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Resumen
Una dificultad al proponer una sistematización de la información sobre juventud indígena en Latinoamérica tiene que ver con que las categorías "juventud" e "indígena" no emergen como datos directos de la realidad, sino que son construidas a partir de definiciones. Para contribuir al análisis de este entramado, esta investigación se focaliza en las definiciones con las que la academia latinoamericana ha contribuido en los últimos años. Finalmente, se propone el abordaje de edad y etnicidad como clivajes que definen la movilidad estructurada de subjetividades, identidades y agencias cuya trama debe leerse situada en cada contexto sociopolítico e histórico particular.
Introducción
La idea de escribir este artículo surgió de la necesidad de sistematizar la producción dispersa en la que se abordan problemáticas ubicadas en la intersección entre juventud y etnicidad en Latinoamérica. El cruce de la cuestión étnica con la cuestión juvenil ha sido reiteradamente declarado área de vacancia en foros de intercambio académico y, en función de ello, en la segunda década del siglo XXI la tendencia comenzó a cambiar.1
Una de las dificultades más notables al momento de proponer una sistematización de la información sobre juventud indígena en Latinoamérica tiene que ver con que las categorías “juventud” e “indígena” no emergen como datos directos de la realidad, sino que son categorías construidas como dato a partir de definiciones hegemónicas que resultan de la confluencia asimétrica de agencias diferentes como los estados nacionales, los organismos multilaterales o las organizaciones no gubernamentales. Las articulaciones de agencia que se fundan en el posicionamiento en tanto “jóvenes indígenas” participan de esta construcción y se ven en la obligación de producir sentido sobre las interpelaciones, ya sea refutándolas o refrendándolas. De allí que devenga necesaria la deconstrucción de estas categorías (Pérez Ruiz, 2011).
En ese marco, la academia misma se constituye como agencia con un capital simbólico propio que se pone en juego al momento de legitimar criterios para definir/nominar lo que se entiende por “juventud indígena”. Por ello, en función de contribuir al análisis de ese complejo entramado, en esta investigación se coloca el foco en las concepciones teóricas con las que la academia latinoamericana ha influido en esta arena en los últimos años.2 Pretendemos, por un lado, poner en valor y analizar críticamente los trabajos de investigación que se han hecho en el área y, por otro lado, contribuir a la discusión teórica y política que el trabajo en tal área demanda.
Para mapear las definiciones presentes en las producciones dispersas en las que se analizan juventud y etnicidad nuestra estrategia fue, en primer lugar, compilar las ponencias presentadas en foros de discusión sobre la temática en países latinoamericanos. Así, incorporamos al corpus los aportes realizados por distintos investigadores e investigadoras en las sucesivas reuniones del Congreso Argentino de Antropología Social (2004, 2006, 2008 y 2011), en los simposios vinculados al tema en el 53 Congreso de Internacional de Americanistas (México, 19 al 24 de julio de 2009) y en el Coloquio Internacional “Juventud, etnicidad, ruralidad y movimientos translocales en Latinoamérica” organizado en Bariloche en el año 2010.3 Paralelamente, realizamos una compulsa bibliográfica en revistas, bibliotecas y sitios académicos de internet. Como resultado de ese cotejo, el corpus analizado aquí está compuesto por artículos, ponencias y tesis en los que se analizan casos en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, México y Perú. Sólo encontramos publicaciones unitarias centradas en el tema en Chile y en México.4 Dada la dispersión de las producciones, es probable que haya aportes a los que no logramos acceder, por lo que no suponemos que este mapeo agote todas las investigaciones referidas al tema. No es nuestra intención construir un estado del arte que contemple todos los problemas y subáreas temáticas en torno a la juventud indígena,5 sino elaborar una primera aproximación a los enfoques teóricos.
Organizaremos esta exposición a partir de cuatro énfasis teóricos generales que nos permiten agrupar los distintos enfoques que conforman nuestro corpus. En el primer apartado presentaremos perspectivas que toman la condición etaria y la identidad étnica como puntos de partida para tratar, desde allí, problemas que afectan a los sujetos definidos desde esas categorías. En el segundo apartado introduciremos un conjunto de abordajes en los que se considera la juventud como dato biológico/cronológico y se construye la etnicidad como problema. En el tercer apartado se reúnen investigaciones basadas en la definición de la etnicidad como dato —fundado en contenidos culturales o en estadísticas nacionales/estatales— y en las que se problematiza la juventud. Finalmente, en la última sección incluiremos aportes que analizan tanto edad, como etnicidad. Entre ellos, incluimos nuestros propios abordajes, que parten de entender la edad y la etnicidad como “clivajes”, es decir, como líneas que estructuran la organización social de identidades, subjetividades y agencias estableciendo dinámicas de agregación/desagregación (Briones y Siffredi, 1989).6
Juventud e identidad étnica como datos dados
Las perspectivas incluidas en este enfoque general se pueden organizar en tres subgrupos. En primer lugar, algunas investigaciones definen la juventud indígena a partir de datos demográficos y otras estadísticas. En segundo lugar, encontramos análisis que consideran a la juventud indígena como lugar de enunciación y analizan los discursos y las producciones estéticas que se generan desde allí. Finalmente, hallamos trabajos que se fundan en la etnografía situada con comunidades indígenas o grupos étnicos en contextos rurales y urbanos. Estos trabajos tienen en común el hecho de que ni las categorías etarias ni las étnicas constituyen objeto de reflexión, sino punto de partida para abordar otros temas.
En el caso de los estudios que se fundan en estadísticas, los temas más recurrentes están atravesados por la pregunta sobre la integración en la sociedad mayor del sector recortado para el análisis. Los tratamientos de problemas en torno a la educación, el trabajo, la salud o la pobreza tienen en común su argumentación a favor del desarrollo de políticas públicas específicas orientadas al sector. En esa línea, encontramos investigaciones que comparan la situación de los jóvenes indígenas con el resto de la población en cuanto a temas como pobreza, trabajo, educación, políticas de salud, organización política o derechos humanos en Argentina (Padawer y Rodríguez Celín, 2015, entre otros), Chile (Candia, Damianovic y Leibovitz, 2006; Castro, Rojas y Ruiz, 2008, entre otros), Colombia (Alvarado, Loaisa y Patiño, 2010; Mayorga y Marcia, 2010, entre otros), Ecuador (Llanos, 2013), México (Rodríguez, 2015; Igreja, 2008; Pacheco, 2009; Pérez Ruiz, 2008b; Valladares, 2008), Perú (De Rivero, 2009) y en América Latina en general (Del Popolo, Oyarce y Ribotta, 2010).
Las aproximaciones que se fundan en la definición de la juventud indígena como lugar de enunciación colocan el foco en el campo de las producciones estéticas o artísticas y, específicamente, en la música. Los análisis se centran en las producciones musicales generadas por jóvenes indígenas en contextos comunitarios, nacionales y globales. Las interpretaciones tienen que ver con las características de los géneros musicales, las performances y las estéticas que combinan anclajes etarios y étnicos. Las preguntas se relacionan con los efectos que, en tanto prácticas culturales, tienen a nivel de los roles comunitarios o de las identidades en la tensión entre tradición y modernidad que se genera en el marco de procesos vinculados a la globalización.
En este conjunto se incluyen investigaciones sobre cinco casos. Una de ellas trata sobre la resignificación de la música sound entre jóvenes aymara en Chile (Guerrero, 2007), otra revisa la apropiación de la música hip-hop entre grupos de jóvenes indígenas de distintos puntos del continente americano —Bolivia, Chile, Ecuador y México— (Bojórquez, 2009), otra analiza el movimiento de rap político y la apropiación del hip hop en el altiplano boliviano (Kunin, 2009) y la cuarta se centra en las performances musicales religiosas de los jóvenes toba en el Chaco argentino (Citro, 2005).7
Aunque los cuatro trabajos comparten el recorte del objeto y algunas preguntas centrales, hay énfasis específicos que vale la pena destacar. Tanto Bernardo Guerrero Jiménez como Tiosha Bojórquez Chapela entienden que las apropiaciones de géneros musicales que provienen de circuitos globales implican la recuperación de diversos elementos tradicionales para recontextualizarlos dentro de lo que Bojórquez Chapela define como “marco transcultural” (2009: 249). Estas prácticas devienen, entonces, en registros para pensar los fenómenos de la globalización sin considerarlos como una amenaza para la preservación de las identidades indígenas, sino como oportunidades de reactualización y refuncionalización creativa.
El énfasis del trabajo de Johana Kunin es diferente, ya que la autora está interesada en el contexto político nacional. Analiza los circuitos de producción, distribución y consumo de rap político en el altiplano boliviano entendiéndolos como un movimiento artístico/ político que participa del proceso de reconstrucción discursiva y subjetiva de la identidad aymara y boliviana contemporánea.8 Para Kunin, no se trata de una mezcla cultural simple entre tradición y modernidad globalizada, sino que la “hibridez” está mediada por relaciones de poder, hegemonía y resistencias situadas en contextos nacionales y locales. Por su parte, Silvia Citro se centra en el contexto comunitario para analizar el modo en que los jóvenes toba usan estratégicamente la música como recurso cultural polifacético para legitimar su lugar social en la comunidad y para proyectarse en contextos más amplios atravesados por “relaciones interculturales”. Si los primeros dos autores analizan el contexto global, la tercera retoma el contexto nacional y la cuarta el contexto comunitario.
En el último subgrupo de estudios basados en los anclajes etarios y étnicos como punto de partida, encontramos una serie de trabajos fundados en la etnografía situada.9 Desde este enfoque, las investigaciones relevadas se centran en la migración, la experiencia de jóvenes indígenas en contextos urbanos, la participación en organizaciones políticas, etcétera. Basándose en el análisis de estos temas, los autores y autoras vuelven sobre una de las preguntas clásicas de la antropología, la que indaga en la tensión entre cambio y continuidad (Pérez Ruiz, 2008). En este conjunto de trabajos se analizan casos de jóvenes manchineri, kaxinawá y apuriña en contextos urbanos de Brasil (Virtanen, 2007), jóvenes quechua en Bolivia (Terrazas, 2008), jóvenes indígenas en las ciudades mexicanas (Pérez Ruiz, 2008; Solís y Martínez, 2015; Serrano, 2015), jóvenes williche de Chiloé (Muñoz, 2006) y jóvenes indígenas de Magallanes (Aguilera y Flores, 2006) en Chile.
Desde una perspectiva fundada en conceptos de Pierre Bourdieu —por ejemplo, campo y habitus—, Pirjo Kristina Virtanen, Daniel Solís, Consuelo Martínez y María Laura Serrano Santos sostienen que la identidad de los jóvenes indígenas en las ciudades se configura de manera contextual y está en permanente cambio. No es resultado de un retorno a las raíces ni de la integración total a la vida urbana, sino que emerge de entrecruces dinámicos.10
Desde una perspectiva teórica distinta, Maziel Terrazas Merino sostiene que los bienes e imaginarios culturales propios de la globalización que ingresan en el ayllu Chari (Bolivia) a través de los jóvenes quechuas, afectan el estilo de vida, el imaginario y la identidad colectiva socavando las pautas tradicionales. Por su parte, Maya Lorena Pérez Ruiz afirma que los jóvenes indígenas que viven en las ciudades mexicanas atraviesan tanto “procesos de pérdida cultural y de abandono de identidades propias”, como de reafirmación identitaria (2008: 64). Asimismo, la autora señala que es necesario disociar “identidad de cultura”, y establece que no hay una relación directa entre cambio cultural y pérdida de identidad.
Dentro del mismo enfoque, fundado en la etnografía situada, se encuentra el trabajo de Manuel Muñoz Millalonco, quien analiza los conflictos intergeneracionales entre los williche de Chiloé. El autor se centra, por un lado, en los reclamos mutuos entre ancianos y jóvenes en torno a la tradición y a la lucha por el territorio y, por otro, en la participación política de los jóvenes en relación con el Estado y con las comunidades. Nelson Aguilera Aguila y Blas Flores Aguila colocan el foco en la participación política, pero los autores señalan con preocupación la desvinculación de los jóvenes de las organizaciones indígenas de Magallanes interpretándola como efecto de la poca claridad y la falta de legitimidad de las organizaciones.11
Juventud como dato, identidad étnica como problema
El problema central que concita el interés de los investigadores que toman la juventud como dato y que problematizan la etnicidad es la presencia de jóvenes indígenas en contextos urbanos. Nuevamente encontramos trabajos que toman el caso de los kamaiura (Brasil), a los que se suman investigaciones sobre los mapuche (Chile), jóvenes wixaritari (huicholes), en México y sobre jóvenes indígenas —en términos genéricos— de Ecuador y Guatemala. En cuanto al enfoque teórico, identificamos dos tendencias contrapuestas que, siguiendo a Briones (1998), podemos definir como enfoques sustancialistas y formalistas.
En primer lugar, hallamos autores y autoras que parten de una concepción sustancialista de la etnicidad.12 Desde esta perspectiva, lo juvenil se contrapone a la etnicidad porque se identifica como opuesto a la tradición. El problema central, entonces, tiene que ver con el cambio y la continuidad. Se identifica a la juventud como agente de transformación orientado hacia lo urbano y a la etnicidad como efecto de una serie de contenidos culturales territorializados en áreas rurales que son defendidos por los mayores de la comunidad. En esta línea de pensamiento, la etnicidad se ve desafiada por la juventud en tanto esta última se identifica como motor de aculturación o transculturación. El problema es, entonces, la pérdida de contenidos culturales definidos como tradicionales.
En esta línea, el trabajo de Taciana Vaneska Vitti y Carmen Junqueira se centra en la etnografía de las comunidades kamaiura y pone el foco en los efectos de las migraciones de los jóvenes a la ciudad. El contexto urbano representa el primer contacto con los bienes y valores del capitalismo que se incorporan a través, por ejemplo, de prácticas de consumo.13 Las autoras señalan que la etnicidad —definida a partir de una serie de contenidos culturales territorializados en las comunidades— está desafiada por las prácticas de los jóvenes en su vinculación con espacios urbanos (Vitti y Junqueira, 2015).
En segundo lugar, encontramos autores que parten de una definición “formalista” de la etnicidad.14 Al abandonar la perspectiva sustancialista, se cuestiona la asociación directa entre etnicidad y ruralidad y se pone el foco en las resignificaciones de las identidades étnicas en contextos diferentes (Aravena, 2006). Los trabajos que se incluyen en esta línea abordan la situación de los jóvenes en relación con los contextos urbanos, pero, en lugar de pensarlos como agentes de cambio opuestos a la tradición, los ven como agentes activos que desarrollan estrategias para redefinir y legitimar su pertenencia étnica. En esta perspectiva se inscribe el trabajo de Clorinda Cuminao Rojo (2006) sobre jóvenes mapuche en Santiago (Chile), el de Alexis Rivas Toledo (2008) sobre jóvenes indígenas en Ecuador, el de Manuela Camus (2008) sobre la frontera étnica en Guatemala, el de Marta Romer (2008) sobre jóvenes indígenas en la Ciudad de México y el trabajo de Diana Negrín da Silva (2015) sobre jóvenes wixaritari (huicholes) que estudian y trabajan en Tepic y Guadalajara (México).
Identidad étnica como dato, juventud como problema
El tercer conjunto de trabajos toma la identidad étnica como dato y construye la edad —y la juventud en particular— como problema. En este grupo de investigaciones encontramos dos lecturas diferentes. La primera se basa en la discusión teórica sobre el concepto de juventud, en especial sobre las connotaciones etnocéntricas que subyacen a la definición y que invisibilizan las subjetividades, identidades y agencias de los jóvenes indígenas. En esta línea, encontramos esfuerzos por redefinir el concepto para dar cuenta de casos diferentes. La juventud es, desde este enfoque, objeto de reflexión en tanto problema conceptual para las teorías académicas. Una segunda lectura tiene que ver con la tensión entre teorías nativas y occidentales de la edad. En este caso, el foco está puesto en la relación asimétrica entre las teorías de los distintos pueblos originarios en torno a la edad —que pueden o no incluir una categoría denominada “juventud” — y la teoría occidental promovida por el avance de los Estados nacionales y del capitalismo global sobre las comunidades (Pérez Ruiz, 2008). En el análisis de esta interacción asimétrica hallamos trabajos etnográficos en los que se examinan los procesos dinámicos de negociación, confrontación y transformación de las distintas teorías. Juventud es, en este recorte, un problema en el campo de las teorías sociales.
En la primera perspectiva encontramos el trabajo de Maritza Urteaga (2009), quien, a partir del cuestionamiento a las definiciones etnocéntricas del concepto de juventud, presenta un estado del arte de las investigaciones que visibilizan a las juventudes indígenas rurales y urbanas en México. Por su parte, Luis Fernando García Álvarez (2015) analiza las múltiples formas en que se configura la “juventud” en distintos procesos históricos y contextos para determinar la emergencia de un “periodo juvenil” en diferentes grupos, comunidades y asentamientos urbanos étnicos en México.15 Uno de los aspectos fundamentales de la conceptualización tanto de Urteaga como de García Álvarez es la heterogeneidad de contextos en los cuales la condición juvenil se pone en juego, demarcando un abanico heterogéneo de trayectorias posibles.
Por su parte, Margarita Calfio Montalvo, cuya investigación se centra en los pueblos originarios de Chile, cuestiona la definición generalizadora de juventud como etapa de transición y coloca el foco en los procesos históricos, políticos, sociales y culturales específicos de cada pueblo en relación con el Estado y con la sociedad mayor en la que se insertan. En esta línea encontramos, también, dos análisis de caso en Brasil y México. El primero es el trabajo de Edmundo Marcelo Mendes Pereira (2011), quien busca entender el significado de la categoría “joven” en un grupo de indígenas terena en Brasil, al tiempo que indaga sobre la experiencia de esos jóvenes en el espacio social urbano. El segundo caso es el surgimiento de juventudes indígenas en el Totonacapan veracruzano que aborda Ariel García Martínez (2012). El autor explica este surgimiento a partir de la interacción de lo que denomina “cultura indígena” y “cultura nacional”, que altera los límites simbólicos de las etapas de la vida agraria.
En la segunda perspectiva, que se centra en la relación -muchas veces asimétrica- entre teorías sociales diferentes de la edad, encontramos estudios de caso en Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia y México. En estos trabajos el punto de confluencia es la identificación de construcciones occidentales de juventud que interpelan subjetividades que, al mismo tiempo, son interpeladas por otras lógicas de configuración de “alteridades etarias” (Guevara, 2015; Ossola, 2015; Fischer, 2008; Pérez Ruiz, 2008; Zapata y Hoyos, 2005). Las etnografías recuperan, en ese marco, las miradas de los adultos, de los agentes no indígenas (Paladino, 2006; Ruiz Lagier, 2008) y de los sujetos interpelados por estas categorías, es decir, los “jóvenes” (Feixa y González, 2006; Neto, 2004, entre otros).
En su estudio sobre la juventud indígena de Antioquia (Colombia), Carlos Andrés Zapata Cardona y Mauricio Hoyos Agudelo analizan la categoría “juventud” desde la mirada occidental y desde la mirada indígena para luego observar los modos en que opera en diferentes campos de acción como la escuela y los procesos organizativos. En una línea de pensamiento similar, Eva Fischer aborda el caso de los jóvenes aymara de Upinhuaya (Bolivia). La autora asocia las transformaciones en la teoría de la edad con cambios producidos a nivel de las relaciones parentales.
Por su parte, Mariana Paladino trabaja con el pueblo ticuna (Brasil) e indaga sobre la construcción histórica de la categoría “juventud” en relación con teorías nativas de la edad. Según Paladino, la estigmatización asociada a la nueva categoría construye una idea de vulnerabilidad que los adultos y los agentes no indígenas relacionan con procesos de “aculturación” y “pérdida” de un patrón cultural ticuna “tradicional” —aculturación, pérdida y tradición son aquí categorías nativas—.
Con una mirada similar trabaja Joaquim José Neto el caso de los jóvenes del agrupamiento étnico tapuios do Carretão (Brasil), pueblo que se autodefine como descendiente de etnias diversas que resistieron a la colonización —como xavante, caiapó, carajá y javaé—, y que fueron reunidas en Carretão junto con negros fugitivos de la esclavización. Neto coloca el foco en la perspectiva de los jóvenes tapuio y formula preguntas en torno a la identidad indígena, la demanda de derechos, los proyectos de vida, los adultos y ancianos, la educación, etcétera. Verónica Ruiz Lagier (2008) se hace preguntas similares en el caso de los jóvenes kanjobal de origen guatemalteco residentes en Chiapas, México.
Edad y etnicidad como problemas
Son pocos los trabajos recopilados en este corpus que problematizan tanto la edad, como la etnicidad. Sin embargo, encontramos en ese conjunto tres tendencias teóricas sutilmente diferentes. La primera de ellas parte de una perspectiva substancialista en términos étnicos y, por tanto, sus preocupaciones pasan por los procesos de cambio cultural, a la vez que se pregunta qué significa ser “joven” en el marco de esos procesos. En ese sentido, aunque la etnicidad está vinculada a prácticas culturales específicas, la edad se presenta como una experiencia social sobre la que los actores producen significado (Ambriz, 2011). La segunda tendencia busca contextualizar e historizar la emergencia de lo que se denomina el “sujeto indígena joven”. En esta perspectiva, juventud y etnicidad serían “condiciones” de un sujeto que debe ser reconocido por los investigadores. Finalmente, la última tendencia entiende que edad y etnicidad son dimensiones que estructuran las prácticas sociales y, por lo tanto, demarcan una cartografía que es necesario reponer.
En la segunda tendencia se enmarca el trabajo de René Unda Lara y Germán Muñoz (2011), basado en una investigación sobre la Sierra Central del Ecuador. Las preguntas iniciales de los autores tienen que ver con lo que significa ser joven en las comunidades indígenas y, en ese sentido, se podría incluir su trabajo entre aquellos que problematizan la edad. Sin embargo, esa problematización se realiza a partir del análisis de las transformaciones históricas en lo que denominan “el espacio social de lo indígena”, cuya dimensión fundamental son las prácticas de producción y reproducción vinculadas a la tierra y fundadas en una matriz colonial que se continúa en el contexto republicano. A partir de esa historización se problematiza, también, lo que significa ser indígena. En esta misma tendencia se puede incluir el trabajo de Tania Cruz Salazar (2012) sobre el “sujeto joven indígena” en Chiapas (México), y sobre juventudes indígenas migrantes en California (Estados Unidos) (Cruz, 2015).
En la tercera tendencia se enmarca un conjunto de trabajos que incluye abordajes de la etnicidad, la clase social y la juventud en términos de identidades sociales entramadas (Tipa 2015; Maidana, Colangelo y Tamagno, 2012; Zebadúa, 2009) y perspectivas que recuperan la dialéctica de la interpelación y la articulación de agencia. Uno de los casos que se orienta en el segundo sentido es el artículo de Álvaro Bello Maldonado (2008) sobre los espacios de juventud indígena en una comunidad purépecha de Michoacán (México) que está atravesada por la experiencia migratoria a Estados Unidos. El autor cuestiona las definiciones esencialistas y biologicistas tanto de la edad, como de la etnicidad. Parte de entender que los supuestos sobre los cuales se funda el concepto de juventud no ofrecen alternativas de lectura, e interpreta necesariamente la realidad juvenil indígena como efecto de influencias exógenas y de aculturación. Por otra parte, su definición de etnicidad tiene que ver con los procesos de interacción al estilo formalista.16 Edad y etnicidad son, en el trabajo de Bello Maldonado, dos instancias entrelazadas de relación y negociación con profundidad histórica cuya dinámica introduce permanentemente variables de heterogeneización. Consecuentemente, se pueden pensar como “clivajes” (Briones y Siffredi, 1989), lo que lleva a entender que edad, etnicidad, raza, clase o género son clivajes que operan entramados.17 El concepto de clivaje -y la posibilidad de pensar clivajes entramados- implica entender que las diferencias entre los grupos no son absolutas, sino relativas, relacionales y contextuales. El análisis del modo en que opera un clivaje en particular puede ser, también, un instrumento metodológico que permita ingresar en la densidad de la trama social por uno de los lugares posibles.
Nuestras propias investigaciones sobre jóvenes mapuche en Argentina se basan en una perspectiva que considera edad y etnicidad como clivajes en el marco de movilidades estructuradas (Grossberg, 1996). Así, edad y etnicidad operan definiendo no sólo lo que otros autores entienden como un sujeto histórico que debe ser re-conocido, sino lo que Grossberg contempla como tres planos de individuación: el de la identidad como construcción temporal de la diferencia, el de la subjetividad como conciencia del tiempo interno y el de la agencia como desplazamiento temporal de la diferencia. Según Grossberg, en la conformación de estos tres planos participan, a su vez, tres tipos de “maquinarias”: a) estratificadoras, que regulan el acceso a las experiencias y conocimientos del mundo produciendo subjetividades desiguales, b) diferenciadoras, vinculadas a regímenes de verdad que producen sistemas de identidades y diferencias, y c) territorializadoras, que establecen sistemas de circulación entre lugares. Es en el marco de las estructuras sedimentadas de circulación y acceso que resultan de la acción de estas maquinarias, donde se van desarrollando las movilidades en un interjuego entre estabilidad y cambio. Entonces, no se trata únicamente de una distribución desigual de capitales —económicos, sociales, simbólicos—, sino de la disponibilidad diferencial de trayectorias (Briones, 2005). En el caso del problema que nos ocupa, los mapas que definen las trayectorias se constituyen en la intersección entre tramas de relaciones discursivas y de poder organizadas por dos clivajes: la etnicidad y la edad.
En función de analizar la realidad de los pueblos indígenas -según se los define en el campo jurídico- o pueblos originarios —como se los define en el campo de los movimientos sociales—, el concepto de “etnicidad”, entendido desde matrices formalistas, presenta algunas limitaciones que tienen que ver con su inespecificidad -ya que se trata de una teoría aplicable a cualquier proceso en el que se negocian y recrean identidades sociales por contraste, y no únicamente a la etnicidad-, con la omisión de las relaciones de poder y con la perspectiva sincrónica que no recupera los procesos históricos de relacionamiento.18 De allí que partamos del concepto de “aboriginalidad” en tanto construcción de alteridad caracterizada por interpelaciones etnizadas y racializadas que se basa en la presunción de autoctonía de sujetos colectivos en el marco de la consolidación de las matrices que vinculan estados, naciones y territorios (Beckett, 1988). A su vez, la aboriginalidad se articula de forma compleja con el clivaje de clase que organiza la accesibilidad a la experiencia, las identidades/ diferencias y las trayectorias sociales, a partir de la inserción en el sistema productivo en condiciones de desigualdad.
Por su parte, la edad opera como clivaje estructurando subjetividades e identidades sociales en relaciones asimétricas (Pérez Ruiz, 2008), es decir, generando un sistema de “alteridades etarias” (Kropff, 2011). El capital simbólico de las categorías que definen grados de edad se pone en juego en condiciones de asimetría y opera naturalizando pautas de conducta y haces de roles (Kertzer, 1978) que difieren en distintos contextos geográficos, históricos y sociales. En ese marco, el conflicto entre distintas teorías de la edad tiene que ver con la sedimentación de los sentidos que definen los grados de edad.
Desde esta perspectiva teórica, hemos analizado la configuración de generaciones políticas en el marco del movimiento mapuche contemporáneo en Argentina (Kropff, 2005), así como la intervención de articulaciones etarias configuradas en el marco del movimiento organizacional en contextos comunitarios y familiares (Stella, 2013). Prestamos atención al modo en que las distintas tradiciones -familiares, organizacionales, mapuche, no mapuche y estatales- puestas en juego, generan un entramado de interpelaciones, articulaciones de agencia y subjetivaciones con diferente grado de sedimentación.
Una pequeña caja de herramientas
Nuestro objetivo en este texto fue agrupar los trabajos de investigación sobre juventud indígena en Latinoamérica en función de los abordajes teóricos. Organizamos las perspectivas a partir de cuatro grandes enfoques: 1) el que considera edad y etnicidad como datos iniciales, 2) el que problematiza la etnicidad, 3) el que problematiza la edad y 4) el que problematiza tanto edad como etnicidad (ver cuadro 1). A partir de esa organización —basada en intereses propios— rastreamos las herramientas conceptuales que se están utilizando para tratar el tema. Lejos de encontrarnos con un vacío teórico, logramos mapear tanto problemas como conceptos que se van articulando en la medida en que se comienza a consolidar un campo específico de investigación.
Cuadro 1. Una pequeña caja de herramientas Fuente: elaboración propia.
Entre los estudios que toman edad y etnicidad como punto de partida, encontramos preguntas sociológicas en torno a la inclusión y la exclusión de los jóvenes indígenas en los sistemas económicos y políticos de distintos países. Los trabajos se basan tanto en datos estadísticos, como en el análisis de políticas públicas y de procesos sociales puntuales. Entre los trabajos que se fundan en este enfoque, encontramos también los de autores y autoras que toman como punto de partida la edad y la etnicidad en tanto coordenadas que definen lugares de enunciación o en tanto atributos de grupos en contextos etnográficos situados. Aquí hallamos preocupaciones caras a la antropología, como la indagación en las relaciones entre tradición y modernidad/globalización, y entre cambio y continuidad.
En cuanto al enfoque que se centra en la problematización de la etnicidad, vemos introducida la tensión entre las perspectivas substancialistas y formalistas, que atraviesa el campo de la antropología y de los estudios étnicos. Es, en todo caso, su entrecruce con las definiciones etarias lo que vale la pena profundizar. Si los enfoques substancialistas retoman el problema del cambio y la continuidad y, en relación con esto, analizan procesos que denominan de “aculturación” o “transculturación”, los enfoques formalistas se centran en los procesos de “negociación” y “resignificación” de las identidades.
En el conjunto de estudios que problematizan la edad —y la juventud en particular— encontramos aportes específicos orientados a reponer discusiones ya planteadas en el campo de los estudios de juventud. Es especialmente relevante la revisión de las definiciones etnocéntricas de juventud a la luz del contraste entre distintas teorías sociales de la edad. Los estudios que se centran en este campo ponen en evidencia -etnográfica- la arbitrariedad de la edad como dimensión estructurante de las prácticas sociales, así como los efectos situados e históricos de la asimetría entre las distintas teorías en relación con la configuración de subjetividades, identidades y agencias.
Finalmente, el enfoque desde el que se problematiza tanto edad como etnicidad incorpora el desarrollo crítico de los aportes formalistas de los estudios étnicos para pensar las “alteridades etarias”. Si la discusión de los estudios étnicos permitió que la antropología dejara de tener por objeto a los indígenas y “su” diferencia para colocar en el foco del análisis la coproducción de etnicidades y nación, este enfoque construye como objeto al proceso mismo de construcción y disputa de alteridades etarias. Como ya se dijo, las construcciones etarias, al igual que las étnicas, son objeto de disputas que generan una arena en la que emergen subjetividades que cargan con interpelaciones diversas. Es la cartografía que define esa arena, la que este último enfoque pretende analizar.
Para concluir, esperamos que este recorrido se convierta en una pequeña caja de herramientas que contribuya a la discusión teórica de los investigadores e investigadoras que comienzan a producir conocimiento sobre la intersección entre edad y etnicidad.
Citas
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