[0000-0002-6486-0240 María Teresa Garzón Martínez[*]
No tengo las cosas claras yo tampoco hermana, lo que tengo es un par de intuiciones de bordes afilados que rompen esquemas, lo que tengo es un par de intuiciones de bordes que buscan complementarse con los bordes de las tuyas y por eso su única sabiduría es saberse incompletas.
Aquí y ahora, en este momento, parafraseando a María Lugones, las preguntas proliferan y las respuestas son difíciles (2010). ¿Qué es el feminismo? ¿Cómo se puede definir el contenido de esa palabra que carga con tantas historias, sobre todo, de esperanza? ¿Quiénes somos las sujetas del feminismo? —“¡Cuidado! El patriarcado ahora también se disfraza de mujer”, nos advierte un grafiti de Mujeres Creando (2005)—. ¿Cuál es el sentido de combatir en nombre del feminismo y cuáles sus costos? Al final de cuentas: ¿cómo se vive una vida feminista? ¿Eso es posible? (Ahmed, 2018). Son preguntas que desde hace años rondan el quehacer de los movimientos feministas y que, ahora, siguen constituyendo una cuestión esencial para las personas que nos hemos comprometido en la lucha por la defensa de la vida, de las mujeres y de todas aquellas existencias amenazadas por los regímenes de poder que sustentan al sistema mundo moderno colonial y patriarcal en nuestro territorio: la Abya Yala. Preguntas que, además, han construido senderos múltiples y luchas políticas diversas en las que, unas veces, confluimos, articulamos, debatimos y, otras veces, nos distanciamos, nos oponemos y nos peleamos. A estas cuestiones deseo sumar otra que tampoco es novedad pero que, no obstante, cada vez cobra más relevancia en nuestros contextos de producción de conocimiento autorizado, donde todavía seguimos “luchando desde el fango” (Hall, 1992): ¿qué define una gama de prácticas de producción de conocimiento y una colección de “textos” como feministas? Ciertamente, no los paradigmas modernos, patriarcales, coloniales de la ciencia, así estos se denominen sociales o humanos, y las relaciones de poder que son su condición de posibilidad. En efecto, al decir de Catharine R. Stimpson, en su texto fundante: “Qué estoy haciendo cuando hago estudios de mujeres en los años noventa?” (2005):
Los estudios de mujeres refutan el carácter predominante del conocimiento: su ethos, sus instituciones y sus paradigmas. Todo desafío a un paradigma predominante entraña dos actividades que se refuerzan mutuamente. La primera desmitifica el paradigma; la segunda muestra cuánto de la realidad que el paradigma había prometido explicar yace fuera de sus fronteras. [...] A mediados y fines del siglo XX, en Estados Unidos, el desafío a las estructuras del conocimiento ha significado sospechar de casi todo: del conductismo tradicional y del psicoanálisis, del marxismo y el funcionalismo, de un humanismo que subsume a todos bajo la rúbrica universal de un “él” blanco y macho, y de las pretensiones de objetividad de la mirada de ese “él” blanco y macho (Stimpson, 2005:303).
De forma pionera, en el siglo XX, las prácticas de producción de conocimiento feministas, dentro y fuera de la academia, han permitido desbordar los archivos, las bibliotecas y el conocimiento a “salvo” de la hegemonía occidental, siguiendo nuestro principio de “desacato”, generando procesos de resistencia y transformación académicos, políticos y culturales sin precedentes (Mujeres Creando, 2005; Richard, 2009; Stimpson, 2005). Estos procesos que no solo van encaminados a formular críticas radicales, en clave de modernidad colonialidad, al conocimiento patriarcal y provincial generado desde Occidente, sino que también se orientan a formular una reinterpretación de la historia del feminismo, sus teorías y agendas hegemónicas intrínsecamente racistas y eurocéntricas (Espinosa, Gómez y Ochoa, 2014). De esta manera, se genera un cisma definitivo en las maneras de ser, sentir, hacer feminismos, en los tiempos contemporáneos, pues implica un posicionamiento contrahegemónico desde el sur global, un cambio en los términos de la conversación, en las prácticas de producción de conocimiento y en la acción política, por el vocabulario que le da sentido y los horizontes de posibilidad de la misma. Sin embargo, dicho cisma que exige conocimientos útiles a nuestras luchas también produce más preguntas y, en palabras de Lugones, un sentido máximo de responsabilidad, en tanto nos obliga a formular cuestiones como: “¿Cómo aprendemos unas de otras? ¿Cómo hacerlo sin hacernos daño, pero con la valentía de retomar el tejido de lo cotidiano que puede revelar profundas traiciones? ¿Cómo entrecruzarnos sin tomar el control? ¿Con quién hacemos este trabajo?” (Lugones, 2010:116).
Hoy, en Abya Yala y el resto del sur global, podemos hablar, en cierto sentido, del campo “emergente” de los estudios feministas. Emergente no por nuevo, más bien porque se ha venido reconfigurando, entre otras razones, por la conciencia de lo que ha significado en nuestra historia, como movimiento y como mujeres, el neoliberalismo y, en su marco, la institucionalización de feminismo blanco liberal y la consecuente institucionalización de las agendas imperialistas de género —que incluye la institucionalización de los estudios de género en las academias universitarias—. En palabras de Amanda Hurtado Garcés y Alejandra Londoño Bustamante:
En el caso de los feminismos, este neoliberalismo social, se ha convertido en una conjunción perfecta entre los feminismos blancos, las agendas multilaterales y el asistencialismo gubernamental. No sin fuga, porque siempre existen otros referentes. Uno de los hechos que selló este pacto en los feminismos fue el XII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en noviembre del 2011 en el hotel Tequendama de Colombia, un hotel del Ministerio de Defensa colombiano, es decir, una negociación con uno de los principales responsables de la guerra que vivimos en Colombia. Pero más allá de este hecho y de todos sus significados, es común hoy ver estos feminismos desfilando en la tribuna de la repartición neoliberal, hablan de género porque incluso a algunas les parece muy radical nombrarse desde proyectos políticos feministas, defendiendo posturas mujeristas universales que nos supone a todas herederas de las mismas formas de opresión y que ignoran, por ejemplo, los debates en torno a la clase y a lo racial, o los incorporan a modo de “inclusiones” bastante efímeros, racistas y clasistas, por cierto; no disputan de fondo el poder político, por el contrario se acomodan en el ya existente. Estos feminismos negocian agendas con mecanismos multilaterales y se convierten en parte de Estados que promueven la necropolítica, incluso pueden convertirse en las asesoras del género para que puedan llevarse a cabo estrategias extractivistas y de despojo en muchos territorios de mayorías negras, indígenas y campesinas en el país. Estos feminismos son la rimbombancia, son el feminismo que define agendas y muchas de las acciones que se realizan, e incluso se han convertido en la opción de otros proyectos sociales y políticos que, aunque se nombran radicales y críticos, en su afán de incorporar “el enfoque de género” y lograr “apoyos económicos” se “montan al bus de los feminismos de la generología” (Hurtado y Londoño, 2020:s/p)
Entonces, marcando diferencias políticas con los estudios de género, los estudios feministas que ahora intentamos construir nos obligan a repensar las prioridades y, muchas veces, nos invitan a desarmar para volver a armar, siempre localizadas en nuestras realidades geopolíticas apuntando como francotiradoras de pulso firme al poder —es una idea de Eduardo Restrepo a propósito del quehacer intelectual—, desde posiciones que no son neutrales ni distantes, pues somos aquello que investigamos. En consecuencia, hacemos parte del propio contexto radical desde donde producimos conocimiento, que nunca es conocimiento a secas (Garzón, 2020).
Adoptando la indisciplina, la irreverencia y la sospecha como metodología (Cejas, 2020), muchas de nosotras continuamos trazando sendas por donde caminar en la tarea de producir conocimientos feministas desde los estudios feministas para las luchas feministas, comprendiendo que la teoría feminista está más cercana a las brujas y su magia que a los científicos y sus microscopios. Indudablemente, las teorías feministas cuando son capaces de “teorizar lo político y politizar la teoría” se transforman en una manera de creación de mundo desde la propia piel:
[…] esta es la razón por la que debemos negarnos a posicionar la teoría feminista como una herramienta únicamente, en el sentido de algo útil en la teoría, pero que luego olvidamos o descartamos. No debería ser posible hacer teoría feminista sin ser feminista, cosa que requiere el compromiso activo y constante de vivir tu vida como feminista (Ahmed, 2005:30).
Sin duda alguna, con esta última afirmación:
Se intenta mostrar cómo hemos sido construidas y nos hemos construido, y cuáles alternativas tenemos de responder, de transformar, con la conciencia de que una feminista usa lo que se le ofrece y de que la victoria tiene muchos rostros. Respecto de este punto, es importante resaltar que los estudios feministas son un campo especializado, el cual cuenta con varios marcos teóricos y metodológicos, todos ellos diseñados desde experiencias feministas y de los movimientos de mujeres. En ese sentido, hacer estudios feministas, dentro o fuera de la academia, es una responsabilidad inmensa y un compromiso férreo, puesto que se pone en juego la existencia de todas (Garzón, 2018:21).
Así, en medio de un mundo de pandemias antiguas —violencia contra las mujeres— y nuevas —Covid-19—, en las que nos jugamos la existencia de todas, los estudios feministas continúan cada vez con más fuerza impulsando prácticas de producción de conocimiento en donde lo personal es político y teórico, lo que implica un trabajo de memoria, de pedagogía, una estrategia para ingresar al “aula” y para salir de allí, una forma de encontrar las palabras-armas y escribir siempre en oposición (Ahmed, 2018). Muestra de ello es el presente número de la revista Liminar. Estudios Sociales y Humanísticos, en cuya sección temática nos hemos dado cita diversas investigadoras feministas quienes, a la vez, somos militantes o activistas —intelectuales orgánicas, pues no puede ser de otro modo— que buscamos tejer sueños y construir realidades por medio de nuestras prácticas de producción de conocimiento, desde “esos saberes construidos al calor de la experiencia y de la vida” (Espinosa, Gómez y Ochoa, 2014:17). Aquí la apuesta se orienta a configurar una plataforma política feminista que retome las tradiciones autónomas en los sures globales, las luchas descoloniales y antirracistas y sea, al mismo tiempo, una minicartografía de las prácticas concretas y diversas de producción de conocimiento feminista en nuestro territorio hoy, con sus pros y sus contras, siguiendo investigaciones que se encuentran en curso o de reciente data. Por este motivo, una de las palabras clave de la sección temática es “agencia”.
A propósito, esta propuesta no puede ser leída desde una visión programática, en el sentido de lo que debe ser, sino desde una visión intuitiva de bordes filosos, en el sentido de lo que puede y está siendo, siempre entendiendo que no tenemos las cosas claras y la única certeza es la de aquella sabiduría que se sabe incompleta. En consecuencia, en esta ocasión nos imaginamos como una instalación cohesionada, pero con voces diversas que, en especial, desafían la manera “tradicional” de analizar la acción política y la “neutralidad” del conocimiento al priorizar la experiencia de las mujeres como “fuente”; al plantear el conocimiento situado como necesidad y la responsabilidad feminista como parte del hacer investigativo; al ser en sí mismas ejercicios de insurrección y agencia; al hacer de la investigación instrumento de lucha, de memoria, una huella genealógica del nosotras: aquellas que, como dice Paola Marugan en un artículo que comparte aquí, sueñan con postergar el fin del mundo escribiendo historias que cuestionen. Porque vivir una vida feminista es eso: “es convertirlo todo en algo cuestionable” (Ahmed, 2018:14).
Escribo este libro como una forma de aferrarme a la promesa de esta palabra [feminismo]
Si, como dice Lugones (2010), lo teórico es inmediatamente práctico en el hacer feminista —que sí lo es—, en ese caso es posible seguir en el trabajo de hormiga de la transformación de nuestras realidades desde diferentes coordenadas de los sures globales, en el cual intervenir los espacios y arquitecturas que producen conocimiento autorizado es fundamental. Intervenir: okupar aquellos lugares que ya habitamos teniendo presente que, siguiendo la bella propuesta de Mujeres Creando, “nuestro accionar feminista ha sido otra cosa: interpelar, proponer, dialogar, conflictuar, transformar, no delegar, desordenar, crear, desacatar” (2005:54). Esta sección temática también es una intervención feminista y esperamos, con todo el corazón, que sea de inspiración para muchas y actúe como puente entre las convocadas aquí y nuestras lectoras para, al final, aferrarnos a la promesa de la palabra feminismo.
La sección temática abre con el artículo titulado: “Una metodología militante: parar para pensar”, de Marcela Fernández Camacho, en donde se muestra la construcción de la ruta metodológica seguida en la primera investigación doctoral concluida en el programa de posgrado en Estudios e Intervención Feministas del CESMECA-UNICACH, un hecho histórico verdaderamente. Situada en el sur del norte, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, desde una perspectiva descolonial y siguiendo las prácticas de la Colectiva Cereza —la cual trabaja con mujeres en situación de cárcel—, Marcela teje en colectivo una metodología militante que se edifica a través de tres fundamentos: conocer es transformar, horizontalidad e implicación afectiva. Usa una herramienta cardinal, la imbricación de opresiones, y formula una epistemología que se reconoce como indisciplinada. En esta experiencia, como la misma Marcela lo dice, la investigación tiene una finalidad práctica en tanto instrumento de lucha porque su propósito está orientado a la acción; en particular, se trata de potenciar las prácticas de transformación de la Colectiva Cereza con todo lo que ello implica: trabajo de hormiga, dobles jornadas laborales y complicidades fuertes. Aquí, en palabras de Marcela, la metodología que interesa al feminismo es la militante, aquella en donde “la investigación emerge como un instrumento para la lucha social”.
Investigaciones que son instrumento de lucha social también habitan en el segundo artículo titulado: “Adiar o fim do mundo é exatamente sempre poder contar mais uma história: notas para una metodología en proceso de una feminista que sueña con postergar el fin del mundo”, de Paola María Marugán Ricart, en donde se aboga por aquellas historias que urgen ser contadas desde los diferentes sures y en donde los estudios feministas, culturales y de la blanquitud convergen en un mismo piso. En este marco de sentido, cuyas coordenadas son feministas, antirracistas y descoloniales, Paola informa de la metodología que se encuentra construyendo en la investigación que realiza sobre las prácticas artísticas de Ana Lira y el Grupo Cultural Balé das Iyabás, en Brasil, las cuales interpelan al modelo de nación brasileña en sus formas contemporáneas. Se trata de una metodología indisciplinada, creativa, sustentada en el trabajo común y en la sospecha del sí misma en tanto quien investiga se ubica, en virtud de la clasificación socioracial de Abya Yala, en el lugar de lo blanco. Esto invita a redefinir formas del hacer investigativo, conocimientos, categorías, entre otras, en pro de la construcción de conexiones que no solo evidencien las formas de operar del poder, también habiliten formas de postergar el fin del mundo o, lo que es lo mismo, en palabras de Krenak citado por Paola: “contar una historia más”.
Una historia más, en formato de video para redes sociales es la que cuentan las guapas por medio de la voz de Vanessa Londoño Marín en el artículo titulado: “Calle de las Guapas: disposición final de otredades negativas o espacio de relaciones sociales provocadoras”. Con este artículo nos trasladamos a otro sur: la Galería de la ciudad de Manizales, en Colombia, lugar que suelen habitar mujeres transgénero dedicadas al trabajo sexual y quienes deben enfrentar la violencia institucional por parte de entes estatales como la policía. Vanessa describe a profundidad, desde su propio posicionamiento situado en el cual se cruzan la militancia, la amistad y la academia, la investigación que realizó entre 2015 y 2019, con base en epistemologías feministas y desde la organización Armario Abierto —dedicada a trabajar con mujeres trans—, a propósito de las agencias llevadas a cabo por mujeres trans que responden a una violencia que ya no se explica en abstracto por el “conflicto armado” que ha azotado este territorio por tantos años, sino por aquella desplegada específicamente en “operativos policiales”, cuyo objetivo es diseminar la fuerza organizativa, política y subjetiva de estas mujeres provocadoras. Así, se puede observar cómo se responde al hostigamiento policial de manera creativa por medio de procesos autogestionados que permiten no solo formarse políticamente, también formular ejercicios paródicos de insurrección tal como Notiguapas —noticiero callejero que se difunde en las redes sociales— o Una telenovela de Guapas. Desde este sur ellas gritan de cara al poder: “No somos víctimas, ¡somos guapas!”.
Guapas también son aquellas que realizan otro tipo de ejercicios de insurrección, esta vez desde el mundo virtual, como aquellas de quienes se habla, de manera apasionante y detallada, en el cuarto artículo de la sección titulado: “Mujeres hacker, saber-hacer y código abierto: tejiendo el sueño hackfeminista”, de Irene Soria Guzmán, quien apuesta por una apropiación y recreación tecnológica feminista para el siglo XXI, capaz de responder a la violencia contra las mujeres en el mundo digital y a la vigilancia y control por parte del Estado y de corporaciones tecnológicas. La única figura capaz de ello: la hacker, protagonista de la lucha hackfeminista. Entonces, ubicada en México, Irene da cuenta de avances de investigación de su tesis doctoral, la cual inicia cuando ella misma se hace consciente de su devenir hacker y se encuentra en un momento cartográfico en el cual se identifican las prácticas, saberes y experiencias de las mujeres hacker, las cuales conforman un abanico de prácticas educativas, de divulgación y de militancia. En suma, Irene habla de saberes-haceres que construyen independencia y autonomía desde la diversión, la capacidad de resolver retos, la curiosidad, la experimentación y, claro, la sospecha, a partir de una propuesta hackfeminista imaginativa, pero no necesariamente fácil, que habilita la posibilidad de “conocerse a través del código”.
En quinto lugar se encuentra el artículo titulado: “Resistir en silencio: formas veladas de rebeldía de mujeres privadas de libertad”, de Velvet Romero García, el cual pone en tensión la dupla voz/silencio, rompiendo el hábito de pensamiento que une la voz a la resistencia y el silencio a la subalternidad, siguiendo las huellas de propuestas como las de Gayatry Spivak (“¿Puede hablar el subalterno?”, 2003) o la mía propia (“Nunca regalé el llanto”, 2016; “Contragenealogías del silencio”, 2019). Entonces, pensando el silencio como discurso, la autora muestra, a través del análisis de relatos de mujeres en situación de reclusión, prácticas de resistencia que ayudan a ocultar, proteger y disimular reconfigurando, posiblemente, espacios, discursos y significados nuevos en las existencias de estas mujeres, en espacios más íntimos y ocultos.
Nuevos significados de la re(ex)sistencia, a partir de las prácticas de cuidado, desde el también sureño territorio de los Montes de María, en Colombia, es el tema que trabaja la autora del siguiente artículo titulado: “Regresar por el camino viejo. Retornadas y reconstrucción de la vida en Los Montes de María”, María Angélica Garzón Martínez. Controvirtiendo la mirada hegemónica de los estudios de retorno de población construidos desde el androcentrismo, donde las mujeres que participan de los mismos son representadas únicamente como “seguidoras” de los hombres en estas empresas, María Angélica, desde un posicionamiento feminista y mediante un acercamiento testimonial, explora iniciativas organizativas y de liderazgo de mujeres retornadas a esta región de Colombia, una geografía en disputa por diferentes grupos armados, iniciativas que constituyen apuestas por reconstruir la vida desde prácticas creativas enraizadas en la cultura y la vida cotidiana, que sin embargo pueden llegar a ser paradójicas, pues responden al poder, pero también son habilitadas, muchas veces, por ese mismo poder. Entonces, desde sus “autonomías relativas”, María Angélica pormenoriza el activismo textil de las tejedoras de Mampuján y los proyectos de “empezar de nuevo” de las mujeres que deciden regresar a sus casas y paisajes en San Juan Nepomuceno, como agencias que buscan reconstruir la vida individual y colectiva ya que es hora de, como dice el epígrafe del artículo, “regresar a mi pueblo, por el camino viejo, y recoger mis pasos, y empezar de nuevo”.
Empezar de nuevo es lo que, igualmente, hacen algunas mujeres indias en Delhi después de los pogromos, de 1984, como lo muestra el último e interesante artículo de la sección temática titulado: “Widow Jatha o la organización de viudas después de los pogromos de 1984 en India”, de Fernanda Vázquez Vela. Fernanda, desde un sur que a veces parece lejano, India, analiza las formas complejas en que las viudas abren espacios de decisión, activismo y agencia una vez sus maridos fueron asesinados en los hechos violentos acontecidos en Delhi, en 1984, dando una lectura novedosa, feminista y descolonial a este violento episodio de la historia sikh. Valga recordar que, en este contexto, una mujer viuda no es vista como persona, más bien es estigmatizada y representada como “víctima” en los relatos sobre la violencia. En contraste, y sin desestimar la complejidad del contexto, Fernanda presenta, como producto de su investigación, los roles, iniciativas y resoluciones que algunas viudas toman en virtud de organizarse políticamente, construir agencias y expresar nuevas formas de acción que les permitan, entre otras, salir del ámbito privado al público, de poder trabajar por primera vez y de decidir sobre su estado civil, sin que ello suponga una transformación radical de las prácticas de dominación masculina. ¿Cómo lograron levantarse de esta situación? “Juntas. Solo nos teníamos a nosotras”.
En este número de LiminaR se incluyen otros artículos sobre temas de interés y actualidad.
La primera contribución que encontramos se titula: “Escudriñando la razón: naturaleza y propósitos de la ciencia”, y es de Gustavo Corral-Guillé, quien reflexiona sobre la necesidad de construir concepciones más complejas a propósito de la construcción de conocimiento científico que vayan más allá de los antiguos supuestos de objetividad, neutralidad y universalidad. En efecto, Gustavo aboga por una ciencia parcial, incierta y compleja, muy en sintonía con las propuestas que conforman la sección temática. Todo ello en pro no solo de ampliar la participación de la ciudadanía en la producción y difusión de la ciencia, también en aras de establecer un diálogo de saberes en donde otras epistemologías diferentes a las occidentales, patriarcales y coloniales tengan un lugar enunciativo real, es decir, válido. Entonces, se propone un pluralismo epistemológico que se guie por otras lógicas no menos críticas y por otras fuentes capaces de enriquecer las respuestas propias del conocimiento experto y den prioridad al desarrollo humano y la justicia social.
En el siguiente artículo titulado: “Manuel de la Flor y el retrato fotográfico en el Tabasco porfirista”, de Sonia Irene Ocaña Ruiz y Alix Samantha Sánchez Montes, es posible adentrarse al fascinante mundo del mercado del retrato fotográfico de Tabasco en el periodo del porfiriato. En efecto, a partir de un análisis de fuentes hemerográficas y una serie de fotografías, Sonia Irene y Alix Samantha dibujan un horizonte analítico sobre este mercado dinámico y lleno de contrastes, cuya hegemonía es ostentada por el retratista Manuel de la Flor, nacido en Teapa; considerado un retratista célebre, entre los años 1884-1920, y autor de una obra que aún está por conocerse, la cual es parte de la trascendencia de la fotografía en el porfiriato y, en particular, de la Revolución en Tabasco.
Por su parte, Jonathan Ojeda Gutiérrez, Pilar Alberti Manzanares y Emma Zapata Martelo, en el artículo: “Juventud rural, género y música: el caso de la Filarmónica Juvenil San Martín Tilcajete, Oaxaca, México”, analizan la influencia de la educación musical en mujeres jóvenes rurales que hacen parte de la orquesta Filarmónica Juvenil San Martín Tilcajete, activa desde 2004 a 2010. A través de una metodología cualitativa, desde una perspectiva de género, se narran las historias de vida de estas jóvenes y se identifican las agencias que les permiten reconocerse como sujetas políticas que promueven su autonomía a través del hacer musical, retando los estereotipos de género, asumiendo conflictos y llevando a cabo negociaciones, lo que suma a sus apuestas de empoderamiento y a la conquista del espacio público en sus comunidades.
La próxima contribución es el artículo titulado: “Avatares de la producción de mezcal en la región miahuateca de la Sierra Sur de Oaxaca”, de Joaquín Huitzilihuitl Camacho Vera, Juan Manuel Vargas Canales y Pedro Durán Ferman, quienes nos llevan a la región Sierra Sur del estado de Oaxaca, México, zona protegida por la DOP Mezcal, para examinar las condiciones del sistema de producción de mezcal en ese territorio, analizando a la vez las transformaciones generadas por el auge de la demanda internacional. Siguiendo un poco la historia de la bebida, sus propiedades, los procesos tecnológicos para su elaboración y su vinculación con el “terruño”, los autores ilustran las dinámicas de las unidades de producción rural campesina en donde se produce artesanalmente el mezcal, sus características, sus posibilidades de beneficiarse, o no, de la prosperidad que ha tenido el boom internacional de la bebida en los últimos años y las repercusiones de la reconfiguración del mercado internacional sobre estas unidades de producción, en específico, y sobre la región, en particular.
En el siguiente artículo titulado “Los ‘españoles naturales’. Los indios de Chiapas y la fiscalidad durante el primer periodo gaditano, 1812-1815”, José Javier Guillén Villafuerte estudia las políticas fiscales aplicadas sobre la población india de Chiapas en el primer periodo gaditano y las respuestas ante dichos cambios. A propósito, José Javier resalta que la mayoría de población india sujeta a estas medidas fiscales las acepta o, cuando las rechazan, no acuden a la violencia o al desafío de la autoridad, más bien a estrategias como la tardanza en los pagos o la negativa a realizarlos arguyendo problemas económicos. Entonces, en medio de la inestabilidad política y social del Reino de Guatemala que, en efecto, es la condición de posibilidad de este contexto particular en donde los alcances de las medidas fiscales son limitadas, aquí es posible observar las diferentes estrategias, de los cabildos o de las personas, para enfrentar esta coyuntura paradigmática en la historia de la región.
La posterior contribución titulada: “Un soplo de vida en la pared. Arte rupestre y la noción de persona entre los mayas del Posclásico de Laguna Mensabak, Chiapas”, de Josuhé Lozada Toledo y Silvina Vigliani, reflexiona sobre cómo en los paneles rupestres del Risco Mensabak, ubicados en la Selva Lacandona al noreste del estado de Chiapas, se encuentran elementos que dan cuenta de la construcción de la persona maya, en el periodo posclásico, a partir de los cuales es posible conceptualizar la noción de persona del pasado y cómo se transmite esta conceptualización en el arte rupestre. A través de información etnográfica y lingüística local, Josuhé y Silvina concluyen que, en el caso estudiado desde una perspectiva que privilegia lo ontológico y lo cultural, la noción de persona y en la expresión de la agencia se construye sobre la base de una ontología relacional de carácter dividual y permeable, siempre en relación con los riscos y las pinturas, las cuales captan “un soplo de vida en la pared”.
La revista contiene también una sección en la que se incluye un documento histórico, el cual esta vez es un homenaje a nuestra colega Teresa Ramos Maza (19492019), quien fuera la introductora de los estudios de género y masculinidades en el CESMECA-UNICACH, una de las cofundadoras del posgrado en Estudios e Intervención Feministas, maestra entrañable y comadre de copas. Esta vez, recordamos a Tere por medio de la lente de Montserrat Bosch Heras, también cofundadora del Posgrado y su primera preciada coordinadora.
El número cierra con tres reseñas. La primera, realizada por Lorena Álvarez Ossa, habla del vital libro que continúa fortaleciendo el campo de los estudios del cuerpo en clave feminista en Chiapas: Cuerpo y política. Feminismos, género e interseccionalidad (UNICACH, 2019), editado por Inés Castro Apreza. En seguida, encontramos la reseña de Amanda Úrsula Torres Freyermuth a propósito del libro Chiapas durante los años del auge agroexportador, 1870-1929 (UNICACH, 2018), coordinado por Ortiz Herrera, Rocío, Benjamín Lorenzana Cruz y Miguel Ángel Zebadúa Carbonell. Por último, se encuentra la reseña de Delmar Ulises Méndez-Gómez sobre el libro Prácticas comunicativas y prefiguraciones políticas en tiempos inciertos (UNICACH, 2018), con coordinación de Amaranta Cornejo Hernández.
Por último, el presente número de nuestra revista se ve engalanado con la propuesta visual de Dimarc Ayala, artista plástica, realizadora audiovisual, tatuadora, amante de la pintura, el dibujo y la fotografía. Bogotana de nacimiento y corazón, como ella misma lo afirma, Dimarc es una poetisa rebelde de la imagen, por lo que una sección temática sobre prácticas de producción de conocimiento feministas no podría ir acompañada por otro relato visual que este: potente, seductor, hermoso, lleno de caminos para el deleite del ojo, la curiosidad de la imaginación y la fuerza feminista.