[ 0000-0002-1060-4735 ] Manuel Alberto Morales Damián [*]
Las características biológicas de las crías humanas, con una masa encefálica en desarrollo y sin poder aun caminar o hablar e incluso coordinar eficientemente sus movimientos mus-culares, les hacen indefensas y necesitadas del cuidado adulto, aunque dicha indefensión, afirman Pérez y Sánchez (2013, p. 33) fue una exitosa adaptación que contribuyó a la existencia de una comunidad humana. En efecto, la niñez exige procesos de socialización que acompañan el desarrollo fisiológico y permiten construir patrones de comportamiento generando categorías, hábitos, ideas y valores, es decir se trata de una etapa fundamental para la producción y repro-ducción de la cultura. Ello provoca que la niñez sea comprendida y vivida de maneras distintas de acuerdo con la época y la sociedad que se estudie. La niñez, desde una perspectiva histórica, está formada por sujetos que desempeñan papeles sociales, funciones económicas y valores religiosos propios de la sociedad de la que forman parte (Salinas, 2001, p. 14).
Podría considerarse que en una sociedad agraria —como la maya prehispánica— el hogar es un espacio en donde mujeres, hombres, niños y niñas, conviven produciendo, consumiendo y realizando toda una serie de actividades económicas, sociales y culturales (Gonlin, 2012, p. 82). Es justamente ese nuestro interés: comprender el rol que juegan niños y niñas dentro de la sociedad maya prehispánica y, para ello, recurrimos al análisis de las representaciones que de la infancia han quedado resguardadas en pinturas y relieves escultóricos durante el periodo Clásico.
Kramer (2005) con base en su investigación de campo en Xculoc, Campeche, muestra cómo la participación de los niños en el trabajo agrícola va aumentando hasta la adolescencia cuando ya pro-ducen tanto como sus padres, contribuyendo así de manera sustancial a la existencia de una familia numerosa que no podría sostenerse sin su trabajo. No pueden extenderse sus conclusiones —generadas a partir de una etnografía realizada entre el siglo XX y XXI—, a la vida en la época prehispánica, pero sí suponer que los niños y niñas mayas pudieron contribuir al trabajo del campo. Sin embargo, aquellos niños y niñas que eran parte de la unidad doméstica maya prehispánica, son poco conocidos, esperando una arqueología que rescate sus huellas de manera sistemática (Lucia, 2010, p. 607), que retome los restos de cultura material y los integre con otro tipo de información obtenida a través de la tradición oral o del testimonio visual (Márquez y González-Licón, 2018, p. 64).
Este trabajo se centra en los testimonios visuales mayas del periodo Clásico; con la salvedad de que los registros refieren a niños de la élite, que pertenecen a familias poderosas y están participando en ceremonias de carácter político-religioso, o a niños míticos que modelan rituales de sacrificio infantil.
Ardren (2006, p. 7) señala que en la investigación arqueológica el estudio de la niñez se manifiesta en dos vertientes, por un lado, su identificación en el registro arqueológico y, por otro, el análisis del proceso de transmisión cultural desde la perspectiva de la propia niñez aprovechando sus experien-cias y etapas como medio para reconocer los valores de su cultura. En este trabajo, de corte histórico, interesa en primer lugar identificar la presencia de niños o niñas en las representaciones visuales mayas, para luego analizar el papel que juegan estas imágenes dentro del conjunto de la producción gráfica y con ello entender los valores asociados a la niñez dentro de la cultura maya clásica.
Para darle un contexto claro a nuestro análisis, se dedica la primera parte a establecer qué es la niñez desde la perspectiva lingüística, analizando los términos yucatecos que la nombran. Posteriormente se revisa la información recabada por Landa y las breves referencias de las Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán acerca de la niñez. Aunque es información que procede de registros del siglo XVI, estos dos primeros apartados sirven para contextualizar el análisis visual de las escenas en las que aparecen los niños en Bonampak, Calakmul y Palenque, así como en la pintura en cerámica. Hemos dejado fuera la escultura en cerámica de Jaina, la cual merece un estudio particular.
Ciertamente tenemos representaciones de infantes de las tres etapas de la historia prehispánica. Durante el Preclásico, en los murales de San Bartolo, se incluyen cinco infantes dentro de una escena mitológica que parece representar la antropogonía: un guaje se rompe y de él emerge, entre chorros de sangre, un bebé con tocado, orejeras y cinturón, mientras que otros cuatro se distribuyen alrededor del guaje con las piernas y brazos flexionados, mostrando desde su vientre una voluta que indica un cordón umbilical (Saturno et al., 2005, pp. 8-12); para el Posclásico, se pueden reconocer a unos niños que son lavados por la diosa Ix Kab en el almanaque de las páginas 92 a 93, banda c (Codex Tro-Cortesianus, 1967), lo que parece aludir a la práctica del “bautismo” del que hablan las Relaciones Histórico Geográficas ( Garza., I, pp. 95, 413, 428, 442). Sin embargo, en este trabajo solo analizamos las imágenes del periodo Clásico, unas cuantas imágenes que hablan sobre la niñez, la cual, aunque jugaba un papel activo dentro de la sociedad, se le otorgaba un papel pasivo y compartía con el grueso de la población femenina un papel secundario.
En síntesis, en este trabajo se estudian las representaciones visuales de infantes durante el periodo Clásico con la finalidad de analizar su papel social, a partir de unas cuantas imágenes procedentes de los murales de Bonampak y Calakmul, de los relieves escultóricos de Palenque y de la pintura en cerámica de los vasos estilo códice. Como afirma Salinas (2001, p. 11) es una tarea difícil para el historiador rescatar las huellas de la historia oculta de la infancia.
El término niñez es histórico por lo que es importante iniciar este trabajo definiendo lo que se entiende por niñez dentro de la cultura maya. En este sentido, nuestro recurso son los diccionarios coloniales y la comparación de los vocablos yucatecos con los conceptos europeos que se utilizan para traducirlos (Díaz, 2012, p. 29). Lo primero que resalta es el reconocimiento de etapas y la distinción de género.
Dos términos refieren a la etapa específica del amamantamiento. Uno de ellos es chak wen, “muchacho o niño de teta” ( Barrera, 2001, p. 80). Wen tiene distintos significados, uno de ellos es “cosa de mes o de meses”, y la expresión hun wen wal refiere “de un mes es mi hijo”; también wen puede significar “dormir” y la “propiedad de ser blanco como la luna” (Barrera, 2001, p. 920). quizá refiera a que es una etapa en la que el niño duerme mucho; tales características remiten al niño recién nacido.
Ah ch’o y h ch’o es “niño que mama”, h-chu’chul, “pequeño que mama”, h-chu’uch “pequeño ser que mama” y ch’uch’upal es “niño”. Ch’o es “niño pequeño antes que sepa andar y poco después” (Barrera, 2001, pp. 138, 142). Ah ch’uch’, por su parte, equivale a “tonto, loco, lunático” incluyendo el sentido de “mudo”. Como puede verse es la etapa del amamantamiento, pero se aplica cuando ya gatea y comienza a dar sus primeros pasos, pero también se implica que aún no habla, es mudo y, en ese sentido, tonto.
Chichan es “pequeño, poco” y añadiendo el abstractivo -il, refiere a pequeñez y por extensión, niñez. En este sentido hay una identificación entre el tamaño y la calidad de infante. Este sería un término genérico, tal vez aplicado a cuando el niño ya sabe caminar. Otro término refiere a la vulnerabilidad de la niñez es ah baak que indica “estar en los huesos” y se aplica a “animal muy flaco”, también refiere a “niño o muchacho pequeño, niño así, criatura así, niño o muchachuelo, niño” (Barrera, 2001, p. 27).
Luego está el término palil por “niñez, juventud, mocedad” (Barrera, 2001, p. 628); pal es “mozuelo, mozo que no es casado, mozo, mancebo, joven, muchacho, niño, soltero” (Barrera, 2001, p. 627). Este término se aplica al joven antes de contraer matrimonio, con lo cual se implica el período de la pu-bertad. De hecho, el período etario posterior es denominado kelemal, “edad o mocedad del tiempo en que se tiene fuerza y vigor” (Barrera, 2001, p. 310).
Términos que identifican el género femenino en infantes, sustituyen ah por el prefijo que indica actor femenino, ix. En el diccionario se remite a tres: Ixch’o, ix baak (del que se dice que es un “nombre amoroso”) e ix baal (Barrera, 2001, pp. 27, 138). Los dos primeros términos, proceden de los equivalentes masculinos; el último, en cambio, deriva de baal, “torcer hilos” (Barrera, 2001, p. 27), una actividad propia de la producción textil, asociada con el género femenino.
En la Relación de las cosas de Yucatán, Diego de Landa describe algunas de las prácticas de cuidado y crianza de los niños de la península. Refiere en primer lugar a la costumbre de entablillar la cabeza para producir la deformación craneana, para luego hablar de la desnudez de la primera infancia.
Críabanlos en cueros, salvo que de 4 a 5 años les daban una mantilla para dormir y unos listoncillos para honestarse como sus padres, y a las muchachas las comenzaban a cubrir de la cintura para abajo. Mamaban mucho porque nunca dejaban, en pudiendo, de darles leche, aunque fuesen de tres o cuatro años, de donde venían haber entre ellos tanta gente de buenas fuerzas. (Landa, 1978, p. 54).
De acuerdo con esto, los niños comenzaban a utilizar ropa hasta los cuatro o cinco años y eran amamantados también hasta los tres o cuatro. Añade:
Criábanse los dos primeros años a maravilla lindos y gordos. Después con el continuo bañarlos las madres y los soles, se hacían morenos; pero eran todo el tiempo de la niñez bonicos y traviesos, que nunca paraban de andar con arcos y flechas y jugando unos con otros y así criaban hasta que comenzaban a seguir el modo de vivir de los mancebos y tenerse en su manera en más, y dejar las cosas de niños. (Landa, 1978, p. 54).
Nótese que se implican juegos con los que los niños aprenden la tarea productiva de la caza, pero también explica el tono moreno de la piel como resultado de los continuos baños y de la exposición al sol, esa misma razón la repite al hablar de las costumbres femeninas. Vuelve a marcarse el fin de la niñez con la fase en que ya están listos para el matrimonio, la mancebía.
En las Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán, los encomenderos, en ocasiones asistidos por escribas de Yucatán, informan poco sobre los niños, pero realizan observaciones intere-santes que pueden enlazarse con las otras fuentes. La Relación de Tiab y Tiek señala “y aunque nacen muchas criaturas no llegan todas a edad perfecta, que si se criasen tantos como nacen sería mucha la gente de esta tierra” (Garza et al., vol. I, p. 320), lo cual informa sobre la mortalidad infantil, propia de una sociedad que aún no cuenta con sistemas que aseguren la salud de los infantes.
En muchas de las relaciones se refiere a un ritual que identifican con el bautismo; solo que la práctica no es descrita uniformemente. En las relaciones de Cansahcab, Dzidzantun, Dzudzal y Chalamté, así como la de Tekal, se indica que el bautismo se realizaba a los ocho días (Garza et al., I, pp. 95, 413, 428, 442); en cambio, en la de Motul se indica que tal ritual se llevaba a cabo “siendo mu-chachos de catorce o quince años, y no podían casarse hasta los veinte y habían de estar bautizados para casarlos, y si no lo estaban no los casaban” (Garza et al., I, p. 270). Es probable que se refieran a dos ceremonias distintas, una llevada a cabo durante los primeros días de nacido y otra para marcar el paso de la niñez a la adultez que coinciden en requerir derramar agua sobre los niños.
A partir de los términos que nombran a la niñez y con base en la información que ofrecen Landa y las Relaciones histórico-geográficas se puede coincidir con Ardren (2006, pp. 8-9) que en la niñez prehispánica se reconocen tres etapas, aunque quizá no sea adecuado considerarlas de cuatro años cada una, como ella lo hace con base en los estudios de Joyce, comparando con información arqueológica y antropológica (Joyce, 2000; Storey, 1992; Vogt en Ardren, 2006). La primera es la etapa del amamantamiento, que termina entre los tres y cinco años; la segunda es la de “pequeños” o “flacos”, que se extiende hasta la pubertad y, finalmente la etapa de “muchachos” que implica lo que en occidente se reconoce como adolescencia y es cuando ya se integran a las actividades propias de los adultos y están en edad de contraer matrimonio. Ardren (2011, p. 133) sostiene que estas etapas debieron ser un elemento identitario propio de las culturas mesoamericanas a lo largo de su historia. En las representaciones que analizamos a continuación podemos distinguir niños de cada una de las etapas: ch’uch’il, chichanil y palil.
En el edificio de las pinturas de Bonampak hay tres representaciones de un chichan dispuestas en los cuartos 1, 2 y 3 (figura 1); la de un pal aparece en la acrópolis Chik Nahb’ en Calakmul (figura 2); un ch’uch’ se muestra en cerámica de Nebaj (figura 3); cerca de otras veinte figuras de un ch’uch’ con cola de jaguar (Bebé Jaguar) se conservan en diversas escenas de vasos mayas clásicos (figura 4) y otro ch’uch’ divino, en este caso con pierna serpentina aparece representado en los relieves de estuco de Palenque (figura 5). Decidimos, por la extensión del trabajo, no incluir el análisis de las esculturas cerámicas de Jaina en la que aparecen mujeres con niños; de cualquier forma, las imágenes de niños son escasas. A continuación, se hace una breve descripción y análisis de estas representaciones para identificar su función dentro de la iconografía maya clásica.
En el lado norte de la bóveda del primer cuarto del edificio de las pinturas, aparece un personaje de pie sosteniendo a un niño, sobre una plataforma que los ubica en un nivel más alto del grupo de personajes que parecen dialogar entre sí. El personaje con el niño se encuentra sobre la misma plataforma que continua hacia el lado este de la misma bóveda y sobre la que se ha colocado un trono en el que se sienta el soberano. Toda la escena se ha calificado como la presentación del heredero.
En el cuarto tres, sobre el lado este de la bóveda, se representan cinco figuras femeninas una de las cuales sostiene a un niño sobre su regazo, en este caso parece participar de un ritual en el que las mujeres realizan un auto sacrificio, como parte de la celebración de la victoria (cfr. Arellano, 1998, pp. 11y 29; Miller, 1986). En el cuarto dos, el niño aparece cargado por un personaje en el límite entre la batalla y la plataforma en donde el soberano somete a los derrotados.
Pincemin y Rosas (2014, p. 25) describen a la pequeña figura del infante en el cuarto 1 que, por su tamaño, suponen debe tener entre 6 y 8 años, es decir, es un chichan. En la misma línea que señala la cabeza del niño se encuentra la del soberano sentado. El cuerpo se dispone en tres cuartos, viste túnica con vivos en verde y tela traslúcida, su pelo tiene tonos rojizos y se ha dispuesto colgando hacia atrás recordando la deformación craneal maya característica que asemeja la cabeza a una mazorca; el ojo lo forma una mancha blanca en forma de almendra. La identidad genérica del infante es difícil de establecer, Pincemin y Rosas (2014, p. 24) se inclinan porque sea varón y de hecho así es reconocido en prácticamente todos los estudios sobre el tema (Miller, 1986; Nájera, 1991; Arellano, 1998).
Sophia Pincemin Deliberos (comunicación personal, 2024) —quien gentilmente me ha compartido los dibujos que realizó a partir de su trabajo de campo en Bonampak—, reconoce un infante en el segundo cuarto, el cual no es mencionado por Miller (1986), ni reconocido por Nájera (1991) o Arellano (1998). En el muro oeste, en el segundo registro, a espaldas del personaje 87 —de acuerdo con la numeración del catálogo de pintura mural (Arellano, 1998, p. 31)— y parcialmente cubierto por el objeto de madera, una especie de remo, que sostiene el personaje 86, aparece el niño del que podemos ver los brazos abiertos y la cabeza inclinada hacia atrás con la característica deformación craneal y el peinado de coleta que le identifica con la mazorca. Parece estar en la retaguardia ciertamente, pero siendo partícipe de la batalla.
El niño reaparece en el cuarto 3 ahora sentado en el regazo de una mujer. Una banca se eleva tras la mujer y el niño, sobre la cual se sientan cuatro personajes femeninos, tres de ellas están realizando un ritual de auto sacrificio atravesando su lengua con una cuerda; una más a espaldas de quienes se auto sacrifican dialoga con la mujer que sostiene al niño. Un hombre, aparentemente un robusto sirviente, aparece hincado frente a la escena (Pincemin y Rosas, 2013, pp. 161-162).
En el primer cuarto el niño está expuesto a los ojos de los cortesanos, sobre los brazos de un fun-cionario; en el segundo parece ser parte de la lucha que eventualmente garantiza su futuro gobierno; en el tercero se encuentra al cuidado de unas mujeres, algunas de las cuales se auto sacrifican. En la segunda escena asiste a la lucha, en las otras dos, se le representa como parte de actividades propias de la corte real; en todos los casos hace patente su función de continuador del linaje gobernante y su asociación simbólica con el maíz.
García y Carrasco (2008, p. 853) señalan la presencia atípica de un niño en las pinturas murales de la acrópolis Chik Nahb’ en Calakmul. La figura aparece sobre un gran bulto, sentada y sosteniendo un cuenco, tal y como las figuras femenina y masculina que aparecen flanqueándolo. Boucher y Quiñones (2007, p. 19) describen sucintamente la escena, destacando el borde azul de los cajetes que sostienen el hombre y la mujer y señalando que el niño tiene en sus manos un cuenco globular. El tamaño del niño con respecto a las figuras de adultos nos hace considerar que debió tener alrededor de doce años, es un pal. Martín (2012, pp. 14-16) ha precisado que la escena incluye a cuatro personajes, los mencionados por Boucher y Quiñones más una figura masculina de pie que está detrás del niño, que lleva un glifo que lo identifica como kelem, joven; Martín los llama la “familia de maíz”, pues hay dos cartuchos glíficos sobre los tres primeros personajes que ha leído Aj Ixim, “el del maíz”.
De acuerdo con García y Carrasco (2008, p. 855), las pinturas de todo el edificio remiten a un banquete ceremonial y las comparan con escenas de vasijas cerámicas en las que se representan diversos personajes también con alimentos, estableciendo que en todos los casos se trata de comidas rituales.
En un informe preliminar Martin (Citado en García y Carrasco, 2008) habría propuesto que las escenas de Chik Nahb’ representan un mercado. García y Carrasco (2008) han sostenido claramente su carácter ceremonial. Boucher y Quiñones (2007, p. 48) en su propia identificación de la cerámica y los productos que se representan en la escena establecen con seguridad que se trata de un festín, destacando que los productos representados como mantas, cerámica de lujo, sal, tabaco, atole y ta-males son artículos que se regalan en una fiesta o los elementos propios del banquete.
Como heredero del gobierno de Bonampak o como miembro de una familia prominente de Calakmul, los niños aparecen representados en contextos ceremoniales político-religiosos.
En la vasija que se conserva en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, fotografiada en el catálogo de Kerr con el número 1890 se observa una escena con quince personajes organizados en siete parejas dialogando, intercambiando alimentos y practicándose enemas, una de las cuales incluye una tercera figura, un niño. Es una vasija polícroma procedente de Nebaj, de 28.8 cm de alto, 22 de diámetro y una circunferencia de 72.1 cm (Kerr, s/f ). Se describe a continuación la pareja con el niño.
A la izquierda, el personaje masculino está sentado con los brazos sobre las piernas que se recogen hacia el pecho. Lleva pintura corporal negra sobre la frente, las mejillas, los brazos y los pies a manera de botines; su pelo es largo, viste orejera de disco y un tocado cilíndrico que se dobla hacia atrás, sobre su cintura se ve un elemento rígido que sostiene por detrás un utensilio para practicar enemas; el personaje dirige la mirada hacia la mujer que está frente a él, abriendo ligeramente los labios, mientras la mano se abre hacia arriba, generando en conjunto la impresión de que está hablando con formalidad.
El personaje femenino a la derecha mira hacia el masculino; lleva pintura corporal negra cubriendo los brazos, usa pelo largo que cuelga libremente solo sostenido en la frente con una diadema; viste un lujoso huipil negro con un cuello circular rojo, una franja vertical roja flanqueada por puntos también rojos todo ello sobre blanco; líneas zigzagueantes negras sobre blanco completan su decoración. La mujer sostiene con su brazo izquierdo la pierna del niño mientras que con la derecha lo sostiene por el trasero; expone uno de sus senos.
El infante es una pequeña figura que aparece en posición de gateo sobre el brazo de la mujer y se dirige hacia el pecho descubierto. Trae el pelo corto y está desnudo; como ha señalado Díaz (2012, p. 27) los niños pueden identificarse en los códices del Altiplano por la desnudez, el pelo cortado por encima del cuello y el tamaño menor, creemos que tales elementos también pueden reconocerse en la imaginería maya, aunque la desnudez es propiamente de la primera etapa de la infancia. La posición de gateo y la actitud de acercarse al pecho para ser amamantado permiten considerar que se trata de un ch’uch’.
El conjunto iconográfico incluye dos personajes masculinos aplicándose a sí mismos enemas, otros llevando en la cintura el instrumento para aplicarlos y en todos los casos se encuentran frente a figuras femeninas. Los enemas como práctica ritual y sexual en las múltiples representaciones que se tienen de ello en cerámica son aplicadas a personajes masculinos que pueden estar solos, acom-pañados de otros varones o de mujeres; se trata de una práctica cultural que implicaba placer sexual y alucinógenos, una clismafilia maya que estaba normalizada y no era considerada una desviación (Gamboa, Casares y Quiñones, 2021). La presencia del niño a punto de ser amamantado es un ejemplo claro de que estas prácticas estaban normalizadas dentro del contexto cultural maya.
Tema recurrente a la iconografía de los vasos cerámicos estilo códice del Clásico es la representación del bebé jaguar. También se trata de un niño en la primera etapa de la infancia, pero tiene rasgos zoomorfos, correspondientes al de un felino. No hago una revisión exhaustiva de las imágenes que han sido analizadas por Martin (2002), solo destaco algunos de sus elementos clave.
La compleja escena parece representar un pasaje mitológico cuyo personaje central es un infante antropomorfo con rasgos felinos (garras, cola, manchas) y un ojo cuadrangular de esquinas redon-deadas y con la pupila arriba y hacia dentro del rostro, como si padeciese estrabismo; Martín (2002, p. 51) reconoce dicho ojo como característico de las deidades felinas. El niño aparece en una posición semejante a la de los recién nacidos cuando están recostados con las piernas y manos flexionadas.
El niño reposa o cae hacia la cabeza de un animal fantástico de rasgos serpentinos, muy claros en el vaso que se conserva en el Museo de Arte de Princeton y que ha sido fotografiado por Kerr con el número K1003; el animal con la cabeza hendida a la altura de la fontanela, ojo estrábico y cuadran-gular, cubierto de un párpado escamoso serpentino, tiene una larga nariz foliada que suele rematar con otra cabeza semejante, pero con rasgos más antropomorfos (cfr. K521; K1370). El glifo tun, piedra aparece repetido en diversos lugares al interior del rostro, pero ubicándose en las circunvoluciones propias de las líneas que componen la figura, conformando la versión zoomorfa de witz, montaña (cfr. Stone y Zender, 2011, p. 139). Que sea una montaña se refuerza considerando que de entre la hendidura de la cabeza pueden emerger árboles (cfr. K1815), su hocico abierto puede representar las cuevas y elementos vegetales y pétreos se integran en la composición de la figura (cfr. K3201).
A uno y otro lado de la montaña, aparecen el dios de la muerte y el dios de la lluvia. El señor del inframundo muestra el cráneo y las vértebras, en ocasiones se le ven las costillas; sus brazos y pier-nas suelen ser muy delgados (cfr. K 521, K8680). En algunas de las imágenes se reconoce el vientre hinchado característico del proceso de descomposición del cuerpo (Rodríguez, 2014, pp. 51-53). La cadavérica deidad se muestra viva, con las piernas dobladas en movimiento y las manos abiertas como si hubiese sido él quien lanzara al bebé jaguar hacia el zoomorfo ser de la montaña. Por su parte, el dios de la lluvia dobla su mano derecha hacia arriba sosteniendo un hacha, mientras que en la mano izquierda sostiene un rostro fantástico que parece ser un artefacto de piedra que se ha llamado excéntrico. También está en movimiento y parece avanzar hacia el Bebé Jaguar, dispuesto a atacarlo con el hacha (Cfr. K3201, K8680).
De acuerdo con Martin (2002, pp. 51-52), basado en estudios previos de diversos investigadores —dentro de los que destacan Coe (1973), Robicseck y Hales (1981), Schele y Miller (1986), Spiro (1991) y Taube (1994), citados en Martin (2002, p. 51)— considera que el tema principal es el sacrificio y destaca la narrativa de que Chaak está atacándolo mientras el señor de la muerte lo lanza a la boca del inframundo, representada por la montaña. Asimismo, compara el proceso de muerte del Bebé Jaguar con el de nacimiento del joven dios del Maíz, implicando que son procesos complementarios, en donde el sacrificio del Bebé Jaguar permite el brote y florecimiento del maíz (Martin, 2002, pp. 53, 57).
Independientemente de su carácter mitológico, estas escenas remiten a sacrificios rituales de infantes. De hecho, en algunos vasos aparece representado el Bebé Jaguar sobre un plato pre-sentado como ofrenda (Martin, 2002, p. 52). Como señala Ardren (2006, p. 13), en Mesoamérica el cuerpo infantil se identifica con el cuerpo de la tierra y por ello se constituyen en la ofrenda idónea para alimentar a los dioses de la lluvia. Entre los nahuas se sacrifican a los dioses de la lluvia infantes recién nacidos y niños hasta la edad de 8 años (Díaz, 2012, p. 31). La práctica de sacrificio de infantes durante el periodo prehispánico se confirma por la existencia de restos arqueológicos (Ardren, 2011, p. 134).
Las pilastras modeladas en estuco del Templo de las Inscripciones de Palenque constituyen uno más de los elementos del discurso de Chan Bahlum, heredero de K’inich Janab Pakal, que buscan reforzar su posición como gobernante que continúa el legado de su padre. Mientras que las pilastras A y F se llenan de inscripciones, B, C, D y E nos muestran escenas que refuerzan el papel del sucesor de Pakal. En las pilastras Chan Bahlum se nos muestra como si fuese un Bolon Tz’akab niño.
Dentro de un marco de glifos celestes, semejante al que encuadra la escena de la lápida de Pakal, se nos muestra a un personaje de pie sobre la cabeza de un animal fantástico de rasgos serpentinos cuyo cuerpo lo constituye justamente la banda celeste; en la pilastra B, se puede observar el arranque de la espina de raya, la vasija con la flor cuadripétala que representa al Sol, los ojos espiralados serpentinos y la mandíbula descarnada, identificando con claridad al Sol del inframundo. En la pilastra C, la frente del zoomorfo presenta ondulaciones que recuerdan las propias de witz, el “monstruo” de la montaña y se exponen los ojos espiralados. En la pilastra D, reconocemos al zoomorfo de pupila espiralada con la frente exponiendo dos glifos, uno al lado del otro: XGA, cuya lectura silábica es lo y que corresponde al signo del winal, mol; XQ1 que se ha leído logográficamente k’an, amarillo o fruta madura (utilizamos el catálogo de glifos de Macri y Vail, 2009). Sobre dichos signos se eleva la espina de raya. En la pilastra E el área de la frente ha perdido los glifos, pero se reconoce el marco de los cartuchos. En todos los casos podemos considerar que la cabeza fantástica representa al Sol del inframundo.
El personaje que se posa sobre la cabeza solar muestra los pies abiertos hacia fuera, el torso desnudo ligeramente ladeado y la cabeza de perfil, viste bragas recubiertas de un faldellín ricamente decorado, a excepción de la pilastra C en donde viste una falda de enredo. Sostiene a un bebé, recostado sobre su brazo con un elevado tocado de plumas y una pierna que se transforma en el cuerpo de una serpiente cuya cabeza sostiene el personaje con la mano derecha. La cabeza serpentina abre sus fauces casi 180º, expone un ojo espiralado y en la trompa elementos vegetales. El niño en el caso de la pilastra C muestra en las piernas y brazos elementos escamosos en el dorso, subrayando su carácter serpentino.
Coggins (1988) explica que la figura del dios K, Bolon Ts’akab, el de las “nueve generaciones” se muestra como un cetro con una pierna o falo que se extiende en el cuerpo de una serpiente; dicha representación alude al carácter fecundante de la deidad que es patrono del linaje, siendo el garante de su perpetuación. En las pilastras que estamos analizando en realidad estamos justo frente a la versión viva de dicho cetro: el niño encarna a Bolon Ts’akab. Robertson (1983, pp. 36-38) considera que en efecto se trata del dios K, presentado como si fuese un niño de alrededor de seis años (calcula la edad por el tamaño de la figura), considera que es Chan Bahlum, heredero de K’inich Janab Pakal, quien se representa a sí mismo en la edad en que adquirió los derechos a suceder a su padre.
Las evidencias visuales del Clásico nos permiten observar ciertos rasgos de la vida cotidiana de los niños de la élite: el amamantamiento hasta los cuatro o cinco años; su asistencia a banquetes y rituales de autosacrificio o a la aplicación de enemas. Estas escenas ofrecen una ojeada a la participación infantil en las prácticas religiosas. En este sentido es importante considerar que los pasajes míticos protagonizados por el Bebé Jaguar brindan evidencia visual de creencias y prácticas de sacrificio de infantes, algo que puede corroborarse a través de la arqueología.
Lo más destacado en las imágenes es el papel de los niños como continuadores del poder detentado por sus familias. En Bonampak esto es claro: el niño es presentado, asiste a la batalla y al ritual de autosacrificio posterior al triunfo. Se subraya esto en Palenque: el niño que heredará el cargo se ha transformado en la divinidad que asegura la permanencia del linaje gobernante. Los niños no suelen participar en la vida social representada en las imágenes mayas, sólo en casos excepcionales como los que hemos presentado y especialmente cuando se destaca su papel político. Durante el Clásico es predominante la preocupación por el linaje; es cierto que en un sistema político heterárquico (Izquierdo, 2004, p. 64), como el que distingue al periodo Clásico, la pertenencia a las familias de la élite debió ser importante y cuando una de ellas adquiere ma-yor capital político seguramente fue crucial justificar su pertenencia y derechos para gobernar. Creemos que es el caso de las imágenes de niños en Bonampak y Palenque.
Por otro lado, se ha discutido que las mujeres mayas tuvieron mejores condiciones de equidad de género dentro del sistema político; sin embargo, las evidencias visuales no permiten conocer a las niñas, solo los niños son representados como dioses recién nacidos, dioses de una edad mayor que exponen su falo serpentino, muestran sus rasgos felinos o se identifican con el maíz. Son niños divinizados a través del sacrificio o en tanto herederos.
Las imágenes analizadas en este trabajo no nos muestran a las niñas o niños de la comunidad, solo a aquellos niños que pertenecen al grupo social dominante. Su papel es destacado solo en función de que pueden dar continuidad al linaje gobernante o como parte de actividades ritua-les fundadas en los mitos. Los niños tienen un valor religioso, pueden asumir el papel de Bolon Ts’akab, para demostrar que poseen la fuerza y el derecho a gobernar. Asimismo, los niños pueden identificarse míticamente con el Bebé Jaguar que es sacrificado para propiciar el crecimiento del maíz; en este último caso se convierten en ofrenda sacrificial.
Aún nos falta mucho por conocer de las infancias mayas, especialmente las de la época pre-hispánica, confiamos en que la presentación de estas escenas de manera conjunta contribuya a bosquejar algunos de los rasgos del papel de los niños (ya que las niñas no son representadas) durante el Clásico maya. Al menos es posible identificar el papel social y el valor religioso que se les otorgaba a través de las imágenes creadas con estuco o formadas con pigmentos las cuales más que arte son un testimonio visual de la cultura maya.