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Resumen
El presente artículo se desprende de una investigación que tuvo como objetivo analizar las formas de violencia en redes sociales vivenciadas por estudiantes de escuelas preparatorias de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. La metodología del estudio se basó en un enfoque fenomenológico y en el método biográfico narrativo. Entre los resultados se identificaron las principales formas de violencia vivenciada por estudiantes de escuelas preparatorias, asimismo, se identificó que las principales víctimas de prácticas que implican exposición sexual en redes son las mujeres. Ello permitió reflexionar sobre cómo las matrices perceptivas que asignan lugares socialmente establecidos para hombres y mujeres, moldean las interacciones y las violencias experimentadas por hombres y mujeres en redes sociales. En tal sentido, el presente artículo tiene como intención analizar las formas de violencia en redes sociales vivenciadas por estudiantes de escuelas preparatorias de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, haciendo énfasis en los modos en que las construcciones sociales ligadas al género ubican a las mujeres en la posición de principales víctimas de prácticas que involucran exposición sexual en entornos virtuales.
Introducción
Actualmente, los/las estudiantes son parte de una generación caracterizada por la relevancia que ocupan las redes sociales en su comunicación diaria; las plataformas virtuales han sido apropiadas por estos como parte fundamental de sus itinerarios individuales y colectivos (Mercadoet al., 2016). Indisputablemente, la edad en que acceden a las redes sociales es cada vez más temprana; en consecuencia, estos escenarios resultan medulares dentro de las dinámicas de subjetivación e identificación juvenil (Segoviaet al., 2016). Las redes sociales han alcanzado un papel tan significativo en la socialización de los más jóvenes, que resulta imposible pensar sus dinámicas relacionales sin tomar en cuenta los vasos comunicantes existentes entre las interacciones offline y online.
En referencia al ámbito escolar, es claro que los entornos virtuales acaecen como un espacio en que los/las estudiantes tienen la posibilidad de interactuar con sus iguales y con otros miembros de la comunidad educativa. En tal medida, las interacciones que establecen allí llegan a ser tan intensas y complejas como las desarrolladas en el mundo material (Segoviaet al., 2016); al fin y al cabo, los sujetos trasladan a la red las matrices de pensamiento, percepción y acción que movilizan y problematizan sus comportamientos en el mundo offline.
Los itinerarios establecidos por las/los sujetas/sujetos en redes son el resultado de las dinámicas que viven por fuera de la web. Así pues, el aumento de la conectividad de los/las jóvenes escolares ha incidido para que fenómenos reproducidos cotidianamente en los planteles educativos se trasladen a los entornos virtuales, tal es el caso de la violencia.
En ese orden, para efectos conceptuales, entenderemos que la violencia está condicionada por factores socioculturales que le quitan el carácter instintivo; se trata del “resultado de poner la agre- sividad bajo el control de la conciencia” (Sanmartín, 2012, p. 147) y las mediaciones socioculturales. Es un fenómeno ontológicamente humano, por lo que es importante no caer en visiones que la reduzcan a una expresión pulsional e instintiva y la despojen de su naturaleza cultural. Se trata de un fenómeno sociocultural, posee una morfología simbólica y se sustenta sobre matrices colectivas de sentimiento, pensamiento y acción.
De acuerdo con Zizek, podemos distinguir entre violencias visibles e invisibles (2009). Las primeras involucran a aquellas prácticas perceptibles a simple vista, son acciones de las que nos percatamos en tanto que alteran el estado “pacífico” de las cosas. La violencia invisible, por su lado, deviene como base simbólica y sistémica que sustenta ese deber ser permanente de las cosas y le da forma a la violencia visible (Zizek, 2009; Galtung, 1981, 1998). Así pues, cuando hablamos del componente simbólico-sistémico hacemos referencia a las condiciones culturales, políticas y económicas que instituyen un orden permanente de las cosas que niega las garantías para que ciertos sectores puedan Ser. En tal contexto, se observa que prácticas de violencia como burlas, exposición pública, difamación y acoso a través de redes se han convertido en problemáticas cada vez más comunes entre las comunidades de estudiantes, siendo las mujeres las principales víctimas de prácticas que involucran exposición sexual. Aunque suelen presentarse en todos los niveles educativos, es predominante su surgimiento en los niveles de educación secundaria y media superior. Así pues, dada la relevancia que tienen estos entornos en la construcción de la autorrepresentación, la autoestima y la identidad juvenil, en algunos casos estas prácticas de violencia llegan a generar graves consecuencias para las personas que son objeto de ella.
Atendiendo a lo anterior, el presente artículo tiene como intención analizar las formas de violencia en redes sociales vivenciadas por estudiantes de escuelas preparatorias de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, haciendo énfasis en las modos en que las construcciones sociales ligadas al género ubican a las mujeres en la posición de principales víctimas de prácticas que involucran exposición sexual en entornos virtuales.
Método
Lo expuesto aquí se corresponde con un estudio comprensivo elaborado entre enero de 2022 y enero de 2023 en las ocho preparatorias del estado situadas en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Dicho estudio se fundamentó en un enfoque fenomenológico hermenéutico, el cual, como señala González (2005), busca comprender la esencia de las experiencias vividas por los individuos a través de la interpretación de sus relatos. El método empleado fue el método biográfico narrativo, que permite explorar y entender la realidad social a partir de las historias de vida de los participantes, lo cual revela las experiencias significativas que han moldeado su trayectoria escolar (Bolívar, 2002).
Para la recolección de datos, se utilizó la técnica de relatos biográficos, obtenidos mediante entrevistas semiestructuradas. Esta técnica es particularmente adecuada para acceder a las perspectivas subjetivas de los participantes, y ello permite una mayor flexibilidad y profundidad en la recolección de información (Valles, 2007). Durante el trabajo de campo llevado a cabo entre marzo y diciembre de 2022, se aplicaron 35 entrevistas a estudiantes y orientadores educativos, abordando las experiencias de violencia en redes sociales vividas por los y las estudiantes de preparatoria a lo largo de su trayectoria escolar.
Posteriormente, se procedió a la categorización y clasificación de los datos recolectados, un proceso esencial en el análisis cualitativo que facilita la identificación de patrones y temas recurrentes (Strauss y Corbin, 2002). Cada registro fue sometido a un proceso de microanálisis, línea por línea, con el objetivo de identificar categorías iniciales y desarrollar conceptos analíticos que permitieran una comprensión más profunda del fenómeno estudiado.
Bajo esta perspectiva y considerando el objetivo central de la investigación, se consideró el enfoque epistemológico centrado en el constructivismo social, que sostiene que el conocimiento es construido a través de las interacciones sociales y está profundamente influenciado por los contextos culturales y sociales de los individuos (Berger y Luckmann, 2003). Este enfoque permite una interpretación más matizada de las experiencias de los participantes, reconociendo la influencia de su entorno y las redes de significados que construyen a lo largo de su vida.
Resultados
Ciberacoso entre jóvenes de preparatoria
Es común emplear el término ciberacoso o ciberbullying para referirse a esta problemática; quienes lo emplean suelen interpretarlo como una extensión digital de las formas de intimidación que se presentan en los encuentros cara a cara. Se trata de transgresiones emplazadas a lo largo del tiempo, a través de medios electrónicos, y su única finalidad es generar algún daño a la persona expuesta (Mercadoet al., 2016). De acuerdo con esto, el ciberbullying conserva gran parte de las características del bullying: ser un “acto agresivo de carácter intencional y repetido en el tiempo por uno o más agresores hacia una víctima provocando un desequilibrio de poder” (Romeraet al., 2016, p. 72-73). Desde luego, el maltrato sostenido en el tiempo (acoso) es solo una manifestación de la violencia que viven los/las alumnos/as en las escuelas; luego, existen formas de ciberbullying sobrevenidas de manera reactiva y otras que muchas veces pasan inadvertidas.
El testimonio de esta joven de la preparatoria 1 da cuenta de una de las modalidades de violencia en redes más comunes entre los y las jóvenes: el acoso virtual o ciberbullying. Sus manifestaciones más habituales son bromas, burlas o exposición pública. Generalmente es realizado a través de contenidos multimedia como fotografías, imágenes y videos que exponen una representación devaluativa de algún atributo de un individuo.
Vale señalar que, en algunos casos, los pactos de agresión consensuada o juegos agresivos offline se trasladan a la red en forma de burlas y bromas amistosas. Al igual que ocurre en las relaciones cara a cara, estos comportamientos de agresión recíproca se suelen manifestar entre estudiantes hombres que comparten vínculos de camaradería y cercanía. En tales circunstancias las personas aludidas no manifiestan sentirse violentados, ya que lo interpretan como parte de un acuerdo entre pares. Así se puede apreciar en el siguiente testimonio:
No obstante, en algunas situaciones, en el marco de la broma o las agresiones consensuadas, se pueden traspasar ciertos límites que llegan a afectar significativamente la dignidad de las personas agraviadas y requieren la intervención de las autoridades educativas. Así se puede apreciar en el siguiente testimonio de una orientadora educativa de la preparatoria 5:
En otros casos estas formas de agresión recíproca pueden llegar a adoptar formas latentes o simbólicas de violencia, por ejemplo, humor racista, étnico, homofóbico, etcétera. Si bien, por lo general, acaece en el marco de tratos recíprocos y de camaradería, principalmente entre estudiantes hombres, al revisarlo con detenimiento es imposible soslayar que a través del sentido del humor se reproducen discursos discriminatorios. En muchas ocasiones el chiste o la broma enmascara narrativas segregativas naturalizadas y naturalizantes:
Aunque algunos/as significan este tipo de prácticas en el marco de la camaradería, otros/as lo conciben como transgresiones hacia su ser. Así pues, como se observa en el testimonio, por medio del humor los/las estudiantes poco a poco van normalizando discursos que asignan posiciones de sujeto para ciertas personas a partir de sus particularidades étnicas, raciales, sexuales, estéticas, etc. Si bien se presentan resistencias o animadversiones sobre estos tratos, con el tiempo estas semantizaciones son aceptadas por parte del sujeto que las recibe, quien asume una posición de diferencia frente a sus amistades.
Al lado de ello, es común observar que los conflictos interpersonales o enemistades se trasladen a las redes. Estas situaciones pueden desencadenar formas de violencia reactiva como agresión verbal en redes, ya sea en chats privados o públicos, e incluso maltrato físico dentro o alrededor de la escuela. En tal sentido, es posible observar que las interacciones contenciosas y beligerantes offline y online se configuran en una relación de mutua afectación.
Como se puede observar, también se presentan transgresiones virtuales entre estudiantes mujeres, y por lo general se manifiestan a través de difamaciones, críticas malintencionadas o exposición pública. En estos casos, es posible observar cómo el escarnio público se convierte en herramienta del/de la agresor/a para ejercer daño moral sobre su víctima o adversario/a.
En contexto, dada la relevancia que tienen las redes sociales para la sociabilización juvenil y para la construcción de su imagen e identidad, cualquier post, foto o etiqueta puede conllevar la construcción de narrativas que asocien a unos/as con lo moralmente aceptado y a otros/as con lo inapropiado, lo reprochable y lo rechazado.
La representación digital que construyen los/las jóvenes en redes es vertebral para su aceptación individual y colectiva en el mundo offline, condiciona la figuración que cada uno tiene de sí mismo/a (“¿cómo me reconozco?”) y la imagen que construyen los/as otros/as (“¿cómo me reconocen?”). En esa medida, las narrativas que circulan en estas plataformas se convierten en marcas sociales con fuertes implicación en las interacciones que se tejen al interior de los planteles educativos. En resu- midas cuentas, en las redes sociales también se definen lo aceptable, desacreditable e inaceptable dentro de los códigos de comportamiento colectivo.
Como se aprecia en el relato, una de las particularidades de la violencia en redes sociales es que, por su misma estructura, le permite al/la agresor/a un amplio margen de ocultamiento de la identidad. Aunque, en muchos casos, las agresiones suceden desde los perfiles oficiales de los/as autores/as, eventualmente se emplean perfiles falsos para difamar, amenazar o amedrentar a otros/as. Así pues, estas plataformas virtuales les permiten a muchos/as emplear el anonimato como recurso para efectuar agresiones que rara vez realizarían en persona. De acuerdo con Linareset al., (2019), esta situación permite mantener la identidad en secreto que ofrecen las redes y brinda a los/as agresores/as más posibilidades de salir impune y generar daños mayores a su víctima.
Asimismo, estas autoras consideran que la propia estructura de las interacciones mediadas por tecnologías de la información y la comunicación posibilitan escenarios donde se ejercen agresiones de manera más rápida y permanente, además de permitir la participación de más personas en el abuso. Ciertamente, la violencia en redes se manifiesta en medio de audiencias más grandes y con un espectro de difusión más amplio.
Difamación sexual, sextorsión y sex revenge contra la mujer
En ese orden de ideas, los orientadores educativos señalan que, si bien en algunos casos las situaciones pueden trascender moderadamente, la mayoría de las violencias virtuales ocurren en el marco de comportamientos amistosos entre iguales. Lo cual indica cierto grado de naturalización y normalización tanto en el plano estudiantil como profesoral.
No obstante, sostienen que una de las formas de violencia virtual más preocupante para las autoridades académicas es la exposición sexual en redes. Sobre todo, porque es la población feme- nina la principal víctima de esta modalidad, y esto evidencia que las estudiantes mujeres “sufren formas concretas de dominación, relacionadas con la agresión de su corporalidad y sexualidad” (Linareset al., 2019, p. 204):
Es tanta la preeminencia de las redes sociales en las relaciones juveniles que casi la totalidad de las interacciones han sido traducidas a lenguajes virtuales; así pues, como se evidencia en los relatos, la expresión y configuración de la sexualidad no es la excepción (Mercadoet al., 2016). Ciertamente,
Las transformaciones que se han suscitado en la constitución de la vida pública y la vida privada también han generado resonancia en los procesos de configuración de la sexualidad y las prácticas sexuales. En tal sentido, los intercambios de contenidos íntimos y sexuales a través de redes virtuales se han convertido en una práctica generalizada, no solo en el mundo de los adultos, sino también entre los/las jóvenes; se trata de un fenómeno conocido coloquialmente como “sexting” (Mercadoet al., 2016). Este término originalmente hace referencia a la combinación de sexo (sex) y enviar textos por teléfono móvil (texting); sin embargo, con el avance de la tecnología ya no es posible delimitarlo al uso de teléfonos móviles sino que se ha permeado en aquellos mensajes con imágenes como fotografías o videos sexualmente sugestivas enviados a través de algún espacio virtual. (Mercado et al., 2016, p. 4).
Para Mercadoet al.(2016), la principal característica del sexting es el contenido gráfico (imagen o video) que acompaña a las conversaciones sexuales entabladas a través de redes sociales. Los registros compartidos pueden ser tomados de los cuerpos desnudos de los individuos involucrados en el sexteo (nudes) o de sus partes íntimas (packs). De acuerdo con ellos, esta práctica se ha vuelto común entre estudiantes de secundaria y preparatoria de distintas latitudes del globo. Entre las plataformas más empleadas para ello se encuentran WhatsApp, Instagram, Snapchat y Facebook entre otras. Pese a los riesgos que involucra compartir estas imágenes de sí mismos/as con otro/a, es un fenómeno cada vez más reproducido en las dinámicas sexoafectivas que entablan sujetos de distintas edades.
En ese contexto, si bien el ciberbullying o ciberacoso y el sexting son prácticas distintas, estas no se excluyen una a otra: eventualmente, la primera puede derivar o ser una consecuencia de la segunda. Cuando así sucede, por lo general ocurre en el marco de rompimientos o discordias amorosas entre jóvenes. En efecto, al recolectar información en las ocho preparatorias fue común la mención de casos en que después de rupturas afectivas empezaran a circular imágenes sexualmente explícitas de estudiantes con la finalidad de ridiculizar o dañar la reputación de la persona.
Para autores como Gelpiet al.(2019), la viralización de contenidos íntimos es una de las formas más comunes de usar el sexo como forma de venganza (sexrevenge). Según estos, por lo general, los rompimientos amorosos son los escenarios más habituales en tanto que muchos/as emplean los registros compartidos durante la relación como un recurso de castigo o venganza contra el otro. Si bien no se trata de un fenómeno exclusivo de los/las jóvenes escolares, las tasas de incidencia entre estos son más elevadas. Así, comúnmente, esta información es compartida dentro de la comunidad educativa a la que pertenecen los/las estudiantes involucrados o es compartida en páginas web.
En ese tenor, los efectos sociales e individuales que puede tener la exposición pública de contenidos sexuales e íntimos abarcan desde el repudio moral, escarnio público, ausentismo y deserción escolar, hasta problemas de autoestima, depresión, ansiedad, (auto)aislamiento y, en los peores casos, intentos de suicidio (Agustina, 2010; Gelpiet al., 2019; Mercadoet al., 2016).
Cabe aclarar que no se registraron casos donde estudiantes hombres fueran objeto de exposiciones sexuales a través de redes. Luego, uno de los hallazgos del estudio es que las mujeres sobrevienen como principales víctimas de estas prácticas. Incluso, algunos/as estudiantes hicieron mención de la existencia de páginas de Facebook, Instagram y otras redes destinadas a exponer contenidos sexuales de alumnas de distintas instituciones educativas.
Sobre ese respecto, Gelpi, Pascoll y Egorov coinciden en que son estudiantes varones “quienes más viralizan este tipo de material y en muchos casos lo hacen dentro de su propio grupo de pares, mayoritariamente conformado por varones” (2019, p. 72). Señalan, además, que en las relaciones sexoafectivas son estos quienes solicitan, en mayor medida, registros fotográficos o videos del cuerpo desnudo (nudes) o partes íntimas de sus parejas (packs). En ocasiones, incluso, “envían material explícito sin consentimiento, lo que configura situaciones de violencia sexual” (2019, p. 71). Así pues, es más frecuente que las mujeres encarnen situaciones negativas relacionadas con estas prácticas o se vean expuestas a esta modalidad de violencia.
En muchos casos, es usual que se empleen estos contenidos como un recurso para amedrentar o manipular a la persona bajo la amenaza de hacerlos públicos (sextorsión). Como se puede evidenciar en el siguiente testimonio:
Usualmente se emplea el término sextorsión para hacer referencia a una forma particular de chantaje donde se emplean imágenes o contenidos sexualmente explícitos para dominar u obligar a otra persona a realizar acciones contra su voluntad. La finalidad de esta práctica “suele ser la obtención de dinero, el dominio de la voluntad de la víctima o la victimización sexual de la misma para obtener más imágenes y videos de carácter sexual” (Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación, 2011, p. 12). Como se puede observar en el testimonio, este caso de sextorsión se suscitó entre dos estudiantes de secundaria, una joven de primero y un joven de tercero. Así pues, por medio de chantajes el segundo victimizó a la primera con el fin de obtener de ella registros sexuales, mismos que fueron empleados para preservar el abuso.
Ya sea en el marco de una ruptura amorosa o no, se observa el estado de indefensión en el que se encuentran las estudiantes ante dicha situación. Efectivamente, aspectos como el desconocimiento de estrategias defensivas, el miedo al escarnio público y el sentimiento de hallarse vulnerables o impedidas de pedir ayuda a alguien las insta a someterse ante la voluntad de su acosador; ello a su vez las emplaza en una espiral de violencia cuya única salida es acudir a terceros.
Sobre ese respecto, algunos autores sostienen que la estructuración de este tipo de comportamientos se encuentra estrechamente emparentada con las narrativas sociales que históricamente han mediado la constitución de los géneros y los comportamientos sexuales de los hombres y las mujeres. Estas narrativas no solo han moldeado las expectativas y roles de género, sino que también han reforzado patrones de poder y control que persisten en las interacciones modernas. En tal medida, las redes sociales se han convertido en un dispositivo de control en los vínculos sexoafectivos, actuando como un espacio donde las relaciones de género y las estructuras de poder ligadas a esta dimensión impactan el ejercicio de la sexualidad.
A través de estas plataformas, se reproducen y amplifican las dinámicas de vigilancia y norma- tividad que históricamente han restringido la libertad sexual, creando un entorno donde las relaciones se regulan no solo por interacciones directas, sino también por las expectativas colectivas y las representaciones sociales dominantes (Segato, 2021). De esta manera, las redes sociales no solo reflejan, sino que también refuerzan las estructuras de poder existentes, consolidando su influencia en las dinámicas sexoafectivas contemporáneas. Ciertamente,
Siguiendo la línea de estos autores, se entiende que los mandatos sociales que normalizan sentidos otorgados al sexo y al género atraviesan las prácticas sexuales virtuales y los modos en que hombres y mujeres hacen uso de estas plataformas. En tal sentido, en los estudiantes varones hay un permanente deseo de ratificar su virilidad y heterosexualidad, mientras las estudiantes mujeres tienden a proteger su honra femenina y su integridad moral. Dicho de otro modo, en el uso de las redes sociales se reproducen los límites impuestos sobre los géneros; así pues, “el límite de género en las mujeres es devenir en puta y en los varones ser homosexual con la correspondiente pérdida de virilidad” (Gelpiet al., 2019, p. 75).
Para autoras como Linares, Royo y Silvestre (2019), el acoso sexual, sea en escenarios online u offline, es una práctica enmarcada dentro del orden de cosas establecidas por el patriarcado. Según estas autoras, el número de estudiantes mujeres que señalan ser objeto de alguna forma de acoso o violencia sexual es mucho mayor en comparación con los hombres. Agregan que “el acoso [sexual] es un elemento regulador de conductas que obliga a las mujeres a la contención y la invisibilidad de su sexualidad, mientras que legitima y normaliza la dominación sexual masculina” (2019, p. 206). Estas autoras trazan una distinción entre el acoso sexista y el acoso sexual. Sobre el primero señalan que se trata de mensajes, actitudes o prácticas que evidencian la representación de que las mujeres son inferiores a los hombres por naturaleza. El segundo por su parte, engloba “cualquier comportamiento, verbal o físico, denigrante con fines sexuales” (2019, p. 206). Estas asimetrías son las que en muchos casos sustentan y justifican las discriminaciones por razón de género.
En el estudio se puede evidenciar que una forma común de violencia ejercida por hombres sobre mujeres es poner en circulación imágenes con contenidos sexuales dentro de la comunidad estudiantil; se trata de un mecanismo empleado para dañar la imagen de las estudiantes, obligarlas a hacer cosas que no quieren o afectar su posición moral dentro del grupo. Por su parte, entre las mujeres es usual poner en circulación narrativas degradantes sobre otras estudiantes, en las cuales son representadas como fáciles o “putas”. Este tipo de comportamientos evidencian que la sexualidad femenina, a diferencia de la masculina, “queda definida por parámetros coercitivos de sumisión y pasividad, y en caso de romperlos, la construcción de ‘mala mujer’ se cierne sobre ellas, que ya no son vistas como ‘mujeres’, ni tan siquiera como personas” (Linareset al., 2019, p. 211).
Como se observa en el relato, es común que al interior de las escuelas se reproduzcan estereotipos permisivos con la promiscuidad de los estudiantes y coercitivos cuando de las estudiantes se trata, evidenciando que, dentro de las estructuras de género, a la mujer se le impone la contención de su sexualidad, mientras que la del hombre es celebrada. Así pues, la construcción de la “mala mujer” o de “la puta” atraviesa la imagen pública de aquellas estudiantes que no cumplen con los mandatos de género o que son difamadas, y en consecuencia, son ubicadas en una posición de desprestigio ante la comunidad de estudiantes. Cabe recalcar que, “son únicamente las chicas quienes sufren estos agravios por el simple hecho de serlo, visibilizando así la construcción machista que subyace a estos actos” (Linareset al., p. 211).
Conclusiones
Como se pudo evidenciar, si bien tanto hombres como mujeres se ven envueltos/as en situaciones de violencia en redes sociales, por lo general los primeros se ven involucrados en eventos de violencia verbal y ridiculización a través de bromas, mientras que las segundas son objeto de formas de violencia más indirecta, ya sea de orden verbal, psicológica, moral y relacional (difamación, exclusión, insultos, intimidación, etc.). Desde luego, estas propensiones no son excluyentes, ni definitivas.
Lo expuesto aquí pone en evidencia que los mandatos de género cobran tesitura en las experiencias vividas de los/las estudiantes. La violencia vivida por hombres y mujeres es distinta. Los primeros son más propensos a bromas, burlas y ridiculizaciones, u otras formas de violencia verbal; las segundas son más propensas a la violencia psicológica y, como se expone aquí, moral. Estas narraciones exponen el conjunto de representaciones y mediaciones culturales que intervienen en la configuración de la violencia ejercida por hombres y mujeres.
Ciertamente, en la práctica del maltrato se reconocen una serie de indicadores de género que otorgan tesitura a los comportamientos de los/as estudiantes. Existe un efecto social de una serie de matrices culturales relacionadas con la feminidad y la masculinidad incrustadas en los comporta- mientos, creencias, sentimientos, actitudes, posturas, usos del cuerpo, etc., de los individuos.
Esta constelación de valores y de conductas asocian lo masculino con cualidades como el dominio sobre los/as otros/as, la competencia, la fuerza, la búsqueda de conquistas sexuales, la valentía, la ocultación de los sentimientos, la oposición a las formas de ser representadas como propias de las mujeres, etc. Por su parte, la feminidad está más asociada a la delicadeza, la sumisión, la belleza, el cotilleo, las actitudes vanidosas, románticas, la sentimentalidad, la vida del hogar, la templanza y el pudor. En tanto el género se concreta de manera relacional, es en el marco de las propias interacciones juveniles que se puede identificar la reproducción de las actitudes y mandatos atribuidos a las/los sujetas/sujetos.
Citas
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