el gobierno local. Esta alianza inesperada, que se dio después del registro legal de los candidatos y hasta de la impresión de las boletas electorales, inmediatamente suscitó comentarios sobre el papel de Chiapas como espacio y moneda de negociación de las fuerzas políticas recién electas a en el ámbito federal.

Ahora, la paralela y el nexo entre los dos comicios más reñidos, polarizados e impugnados de la historia del país se han vuelto más evidentes que nunca, entrando asimismo en resonancia con el contexto internacional. Ante una crisis cada vez más aguda de los partidos políticos tradicionales, hombres carismáticos y “providenciales” están transformando la política latinoamericana en una arena de confrontación simbólica, en una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Ante la retórica maniquea, la ausencia de programas y la personalización de las campañas, la democracia pierde sus virtudes representativas e integradoras para transformarse en un conflicto de suma cero, en la que solamente se puede ganar descalificando a los adversarios. Esta tendencia es, de por sí, preocupante, pero se torna explosiva al combinarse con elecciones reñidas sin resultados contundentes, producto a su vez del declive de los partidos tradicionales. Tan sólo en los nueve meses que precedieron las elecciones para gobernador en Chiapas, Honduras, Costa Rica, Perú y El Salvador celebraron comicios en los que fue necesario recontar los votos para despejar las dudas, en contextos más o menos tensos e inciertos, de fuerte polarización política.

Las últimas contiendas electorales de México y Chiapas deben ser interpretadas en este marco, aun cuando su desenlace fue necesariamente singular. Ambas son sintomáticas y reveladoras del enorme desafío que enfrentan las jóvenes democracias en todo el hemisferio. La exacerbada bipolarización política, más que reflejar la división de las sociedades en dos polos opuestos, oculta la crisis de las identidades políticas y la fragmentación de los partidos tradicionales, en un contexto de desmovilización ciudadana y de creciente volatilidad electoral. Las elecciones se vuelven reñidas, no por la fuerza de los candidatos, sino precisamente por su debilidad y por la ausencia de verdaderos proyectos contendientes, que alimentan la confusión sobre la oferta política y el desencanto con los gobernantes. Tanto Juan Sabines (21.3%) y José Antonio Aguilar Bodegas (21.1%), como Felipe Calderón (21.1%) y Andrés Manuel López Obrador (20.7%), movilizaron apenas una quinta parte de los electores inscritos en el padrón electoral, lo que incita a relativizar el grado efectivo de polarización social. E inluso dichos electorados distan mucho de ser consistentes, como lo ilustran la elevada volatilidad de la participación electoral, los importantes reportes de votos y los diversos efectos de arrastre y de notabilidad. Como bien lo señaló un ciudadano frustrado después de los comicios: él se reivindica “de tradición, y corazón, priista”, pero “por disgusto con el dedazo de Roberto Madrazo, quien pretendió imponernos a Aguilar Bodegas , finalmente decidió “votar por Calderón en las presidenciales, y por Sabines en las de gobernador”, pese a su aversión personal por Andrés Manuel López Obrador.5

Tras una larga y costosa campaña electoral, marcada por la fragmentación y descomposición de las fuerzas políticas tradicionales, por la polarización y la incertidumbre, así como por denuncias mutuas de irregularidades y por la impugnación de los resultados electorales, Chiapas y México necesitan, más que nunca, transparencia y certeza, voluntad de negociación y capacidad de mediación, en breve, partidos estructurados y políticos responsables, comprometidos con las instituciones representativas y con el ejercicio democrático del poder.

Citas

  1. Laakso Markku, Taagepera Rein. “The Effective Number of Parties: A Measure with Applications to Western Europe”. Comparative Political Studies. 1979; 12(1)
  2. Przeworski Adam. Democracia y mercado. Reformas políticas y económicas en la Europa del Este y América Latina. Cambridge University Press: Cambridge; 1995.
  3. Sonnleitner Willibald, Sonnleitner Willibald. “La cartografía como instrumento para el análisis espacial del voto en Centroamérica: Posibilidades y trampas de los mapas electorales”. Explorando los territorios del voto: Hacia un atlas electoral de Centroamérica. 2006;13-19.
  4. Viqueira Juan Pedro, Sonnleitner Willibald. “Chiapas a la vanguardia”. Revista Nexos. 2006; 344:21-21.