[0000-0002-5290-3151 Ana Jorge Solís Cisneros[*]
El hecho literario se ha establecido como espacio poliédrico de estudio, selva de la que brota una abundante y variada vegetación disciplinaria que, con machete en mano, abre paso a la exploración de la condición humana en la historia: desde textos fundacionales hasta productos contemporáneos. En el libro Memoria, selva y literatura: entre el mito y el conocimiento (2019), coordinado por Jesús Morales Bermúdez,1 se consagra el valor heterogéneo de la literatura al presentarla como región convergente de diversas propuestas de investigación, encuadre editorial que visualiza la maraña selvática literaria como generadora de mitos y conocimientos, unidades conceptuales por las que gravitan los trabajos que integran el libro.
Morales Bermúdez, en líneas que entrecruzan un discurso poético que hace tambalear la comprensión de la finalidad del libro, brinda en el “Prólogo” la justificación de la univocidad a la que está sometida la obra. La propuesta polisémica de la selva vista como figuración o realidad de las sociedades, región geográfica, o desde su rasgo lingüístico “en que se aventura a conocer aquello que otros, novelistas y poetas, han alcanzado a darle forma a lo largo de sus obras y a través de ellas” (Bermúdez, 2019, p. 8), al compás del símil de la selva como la composición poética de la silva; es un ejercicio alegórico de la variedad temática contenida en la literatura, lugar donde prima la reflexión crítica del dialogismo entre la creación literaria y otras áreas de conocimiento. La memoria es abordada en el “Prólogo” como capacidad humana que se fuga hacia el imaginario del mito, el rito y los procesos cognoscitivos del hombre, aspectos que, a pesar de estar enunciados por el coordinador, no son constantes como esencia de cada uno de los trabajos ofrecidos.
El libro consta de 181 páginas que contienen cinco capítulos: I. “Mirada y subjetividad. Reflexiones desde la literatura y el psicoanálisis”, a cargo de Magda Estrella Zúñiga Zenteno; II. “La muerte en Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda”, por Ana Alejandra Robles Ruiz; III. “La violencia del sacrificio en Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos”, en manos de Jesús Abad Navarro Gálvez; IV. “La tradición hispanoamericana de tinte fantástico, en las fronteras del discurso secular”, bajo la pluma de Fortino Corral Rodríguez, y, por último, V. “Selva y literatura: mito y conocimiento”, por Jesús Morales Bermúdez y Karla Elisa Morales Vargas.
En el primer ensayo se inaugura la propuesta interdisciplinar de Memoria, selva y literatura. Zúñiga Zenteno desarrolla la importancia y el carácter relacional que tiene la mirada en el proceso constructivo de la subjetividad. El recorrido para llegar a la discusión principal acerca del acto de mirar está antecedido por el esclarecimiento de las diferencias, entre otras funciones tangenciales al hecho de la mirada que guardan relación directa con la constitución del Ser: ver y observar.
La acción de ver, esclarece la autora, es tema complejo al no tratarse “simplemente de abrir los ojos o comprender la fisiología del órgano de la vista” (Zúñiga citada en Morales Bermúdez, 2019, p. 15). De la mano de Oliver Sacks, Zúñiga Zenteno da luces de la complejidad que refiere al hecho rutinario de la vista: detrás de la cotidianidad del acto hay un aparato cognitivo que propicia el mundo visual advenido en el ser humano, producto de diversos factores de los que destacan los procesos de aprendizaje y la experiencia instalada en la memoria, elementos que denotan el carácter perceptivo y singular del suceso.
Zúñiga Zenteno discierne, en el apartado “Observar”, que en el ojo humano existen límites superados gracias a la creación de instrumentos extensivos que permiten ver mundos nuevos, antesala que plantea el concepto de mirada como una nueva forma de ver, percibir y constituir el Ser. La mirada está vinculada al inconsciente en tanto atraviesa la interioridad del sujeto con relación a la figura del otro. Ese otro se aparece como el destino del acto de mirar, y es en quien se perciben las carencias del Yo que mira, atracción elemental en la configuración subjetiva.
Zúñiga Zenteno desemboca el recorrido conceptual sugerido en pasajes literarios a manera de ejemplificar su propuesta. Murakami, Machado, Barthes, Bataille y Saramago interceden por la autora para hacerle al lector más didácticas las premisas planteadas, labor que se difumina no por la secuencia argumentativa, sino por la brevedad de la intervención de la académica a propósito de las citas a las que recurre.
La propuesta de la autora resulta interesante y prolífera en el nexo que elabora entre literatura y psicoanálisis. Su trabajo guarda congruencia parcial en la temática que aborda con la integridad de la obra en general: existen nuevas formas de ver el mundo, nuevas formas de generar conocimiento mediante facultades cognoscitivas en el ser humano.
El segundo capítulo, a cargo de Ana Alejandra Robles Ruiz, continúa con la conexión entre los estudios literarios y los aspectos históricos, en tanto contextualiza la novela Un viejo que leía novelas de amor del escritor chileno Luis Sepúlveda e, incluso, tangencialmente, asuntos relacionados con la etnografía al situarnos en la línea de espacio y tiempo dentro y fuera del mundo ficcional en que se desarrolla el ambiente de los indios shuar.
Con el ejercicio de situarnos en contexto, Robles Ruiz anticipa el tipo de relación de los indios shuar con el entorno que los abraza: la selva. El vínculo de los shuar con la selva es de una tradición generacional de índole armónica basada en el respeto y la reciprocidad:
La intención de los shuar no es la de explotar este espacio, sino la de tomar de él y darle en la misma medida; viviendo en armonía con cada uno de sus elementos. Hay, pues, un evidente respeto de su parte por la naturaleza, transmitido de generación en generación. (Robles citada en Morales Bermúdez, 2019, p. 38)
Este aspecto de la relación humano-selva traza la metodología de la autora para su propuesta de análisis: en la novela, la ruptura del vínculo armónico por la intervención de un personaje ajeno a la cultura de los indios shuar deviene en el destino de la muerte. Para la naturaleza diegética a la que se enfrenta, Robles Ruiz propone abordar la muerte en la novela a través de una breve clasificación prolija: a) en función de qué hay presencia de la muerte en la novela; b) cuál es o cuáles son las significaciones de la muerte en la misma; c) cuáles son las implicaciones de esta muerte con la selva amazónica ecuatoriana, y d) qué tratamiento se le da a la muerte en la novela en comparación con la tradición literaria.
Derivado del abanico clasificatorio brindado por la autora, resulta sugerente su séptimo apartado titulado “La venganza de la selva”, donde se aventura a ofrecernos una lectura atractiva del tratamiento de la muerte que esboza Sepúlveda. Robles Ruiz apunta hacia la personificación de la selva como acto de resistencia ante la intrusión de los forasteros que atentan contra la integridad de su flora y su fauna. A la usanza de José Eustasio Rivera con La vorágine, novela que narra la explotación que sufrió la selva amazónica entre finales del s. XIX y principios del XX bajo la consigna de extraer caucho, en Sepúlveda, con ayuda de la autora, se representa la intervención extractivista en el mundo ficcional (para nada lejano al real) que la selva pretende contrarrestar para preservarse, implantando así -a manera de correlato de la finalidad del trabajo de la autora respecto al abordaje de la muerte- un cruce innovador de la literatura con otra disciplina: la ecología.
El tercer capítulo entregado por Jesús Abad Navarro Gálvez remite a un pasaje relevante y representativo incluido en Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos: la escena de la crucifixión en la Pasión de Cristo. El marco de referencia al que se aboca el autor está centrado en el sesgo antropológico del ámbito religioso para esclarecer el hilo conductor entre la dinámica de la sacralidad y el hecho violento de la escena que toma por ejemplo.
Navarro Gálvez elabora un preámbulo de las perspectivas desde donde se acomete el fenómeno de la violencia. Establece tres aristas: la ético-filosófica, la epistemológico-literaria y la históricoepistemológica. En la primera se percibe la violencia bajo la percepción de un hecho negativo, como “una contrariedad a la voluntad de querer vivir en armonía y tolerancia” (citado en Morales Bermúdez, 2019, p. 60), asunto que pone en tela de juicio el tema de la libertad en consonancia con el aspecto racional de la moralidad de la conducta del ser humano. En la segunda arista, Navarro Gálvez menciona que la literatura funge como intermediario para elaborar reflexiones en torno al tema de la violencia. Se acompaña de Turner para esclarecer que la literatura ejerce una función de metacomentario de los fenómenos sociales propios de la perspectiva histórico-epistemológica que plantea tanto en la literatura occidental como en las etnografías de culturas no occidentalizadas: la violencia como punto indispensable de la urdimbre social. Por ello es que los efectos morales suscitados en los lectores sean producto de la diversidad de representaciones literarias del fenómeno.
Bajo las perspectivas planteadas por el autor, la lente se enfoca en el hecho del sacrificio del personaje Domingo, suceso antecedido por una cadena de asimetrías socioculturales que plasman las diferencias entre coletos e indígenas chamulas de la ciudad en que se desenvuelve la novela. El sacrificio de Domingo, además de ser violento, en una suerte de conexión con el marco conceptual del mito, según la cosmovisión de los indígenas chamulas, sería motivo para menguar el ambiente social ríspido, pues Domingo, siendo un niño aún, con la inocencia intacta, exalta el carácter sacro del ritual dispuesto a los dioses.
El autor advierte que la superposición de la sacralidad al hecho violento de la crucifixión de Domingo se anula en medida de que no se cumple el objetivo que llevó a la realización del sacrificio. La violencia se enfatiza en el ritual y “deja ver el lado criminal del sacrificio” (Navarro citado en Morales Bermúdez, 2019, p. 75). La sacralidad del fenómeno representado en Oficio de tinieblas se invalida por los caminos de la violencia, lo que permite pensar el estadio religioso más allá de la dimensión institucional que le caracteriza, es decir, como elemento racional que finque la perspectiva ético-epistemológica en las prácticas religiosas.
El cuarto capítulo, titulado “La tradición hispanoamericana de tinte fantástico, en las fronteras del discurso secular”, de Fortino Corral Rodríguez, tiene como objeto de estudio la forma literaria de la tradición. Ante la ambigüedad del “Prólogo”, cabe aclarar que el ensayo de Corral Rodríguez no tiene como destino la obra de Ricardo Palma, pues aunque es abordado, no se basa totalmente en él. Los autores en quienes recae el peso analítico son José Justo Gómez de la Cortina, Luis González Obregón y Vicente G. Quesada, entre otros.
Corral Rodríguez inscribe su trabajo desde un enfoque semiótico-culturalista, lo que le permite situar el género de la tradición como un sistema discursivo que le da pauta al diálogo con otros sistemas. De ahí que su propuesta tenga como sostén los preceptos de Yuri Lotman para explicar estos textos dentro de sus propios códigos, estructura sígnica nutrida en gran parte por la poesía, el teatro y la novela (Corral, 2019).
El autor abre su trabajo con una definición del género construida en la colindancia de las semiosferas de los demás géneros literarios. La tradición se establece como una forma literaria que combina géneros textuales y no textuales, es uno que se encuentra en frontera con otros, rasgo que conlleva a la metodología planteada en el trabajo del autor para el análisis de los textos seleccionados: la frontera con el imaginario popular mestizo, la frontera con la esfera religiosa colonial y la frontera con los imaginarios autóctonos.
Para la primera frontera, Corral Rodríguez conviene en destacar, a través de Ángel Rama, que “en el desarrollo social y cultural hispanoamericano coexisten dos sistemas semióticos fundamentales … el oral y el escrito” (citado en Morales Bermúdez, 2019, p. 85). Ambos sistemas demarcan asimetrías culturales en la población: las élites letradas y el pueblo analfabeta. El autor distingue dicho tejido social en “La calle de don Juan Manuel” de Gómez de la Cortina, donde se reflejan sectores sociales básicos desde lo conversacional: quien habla (aristocracia cultivada) y quien escucha (el trabajador basado en la oralidad).
En la segunda frontera, Corral Rodríguez inquiere en el discurso secular contenido en las obras que analiza como parte composicional del texto fantástico. La base de este adjetivo de la tradición hispanoamericana está dada en proporción al tratamiento de la semiosfera religiosa colonial, y es a través del género que se busca eliminar el carácter sobrenatural de la cosmovisión popular, primando lo real sobre lo fantástico (positivismo sobre antropología), cuestión que atraviesa la tercera frontera, la de los imaginarios autóctonos, donde el narrador de la tradición establece una relación con el receptor y funge como traductor de los imaginarios relatados a disposición del lector.
La relación coordinante de oralidad y escritura en la tradición develada por Corral Rodríguez enfatiza en lo que acontece en la transición de sistemas: de la oralidad a la escritura siempre habrá elementos semióticos-culturales extraviados. Las fronteras planteadas por el autor se ejercen como espacios para un conocimiento mayor del género abordado a partir de la memoria.
El quinto y último capítulo, “Selva y literatura: mito y conocimiento” -proveedor en gran parte del nombre de la compilación ensayística y del que surge la idea de intentar adscribir los demás trabajos bajo esa línea de investigación-, escrito por el coordinador del libro y por Karla Elisa Morales Vargas, invita a transitar de la mano de un catálogo de escritores por las formas de significación que se le ha dado a la Selva Lacandona. Desde el “Prólogo” del capítulo, a cargo de Morales Bermúdez, se visualiza una carga testimonial de la labor antropológica del autor:
Por un extraño azar, cierta tarde de octubre de hace ya cuarenta y cinco años, llegué a vivir… en la zona norte del estado de Chiapas… En esa montaña [El Chulúm] da inicio una cañada natural cuyo descenso… se adentra en la Selva Lacandona … Pude considerar … cómo la selva se proponía como una parte de mi destino, más allá de la natura selvática de la región donde vivía. (Morales Bermúdez, 2019, pp. 115-116)
Agencia que motiva el interés personal y académico tanto de Morales Bermúdez como de la coautora Morales Vargas, con quien amalgama el corpus del ensayo, a excepción del prólogo y colofón del libro, apartados exclusivos del investigador chiapaneco.
La recurrencia inicial a José María Arguedas como modelo de interpelación costumbrista de regiones descentralizadas en el hecho literario, figura metafóricamente en el eco de las representaciones de la selva que han esbozado los escritores que se abordan. Los mundos simbólicos y sociales de Arguedas extienden una suscripción a las producciones literarias e históricas sui generis de la Selva Lacandona en pos de la significación del mito, tanto en su diacronía como en formas de creación artística.
Morales Bermúdez y Morales Vargas muestran la línea transformativa del imaginario de la Selva Lacandona a través de cronistas, historiadores, literatos de viajes, poetas y novelistas. En la variedad de textos y oralidades revisados por los autores, se interseca el abordaje del espacio geográfico selvático como región mítica y fértil en la producción artística, cultural y social, énfasis en el carácter polifacético del imaginario que construye la selva de formas diferentes regidas por los propios códigos del género que la evoque. La literatura, en su cariz epistémico, funge para los autores como andamiaje semántico en la construcción de los mitos, en este caso, de la selva de la frontera sur de México.
La virtud heterogénea del libro coordinado por Morales Bermúdez peca de lo que pregona. El sentido alegórico de la silva como arquitectura de la unidad de la obra termina por soslayar su consistencia. Si bien la literatura se enmarca como vientre fecundo del conocimiento, la memoria, la selva y el mito no se abordan en cada una de las propuestas de lectura de los autores compilados y, en su defecto, encauzan al lector al naufragio de la comprensión íntegra del conjunto de trabajos.
En Memoria, selva y literatura: entre el mito y el conocimiento, lejos de buscar su unidad temática, instala en el receptor el papel relevante de la literatura como tejido interdisciplinario que promueve pluralidad de análisis. La obra literaria es vista más allá de sus parámetros, es objeto cultural, filosófico, histórico, antropológico, psicoanalítico, y un vasto etcétera de enfoques de estudio de los que nos empapan los autores recorridos en el libro coordinado por Morales Bermúdez.
La interdisciplinariedad como resignificación del hecho literario abre la brecha para el trazo de lecturas innovadoras que hacen dialogar el arte, las humanidades y las ciencias sociales con otras vertientes de conocimiento de regiones específicas, tal como lo es el sur de México, motivo epistemológico de la obra presentada. El lector tendrá que afilar bien el machete para surcar los caminos dentro de la maraña selvática en la que es introducido, y así explorar nuevas rutas investigativas derivadas de la literatura.