La no Vida, la no poesía moderna

Es urgente una “alteridad cósmica, biocéntrica”, que ponga como eje la vida sobre el capital [...] necesitamos hacer un urgente pacto de ternura con la vida, desde la sabiduría del corazón, de ahí que el Corazonar, sea una respuesta insurgente para la decolonización de la vida.

Patricio Guerrero Arias (2010)

Nada humano es posible sin la Vida. Existimos, habitamos, sentimos, pensamos, creamos, imaginamos, nos forjamos y transformamos siempre e ineludiblemente en ella. A pesar de la claridad de esta afirmación, el empecinamiento absurdo y bárbaro de las naciones y las élites del norte geopolítico por sostener la modernidad, desde el poder económico, militar y político, es contrario a la continuidad de la Vida planetaria y de sus vastas expresiones locales. Así, la doctrina cosificadora, racionalista, extractiva y colonial de la civilización moderna es impuesta, mediante sus sistemas epistémicos, pedagógicos, socioculturales, políticos y económicos, a los ecosistemas, pueblos y culturas que son y tejen la comunidad planetaria. Llevar al límite la adaptabilidad y resiliencia tanto de los sistemas y procesos ecológicos como de los pueblos y culturas que aún dialogan con la tierra no solo marca el agotamiento de la diversidad comunitaria que los ha mantenido con Vida y vigencia en el evolutivo y recursivo devenir planetario, sino que hace evidentes la caducidad histórica y el colapso inminente, tan largamente anunciados como ignorados, de la colonial y bárbara civilización moderna autonombrada universal.

Basten aquí dos referencias enunciadas por las propias instituciones modernas para confirmar la proximidad tanto del límite como del colapso:

El Informe calentamiento global de 1,5°C del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (2018) presenta escenarios posibles para la Vida y la humanidad a partir de 2030, y propone acciones:

  • El calentamiento causado por las emisiones antropógenas desde el período preindustrial hasta la actualidad durará de siglos a milenios, y causará nuevos cambios en el sistema climático (p. 7).

  • Algunos impactos pueden ser duraderos o irreversibles, como la pérdida de algunos ecosistemas [...] (p. 7).

  • Se prevé que los riesgos relacionados con el clima para la salud, los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria, el suministro de agua, la seguridad humana y el crecimiento económico aumenten, y que esos riesgos sean aún mayores con un calentamiento global de 2 °C (p. 9).

  • […] incrementan los riesgos para la pesca y la acuicultura a raíz de los impactos en la fisiología, la supervivencia, el hábitat, la reproducción y la incidencia de enfermedades y del riesgo de aparición de especies invasoras (p. 11).

  • Entre las poblaciones con un riesgo desproporcionadamente alto de sufrir consecuencias adversas se encuentran las poblaciones desfavorecidas y vulnerables, algunos pueblos indígenas y comunidades locales que dependen de medios de subsistencia agrícolas o propios de las zonas costeras (p. 11).

  • Para que las trayectorias limiten el calentamiento global a 1,5 °C se necesitarían transiciones rápidas y de gran alcance en los sistemas energético, terrestre, urbano, de infraestructuras e industrial. Tales transiciones en los sistemas no tienen precedentes en lo que a escala se refiere [...] e implican profundas reducciones en las emisiones en todos los sectores (Grupo Intergubernamental…, 2018, p. 17).

A pesar de la claridad del llamado al cambio que se hace en este estudio a las naciones del mundo, al año siguiente el Informe sobre la disparidad en las emisiones del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en su ya décima edición, mostraba una pobre e inercial acción internacional que no corresponde con las exigencias de la crisis. Su contenido es contundente: “Las conclusiones del resumen son desalentadoras. En conjunto, los países no consiguieron poner freno al aumento de emisiones mundiales de GEI, lo que conlleva que ahora se necesiten reducciones más drásticas y en menos tiempo” (PNUMA, 2019, p. IV).

Los tres primeros puntos sustantivos del informe confirman el desaliento: 1) las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) van en aumento a pesar de las advertencias de los científicos y de los compromisos políticos; durante la última década, las emisiones de GEI aumentaron a un ritmo del 1.5% anual; 2) los miembros del G20 -grupo de los países más poderosos del mundo que representan el 85% de la economía mundial- generan el 75% de las emisiones de GEI a escala mundial, y 3) aunque la cifra de países que proclaman su intención de reducir emisiones está aumentando, hasta ahora solo unos pocos han presentado formalmente sus estrategias a largo plazo ante el Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (PNUMA, 2019, pp. IV-VII).

Se observa que las acciones instituidas y acordadas, mas no cumplidas por naciones, organizaciones y líderes mundiales, protagonistas y creyentes todos de la modernidad, no detendrán el más crítico problema común de la humanidad, la crisis climática antropógena. Menos aún si, con una mirada empresarial tecnocéntrica, se limitan a descarbonizar la economía mundial y a instalar fuentes de energía renovables, como señalan los puntos siete y ocho del mismo informe, sin cambiar los paradigmas extractivos, coloniales y capitalistas que las definen. Las formas modernas de pensar y resolver son parte del problema, como señala Noguera:

La escisión hombre-naturaleza en la modernidad fundamentó la construcción de una ética cuya preocupación sería la exaltación de lo humano -reducido a individuo agrupado en la sociedad- como alfa y omega de todo saber, como origen, centro y fin último de todo conocimiento, como única razón de toda existencia, como centro alrededor del cual giraría todo [...] La razón humana y todas sus creaciones estarán por encima de la naturaleza. La ciencia se ocupará de estudiar por separado la naturaleza y el hombre. Las ciencias naturales serán ciencias sin hombre y las ciencias sociales, ciencias sin naturaleza […]. La exaltación del hombre (como sujeto-razón), hará que las ciencias sociales se dediquen a pensar y expresar al hombre como libre de las determinaciones de la naturaleza [...] maquinaria dispuesta para el control matemático y estadístico, que permitirá su mercantilización, la venta de la naturaleza capitalizada, la explotación de la tierra, la destrucción de la trama compleja y maravillosa de la vida [...] La vida en su diversidad óntica, poiesis, autopoiesis, creación permanente, metamorfosis, tránsito, multiplicidad y singularidad, se reducirá a mercancía-capital [...] El humano que debería cuidar la vida, ahora la explota, la vende, la destruye y la devasta en nombre del Desarrollo (Noguera, 2021, pp. 48-49).

Asumirse unívoca y colonialmente en la coexistencia con otras culturas y civilizaciones, y más aún con la Vida que la hace posible, es la condena del insustentable proyecto moderno y su profundizado ensimismamiento neoliberal; mas no se detiene. Los mensajes de la Tierra, de las civilizaciones otras y hasta de su propio interior, han sido muchos y en diferentes tiempos: extinción de las especies; contaminación de aire, mares, ríos y suelos; exclusión, hambre y enfermedades tejidas en pandemias; hacinamiento y violencia en ciudades donde no pisamos ni sentimos la tierra viva; o exterminio y empobrecimiento de pueblos, saberes y culturas que honran la sacralidad de la Vida. Estos mensajes constituyen un llamado urgente al cambio civilizatorio que transforme el estar-ser-pensar moderno. Las pandemias recurrentes son resultantes de un habitar no sano que ahonda la policrisis social-ambiental- civilizatoria, preludio de otra mayor que se avecina: el colapso del actual sistema climático planetario si continúa el proyecto moderno de imponer a personas, pueblos, culturas, ecosistemas, a la Tierra o al universo, la condición natural o funcional de objetos o cosas cognoscibles, apropiables, utilizables o desechables en la perspectiva del capital.

La civilización moderna se ha colocado a sí misma como universal y ha impuesto su ascendencia divina, su derecho a evangelizar, su voracidad extractiva y colonial, su orden social y económico material y excluyente, su devorar, adoctrinar y consumir lo diferente para excretarlo modernizado, su inferiorizar lo no moderno, su definir la naturaleza como objeto apropiable y su deseo y voz como ley. Ello ha cegado el entendimiento de esta civilización, ha idealizado su poder, ha instituido su inmunidad y le impide transformarse para corresponder con la Vida que la sostiene.

Este proyecto avanza equivocado, no debe seguir entendiendo y sometiendo la Vida como cosa, como objeto de estudio, mercancía o propiedad; o como el neoliberalismo actual la nombra, “capital natural”, en una expresión empobrecida del también cosificador concepto “recurso natural”, como enuncian Constanza y Daly:

También necesitamos diferenciar entre capital natural e ingresos y recursos naturales. Hay al menos dos posibilidades aquí: (1) el capital natural y el ingreso natural son simplemente los componentes de stock y flujo, respectivamente, de recursos naturales, y (2) el capital natural y la renta natural son agregados de recursos naturales en sus dimensiones separadas de stock y flujo, y la formación de estos agregados requiere alguna Valoración relativa de los diferentes tipos de existencias y flujos de recursos naturales. El capital y la renta, desde este punto de vista, tienen distintas connotaciones evaluativas en relación con las connotaciones más físicas del término “recursos”. Preferimos la última definición porque enfatiza la naturaleza agregada de términos como “capital” e “ingreso” (Constanza y Daly, 1992, p. 38).

Así, en la profundización del capitalismo se ha colocado la Vida como un bien y un servicio en el sistema económico universalizado por la modernidad, omitiendo que, en un sentido diametralmente opuesto, todo lo humano, irrenunciablemente, depende de los procesos de la Vida en la comunidad planetaria.

La fragmentación instalada en los sistemas epistémicos modernos no favorece instituir conocimiento comprehensivo que emerja, se signifique, integre y valide directamente en el vivir humano, en la vigencia local no universal, en la diversidad planetaria y para dignificar la Vida, a pesar de que, desde el propio abismo de la locura capitalista, surjan voces que expresen la inviabilidad, la caducidad y la barbarie de sostener el atentado a la Vida y a la propia humanidad que es el proyecto moderno.

Muchas de esas voces se ahogan en los universos disciplinares que, parciales y racionales, pretenden conocer a fragmentos el todo. Así, con una mirada atrapada en el universo de la economía, los mismos Constanza y Daly sostienen:

Las actividades económicas humanas pueden reducir significativamente la capacidad del capital natural para producir el flujo de bienes y servicios de los ecosistemas […] varios economistas más recientes, especialmente economistas ambientales y ecológicos, han reconocido explícitamente los recursos naturales como una forma importante de capital que produce contribuciones importantes al bienestar humano […]. Pero la economía ambiental ha sido, hasta ahora, un pequeño subcampo lejos de la corriente principal de la economía neoclásica, y el papel de los recursos naturales dentro de la corriente principal ha sido minimizado casi hasta el punto del olvido (Constanza y Daly, 1992, p. 38).

El conocer, el saber, el desear, el creer y el propio estar, instalados en los sistemas epistémicos, éticos, estéticos, semióticos y ónticos modernos, y expresados a fragmentos en su arquitectura civilizatoria universalizada, nublan nuestra conciencia, enferman nuestros cuerpos, empobrecen nuestro espíritu, apagan nuestro ser creativo y transformador, desintegran nuestro ser humanos, nos alejan de la Vida, del deseo de pertenecer a ella y de la conciencia de su naturaleza poética, es decir, compleja, incierta, polícroma, comunitaria, transracional y cósmica. En este sentido, Baraldi, al referirse a la ceguera del conocimiento enunciada por Morin, señala que: “[…] un conocimiento parcializado, disociado, compartimentado y descontextualizado no puede ser capaz de comprender procesos complejos. Ante esto, la perspectiva de la complejidad prefiere la conjunción en lugar de la disyunción, reconoce la multidimensionalidad de los hechos y de los procesos, como también la necesidad de contextualizar todo conocimiento” (Baraldi, 2019, p. 1).

En el mismo sentido, Sousa ahonda en la argumentación:

Las dos premisas de una epistemología del Sur son las siguientes. Primera, la comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo […] Segunda, la diversidad del mundo es infinita, una diversidad que incluye muy distintos modos de ser, pensar y sentir, de concebir el tiempo, la relación entre seres humanos y entre humanos y no humanos, de mirar el pasado y el futuro, de organizar colectivamente la vida, la producción de bienes y servicios y el ocio. Esta inmensidad de alternativas de vida, de convivencia y de interacción con el mundo queda en gran medida desperdiciada porque las teorías y los conceptos desarrollados en el Norte global y en uso en todo el mundo académico no identifican tales alternativas y, cuando lo hacen, no las valoran en cuanto contribuciones válidas para construir una sociedad mejor (Sousa, 2015, p. 13).

Quienes sostienen a viento y marea la bondad de la civilización moderna asumen que vuela, cuando en realidad cae en un abismo cuya profundidad no les deja ver que cae. Y los pueblos que la resisten, y los pueblos cegados por sus cuentas de vidrio, y los pueblos ya atrapados en ella, y la propia Vida, caen con ella, caemos todos.

En la profundidad de esta crisis y su abismal caída no hemos de tocar fondo. Para salir de ella y vivir tenemos la esperanza, el amor y la poesía. No la esperanza pasiva, no el amor que sacrifica el ser y, por supuesto, no la poesía moderna ni modernizadora. Nos queda la verdadera poesía, esa que es intrínseca a la Vida misma, esa que hace del dolor, nacimiento; de la incertidumbre, belleza; de la oscuridad, luz; del abandono, Vida; de la caducidad, esperanza, y de la crisis, parto. Esa poesía que se expresa más allá de la razón humana y, aún más, de la unívoca razón moderna, ciega en el filtro operario, mercantil y desalmado del capital; esa poesía ajena a la pretensión frustrada de alejar lo humano de la Vida que nos habita, cuida y habla sin permiso de la razón. Esa conciencia poética solo posible en el ser y estar en el pertenecer a la Vida, también negada y extirpada en el proyecto moderno para hacernos dóciles al capital, como señala Guerrero:

Sentir era una forma de negar el carácter patriarcal, masculino, dominador, irracional de la razón hegemónica, en consecuencia, la afectividad será excluida de la vida intelectual y de la esfera de lo público. Los sentimientos, las emociones, las sensibilidades, la ternura, no podían ser parte del mundo académico, no serán consideradas como otras fuentes de conocimiento; sentir, sólo podía darse en aquellos sujetos que estaban en esferas no racionales, como las mujeres, los locos, los poetas, los artistas y los niños [...] menos aún las culturas y sociedades consideradas primitivas, como los negros y los indios, a quienes se les negó la posibilidad de pensar, de sentir, de ser, se les negó su condición de humanidad (Guerrero, 2010, p. 114).

Necesitamos emancipar el vivir y el pensar de la esclavitud racionalista moderna que ciega, fragmenta, homogeneiza y empobrece espíritu, imaginación, ideas y acciones; necesitamos, irrenunciablemente, poetizar nuestra humanidad para volver al polícromo tejido planetario de la Vida sagrada, como señala Bueno:

Poetizar es crear un mundo espiritual, con los materiales del mundo real [...] es iluminar espiritual- mente el universo, haciéndolo inteligible.

Todos los hombres, en cuan totales, deben poetizar [...] Poetizando, cada persona semanifiesta como es. Poetizar no es un arte al lado de las demás. Poetizar es un modo de ver el mundo (Bueno, 1953, p. 379).

Mas expresar en la linealidad de la semiótica y la palabra modernas el deseo de mundos otros, pluriversales, es un ejercicio osado y de alto riesgo, inaccesible para la prosa científica que enuncia el sujeto cognoscente que objetiva la Vida, y solo posible en la poetización del conocer y de la palabra misma, en la aventura cuántica de poetizar el ser, el vivir y el convivir humanos. Para ello, hemos de integrar conciencia, amor, comunalidad, pertinencia, sacralidad, diversidad, identidad, diálogo, abrazo, incertidumbre e imaginación en un andamiaje vivo; encontrar mares y cielos coloridos para navegar, civilizatorios, hacia el puerto de la Vida, en la incomprensible poesía del universo intergaláctico.

Es esta una aventura incierta y tempestuosa pero esencial, comunitaria, amorosa, decolonial, libertaria e identitaria que convoca a volar cielos ignotos con alas de diálogo y esperanza, desde la propia modernidad colonial, castrante y genocida, para imaginar y crear nuevos tejidos humanos congruentes con nuestra diversidad y la diversidad planetaria, que nos sanen y dignifiquen, que sanen y dignifiquen la Vida toda, que nos tejan a los diferentes en amor, escucha y abrazo para, sin contradicción alguna, ser libres y autónomos formando y perteneciendo a comunidades autopoiéticas.

Tenemos la palabra, las miradas, la escucha, el olfato, el gusto y el tacto; tenemos el corazón latiendo y los brazos sedientos. Y, conscientemente o no, tenemos hambre de poesía, de paz, de pasión y de amor para, perteneciendo, ser libres y autónomos. Vivir verdaderamente, dignificar nuestro ser humanos, está en el poetizar la Vida.

La Vida poética

La Vida es el alma de Gaia, es el corazón que nos da latido, cuerpo y cosmos. Es núcleo energético e identitario que sucede, fluye y se corporiza en el tejido transracional que encuentra y une a los diferentes que, animados o inanimados, somos a un tiempo cuerpo y alma de la Tierra que nos torna comunidad en el fluir incesante, complejo y sagrado de la unidad planetaria. Así, la Vida es abrazo, poesía y amor. Abrazo porque solo es posible en comunidad, molecular o planetaria; fusión de moléculas para formar aire, agua y cuerpos, o complejo trenzado de montañas, bosques, ríos, cielos o mares, con expresiones orgánicas e inorgánicas entretejidas en el tiempo: plantas, virus, bacterias, animales, hongos; agua, nieve, hielo, viento, polvo, roca, fuego. Es poesía en la belleza del fluir sinfónico que funde tiempo, espacio y energía que emerge en color, canto, risa, silencio, formas, luces, aromas y música; dolor, llanto, conflicto, crisis, emergencia y recreación; forja, alimenta y recrea la consciencia, el ser y el estar. Es amor en la fuerza apasionada, salvaje, transracional, sagrada y vital que une agua, aire, fuego y tierra para hacer nacer y renacer recursivamente lo vivo, siempre en comunidad, en una temporalidad que contiene y trasciende la escala humana, pues en el andar del tiempo planetario somos roca, río, nube, lluvia, humus, raíz, hoja, flor, fruto, semilla, mujer, hombre. En este fluir-ser-estar-pertenecer se diluye la dualidad vida-muerte para dejarnos comprender que es, en realidad, un vivir y hacer vivir. Poetizar nuestra humanidad es ser y fluir en la comunidad planetaria, cósmica y sagrada que es la Vida.

Así, la Vida es un pluriverso autopoiético, comunitario y transracional, en el sentido que proponen Maturana y Varela (2003); organizado, recursivo, hologramático y dialogante como propone Morin (1994) para los sistemas complejos. Se expresa en procesos que integran y confluyen materia, energía y tiempo en cuerpos momentáneos, animados e inanimados que coevolucionan. En estos procesos creativos y recreativos, la Vida se renueva en su propio fluir. Sobre esta naturaleza autopoiética Capra señala:

El metabolismo planetario convierte sustancias inorgánicas en orgánicas y en materia viva, restituyéndolas después al suelo, a los océanos y al aire. Todos los componentes de la red de Gaia, incluyendo a los del perímetro atmosférico, son fruto de procesos de la red. Una característica clave de Gaia es el complejo entrecruzado de sistemas vivos y no vivos en una misma red. Ello origina bucles de retroalimentación de escalas ampliamente distintas. Los ciclos de las rocas, por ejemplo, se extienden a lo largo de cientos de millones de años, mientras que los organismos asociados con ellos tienen vidas muy cortas. [...] Finalmente, el sistema Gaia es evidentemente autoperpetuante. Los componentes de los océanos, suelo y aire, así como los organismos de la biosfera, son continuamente reemplazados por los procesos planetarios de producción y transformación (Capra, 1999, p. 139).

En tanto pluriverso comunitario, la Vida es unidad compleja, relacional, evolutiva y recursiva que se configura y reconfigura en interacción espacial-temporal-simbólica de materia y energía que se corporizan en diversas entidades orgánicas e inorgánicas, siempre interactuantes, siempre en movimiento y cambiando en sí mismas y en los mundos en los que confluyen; gesta cuerpos identificables en expresiones relativas de tiempo (biológico o ecológico) que no se mantienen ad infinitum en la misma forma. Así, en la temporalidad planetaria, el agua transmuta múltiple y simultáneamente entre nube, lluvia, río, suelo, savia, fruto, sangre, sudor, vapor, nube sin un sentido único, de la misma manera que una roca se torna suelo, tallo, fruto, semilla, piel, neurona, lágrima, sedimento o mineral en savia o sangre; así como el aire expresa electricidad, pensamiento, palabra, canto, oxígeno en río y peces, o nitrógeno en proteínas, o receptores en enzimas, ozono estratosférico, o volumen en los pulmones. La Vida como pluriverso es también proceso que teje certeza e incertidumbre: no es la misma de un instante a otro, pero es continua en cada instante; es océano en cambio constante pero siempre océano, océano que forja, alimenta y cobija a los seres que la expresamos. Ergo, la Vida es poesía, comprehensiva, incierta, interplanetaria -estrellas, sol, luna, Tierra-, sagrada y ajena a la definición moderna de poesía.

En ella, fuera de la mediación de la razón capitalista que cosifica, individualiza y rentabiliza, los humanos somos poesía. En la escala del tiempo planetario, hemos sido, somos y seremos nube, flor, semilla, mar, suelo, polvo, nieve, raíz o canto en el fluir espacial-temporal-relacional de la Vida. Germinar un transitar humano y civilizatorio que, recursivamente, nos torne en seres amorosos, comprehensivos, comunales y transracionales, en un estar respetuoso y dialogante que comprenda y honre la sacralidad de la comunidad planetaria, es la vía para configurar una conciencia y un habitar pluriversal para ser poesía en el pertenecer a la Vida.

Poetizar-nos para volver a la Vida

Una conciencia pluriversal deja reconocer como trágico error haber definido el ser humanos en la razón que cosifica y externaliza la Vida y omite nuestra raíz vital, planetaria y cósmica al objetivar-la y subjetivar-nos. Entonces, trascender lo moderno es la senda, el cielo y el mar que hemos de navegar para volver a casa, para volver a nosotros mismos y ser humanos profunda y verdaderamente vivos. O, como apunta Mignolo:

Renunciar a la convicción de que el mundo debe concebirse como una totalidad unificada (cristiana, liberal o marxista, con sus respectivos neos) para que tenga sentido, y ver el mundo como una diversidad interconectada, nos libera para habitar el pluriverso en lugar del universo. Y nos libera para pensar decolonialmente sobre la pluriversalidad del mundo más que sobre su universalidad (Mignolo, 2018, p. x, énfasis añadido).

Aquí hay un salto fundamental que dar: dejar lo metafísico de la dicotomía moderna que nos encumbra como sujetos y reduce a objeto todo lo no humano, que nos exilia de la Vida y de nosotros mismos. Es un salto cuántico: consciente pero transracional, incierto, complejo, incomprensible para lo moderno; donde el miedo puede paralizar o impulsar. Es un salto para re-crearnos y re-colocarnos en la Vida, el planeta y el universo intergaláctico; para comprender/asumir nuestra compleja identidad y poder dialogar en/con la incertidumbre; para entender, asumir y ejercer con amor lo que somos y a lo que pertenecemos en el pluriverso planetario, como refiere Morin en su principio hologramático (1994); para ser humanos en la poesía y no en el subsistir óntico de muerte que impone la modernidad. Es un salto para fluir en el sagrado pluriverso nosótrico planetario y cósmico, como seres sentipensantes, amorosos, interculturales y pluriversales.

Planteamos aquí que, para retornar a la Vida y corresponder con su naturaleza poética, es imprescindible forjar una humanidad con los mismos rasgos: ser pluriverso autopoiético, comunitario, transracional y dialogante. Para lograrlo, encontramos que el rasgo esencial que lo haría posible es definirnos y comprendernos humanos en el amar. No somos ni nos hacemos verdaderamente humanos en el razonar sino en el amar, no en el amar reducido a su sentido afectivo-cultural moderno, sino comprendido como principio de toda convivencia, de todo proceso relacional donde, reconociéndonos y reconociendo al otro, a los otros y a lo otro como entidades diferentes y legítimas, establecemos vínculos y uniones, tejemos comunidades que dan cuerpo y proceso al pluriverso de la Vida.

Desde esta noción de amor, ser humano sucede en el imaginar, comprender y forjar comunidades conscientes de sí mismas y de los universos que navegan, libres de una razón que las someta, fragmente y capitalice; pluriversales, en la diversidad que se reconoce, integra, dialoga y recrea en autopoiesis viva; y, entonces, colaborativas, solidarias, equitativas y dialogantes que se tejen y dignifican en la diversidad de pueblos y culturas para ser una sola humanidad, una que emerja de las cenizas de la modernidad. En palabras de Dussel: “[...] emerge una nueva experiencia de la áisthesis que se expresa en una revolución [...] inaugurando la irrupción de diversas estéticas que comienzan a dialogar en un pluriverso transmoderno donde cada cultura estética dialoga y aprende de las otras, incluyendo la misma modernidad (destituida de su universalidad...)” (2018, p. 34).

Un transitar civilizatorio que nos forje como personas, comunidades y culturas amorosas; con conciencia local y planetaria; en proyectos de humanidad que asuman, reconozcan, honren, abracen e integren lo no humano, en la sacralidad de la Vida. Así, en este trascender lo moderno, Morin señala que hemos de renunciar a la razón colonial y unívoca por una razón sensible que tenga como principio el amor:

El amor es la relación intersubjetiva más fuerte y más hermosa que conocemos. El amor en la humanidad desborda las relaciones entre individuos, irriga el mundo de las ideas, da savia a la idea de verdad, la cual no es nada sin el amor a la verdad; es el único complemento posible de la libertad, sin el cual la libertad se vuelve destructiva. El amor debe introducirse en una relación indisoluble y compleja dentro del principio de racionalidad (Morin, 2020, p. 96).

Maturana y Dávila profundizan esta reflexión y afirman que es justamente el amor el eje que sostiene la Vida, en tanto comunidad que se constituye en el encuentro relacional entre los diferentes y que, al mismo tiempo, los constituye a ellos, con la mediación de un lenguaje común a todos los que habitamos el planeta, el de vivir interdependiendo:

El amar ocurre en el fluir del vivir en el presente en la legitimidad de todo, sin dualidad, sin hacer distinciones [...] Esto es, el amar ocurre en el fluir del vivir en que uno vive en el dominio de las conductas relacionales a través de las cuales la otra, el otro, lo otro, y uno mismo, surgen sin intención o propósito, como legítimos otros en convivencia con uno (Maturana y Dávila, 2003, p. 127).

Entonces, para retornar a la Vida hemos de recuperar una comunalidad no solo humana, sino planetaria, en un sagrado, poético y amoroso ser en/con los otros. Al respecto, los pueblos tropicales de América no germinados en la estacionalidad del norte y sí en el trópico colorido, diverso, complejo y vivo, han cultivado una comprensión de sí mismos, de la Vida y de lo que existe, libre de las cuadraturas occidentales, en un pensar-ser-vivir-convivir incomprensible e inaccesible para lo moderno unívoco.

Aquí emerge el ser y el pensar maya: para el pueblo tsotsil, la sabiduría, la conciencia y el ser en el mundo tienen su lugar en el corazón; no solo el alma y la emoción, también el pensamiento y el sentido del juicio. Todo lo que llamamos humano está ahí, en el corazón (Laughlin, 2005), en una comprensión que integra una humanidad que no separa emoción, pensamiento, espíritu y universo y que alberga la conciencia poética de los pueblos gestados y tejidos con la tierra, quienes cultivan el corazonar en el ser corporizado-espiritualizado-comunalizado de su gente, como refiere Guerrero:

“Corazonar” constituye una respuesta política insurgente frente a la colonialidad del poder, del saber y del ser, pues desplaza la hegemonía de la razón y muestra que nuestra humanidad se constituye entre la interrelación entre afectividad y razón y que tiene como horizonte la existencia, de ahí que Corazonar puede contribuir a la construcción no sólo de una distinta propuesta académica y epistémica, sino sobre todo, de sentidos otros de la existencia (Guerrero, 2010, p. 102).

Hoy sabemos que existimos, no sólo porque pensamos, sino porque sentimos, porque tenemos capacidad de amar; por ello, hoy se trata de recuperar la sensibilidad, de abrir espacios para Corazonar desde la insurgencia de la ternura, que permitan poner el corazón como principio de lo humano (Guerrero, 2010, pp.116).

Con luces del mismo tejido tropical, histórico y biocultural, podemos también reconocer la potencia civilizatoria del pueblo tojolabal, como documenta Lenkersdorf:

[...] el origen del pensamiento para los tojolabales, no surge del cerebro o de la cabeza sino del corazón [...] la fuente del pensar es el corazón, tanto el k’ujol como el ‘altil, que dan al pensamiento una calidad no tanto cerebral que pretenda ser científica y objetiva, sino más humana porque el corazón sabe escuchar a las palabras y problemas de los otros, porque es tojol’ab’al, gente de la palabra verdadera, pero de la palabra escuchada y no hablada (Lenkersdorf, 2004, p. 177).

En el mismo sentido, el lekil kuxlejal de la cultura tseltal puede leerse de entrada como equivalente al buen vivir; se expresa en una relación sagrada y de respeto con la tierra y todo lo que guarde energía. Refiere Paoli: “El lekil kuxlejal supone una integración perfecta entre la sociedad y la naturaleza [...] El contento de la comunidad se proyecta y se siente en el medio ambiente automáticamente y el ecosistema feliz hace ligeros y alegres a las personas” (2001, p. 5).

En consistencia territorial, histórica y cultural, el pensamiento maya zapatista posiciona su carácter nosótrico sin fronteras entre lo humano y la comunidad de la Vida, entre el yo y los otros, entre el yo y lo otro, correspondiendo así con la naturaleza pluriversal de la comunidad planetaria:

[…] la propuesta educativa zapatista […] se sustenta lingüística y socialmente en la intersubjetividad y la presencia ubicua del NOSOTROS, que alcanza todos los órdenes y todas las dimensiones, (desde la subjetividad a lo cósmico), por la mentalidad holística y biocéntrica que articula el “todo vive”, el sentir y el pensar del Corazón, lo que nos lleva a calificar el pensamiento maya-zapatista como intersubjetivo, nosótrico, (y por tanto, plural, horizontal, complementario, antimonista), pero también como autorreflexivo, crítico, corporeizado, consensual, del Corazón (Ruiz, 2011, p. 31).

En la recuperación de las voces emergentes en el pensamiento maya vivo en el trópico mexicano, encontramos vías de esperanza y posibilidad, imprescindibles para un vivir poético en la comunidad planetaria que nos da hogar. En esta misma mirada se sitúan Aguilar y colaboradores:

[...] las enseñanzas del pueblo tojolabal nos permiten pensar, realmente en una sociedad que no excluya la participación y voces de todos los miembros de la comunidad, sino que a partir de la diversidad se lleve a cabo una relación complementaria entre todos los sujetos que conforman el mundo. Pues todos tienen, según los tojolabales, ‘altsil, fuerza de vida que iguala y permite relaciones armónicas, cosmo vivencias complementarias (Aguilar et al., 2015, p. 279).

Esto implicaría una transformación en la sociedad que no sólo reconoce la complementariedad de lo diverso, sino que tienda a la búsqueda del bienestar común o en palabras de la comunidad tojolabal facilitar el jlekilaltik, sociedad justa, para realizar acciones que incluyan no sólo al hombre, sino también a otros sujetos vivenciales (Aguilar et al., 2015, p. 282).

En la recuperación de lo aquí expuesto, y en la ruta que hemos de trazar para ser y estar en la poesía de pertenecer a la Vida, aparece un binomio potente, humano, telúrico y germinal, suave e invencible como el agua: amar y educar. Esto es, ser, comunicar, acompañar y aprender juntos compartiendo lo aprendido en historias, saberes, imaginarios, deseos, sueños, dolores, miedos y esperanzas. Y, en ello, transitar, transformar, navegar, romper, liberar, crear, recrear, vivir y hacer vivir para ser comunidades de aprendizaje, viviendo y para vivir, verdaderas y amorosas. En este afán de dibujar horizontes y caminos para la poetización humana, aparece de nueva cuenta Maturana:

Cuando decimos que amar educa, lo que decimos es que el amar como espacio que acogemos al otro, que lo dejamos aparecer, en el que escuchamos lo que dice sin negarlo desde un prejuicio, supuesto, o teoría, se va a transformar en la educación que nosotros queremos. Como una persona que reflexiona, pregunta, que es autónoma, que decide por sí misma.

Amar educa. Si creamos un espacio que acoge, que escucha, en el cual decimos la verdad y con- testamos las preguntas y nos damos tiempo para estar allí con el niño o niña, ese niño se transformará en una persona reflexiva, seria, responsable que va a escoger desde sí. El poder escoger lo que se hace, el poder escoger si uno quiere lo que escogió o no, ¿quiero hacer lo que digo que quiero hacer?, ¿me gusta estar donde estoy?, son algunas de las preguntas que aparecen.

Para que el amar eduque hay que amar y tener ternura. El amar es dejar aparecer. Darle espacio al otro para que tengan presencia nuestros niños, amigos y nuestros mayores (Maturana, 2017).

La Vida es pluriverso comunitario que dialoga. Por eso, ser verdaderamente humanos es intercultural y transracional. Y si el verdadero vivir es poético y vivir es un derecho, florezcamos en las voces y lenguajes que se tejen y hermanan en la diversidad. Ser humanidad amorosa, crítica y consciente de su ser en la planetariedad no solo es posible, es real, sucede en los márgenes y fuera de lo moderno. Hagamos de la palabra, del abrazo, de las miradas, de la escucha, de la lucha y del silencio que canta, existencia poética en el tránsito civilizatorio que nos dignifique, honre y enamore. La Vida es el principio; dialogar, abrazar y amar es el método, y ser humanidad poética es el objetivo.