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Galeano De Leon, O. A., & Corral Rodríguez, F. (2025). Identidades en tránsito: el sujeto migrante centroamericano en dos novelas mexicanas del siglo XXI. LiminaR. Estudios Sociales Y Humanísticos, 23(2), 15. https://doi.org/10.29043/liminar.v23i2.1161

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Resumen

En este artículo se analiza la manera en que dos novelas mexicanas del siglo XXI representan el conflicto identitario que enfrentan los migrantes centroamericanos en su tránsito por México. Las obras estudiadas son: La fila india (2013), de Antonio Ortuño y Las tierras arrasadas (2015) de Emiliano Monge. La atención del estudio se centra en el rechazo exacerbado que manifiestan los mexicanos hacia los migrantes y se busca explicar las causas y los mecanismos implicados en dicho rechazo. Para llevar a cabo el análisis, se utilizan dos conceptos fundamentales: el de exterior constitutivo y el de desidentificación forzada. Asimismo, se plantea que el contexto global en el que se inscriben las tramas de estas novelas es el que Sayak Valencia ha denominado capitalismo gore.

Palabras clave: desidentificación forzada, exterior constitutivo, capitalismo gore, migración en tránsito e identidad migrante.


La migración centroamericana ha llamado poderosamente la atención en las últimas dos décadas debido a los constantes ataques que sufren los migrantes por parte de bandas delincuenciales, muchas veces en contubernio con funcionarios corruptos. Entre algunas de las novelas que abordan este fenómeno destacan: La Mara (2004), de Rafael Ramírez Heredia;

La fila india (2013), de Antonio Ortuño; Las tierras arrasadas (2015), de Emiliano Monge; y Amarás a Dios sobre todas las cosas (2013), de Alejandro Hernández Palafox, entre otras. Estas obras ofrecen un universo narrativo propicio para examinar las múltiples aristas del fenómeno migratorio centroamericano. Además de denunciar los abusos cometidos contra los migrantes, que van desde el despojo material, como la extorsión y el robo, al maltrato lo físico, como la tortura y la muerte misma, las novelas mencionadas -gracias a la plasticidad expresiva que caracteriza el género narrativo- permiten adentrarse en el campo de la afectividad y redimensionar éticamente las experiencias implicadas.

Centraremos nuestro análisis en dos de las novelas mencionadas, La fila india y Las tierras arrasadas, en las cuales examinaremos la manera en que se vulneran las identidades de los grupos migrantes centroamericanos. En la primera novela, destacamos un mecanismo que consiste en remarcar la otredad del sujeto migrante, percibida por los mexicanos como inferior y amenazante. Para llevar a cabo este análisis, recurrimos al concepto exterior constitutivo, desarrollado por Stuart Hall (2003), a partir de otros teóricos como Derrida y Butler. En la segunda novela -Las tierras arrasadas- analizamos un procedimiento que denominamos desidentificación forzada, el cual consiste en debilitar, destruir o modificar -por medios violentos- los elementos identitarios del otro, es decir, del sujeto migrante. Ambas novelas participan de un mismo contexto social marcado por la violencia y la degradación.

Identidades en tránsito: antecedentes culturales y teóricos

El tema de la identidad es un asunto central en los estudios sociales y culturales. En la fase globalizante del imperialismo capitalista, nos enfrentamos a una paradoja: por un lado, la necesidad apremiante de afirmación identitaria por parte de comunidades minoritarias (sexuales, culturales, políticas), y por otro, un giro teórico que desacredita la noción esencialista de este concepto. Zygmunt Bauman lo registra en estos términos:

La identidad, digámoslo claramente, es un “concepto calurosamente contestado”. Donde quiera que usted oiga dicha palabra, puede estar seguro de que hay una batalla en marcha. El hogar natural de la identidad es un campo de batalla. La identidad sólo vuelve a la vida en el tumulto de la batalla; se adormece y queda en silencio cuando el fragor de la batalla se desvanece. (Bauman, 2005, p. 163)

Este es precisamente el escenario que ofrecen las novelas analizadas. La reflexión sobre la identidad por parte de algunos personajes mexicanos surge a partir de que flujos migratorios de otros países cruzan el territorio nacional para llegar a un lugar al que también los mexicanos aspiran: los Estados Unidos. Las novelas seleccionadas no se focalizan plenamente en la perspectiva de los sujetos migrantes -lo cual sería deseable desde el punto de vista crítico- por lo que nuestro análisis se posiciona la mayoría de las veces en los personajes mexicanos que tratan con migrantes. De hecho, son pocas las novelas que lo hacen. Una de ellas es Amarás a Dios sobre todas las cosas (2013) de Alejandro Hernández que, por estar narrada en primera persona puede recrear con mayor eficacia literaria la dimensión subjetiva de los migrantes.

Las dos novelas que analizamos se enfocan en la indolencia o el franco rechazo de los personajes mexicanos hacia los migrantes centroamericanos, con una excepción: el personaje Irma, de La fila india, como se verá más adelante. El tema de la identidad ha estado presente en la historia del subcontinente desde la constitución de las repúblicas independientes hasta nuestros días. Las nuevas naciones se vieron pronto en la necesidad de posicionarse como dignas extensiones de la cultura europea en tierras americanas y, al mismo tiempo, de incorporar en su proyecto nacional a las culturas originarias, proceso que aún continúa.

En este contexto, las novelas mexicanas sobre la migración centroamericana, aunque se inscriben en una problemática histórica de larga data, participan de una nueva episteme. En etapas anteriores, los intelectuales que intervenían en disputas culturales lo hacían esforzándose por conferir a la identidad contenidos sustanciales. Un ejemplo relevante de esta concepción esencialista de la identidad es el debate intelectual sobre la mexicanidad, que se desarrolló en los años cuarenta del siglo pasado y que persistió en las décadas siguientes, aunque con menor intensidad.

En la actualidad, la identidad se ha vuelto más fluida, por usar un término cercano al de Bauman. Los desplazamientos humanos se han incrementado notablemente y el migrante que ingresa a otra cultura tiene, en teoría, la posibilidad de negociar su identidad: puede diluirla, robustecerla, transformarla, entre otras opciones. Este supuesto teórico, sin embargo, no se cumple plenamente en las novelas que analizamos. En ellas, el sujeto migrante se ve impedido de participar activamente en el proceso de construcción identitaria. Esta otredad impuesta, atravesada por discursos clasistas, racistas y xenófobos, facilita un entorno que despoja a los migrantes de sus atributos humanos y los relega a una condición de anonimato y vulnerabilidad.

Funcionarios en fila, migrantes en llamas

La novela La Fila India, del escritor tapatío Antonio Ortuño, fue publicada en 2013. El conflicto central gira en torno al incendio intencionado de un albergue de migrantes en Santa Rita, una ciudad ficticia ubicada en el sureste de México. La Comisión Nacional de migración (Conami) ha dispuesto que Irma, trabajadora social, se traslade a las oficinas de esa ciudad para que atienda a los familiares de las víctimas. Ella tiene una niña y la lleva consigo en contra de la voluntad de su exmarido, quien se queda en la ciudad donde viven, presumiblemente la capital. La novela se desarrolla, pues, en dos escenarios geográficos y conjuga esos dos puntos de vista: Irma, solidaria y empática con los migrantes, y el Biempensante, un profesor frustrado, lleno de prejuicios racistas contra los centroamericanos. La estructura de la obra alterna las voces de estos dos personajes: los capítulos titulados “Negra” (con distintas variantes) corresponden al relato que hace Irma de su experiencia en Santa Rita, y los textos en cursiva, titulados “Biempensante” o “Biempensamientos”, son fragmentos de un monólogo reflexivo del exmarido de Irma. Además, aparecen otros textos narrativos a cargo de un narrador heterodiegético acerca de los migrantes, así como los comunicados internos de la Conami y boletines informativos institucionales.

Las secuencias que narran los hechos ocurridos en Santa Rita nos muestran el trato injusto y despiadado que reciben los migrantes por parte de las bandas criminales, coludidas con la policía local y con funcionarios de la propia Conami; el caso más representativo es Vidal Aguirre, responsable del Departamento de Prensa de este organismo (Ortuño, 2013, p. 31). A lo largo de la novela este personaje manipula sistemáticamente la información sobre lo que ocurre con los migrantes, minimizando la gravedad de los hechos y presentando a la Conami como una institución promigrante y altamente comprometida con los derechos humanos. Los personajes que participan en los abusos muestran su profunda degradación ética, evidenciada en su total falta de empatía ante la vulnerabilidad de los migrantes. Para ellos son solo mercancía que se compra y se vende e incluso se destruye. A esto se suma la simulación de las autoridades para investigar los hechos y dar con los culpables:

Hacia el final de la novela, se revela que el propio Vidal, funcionario de la Conami, es quien encabeza la banda de polleros que opera en la zona de Santa Rita es justamente Vidal. En estos casos no se hace notar, de manera explícita, que el conflicto de identidad sea el móvil de los criminales, sino la lógica de la compraventa de cuerpos migrantes. No obstante, esta indiferencia puede vincularse con un desprecio de tipo racista que que impregna la atmósfera social de Santa Rita:

Esta cita ilustra la necesidad simbólica de diferenciación con respecto al migrante, a quien se le niega humanidad y se le asocia con una identidad degradada. Como puede observarse, la novela no centra su mirada directamente en los migrantes, sino en quienes los otrifican.1 Particular atención merecen los burócratas insertos en las instituciones gubernamentales. Para ellos, los centroamericanos son simplemente los no mexicanos, los que están fuera de la fila. Desde la fila de burócratas disciplinados, el migrante se percibe como un exterior caótico y degradado que a su vez reafirma la superioridad de quien ejerce la mirada. Se configura así lo que Stuart Hall denomina exterior constitutivo:

Como se dijo antes, el incendio del albergue es el evento central de la novela, que pone en entredicho la labor altruista de la institución gubernamental más importante en la atención a migrantes. El boletín de prensa que emite la Conami expresa “su más enérgico repudio” contra los agresores de los migrantes y desmiente que el personal de la institución se encontrara ausente en el momento de los hechos con motivo de un festejo navideño o de fin de año (Ortuño, 2013, p. 25). El relato del incendio, sin embargo, se presenta mediante un narrador heterodiegético que narra la detención de las camionetas frente al edificio de la Conami, donde se realiza “la inevitable posada anual”, el intercambió verbal con uno de los festejantes que ya los aguardaba, y luego detalla con crudeza los hechos:

La masacre -cuarenta muertos y decenas de lesionados- responde a un banal desacuerdo entre bandas de polleros relacionado con la entrega y recepción de mercancía humana. Lo que sigue es un simulacro de investigación, articulado en torno a interminables interrogatorios a los sobrevivientes. Así, la Conami se revela como una institución vacía, que reproduce una disciplina interna minuciosamente bien ensayada con el único propósito de mantener su fachada:

El pasaje anterior no corresponde a ningún personaje específico, sino al narrador heterodiegético, quien se vale de la segunda persona para describir la dinámica interna de esta institución. Como se señaló antes, la novela no recrea el punto de vista de los migrantes; su atención recae en los mexicanos y en las actitudes que estos adoptan frente a ellos, las cuales oscilan entre la frivolidad y la violencia brutal. Villanueva observa que, en la novela: “los migrantes son despojados de su esencia, son insustanciales, en un sentido metafísico, ontológico. Ellos se convierten en los ‘otros’, en los que no son como yo, en los diferentes, tal como lo ha definido Emmanuel Levinas” (Villanueva, 2017, p. 94).

En este contexto, la actuación de Irma contrasta con la indolencia cómplice de la mayoría de los funcionarios. Ella es asignada a la atención de los familiares de las víctimas y gestiona los trámites para la recuperación de los cuerpos. En esta encomienda establece una relación estrecha con Yein, una de las sobrevivientes, quien busca vengarse: fue violada por los polleros, y su marido murió en el incendio.

Además del incendio se producen otros dos asaltos al albergue provisional, que quedan opacados en los medios noticiosos por el hallazgo macabro de cien o doscientos centroamericanos encontrados en fosas comunes en el estado de Tamaulipas. En fin, el tema central de los relatos de Irma y del narrador heterodiegético es mostrar la carnicería humana de la que son objeto los migrantes por parte de bandas criminales, así como evidenciar el grado de penetración que estas tienen en las instituciones gubernamentales. Predomina en ellos un estilo policial con alcances políticos. A diferencia de estos, los textos del exmarido de Irma, el Biempensante, tienen un anclaje mucho más personal y subjetivo, lo cual constituye un pasaje directo a los ámbitos sensibles de la identidad.

Como se dijo antes. El exmarido de Irma es un profesor frustrado que no ha logrado ingresar al círculo universitario y da clases en una preparatoria. Al quedar solo en casa, se intensifica su odio misógino hacia su exesposa, y sus prejuicios raciales afloran con virulencia contra los migrantes. Casualmente, su casa se encuentra cerca de la estación de ferrocarril, por lo que a menudo se topa con migrantes en la calle y también algunos tocan a su puerta para pedir ayuda: “La puta madre. Harto de que toquen la puerta. La puta puerta. Lo hacen desde que el primer rayo escuálido de sol lame las ventanas, esqueléticos ellos mismos, y no dejan de hacerlo sino por la noche” (Ortuño, 2013, pp. 113-114). Al parecer, la intolerancia hacia los migrantes se ve ahora recrudecida por la separación de su esposa, quien además se ha llevado a la niña: “Mi puerta no se abre, putitos, bastante tengo encima conmigo mismo, bastante me cuesta la pensión de la niña cuando la pago, ya me gasté el poquito dinero que gano en un viaje pendejo a Disney que ni se hizo” (p. 115). Más adelante exclama indignado: “Todo para que mi niña no pase conmigo ni un día porque su puta madre es tan digna que tiene que salvar al pinche mundo” (p. 116).

En su monólogo, el Biempensante repasa algunos debates que sostiene en la preparatoria con un colega suyo, igualmente precarizado. Las ideas que sostienen, así como el estilo mismo de las discusiones, aportan claves inequívocas del conflicto identitario que pervive en algunos mexicanos urbanos de clase media, conflicto que es detonado con la presencia de migrantes centroamericanos:

Esta cita muestra cómo la identidad del mexicano se configura desde un pensamiento colonizado, que se construye en función de los valores que se consideran valiosos para los estadounidenses. El discurso de los personajes revela su esfuerzo por erigir una identidad-barrera que funcione como muro de protección frente a los migrantes:

Las notas del Biempensante exponen con gran agudeza la complejidad del fenómeno identitario. En ellas resuenan las tesis de Ramos sobre el complejo de inferioridad (Ramos, 2001, pp. 50-65), aunque en este caso no inducido por el pasado colonial, sino por la hegemonía cultural y económica de Estados Unidos. Llama la atención la franqueza con que reconoce el atraso generalizado que vive el país -la pobreza, la marginación, la inseguridad-, realidad no muy distinta a la de los países centroamericanos, aunque para él sea imperativo afirmar una diferencia:

El personaje no encuentra la manera de afirmar el valor propio frente a los centroamericanos, pero la premisa dogmática de la diferencia pasa a ser el mejor soporte de la argumentación. Ellos -los migrantes centroamericanos- son lo que el personaje no desea ser, lo que le provoca repugnancia, ese exterior que necesita para su propio ser. En esto consiste justamente el concepto de exterior constitutivo; pero la audacia de la novela va más allá de este planteamiento, ya que, como hemos visto, introduce un elemento más en la constitución de la identidad social: una instancia superior que valida o niega validez a mexicanos y a centroamericanos: los Estados Unidos. Es interesante la manera en que el Biempensante expone la insoportable sensación de reconocerse como el Otro constitutivo de una identidad superior:

En este esquema, ver al centroamericano como inferior funciona como un mecanismo compensatorio. El Biempensante se nos presenta como un ideólogo extraviado en los laberintos de la identidad. Por momentos, no sabemos si sus aseveraciones exaltadas pretenden ser lecciones de identidad mexicana o si se trata de exclamaciones irónicas con las que se autofustiga. En sus alegatos, los Estados Unidos se proyectan como el gran Sujeto que otorga o niega identidad. La ansiedad que permea el pensamiento de este personaje proviene de una duda vergonzante: la sospecha de que tal certificación está siempre en riesgo. El migrante se le presenta como una figura especular que le recuerda su propia abyección.

Un momento crucial en las rutinas del Biempensante ocurre cuando una mujer centroamericana “flaca, prieta, joven y sola” persevera en que le dé trabajo como empleada doméstica y él termina ac-cediendo, aunque le manifiesta abiertamente su desconfianza. El primer día, el Biempensante regresa a la casa a media mañana con la idea de sorprenderla si está por cometer un hurto. La escena que presencia le resulta aún más indignante que si se tratara de un robo: ella se está bañando en su ducha.

Tras esta escena de brutal violencia sexual, la joven permanece en la casa del Biempensante como empleada doméstica. En los días siguientes, él continúa ultrajándola sexualmente y la deja encerrada cuando sale a trabajar. Después de un tiempo, fantasea con la posibilidad de hacer vida con ella. En el trayecto a su casa, planea hacerle esa propuesta, pero al llegar descubre que la joven se ha marchado y se ha llevado todo cuanto era de valor: “La hija de su mil veces puta, viciosa, mamadora, tragasemen, sodomita, obscena y centroamericana madre, se fue y dejó más daños que un huracán” (Ortuño, 2013, p. 259). Este acto de revancha de la migrante hondureña se corresponde con la acción vindicativa que lleva a cabo Yein en Santa Rita contra los jefes de la banda de polleros, lo cual puede verse como un índice de resistencia en el sujeto migrante, por más que su apariencia sea de derrota y sumisión. Al respecto, Marissa Gálvez Cuen enfatiza la agencia con que se presentan los personajes femeninos migrantes en esta novela: “Los personajes de la obra de Ortuño subvierten estos roles [tradicionales] para asumirse como victimarias de sus agresores masculinos y no migrantes” (Gálvez Cuen, 2023, p. 317).

Tenemos, pues, que en los dos escenarios se hace sentir la frontera identitaria: en la frontera geográfica, donde se ubica Santa Rita, y también en la capital, donde el tren aparece como una remembranza de la Bestia, el legendario tren de carga utilizado por los migrantes centroamericanos para trasladarse al Norte desde el sureste mexicano. Lo relevante de este segundo ángulo que ofrece la novela es que se adentra en los escenarios de la subjetividad.

Identidades arrasadas: la desidentificación de los migrantes

En el marco del activismo social o las luchas de las minorías (chicanas, afroamericanas, queer, etc.) la desidentificación se entiende como una estrategia de resistencia: el sujeto rechaza la identidad hegemónica con la que el sistema busca incluirlo o excluirlo. En su libro The Psychic Life of Power (1997, pp. 132-150), Butler utiliza el término refused identification para referirse a este rechazo que el sujeto puede desplegar contra las categorías o nombres de la norma existente, aunque lo rechazado no desaparece, sino que sigue integrado como culpa o vergüenza. En este contexto, la desidentificación es un acto afirmativo del sujeto: parte de asumir la exclusión de la cual es objeto, para luego construir una nueva identidad defensiva. En esta dirección, José Esteban Muñoz retoma los planteamientos de Butler y otros teóricos como Althusser y Pêcheux, y delinea un concepto propio: “The theory of disidentification that I am offering is meant to contribute to an understanding of the ways in which queers of color identify with ethnos or queerness despite the phobic charges in both fields” (1999, p. 11). Muñoz define la desidentificación como una “strategy that works on and against dominant ideology. Instead of simply assimilating to or opposing a given structure, disidentification attempts to transform the cultural logic from within” (p. 11).

Por otra parte, también se habla de desidentificación en los discursos provenientes de escuelas o corrientes culturales de desarrollo espiritual. En estos casos, el término se refiere a una liberación de los apegos en los que se sustenta el Yo, para alcanzar una liberación anímica interna y una activación de las fuerzas interiores. Un ejemplo paradigmático es el del psicólogo italiano Roberto Assagioli, quien se refiere a la desidentificación como una práctica liberadora: “En este proceso de liberación se pasa por una primera fase de dualidad: de hecho, resulta necesario desidentificarse del cuerpo, de las emociones, de nuestro pequeño «yo» personal, diferenciarse de todo esto a fin de ser capaces de transmutarlo después” (2000, s.p.)

La desidentificación que vamos a exponer aquí se aparta diametralmente de las acepciones anteriores, ya que no consiste en una acción estratégica del sujeto, sino que, por el contrario, se trata de un despojo forzado. Los migrantes en tránsito por el territorio mexicano representados en novelas como Las tierras arrasadas, La fila india, La Mara, Amarás a dios sobre todas las cosas, entre otras, sufren todo tipo de privaciones y despojos: pierden sus bienes materiales al ser extorsionados, son ultrajados físicamente, se les asesina e incluso sus restos son destruidos. Las novelas hablan de eso, pero también de otro despojo acaso más abstracto, pero no menos real: el despojo violento de la identidad. Aunque esto ocurre en todas las novelas mencionadas, nos limitaremos a Las tierras arrasadas, ya que es la que más profundiza en esta práctica.

Llamaremos desidentificación forzada a la acción de privar a un individuo, por medios violentos, de su capacidad para sostener una identidad social y subjetiva significativa. La noción de identidad se manifiesta en la novela como el conjunto de vínculos afectivos y simbólicos que configuran la subjetividad de cada migrante. Desde las primeras líneas de Las tierras arrasadas, se hace sentir un espacio anónimo e inquietante en medio de la selva, que contrasta con el cobijo y resguardo de la casa familiar: “un claro rodeado de árboles macizos, lianas primigenias y raíces que emergen de la tierra como arterias” (Monge, 2019, p. 13). La descripción remite a un estadio telúrico ancestral, una geografía salvaje que no solo desorienta, sino que preludia la regresión y la disolución de referentes identitarios. La selva aparece como una antesala simbólica del proceso de desarraigo y deshumanización (Calderón Le Jolif y Zárate, 2019) al que serán sometidos los personajes.

El narrador se refiere a los migrantes con epítetos que aluden a esa desvinculación sistemática que comienzan a experimentar. En el segundo párrafo se les define por la lejanía que se interpone entre ellos/as y sus lugares de origen: “Asustados, los que vienen de muy lejos se detienen, se encogen e intentan observarse unos a otros” (p. 13). En los párrafos subsiguientes, el epíteto se repite con algunas variantes, hasta que se hacen visibles los jefes de la banda, Epitafio y Estela, quienes llevan a cabo una performance brutal para hacer sentir su poder omnímodo:

-¿Quién es la patria? -vocifera Estela dándose la vuelta. -¡Yo soy la patria! -responde Epitafio, abriendo los brazos teatralmente. -¿Y qué quiere la patria? -La patria quiere que se hinquen. -Ya escucharon: ¡hínquense ahora mismo todos! -La patria dice: que se tumben sobre el suelo -Añade Epitafio él también gritando y fingiendo, con los brazos, una deferencia. -¡Todos bocabajo! -ruge Estela-: ¡y no se muevan… no los quiero ni siquiera ver temblando! (Monge, 2019, pp. 26-27)

La orden siguiente es que los migrantes sean revisados, despojados de sus bienes. Este despojo es material y simbólico al mismo tiempo. Sus cuerpos han perdido la respetabilidad sobre la que se edifica la vida social: “uno por uno los catean y manosean” (p. 27). Y gradualmente serán despojados también de sus pensamientos y del lenguaje mismo: “Aunque alguno hay que aún quisiera defenderse diciendo algo, cualquier cosa, las palabras de los seres que perderán también muy pronto el nombre [énfasis añadido] se deshacen antes de llegar a ser pensadas” (Monge, 2019, p. 27).

En Las tierras arrasadas, al igual que en La fila india, el drama de los migrantes en tránsito se presenta desde la perspectiva de los mexicanos. El narrador se focaliza prioritariamente en los dos personajes que actúan como jefes del grupo de delincuentes que opera en ese tramo por el que transitan los migrantes. Los protagonistas son Estela y Epitafio, criminales despiadados que viven entre sí una historia de amor, al mismo tiempo que maltratan, torturan y asesinan a hombres, mujeres y niños migrantes. La pareja actúa bajo el liderazgo del Padre Nicho, quien dirige una especie de hospicio llamado de forma irónica El Paraíso, en medio de la selva, y que funciona como un nodo de la trata humana.

El espacio de Las tierras arrasadas es cerrado; los migrantes pasan la mayor parte del tiempo prisioneros en los vehículos que los transportan, atados de pies y manos, y los vehículos se deslizan por senderos poco transitados, lo que convierte tanto a la selva como al desierto en barreras que los aíslan del resto del mundo. Desde el inicio de la novela los personajes se saben atrapados, a expensas de sus verdugos. El relato establece una intertextualidad con La Divina Comedia de Dante Alighieri, y ese esquema mítico le confiere un ethos de espacio autorregulado, opresivo, radicalmente separado del mundo secular. Las tres partes que constituyen la novela se denominan libros: “El libro de Epitafio”, “El libro de Estela” y “El libro de los chicos de la selva”. Incluye, además, dos “Intermedios”, distribuidos entre un libro y otro, lo cual refuerza el carácter mítico-litúrgico de la obra. Además, en los tres libros se intercalan fragmentos de conversaciones de los migrantes que viajan cautivos en la caja del trailer. Estos textos aparecen en cursivas y alineados a la derecha:

En la caja del gran Minos, mientras tanto, los sinnombre que no han sido aún vendidos y que todavía cuelgan amarrados de las manos, esperan que sus cuerpos dejen de mecerse y, cuando al fin han recobrado el equilibrio, vuelven otra vez a hablar entre ellos:

Estos fragmentos son siempre voces anónimas que refieren experiencias particulares de los migrantes y dan idea de la precariedad que les obliga a dejar sus hogares, la esperanza que los anima inicialmente a mejorar su situación, y la pesadilla que sobreviene al adentrarse en el territorio mexicano. Los textos son una especie de coro trágico que hace las veces de memoria colectiva y reclamo. En un paratexto que aparece al final de la novela con el título “Nota”, el autor informa que algunos de estos textos son tomados de la Divina comedia y otros “son citas tomadas de diversos testimonios de migrantes centroamericanos a su paso por México” (Monge, 2019, p. 342). Peña Iguarán ha señalado atinadamente que el carácter fragmentario, así como la sintaxis desmembrada de estos textos, responde justamente a su carácter testimonial: “El testimonio es, de alguna manera, el relato que queda, mejor dicho, que sobrevive después de la violencia. De alguna manera es el resto del horror y a la vez aquello que lo excede (Peña, 2015, p. 146). En algunos de estos textos es posible documentar la manera en que la tortura física conduce al despojo de los atributos humanos y reduce la identidad a lo que Agamben, en su libroHomo Sacer(1998, pp. 9-25) llama zoé o la nuda vida. Considérese este ejemplo:

Una forma de desidentificación forzada extremadamente violenta que expone la novela es aquella en la que los criminales someten a ciertos reclusos y los obligan a formar parte de los torturadores. Izcara Palacios denomina violencia postestructural a este tipo de violencia:

Es el caso de uno de los migrantes a quien apodan el “Gigante” por su complexión fornida. Años atrás se había dedicado al boxeo y había obtenido una medalla que aún conservaba. Epitafio lo escoge para que sea su ayudante. Primero le impone el nombre de Mausoleo y luego lo hace presenciar los horrendos “castigos” que sus hombres aplican al grupo de migrantes, asegurándole que nada de eso le pasará a él si se gana su confianza: “¡Abre los ojos… tienes que ver lo que ellos hacen… qué dirán de Mausoleo si no se atreve… qué te importa a ti que lloren” (Monge, 2019, p. 65). En algún momento, Epitafio refuerza sus instrucciones en estos términos: “toca acabar de enmudecerlos… castigarles la cabeza… volverlos ahora nadie” (Monge, 2019, p. 81).

Al parecer, los “castigos” que Epitafio inflige a los migrantes no responden a que estos hayan desacatado alguna orden o a que quiera obtener de ellos alguna información para exigir pago de rescate a algún familiar. Es el castigo por el castigo mismo, por venir de otras tierras, para hacerles sentir su poder, para hacerles sentir su insignificancia. Epitafio se proyecta como un dios maligno que ordena, amenaza, prohíbe, tortura. Una especie de sacerdote de la muerte. Su nombre (Epitafio) y el de las personas que forman su círculo inmediato remiten a una semántica funeraria: Estela, Sepelio, Cementeria, Osaria, Mausoleo. Es evidente que no se trata de nombres “de pila”, sino de nombres impuestos, lo cual delata toda una praxis de suplantación de identidad. En efecto, la lógica de la crueldad no comienza con Epitafio y Estela, sino que remite al Padre Nicho y al hospicio llamado “El Paraíso” donde ellos crecieron. Desde ese sitio, el Padre Nicho continúa controlando el trasiego de la mercancía humana.

Sayak Valencia, en su libroCapitalismo gore(2010), explica la violencia exacerbada en México, sobre todo en las zonas fronterizas (cuya referencia primaria es la ciudad de Tijuana), como un epifenómeno de la globalización. Considera que los antecedentes económicos inmediatos de la globalización se encuentran en el neoliberalismo, lo que se traduce en un debilitamiento de lo político como principio regulador de la vida social y la consecuente imposición del principio del mercado. La consecuencia, dice Valencia, es “la creación de dobles marcos o estándares de acción que permiten la precarización laboral mundial, al mismo tiempo que alientan el surgimiento de prácticas gore” (Valencia, 2010, p. 30). Estas prácticas son realizadas por sujetos que, en congruencia con el liberalismo económico, se empeñan en “encarnar la figura del self-made man” (p. 30). De esta manera, Valencia llega al concepto de “capitalismo gore”:

En la lógica de la violencia, el valor económico del cuerpo aumenta conforme se le priva de sus atributos humanos: integridad física, conciencia de sí, lenguaje. De esta manera, la tortura, la violación, el asesinato, el desmembramiento de cuerpos tienen una tarifa sustanciosa en el necromercado y son manifestaciones tangibles de poder, que en este contexto, Valencia llama necropoder: “A este desplazamiento que supone cambios radicales en las formas de acción tanto sociales como individuales y las limita al consumo, lo denominamos biomercado y a su forma radical y perversa de llevarlo a cabo: necropoder” (Valencia, 2010, p. 150). La autora denomina “sujetos endriagos” (pp. 84-93) a quienes lucran con este tipo de poder. Se trata de personajes abominables, de una crueldad desmedida que inspiran un profundo terror en su entorno, como son los casos de Epitafio, el Padre Nicho y ahora Mausoleo.

Las dos novelas aquí analizadas participan, evidentemente, de esta cultura de la violencia tipificada como capitalismo gore, ya que en ambas los cuerpos envilecidos se asocian a transacciones mercantiles. Sin embargo, Las tierras arrasadas este aspecto ofrece un interés especial para el análisis por la gratuidad con que se ejerce la violencia. El envilecimiento de los cuerpos no se utiliza como mensaje dirigido a grupos adversarios, como suele darse entre los cárteles del narcotráfico, ni como una manera de agregar plusvalía, por así decirlo, a la mercancía humana que se trafica, ya que la muerte de los cautivos solo puede significar merma en las utilidades.

Los sujetos endriagos de la novela actúan como seres contagiados por un ímpetu obcecado de destrucción sin motivo aparente. En el segundo Intermedio (colocado entre el segundo y el tercer libro), la novela presenta un segundo caso de conversión forzada. Se trata de Merolico -a todas luces, un nombre sobrepuesto-, quien ha sido “comprado” por dos hermanos que atienden un deshuesadero conocido como el Infierno. Han comprado a Merolico para que les ayude en su trabajo: desmembrar cuerpos y quemarlos. En la conversación introductoria que sostienen con él, le comentan la manera en que fundaron ese sitio y le indican lo que tiene que hacer. Las reglas del juego se resumen en una fórmula brutal: “o te adaptas o alguien más lo hace y te chinga” (Monge, 2019, p. 249).

Mausoleo y Merolico, los dos migrantes convertidos al bando de los victimarios, son los únicos personajes cuyo interior es focalizado por el narrador. En el primer caso se narra con mayor detalle la resistencia visceral a convertirse en verdugo de sus paisanos; en el segundo, el proceso es más complejo aún, porque Merolico ya es un anciano que en su juventud había sido soldado y luego ha-bía participado con los paras “destrozando poblaciones, desmembrando embarazadas, destazando niños y mayores” (p. 249).2 Ahora que se le obliga nuevamente a actuar contra su gente, su reacción es algo más sofisticada que la de Mausoleo: “¿cómo puede hacerles eso?” (p. 250), se pregunta. Los hermanos lo instigan, los perros gruñen, las escenas de aquel pasado culposo se le agolpan, escucha unas carcajadas que luego reconoce como suyas… y se entrega a su faena carnicera:

Sin embargo, poco después, los hermanos se sorprenden al ver que el viejo ha enloquecido:

Como puede observarse, la novela coloca en las dos secciones llamadas intermedios -que son las que unen los tres libros que la conforman- las experiencias vivenciales más dramáticas del proceso de desidentificación forzada: la de tener que traicionar y posicionarse en el lado de los victimarios para poder sobrevivir.

Finalmente, cerramos este apartado con una síntesis esquemática de la manera en que la novela presenta el proceso de desidentificación forzada ejercido contra los migrantes. Desde las páginas iniciales se observa que la identidad de los migrantes entra en un proceso de suspensión forzada en cuanto ingresan a suelo mexicano: la primera acción del jefe de la banda de traficantes es advertirles que ya no tienen patria porque la patria es él. En los episodios siguientes, los migrantes son sometidos a vejaciones y maltratos que constituyen claras violaciones a los derechos humanos más elementales; este desconocimiento de derechos históricamente construidos significa un despojo de su dimensión humana, una reducción a la nuda vida, en términos de Agamben, con la advertencia de que ese estadio de vida significa un máximo de dolor. El jefe instruye a su nuevo ayudante sobre lo que hay que lograr con los castigos: terminar de enmudecerlos, volverlos nadie. Si existe un nivel de desidentificación más allá de volverse nadie, sería el de pasarse al lado de los verdugos y aplicar estos métodos a sus propios coterráneos

Conclusiones

En este trabajo hemos analizado dos novelas mexicanas contemporáneas sobre la migración centroamericana hacia los Estados Unidos. Estas obras tienen la peculiaridad de dedicar especial atención al drama identitario que viven los migrantes en su tránsito por el territorio mexicano.

En ambas novelas se observa que el telón de fondo es la proliferación de bandas delincuenciales que han penetrado las instituciones gubernamentales para hacer del crimen organizado un negocio redituable. En este contexto, la identidad emerge como factor de conflicto que, desde el lado mexicano, legitima las acciones de cariz punitivo que se llevan a cabo contra aquellos.

La identidad en estas novelas no es una esencia, sino una reacción cultural defensiva y autodefinitoria frente a un entorno particular. Los migrantes abandonan sus hogares y sus países de origen por motivos materiales, a causa de la pobreza y la inseguridad. Se dirigen a los Estados Unidos, con la esperanza de una mejora importante en lo material; los ajustes culturales se consideran un desafío secundario. Sin embargo, en su paso por México, el asunto de la identidad se les impone como algo preponderante. ¿Por qué?

Cada novela enfatiza un aspecto distinto de este fenómeno. En La fila india se observa el apremio que tienen los mexicanos por distinguirse de los centroamericanos que ingresan al país y la urticaria clasista que les provoca ser confundidos con ellos. La urgencia de distinguirse de ellos hace resurgir en los mexicanos la necesidad de afirmar una identidad propia, cuyo principal argumento -y quizá el único- consiste en negar al otro, al migrante, y convertirlo en un afuera despreciable: eso que la teoría llama “exterior constitutivo”. Lo trágico de esta circunstancia es que quien ocupa esa exterioridad es alguien que enseguida se percibe como amenaza, por lo que puede ser torturado, violado o incinerado.

Complementariamente, la novela actualiza la reflexión sobre la mexicanidad que tuvo lugar en los años 1940, particularmente la célebre tesis del complejo de inferioridad del mexicano. En la novela se retoma dicho esquema, pero se le da un giro especial: el mexicano se siente inferior frente al ciudadano estadounidense, pero puede aspirar a ser como él; lo que no puede tolerar es que ese juez que otorga y niega identidad lo confunda con un centroamericano.

Por otra parte, en Las tierras arrasadas, la poética de la violencia alcanza niveles colosales. La destrucción del otro se vuelve un imperativo categórico. Primero se le arrodilla frente a los captores, se le encierra, se le cambia de nombre, se le viola, se le vende, se le mata. Pero el proceso de desidentificación forzada no conoce límites: el cuerpo de los migrantes es despedazado, ofrecido a los perros y reducido a cenizas.

Finalmente, nos interesa destacar lo siguiente: además de presentar una denuncia cruda de los malos tratos que sufren los migrantes centroamericanos por parte de bandas criminales y también por instituciones gubernamentales corrompidas, las novelas analizadas ofrecen aristas críticas que difícilmente alcanzan otros discursos públicos o mediáticos: la dimensión sensitiva y afectiva del fenómeno migratorio.

Citas

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