[0000-0002-7129-6801 Montserrat Bosch Heras[*]
En primer lugar quiero darles las gracias por pensar en mí para formar parte de este evento y a todas y todos ustedes por estar aquí.1 La idea era hacer un homenaje a una amiga que nos dejó hace unos pocos meses. Junto con ella haré un poco de historia sobre el proceso de creación de estos posgrados que hoy celebramos en su segunda generación. Aunque la historia ya sabemos que no es única, que cada protagonista, en la misma, la crea y la recrea según el momento y las circunstancias personales, sociales, etcétera. La memoria es subjetiva, y en ella impacta lo que tiene significado en nuestra conciencia. Cada quien tiene su verdad y sus recuerdos. Además de que Tere ya no está aquí2 y ella, precisamente, era quien más me insistía para que lo escribiera, considerando como decía una de sus grandes maestras, Teresa Del Valle, que no hay que olvidar y sí reconocer la importancia de las grandes o pequeñas historias de cada una de las mujeres.
Tere era mujer discreta, no buscaba el protagonismo ni pretendía destacar. Era más bien esa presencia constante, serena, en general, sonriente. Poseía ese saber estar, la grandeza de la modestia. Les cuento que a veces, cuando digo o pienso alguna cosa, todavía la veo poniendo esa carita que significaba “no es eso”, “te estás equivocando”, con lo que espero que al final de estas palabras vea a Teresa Ramos sonriente, con aquiescencia por todo lo dicho.
Cuando me solicitaron que hablara hoy, pensé en títulos para esta charla. El subtítulo era claro. Otros títulos podían ser “Amores, desamores y algunas cositas más” o “El sauce, el granito y algunas más”. Espero que a lo largo de este rato entiendan el porqué.
Amores son las relaciones que establecemos con la gente querida. Amor es lo que pusimos en la creación de estos posgrados. Fueron meses intensos, plenos de vivencias, y no creo equivocarme si digo que las cuatro participantes los vivimos con gran efervescencia, siempre entre discusiones, conscientes de estar creando algo que considerábamos importante y necesario. El marco conceptual de estos posgrados lo realizamos Teresa Ramos, Teresa Garzón, Mercedes Olivera y yo.
Ella, Teresa Ramos, era quizás quien marcaba el contrapunto de las “grandes ideas”, del ímpetu por implementar lo que considerábamos cada una de nosotras como imprescindible, ella con su serenidad, con eseparecer estar viviendo en las nubes, pero siempre fuertementeenraizada en la tierra. Yo me la imagino comoun árbol, no de tronco grueso, tampoco un arbusto, unárbol que con un viento fuerte puede crear movimiento.Soy de tierra de vientos, de ráfagas fuertes y, cuandoestás protegida y miras el paisaje, contemplas danzas,movimientos, las inclinaciones de los troncos y las ramas,vaivenes. Es como la danza contemporánea, comocualquier danza o cualquier arte que enaltece el espírituy te hace crecer espiritualmente y como persona. Estopara mí es el arte. No digo que Tere fuera el viento, eseimpulso constante que crea las cosas, ella era el árbol,el baile. Quizás un sauce con sus largas ramas, comopodríamos intuir por su pelo. La creación, el impulsocreador, eran estos posgrados que son, desde haceaños, una realidad. El viento era y es el feminismo o losfeminismos: diversos, múltiples y complejos con el quetodas nos identificábamos. Cada una desde nuestrasposiciones y creencias, más próximas o diferenciadas.Algunas queriendo imponer las que creían, las que,como decía, consideraban necesarias e imprescindibles.Otras intentando ampliarlas apoyándose en el corpusteórico que con los años se ha ido conformando. En esasdiscusiones, que no les negaré que llegaron a ser encarnizadas,Tere aportaba la belleza del movimiento, perosobre todo la serenidad que le otorga el árbol gracias a suflexibilidad. Probablemente todo ello estaba mezcladocon sus miedos e inseguridades, pero también con susaudacias y sus retos, porque eso era ella, junto con unterror acérrimo a las peleas y a la agresividad. Algo que,en ocasiones durante las reuniones, parecía percibirseaunque no estuviera tan presente, ni fuera tan real. Eransentimientos y sensaciones demasiado intensas parapoder ser racionalizadas.
Los orígenes suelen ser casi siempre convulsos, la creación se envuelve en muchas ocasiones con la pasión, y esta, a veces, puede llegar a ser desaforada. Recuerden amores y desamores. Pero, a pesar de todo ello, partíamos de intereses comunes: a todas nos interesaba una formación creativa relacionada con la investigación y la vida, fomentar el pensamiento crítico. Teníamos claro que íbamos más allá de las teorías de género.
Todas creíamos en la interseccionalidad y en lo que eso implicaba en las investigaciones. Pero si en los grandes trazos coincidíamos, así como en la fundamentación y los objetivos generales, en el momento de asentar las otras bases, las que acabarían conformando el cuadro completo, se divergía totalmente.
¿Hacia quién dirigíamos estos posgrados?, ¿quiénes se quería que conformaran el alumnado? No hablo de la selección de estudiantes, eso fue muy posterior, me refiero a colectivos, a si hombres y mujeres o solo mujeres, a si feministas o si no. O a si se apostaba por trabajadoras integrantes de organizaciones no gubernamentales. Todo eso entrañaba un mapa curricular u otro, unos horarios u otros. La importancia que podían tener las becas o las restricciones institucionales que temíamos de altos niveles. Hay en el CESMECA investigadoras que no están en estos posgrados y que trabajan el género como categoría de análisis. Pero sabíamos de las reticencias y suspicacias hacia estos posgrados por parte de algunos investigadores, quienes imagino consideraban que se estaban favoreciendo el género y los estudios feministas en comparación con sus propios temas de investigación. Estas diferentes opiniones las conocíamos, las contestábamos y pretendíamos trascenderlas con nuestras verdades. Y reconozco, por mi inexperiencia en el mundo académico, que consideré en esos momentos como poco importantes. Aunque Tere sí era muy consciente de su importancia y en ocasiones lo plateaba, pero, finalmente, se dejó arrastrar por toda nuestra locura.
No hay que olvidar que nuestra amiga Teresa era una mujer solidaria, flexible frente a los vaivenes de la vida o las locuras de la gente que le importábamos. Era una persona con la que siempre se podía contar y que apoyaba a sus amigos, las cosas en las que creía en la medida de sus posibilidades, consciente de sus límites, pero también de sus propios recursos y terquedades. Ideológicamente, sobre todo en los últimos años, ella se situaba próxima al ecofeminismo crítico. Ecología y feminismo eran las dos temáticas que más le importaban y a las cuales quería dedicarse en los próximos años. Ella se reconocía en su licenciatura en Economía, en los estudios del marxismo que, como nos contaba su hijo el día de su homenaje, les hizo partícipes desde pequeños al no tener con quien dejarlos y llevárselos a la facultad. El trabajo de las mujeres indígenas, su sobrevivencia, era una de sus preocupaciones. La artesanía vista como opción laboral, la trabajaba y retrabajaba en muchos de sus textos y, en ocasiones, junto con algunas de sus estudiantes. Su último libro es prueba de ello, de la relación y la importancia que tenían para ella los y las estudiantes. Tere se reconocía, entre otras muchas facetas, como maestra. Se estaba planteando revisitar, para observar los cambios y las transformaciones acaecidos en los últimos años, el municipio de Aguacatenango, lugar donde realizó su tesis doctoral. Hablaba en las últimas ocasiones que nos vimos de analizar el trabajo campesino y las tendencias teóricas actuales en estudios rurales para relacionarlos con sus posicionamientos feministas. Estoy segura de que en su computadora están textos con las ideas que se estaba planteando. La introducción del último libro que publicó iba a girar en torno a todo esto. Pero Tere era perfeccionista, lenta en su escritura, y las presiones de tiempos de la editorial hicieron que, al final, presentara un prólogo sucinto y esas páginas escritas se destinaran al libro que planificaba escribir durante el año sabático que iba a solicitar. La vida o la muerte tienen eso, construimos planes, nos creemos eternas y nunca sabemos…
Ese creerse eterna era una de sus características. En todas sus acciones parecía y era una mujer joven, con toda una vida por delante. Nunca se planteó la idea de su muerte, nunca pensó en la continuidad de su trabajo, de sus ideas cuando ella ya no estuviera. Su modestia le impedía pensar en la importancia de trascender más allá de la gente que la queríamos.
La contraposición sería Mercedes Olivera, que según me contaban ya a finales de los años setenta, hablaba de su muerte, de la urgencia de hacer investigaciones y de que, en ocasiones incluso, establecía este tema como argumento para forzar la acción del momento presente. Muchos años después, les puedo afirmar que sigue con esa urgencia y que muy frecuentemente impulsa a los demás a realizar actos que de otro modo no se llevarían a cabo. Pienso, en cuando iniciamos estos posgrados sin estar registrados en el padrón de calidad del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), sin asegurar las becas para las estudiantes, con ese argumento como impulso principal.
Aquí quiero hacer un inciso para reconocer la valentía y el interés por estos estudios de las integrantes de la primera generación de la maestría y el doctorado. Era el primer doctorado en estudios feministas del país. Cuando todas ellas se registraron solo podía hacerles la promesa, con gran seguridad y certeza por mi parte, de que íbamos a entrar al Programa Nacional de Posgrados de Calidad del CONACyT. Pero eso, aparte de mis convencimientos, no estaba escrito en ningún lugar. Logré, con el respaldo y el compromiso institucional de la dirección del CESMECA ante los órganos colegiados de la UNICACH, la Comisión Estatal para la Planeación de la Educación Superior (COEPES) y el CONACyT que los posgrados gustaran y entraran. Se concedieron las becas, pero en el momento en que se abrió la convocatoria eso era solo un sueño, un futuro incierto. Les agradezco a todas ellas la confianza que depositaron en esta institución y en estos posgrados de Estudios e Intervención Feministas.
Yo decía que Mercedes era la viejita guerrillera, y como tal actuó en el diseño de estos posgrados. Con tácticas “guerrilleras” retrocedía, para posteriormente atacar con nuevas o viejas ideas, para poder asentar firmemente eso en lo que ella creía. Les decía que partíamos de posicionamientos dispares, con unos objetivos específicos muy marcados en cada una. Para Mercedes el objetivo de los posgrados, su razón de ser, la única línea de investigación que debía tener, era la metodología participativa que ella definía como la metodología feminista. Varios de sus textos de los últimos años apuntan en esa dirección, una metodología de investigación y acción participativa que presupone la intervención tanto en el ámbito privado como en el público, que aproxima la investigación y convierte en investigadoras a las propias mujeres, agentes del proceso investigativo.
Esta metodología —como algunas otras— conduce claramente a la acción, a la intervención, busca incidir en la realidad social. Entonces, si queríamos unos estudios más allá de la teoría, si buscábamos un pensamiento crítico, si pretendíamos incidir ¿qué palabra introducíamos en la titulación?, ¿incidencia?, ¿intervención? Esa fue una de las grandes disyuntivas que debimos abordar y acordar. Finalmente, se optó por la intervención, algo que ahora resulta lógico y más viendo lo que ya se llama la cuarta ola feminista, pero que en 2016 no estaba tan claro. El objetivo es incidir, pero para ello hace falta intervenir, con pequeñas o con grandes acciones.
Varias de las discusiones giraron en torno al propio objetivo de las ciencias sociales, la investigación, el papel de la academia y el activismo. Si las estudiantes debían cursar y conocer, en cursos o solo en seminarios, a los teóricos clásicos de las ciencias sociales, aquellos cuyos grandes aportes epistemológicos todas en muchos momentos hemos usado. En este punto coincidían Mercedes Olivera y Teresa Ramos, pero divergían entre ellas en el papel de la academia y del activismo. Mercedes establecía como indisoluble la vinculación del activismo con la academia, mientras que Tere desligaba el activismo de la academia y lo consideraba como propio, solo enriquecedor a nivel personal. Participaba activamente en algunas asociaciones en cuyos objetivos creía con firmeza, pero nunca estableció teoría con ello ni lo relacionó con su vida investigativa. Eran para ella dos mundos aparte que podían juntarse en puntos y momentos determinados, pero cuya conexión no iba más allá.
Siguiendo con los posicionamientos que manteníamos en ese entonces, para Teresa Garzón el feminismo decolonial, el racismo y su intersección con el género, la clase, la raza, etcétera, el estudio y análisis de la colonialidad del poder, por encima de cualquier otra teoría, es lo que permite una mejor comprensión de la realidad actual en Latinoamérica y en los continentes y subcontinentes colonizados por los europeos. Yo que procedo de la Medicina y la Antropología Médica y que nunca realicé estudios reglados de género o feminismos, pretendía diseñar los posgrados que me hubiera gustado estudiar, ampliándolos hasta lo inimaginable, uniéndolos incluso con la práctica artística. Algo que en parte se logró. Teresa Ramos “simplemente” —y ese simplemente hay que remarcarlo entre comillas— buscaba que las y los estudiantes se apropiaran de unas teorías y de unas herramientas que enriquecieran su pensamiento y sus investigaciones. Era, quizás, la posición más pragmática y más realista. En esos días pensaba que el consenso no solo entrañó la aceptación de la disparidad de cada una de nosotras, sino que probablemente acabamos en el posicionamiento primero que ella tenía. Esto lo digo entre risas, sé que Tere Garzón y Mercedes Olivera no estarán conformes. En el documento redactado estábamos todas, existía la impronta de cada una de nosotras; tras tantas reuniones, avances y retrocesos, discusiones y cansancio, acabamos enriqueciendo, eso sí, unos posgrados mucho más posibles y realistas, tal como ella los imaginaba.
El consenso solo puede lograrse desde el respeto mutuo, desde el reconocimiento del valor de las restantes mujeres que intervienen en el proceso, asumiendo, desde la propia disparidad de opinión, las ideas y aportes de las otras. Aunque con dificultades, logramos que las diferencias ideológicas, que eran muchas, enriquecieran nuestro diálogo, hubo escucha y aceptación de la diferencia, llegamos a grandes y pequeños acuerdos, creo que nos sentíamos, en cierta forma, privilegiadas por poder crear algo que pensábamos trascendería.
Hace poco me decían que Tere Ramos había marcado una impronta importante en estos posgrados y yo añadiría que en el CESMECA. Si de algo Tere se sentía orgullosa era de que ella había sido la primera académica de esta institución que trabajó el tema de género. Que la primera investigación sobre la discriminación de género y ausencia de poder de las mujeres en la UNICACH, la llevó a cabo ella. Abrió el camino institucional, fue representante en la Red de Género de la Región Sur-Sureste (REGEN) de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), y solía añadir riendo, “sin todo esto, estos posgrados no existirían”. Nunca negó la importancia de las otras protagonistas en todo el proceso. La idea de hacer un doctorado feminista provino de Mercedes Olivera. La presencia y el apoyo incondicional de Alain Basail, entonces director de la institución, permitió que esto fuera haciéndose poco a poco realidad, hasta conseguir finalmente la aprobación para crear en el CESMECA unos estudios de posgrado de “género y feminismos”.
A él lo sabíamos comprometido con los posgrados y teníamos la confianza plena en que no iba a haber interferencias con lo que decidiéramos, por lo que desde las primeras sesiones de este proceso de diseño que les cuento, la palabra “género” se fue al olvido. Todas nosotras considerábamos que el género fue muy útil e importante en sus orígenes, no hay que olvidar la marcada relación que esta categoría de análisis estableció con la desigualdad de poder entre los géneros, pero considerábamos que, en la actualidad, el concepto había quedado muy desvalorizado por el excesivo y mal uso que se hizo del mismo desde los órganos del poder. El género estaba —está todavía— de moda y ya no es esa herramienta conceptual que develaba la desigualdad y la discriminación contra las mujeres.
Con la flexibilidad que imprime el viento en el sauce, con la firmeza de la roca, Tere Garzón y yo logramos finalmente consensuar un documento que primero se presentó a esta institución, y hay que decir con la ausencia marcada de una parte de sus investigadores e investigadoras, clara muestra del distanciamiento frente a esta loca aventura, aunque sí hubo la suficiente asistencia para poderlo aprobar y que los posgrados iniciaran su recorrido. También hubo aportes, entre ellos estaban que se mencionara en los objetivos a hombres y mujeres y se añadiera el tema de las masculinidades, algo en lo que Tere siempre estuvo muy interesada. Las masculinidades no levantan muchas pasiones entre un amplio sector feminista. Otras, y Teresa Ramos era un buen exponente, creen que son necesarias para el avance y la lucha de las mujeres. Este era uno de los puntos en que más firmemente creía y entre los que había cedido para lograr el consenso. La otra Tere se había mantenido firme en ese punto que, como les digo, es muy polémico entre determinados sectores feministas. Tere Ramos había dirigido tesis, estando en los posgrados de Ciencias Sociales, enmarcadas en estas temáticas y tenía amigos que eran destacados expertos en masculinidades. Había cedido en este punto, como en otros muchos durante las discusiones, pero este punto en concreto había quedado reescrito en el documento y la recuerdo, “terca como era”, hablándome de este tema en una de las últimas cenas en casa. Así era nuestra amiga, la colega solidaria que vivió los vaivenes de la vida, que cedía una parte importante de sus creencias para llegar a acuerdos y asentar los que valoraba más importantes. Al igual que, aunque quizás más a regañadientes, hicimos Mercedes Olivera, Teresa Garzón o yo. Todas teníamos unos sueños dispares y particulares sobre cómo deberían ser los posgrados ideales, pero todas coincidíamos en un sueño común, llevar a buen puerto lo que un día habíamos pensado que era posible: que el CESMECA diera cobertura a los primeros posgrados feministas de maestría y doctorado de México. Se logró entre firmezas, flexibilidades y terquedades de todas, y de cada una en particular.
Para finalizar, me gustaría leer unos versos de una poetisa que me gusta mucho, que, con palabras sencillas, suele aportar ideas para el análisis y la reflexión. Hablo de Wislawa Szymborska, la premio nobel polaca, y el poema se llama “La mujer de Lot”.
- Dicen que miró hacia atrás por curiosidad.
- Pero yo podría haber tenido otras razones aparte
- de la curiosidad.
- Miré hacia atrás por pena de una fuente de plata.
- Por distracción mientras me ataba el cordón de
- mi sandalia.
- Para evitar seguir mirando el justo cuello
- de Lot, mi esposo.
- Por una repentina certidumbre de que si yo
- hubiera muerto
- él ni siquiera habría atenuado su marcha.
- Por la desobediencia de los humildes.
- Alerta a la persecución.
- Repentinamente serena, esperanzada de que
- Dios hubiera cambiado de parecer.
- Nuestras dos hijas ya estaban casi en la cima
- de la colina.
- Sentí la ancianidad dentro de mí. Lejanía.
- La futilidad de nuestro vagar. Somnolencia.
- Miré hacia atrás mientras dejaba mi atado en
- el suelo.
- Miré hacia atrás por miedo de dónde poner a
- continuación mi pie.
- En mi camino aparecieron serpientes,
- arañas, ratas de campo y buitres jóvenes.
- Entonces no había justos ni malvados —simple
- mente todas las criaturas vivientes reptaban y
- saltaban en medio de un pánico común.
- Miré hacia atrás por soledad.
- Por vergüenza de que estaba huyendo.
- Por un deseo de gritar, de volver.
- Justo cuando una súbita ráfaga de viento
- me deshizo el peinado y me levantó mis vestidos.
- Tuve la impresión de que lo estaban viendo todo
- desde las murallas de Sodoma
- y estallaban en risas sonoras de vez en cuando.
- Miré hacia atrás por rabia
- para gozar de su gran ruina
- miré hacia atrás por todas las razones que he
- mencionado.
- Miré hacia atrás a pesar de mí misma.
- Fue sólo una roca que se desprendió, resonando
- bajo los pies.
- Una repentina grieta que cortó mi camino.
- Al borde un hámster correteó parado en sus
- patas traseras.
- Fue entonces que miramos los dos hacia atrás.
- No, no. Yo seguí corriendo,
- repté y gateé hacia arriba,
- hasta que la oscuridad me aplastó desde el cielo,
- y con ella, grava ardiente y pájaros muertos.
- Por falta de aliento me balanceaba repetida
- mente.
- Si alguien me hubiera visto podría haber pensa
- do que estaba bailando.
- No se descarta que mis ojos hayan estado
- abiertos.
- Podría ser que siento mi cara vuelta hacia la
- ciudad.3
El Génesis no menciona el nombre de la mujer de Lot; la reduce a su papel de esposa y la describe con un estereotipo clásico de las mujeres, que somos curiosas, pero el poema nos brinda muchas otras lecturas. Yo pienso que les conté mi verdad, pero a lo mejor mis amigas tienen otras. La verdad no es solo un arma cargada de futuro, parafraseando a otro poeta,4 sino que además tiene múltiples aristas. Entonces, ¿cómo establecemos un consenso habiendo, como nos muestra este texto, tantos diferendos?
Sobre todo, este poema me gusta pensando en las que van iniciar esta aventura que festejamos, para que recuerden, cuando reflexionen durante sus proyectos de investigación, que puede haber “miles de variables” tras cada determinado acto social. Pero, también, porque creo que, aunque tengamos “miles de diferencias”, los espacios los ganamos, construimos y legamos, trabajando y luchando juntas.
Muchas gracias.