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Resumen
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La belleza, ¿qué es exactamente y por qué nos sentimos tan interesados en todo lo relacionado con esta palabra? Aquellos modelos que se nos presentan como “bellos”, ¿son naturales o impuestos? ¿Será que incluso quienes fingen no pensar en este concepto utilizan algún tiempo en la mañana para arreglarse antes de salir al mundo? Este libro de Tania Cruz Salazar se presenta como un intento de responder a preguntas como: “¿Por qué la forma de los ojos, el olor corporal o los modos de arreglo personal han llegado a constituir estereotipos y modelos apreciados o degradados?” (p. 12). Al mismo tiempo, se erige como un análisis de tipos y concepciones de belleza que fenómenos como la globalización, el capitalismo tardío o la hegemonía occidental han dejado atrás por no corresponder a los patrones impuestos. Ahora priman los cuerpos ultradelgados, las caderas ínfimas, las piernas largas y la piel blanca.
El libro comienza con un recuerdo de la infancia. La autora asistía a la escuela Emiliano Zapata, en Tuxtla Gutiérrez, ataviada con muchos detalles coloridos: “¡Vestido de pastel! Corte cuadrado en la parte superior, mangas y pretina con dobleces, la falda muy plisada.
Regularmente eran vestidos blancos o floreados, con muchos detalles: encajes, cintillas y bieses” (p. 11). Los otros niños le decían “pinche chamula”. Se nos recuerda que aquello que en otros lugares es solamente un gentilicio, en Chiapas deviene en insulto y atrae, semánticamente, connotaciones de suciedad, fealdad, pobreza, timidez o estupidez. De esta forma, una anécdota personal inicia una indagación sobre cómo las prácticas de belleza en un estado multicultural como Chiapas están teñidas de injusticias, marginaciones y concepciones absurdas acerca de qué es belleza y qué es fealdad.
La introducción propiamente dicha hace referencia a diversos antropólogos que han trabajado la cuestión del cuerpo desde diversos ángulos y a partir de prácticas de transformación, alteración y adaptación. Se menciona en especial la obra de André Lebreton, para quien los cuerpos modernos están radicalmente separados unos de otros, del cosmos y de sí mismos, debido a estructuras de tipo individualistas o, para decirlo con las palabras del mismo Lebreton, el cuerpo moderno es “el recinto objetivo de la soberanía del ego”. Estudiar las prácticas corporales es complicado porque, después de todo, el antropólogo que se lo propone está inmerso en la prisión de su cuerpo. Antes las culturas estudiadas estaban alejadas en el espacio, pero actualmente existe con una nueva gama de etnografías multisituadas, de flujos y circuitos, de las emociones, virtuales, etcétera. Es decir:
Prosigue el texto con un repaso sucinto de las transformaciones en las prácticas corporales orientadas al arreglo y embellecimiento de la persona, desde la antigüedad hasta nuestros días; el eje analítico enfatiza el proceso de ocultamiento y descubrimiento de la “intimidad” corporal que en la Edad Media y en la época posmoderna son diametralmente opuestos. Por ejemplo, las nuevas tecnologías hoy en día provocan que los cuerpos estén cada vez más alejados aunque presentes de modo virtual, mientras que en la Edad Media los cuerpos estaban unidos en el mismo tiempo y espacio. La tragedia insinuada con esta lectura es que se ha dejado de lado la necesidad de estar junto al cuerpo del otro para sentir placer.
Por otro lado, el apartado que recorre una parte histórica de la belleza occidental hegemónica recuerda los libros ilustrados de Umberto Eco, Historia de la belleza e Historia de la fealdad, pues nos permite asomarnos a un mundo fascinante en el que todas las épocas, mujeres y hombres han intentado mejorar su apariencia con muy diversos métodos que implican, por otro lado, desde modificaciones permanentes como los tatuajes, hasta el delineamiento de cejas y el cuidado de la piel. En ese sentido, es curiosa la anécdota de la reina Cleopatra bañándose en leche de burra o las prácticas de los hombres en la antigua Grecia para mantener “una mente sana en un cuerpo sano”. Llama la atención el modelo de belleza posmoderno que, a decir de la autora, es el estereotipo actual:
En el primer capítulo la autora usa el concepto “heterotopía” de Michel Foucault -mencionado en el ensayo “Espacios diferentes”, uno de los últimos del lúcido filósofo e historiador francés- para referirse a un espacio en el que coexisten acciones y nociones temporales, con lógicas y manifestaciones culturales diversas. En ese sentido, la ciudad de San Cristóbal es vista como una heterotopía, lo cual es de gran importancia para estudiar actitudes de grupos sociales diversos que conviven en un mismo espacio. “Entender la ciudad de San Cristóbal de Las Casas como una heterotopía permite estudiar las prácticas de belleza en relación con las concepciones, representaciones y discursos del espacio social, lo que constituye la relación sujeto-corporeidad” (p. 59). Además, esta noción de heterotopía se puede unir a otra de Bourdieu para sugerir tanto el “campo ecuménico” o de la globalización, como el “campo cotidiano”, con lógicas temporales diferentes. En ese sentido se dan diferentes discursos acerca de lo que la belleza significa para diferentes personas: el tradicionalista, el médico y el religioso. Esto es de gran importancia porque nos muestra que ningún pronunciamiento acerca del cuerpo, la belleza o la manera en que uno se ve o es visto por los otros resulta inocente o natural; al contrario, todo, como el mismo Foucault nos ha mostrado en sus libros, se ha construido en algún momento y de alguna manera. Valiosas en este sentido son las entrevistas en las que las jóvenes o las personas cercanas a ellas revelan lo que piensan acerca de la belleza y ven como algo natural y sin vuelta de hoja, por más racista, ofensivo o ridículo que parezca.
Una de las cuestiones más interesantes del libro es la contraposición de los diferentes discursos que se han propagado en San Cristóbal acerca del cuerpo. Contrasta sobremanera la visión indígena, tan apegada a la tierra y a la luna, con la occidental, dualista y que se origina en la división que hizo Descartes entre mente y cuerpo. A esto hay que agregar un discurso religioso compartido por ambas culturas. De esta forma es posible descubrir diferentes maneras de percibir el propio cuerpo y cómo este es visto por los otros -de nuevo recordando que, según Foucault, el espejo es la heterotopía más básica- en lo que declaran las entrevistadas, mezclándose incluso discursos distintos, especialmente cuando las mujeres indígenas han migrado a la ciudad y adquieren algunas de las costumbres urbanas a las que no tienen acceso en sus comunidades, como tener relaciones de amistad o noviazgo.
Los planteamientos de la autora cuestionan los modelos hegemónicos de belleza y nos sugieren ver lo que, a nuestro alrededor, se impone como un esquema cuadrado y elitista el cual, más que disfrutarlo, lo sufrimos tanto varones como mujeres. No sólo las extremas concepciones de la moda, con cuerpos tan delgados, resultan imposibles de lograr para la mayoría de las mujeres -lo que les provoca incluso esas enfermedades de la modernidad, la bulimia y la anorexia-, sino que los varones buscan algo que realmente no existe de forma pura en el mundo real. En ese sentido, es fascinante adentrarse en las concepciones de las propias implicadas, es decir, de las chicas indígenas y mestizas que han sido entrevistadas por la autora, para mostrar un mapa de cómo se ven a ellas mismas y cómo ven a las otras. El resultado son cuadros que tienen un alto grado de autodenigración, racismo y elitismo, y muy poca objetividad, ya que:
Más adelante se cuestiona la “pureza” y la supuesta estabilidad de la belleza, que en realidad cambia constantemente no sólo de una época a otra, sino respecto de la condición social e incluso de los caprichos o imposiciones que se hacen sobre las mujeres, obligadas a mostrar un rostro y un cuerpo acordes con la mentalidad de una sociedad machista y occidental:
En un movimiento de lo general a lo particular, la autora aborda las prácticas de belleza en las jóvenes indígenas y no indígenas en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, como el arreglo personal, la modificación habitual, el perfeccionamiento corporal y el adorno permanente. Sus herramientas de investigación van desde los cuestionarios, a la entrevista, el diario de campo, la biografía, fuentes hemerográficas y recortes o dibujos. En cuanto a la elección de la muestra, se explica desde el capítulo uno:
En el último apartado, titulado “Atavíos”, analiza con detalle las prácticas de discriminación que ocurren en un espacio como San Cristóbal de Las Casas, en donde confluyen diversos grupos étnicos, especialmente indígenas y mestizos. En general son las mujeres mestizas quienes discriminan a las indígenas, adjudicándoles una gran cantidad de expresiones denigrantes, como “nacas” o “chamulas”. Cada sección de esta última parte tiene un subtítulo irónico respecto a las prácticas discriminatorias a las que se refiere el título: “Pestañas de paraguas, pestañas de indios”, “Salió toda emperifollada: prácticas ornamentales” o “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Si antes ya se había expuesto la discriminación hacia los indígenas con un texto de Rosario Castellanos, el siguiente texto es aún más incisivo en dichos señalamientos:
Las conclusiones hablan de la apropiación, por parte de un grupo de mestizas de clase social alta o media, de textiles, bordados y ornamentos hechos por grupos de indígenas. Las primeras no les otorgan una valoración auténtica y solamente ven estos elementos como cuestiones de folclore; probablemente, la peor manera de despreciar una cultura fingiendo hacer lo contrario.
Un estudio es valioso cuando deja preguntas que esperan futuras respuestas, cuando analiza un tema que se da por hecho, cuando nos muestra que, por el contrario, nada es fijo y todo es construido y, sobre todo, cuando abre los ojos a nuevas realidades. En ese sentido, uno ve la belleza de manera diferente después de la lectura de este libro, especialmente con ayuda de imágenes, por demás hermosas, de reconocidos fotógrafos como Carlos Dardón, Efraín Ascencio, Abraham Gómez y Eduardo Laborda. En todo caso, si hubiera algo que reprochar sería el que no haya hecho algunas preguntas más incisivas, eventualmente, a alguna de las entrevistadas. ¿Pero acaso era eso posible? Regresando al texto de Foucault que habla de la heterotopía, estamos condenados a recrearnos constantemente en un imaginario espejo social. Falta ver si en algunos años las prácticas de belleza se transformarán aún más, y si este estudio se constituirá en una puerta para futuras indagaciones, incluso, por qué no, entre los varones.