[0000-0002-0645-0913 Susan Campos Fonseca[*]
Una tesis usual en la modernidad (por ejemplo, Habermas, 1989) es que con el proceso de secularización/racionalización se ha producido una pérdida de la unidad cultural y la separación de las esferas de valor. En su conocida tesis de las dos culturas, el científico y novelista C.P. Snow (1959) reflexiona sobre uno de los resultados de esa ruptura: la incomunicación entre las ciencias y las humanidades. Diez años más tarde, Wolf Lepenies reformula esa tesis y plantea que, con la irrupción de las ciencias sociales, se ha producido una nueva escisión entre los saberes, lo que ha dado lugar a “tres culturas”: ciencias naturales, humanidades y ciencias sociales. Este sociólogo alemán señalará además una tensión irresuelta al interior de las ciencias sociales, las que tenderán a moverse pendularmente, según el tiempo y el lugar, entre las humanidades y las ciencias naturales, entre las tradiciones positivistas y las hermenéuticas, entre los métodos cuantitativos y los cualitativos.
Estas tesis pueden complementarse con el influyente informe “Abrir las ciencias sociales”, elaborado por la Comisión Gulbenkian (1996), formada por dieciséis académicos de esas “culturas” y dirigida por Immanuel Wallerstein. Este documento reconstruye el proceso de formación histórica de las disciplinas en el campo de las ciencias sociales a partir de tres ejes construidos desde occidente: en un eje temporal, se diferencian las disciplinas orientadas a estudiar el presente y aquellas que se ocupan del pasado; en un eje geográfico, se identifica la separación entre las disciplinas orientadas a estudiar las sociedades “complejas” o “modernas” (europeas) y aquellas que se ocupan de las sociedades “simples”, propias del mundo “premoderno”, y también las que trabajan sobre las “grandes civilizaciones” del pasado (extraeuropeas); finalmente, se introduce un hiato entre las disciplinas que estudian a los grupos o colectivos y las que se centran en los individuos.
Este proceso se separación de los saberes en dos niveles —el de las “culturas” y el de las “disciplinas”—, que se desarrolla en la Europa decimonónica y se difunde hacia el resto del mundo como un modelo canónico sobre el que se estructura la institucionalidad académica, viene siendo cuestionado desde hace varias décadas. Por ejemplo, fue debatido mediante la conformación de los llamados “estudios de área” en los Estados Unidos de la posguerra, cuando ese país afirmaba su dominio imperial sobre Occidente y sus satélites. También la división “cultural” y disciplinaria se va difuminando en las sociedades modernas con el surgimiento de los estudios temáticos, que tienden puentes entre los distintos saberes para construir un saber específico sobre un tema —verbi GRATIA, estudios culturales— o sobre una población en particular —estudios sobre juventud, por ejemplo—.
Más recientemente, los fundamentos coloniales que sustentan la separación de las “culturas” y las “disciplinas” han sido puestos en cuestión, tanto en Occidente como en otras regiones del planeta, las cuales estuvieron —y en general aún lo están— en posiciones “periféricas” o “subalternas” en relación con Occidente. Los cuestionamientos internos a Occidente han sido en general agrupados bajo la discutida categoría de “posmodernidad”, tendencia que, pese a su heterogeneidad, tiene entre sus rasgos comunes el haber puesto en entredicho esas divisiones. Los pensadores posmodernos han postulado la necesidad de llevar adelante procesos de hibridación de los saberes, el indisciplinamiento de los conocimientos y la reivindicación de los saberes “ordinarios”. En sus versiones más extremas, han cuestionado —a riesgo de caer en el “todo vale”, según sus críticos— los cánones occidentales establecidos como criterios universales para validar y valorar la producción de conocimiento “racional” en las tres “culturas” académicas.
Desde fuera de Occidente son conocidos, por ejemplo, los estudios críticos de Edward Said sobre los “orientalismos” (1990) y las relaciones entre “imperialismo y cultura”, así como los “estudios subalternos” surgidos en la India (por ejemplo, Guha, 2002). Las elaboraciones sobre la poscolonialidad, la decolonialidad, la altermodernidad y otras tendencias afines, en diálogo muchas veces tenso con las propias disidencias epistémicas dentro del mundo occidental, como los feminismos o los estudios culturales, no solo han cuestionado el occidentalismo dominante en las “tres culturas” y sus disciplinas, sino que también han reivindicado, bajo la categoría de “epistemologías del sur”, esas “formas otras” de saber y producción de conocimiento, con arraigo en las tradiciones locales y con frecuencia también reivindicando un posicionamiento crítico y comprometido con las poblaciones subalternizadas (ver, por ejemplo, De Sousa y Meneses, 2014). Estos diversos planteamientos han reivindicado los saberes locales, muchas veces condenados por las humanidades, las ciencias naturales y las ciencias sociales occidentales, al estatuto de “no saberes”, de “mitologías”, de “brujerías” o de “sentido común”.
Todas estas críticas, cuestionamientos, desobediencias y subversiones a las “culturas” y las “disciplinas” conformadas en Occidente y diseminadas por el mundo, atraviesan las prácticas académicas contemporáneas en nuestras latitudes latinoamericanas, en mucho enmarcadas aún en estructuras institucionales heredadas del pasado colonial. Por ejemplo, la Universidad de Costa Rica (UCR), donde los autores laboramos como docentes e investigadores, mantiene una estructura por áreas y facultades, en cierto modo como resultado de la división entre “culturas” ya señalada. Esas unidades, a su vez, se subdividen en escuelas y programas de posgrado, principalmente disciplinarias (en bachillerato, licenciatura y, parcialmente, maestría) o por área (doctorado, en general). Esa estructura también se refleja, con matices, en el área de investigación, materializándose en institutos (usualmente, definidos por áreas) y centros (disciplinarios y, como ocurre con algunas maestrías, también temáticos).
Se evidencia así un “desfase” entre el debate académico, que introduce cuestionamientos a las “culturas” (áreas) y a las disciplinas, y las estructuras institucionales, que en buena parte se mantienen fieles a esa herencia occidental y moderna. Con el fin de atenuar ese desfase, las en general rígidas estructuras universitarias han sido gradual y desigualmente permeadas mediante la creación de unidades “especiales”, sean docentes (sobre todo a nivel de doctorado), de investigación (mediante programas o espacios de estudios avanzados) o de acción social (antes llamada extensión). Pero también las unidades ya existentes han ido paulatinamente estableciendo algunas líneas de acción para incorporar esas reflexiones y prácticas epistémicas en su estructura normativa y en su quehacer cotidiano, tendiendo puentes entre “culturas” y “disciplinas”.
Precisamente en este último sentido, en años recientes se ha producido un acercamiento entre el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS, unidad de investigación creada en 1975 con un enfoque interdisciplinario en el campo de las ciencias sociales) y el Instituto de Investigaciones en Artes (IIArte, creado en 2014, con una visión interdisciplinaria en el campo de las artes). Siguiendo a Lepenies, podría afirmarse que mediante este acercamiento se está produciendo, al menos parcialmente, un movimiento pendular de las ciencias sociales que se practican en el primer instituto, hacia las humanidades, que se realizan en el segundo. Estos acercamientos iniciales se han realizado mediante colaboraciones en la organización de foros académicos, visitas de expertos, elaboración de dosieres para revistas académicas, apoyo cruzado en evaluación por pares de artículos y proyectos de investigación, avanzando paulatinamente hacia la elaboración de propuestas para la creación de redes internacionales de cooperación académica.
La preparación y publicación del dosier que hoy presentamos, en colaboración con la revista LiminaR. Estudios Sociales y Humanísticos, con la que compartimos el interés por vincular los estudios sociales con los estudios humanísticos, es uno de los resultados de ese aún tímido pero fructífero acercamiento entre ambos institutos y la proyección de ese vínculo hacia instituciones académicas afines de otros países, como el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (CESMECA-UNICACH), situado en San Cristóbal de Las Casas, al sur de México, así como con la Universidad Tres de Febrero (UnTreF), en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Entre las actividades conjuntas entre el IIArte, el IIS y la UnTreF, que dieron como resultado los artículos reunidos en este número de LiminAR, es importante mencionar el I Encuentro sobre Ciudades Creativas y Gentrificación (San José, mayo 2018) y el II Encuentro de Ciudades Creativas: Geobiopolíticas Audiovisuales e Investigaciones Sociales (San José, junio 2019).
A esos encuentros se suman otras colaboraciones, como el foro Ciudad en Disputa: Entre la Gentrificación, Políticas de Renovación Urbana y Arte, celebrado en el marco de las X Jornada de Investigación del Instituto de Investigaciones Sociales de la UCR —con la colaboración del Centro de Investigaciones Antropológicas de la misma universidad—, así como las muestras Opacidades de una Calle Excesivamente Luminosa (San José, agosto de 2018), Psicofagias Urbanas. Cuerpos, Afectos, Recorridos (San José, mayo de 2019) e Invadir/Resistir, coorganizada con la Red de Centros Culturales de España en Buenos Aires, Argentina (junio de 2019) y San José, Costa Rica (octubre de 2019). Se participó también en el International Symposium Sounds of Turism Mapping the Sounds of Lisbon’s Tourismscapes (Lisboa, febrero de 2019) y en las Jornadas de Investigación sobre Decolonialidad y Arquitectura en las Américas (Tampico, México, noviembre 2019), lo que llevó a la conformación de una red entre artistas e investigadores/ as a nivel latinoamericano e internacional que realizan estudios afines.
Esas colaboraciones y redes continúan su andar hoy con esta publicación, con la cual esperamos aportar al avance de las reflexiones epistemológicas que se desarrollan en los márgenes e intersticios, así como a la construcción de redes y comunidades académicas abiertas y transfronterizas.
En lo que sigue de esta presentación, nos concentraremos en los artículos que conforman este número de LIMINAR, no sin antes referirnos al proyecto a partir del cual en buena parte se ha generado una densa trama de reflexiones colaborativas, como veremos a continuación.
Los artículos de Iván Sanabria y Jose Pablo Ureña, Rodolfo Rojas, Claudia Valente, Mariela Yeregui y Susan Campos son resultado del proyecto de investigación “B8140 La ciudad creativa como vía para el desarrollo: una exploración de San José (Costa Rica) desde los estudios urbanos y las geo(bio)políticas audiovisuales” (2018-2019), inscrito en el IIArte. El proyecto tenía como propósito potenciar la producción de conocimiento conjunto, comparado y crítico entre los estudios urbanos y la investigación artística a partir de las “geo(bio)políticas audiovisuales” en San José, bajo el modelo de “ciudad creativa”. El concepto de “geo(bio)políticas audiovisuales” fue propuesto con el objetivo de reunir geopolítica y biopolítica. En este caso en particular, de forma preliminar, la geobiopolítica audiovisual remite a las prácticas creativas, culturales y artísticas que, dadas en contextos urbanos particulares de Centroamérica, configuran escenarios, redes y agentes que aportan a la producción de territorialidades, corporalidades y experiencias estéticas enmarcadas en lógicas de poder y discursos de verdad que proponen como cimiento de la experiencia urbana —es decir, construir y ser construido por la ciudad—, sumando la “creatividad” entendida como una “estructura estructurante” siempre en devenir.
En relación con las “ciudades creativas”, el proyecto partió del concepto desarrollado por Charles Landry, a saber: “encouraging a culture of creativity in urban planning and solutions to urban problems. It has become a global movement that inspires a new planning paradigm for cities and it is related to the concept of learning cities” (Landry y Bianchini, 1995). También se consideraron los estudios sobre la llamada “clase creativa”, por ejemplo, las propuestas de Richard Florida (2002) y afines. Fue de especial interés para este proyecto considerar cómo el concepto fue constituido en categoría por la UNESCO en 2004, para articular una Red de Ciudades Creativas que buscaba fomentar el aprovechamiento del potencial creativo, social y económico de las colectividades locales, con el objetivo de promover la diversidad cultural.1
Consecuentemente, nuestro propósito era proponer desde la investigación artística un estudio geopolíticamente situado que tomara en consideración las particularidades del contexto latinoamericano, partiendo de San José, capital de Costa Rica, como ciudad articuladora de tejidos contingentes. Se desarrolló un marco teórico y un estado de las áreas de investigación que permitió considerar desde la investigación en arte el programa de ciudad creativa promovido por la UNESCO, cuyo propósito es fomentar el desarrollo social y económico a través de las industrias culturales y creativas. El aporte de los estudios sobre “geo(bio)políticas” audiovisuales como una propuesta innovadora propició una articulación transdisciplinar entre los estudios urbanos, los estudios sonoros, los estudios visuales y las estéticas decoloniales.
Este número reúne parte de la memoria audiovisual producida por el proyecto, y los resultados de las actividades científicas organizadas entre las investigadores e investigadores y las instituciones colaboradoras. El modelo de ciudad creativa propuesto por la UNESCO fue analizado desde el contexto en cada artículo, considerando cómo la centralización influye en los objetivos de las industrias culturales y cómo las políticas de regionalización de las universidades públicas latinoamericanas pueden influir en la descentralización de los modelos de desarrollo propuestos por la ciudad creativa en espacios urbanos y rurales.2
Este número de Liminar se sostiene sobre la necesidad de teorizar, sistematizar y accionar, desde las industrias creativas y las prácticas artísticas, lo que supone “abrir” los ángulos de intervención e interpelación, de reflexión y quehacer político. Se hace necesario entonces estudiar posibilidades de investigación, innovación y desarrollo viables que tomen en consideración la realidad actual de nuestros países, motivando la búsqueda de vías alternativas de producción que fomenten el empoderamiento de las comunidades, y no la dependencia, tanto a nivel de producción de conocimiento y saberes, como en la innovación.
Las áreas de construcción de conocimiento reunidas aúnan los estudios urbanos, entendidos como resultado de la integración de conceptos y metodologías de diferentes disciplinas académicas, como la antropología, la economía, la historia, la ciencia política, la sociología, entre otras, con el objetivo de estudiar las ciudades, las regiones metropolitanas y los paisajes urbanos y suburbanos (Gottdiener, Budd y Lehtovuori, 2015). Los estudios sonoros también son resultado de un pensamiento transdisciplinar, y consideran: “the material production and consumption of music, sound, noise and silence, and how these have changed throughout history and within different societies, but does this from a much broader perspective than standard disciplines” (Pinch y Bijsterveld, 2004).
Los estudios visuales que, como indica José Luis Brea, surgieron:
en torno al cambio de milenio como un entrecruce de disciplinas —la Historia del arte, la Estética, la Teoría fílmica, los Estudios culturales, la Teoría de los medios, la Cultura visual, los Estudios poscoloniales y de género...—, responden a la necesidad de analizar un ámbito de importancia creciente en las sociedades contemporáneas: el de la visualidad, en el que intentan dar cuenta, sin restricciones disciplinares, de los procesos de producción de significado cultural que tienen su origen en la circulación pública de las imágenes. Podríamos, así, describirlos como aquellos estudios que tratan de “la vida social de las imágenes”, analizando los procesos de la construcción cultural de la visualidad (Brea, 2005).
Los estudios urbanos, sonoros y visuales serán pensados desde “estéticas decoloniales” herederas de diversas tradiciones críticas, como la teología de la liberación, la teoría de la dependencia, los estudios culturales, los estudios subalternos, la teoría poscolonial, entre otros. El “giro descolonial” se entenderá como una “desobediencia epistémica” (Mignolo, 2010) capaz de articular, desde diversos campos de producción de conocimiento e intervención social, el propósito de pensar genealogías y ontologías que nos son propias, en conexión con las historias locales y globales, en contraste con la experiencia moderna eurocéntrica. Deconstruyendo todo tipo de “universal”, incluyendo los que se asocian a las definiciones de arte, estética, subjetividad, objetividad, cultura, ciencia y ciudad.
En “Bitácora Zombi, prácticas del dibujo de paisaje en San José. Visualidad, imagen y desplazamiento por la ruina moderna en Instagram”, de Rodolfo Rojas, se abordan aspectos teórico-prácticos de la Bitácora Zombi como acto narrativo y representativo del paisaje arquitectónico y urbano de San José, Costa Rica. El artista reflexiona sobre la reconfiguración de la construcción visual de la realidad a partir de nociones como: ciudad posmoderna, hauntologías, ecología zombi, ruina moderna, turismo negro y ecología del miedo, a partir de la mirada urbana propuesta por el flâneur creativo mediante el andar figital (físico y digital) ejercido por derivas geolocalizadas, y la elaboración de un dibujo creativo del entorno transformado en cuaderno y documentación de viaje, que se subió a la red social Instagram, como arte urbano en línea.
En “Psicofagias urbanas: cuerpos, afectos, recorridos”, el psicoanalista Iván Sanabria y el artista Jose Pablo Ureña describen un proyecto de experimentación artística y de investigación académica que se plantea, como una forma de resistencia frente a los modos hegemónicos de producir conocimiento, una metodología de investigación transdisciplinar que articula las artes y las ciencias sociales para el estudio y la producción de sentido en el espacio urbano. De allí surge el concepto de “psicofagias urbanas”, que alude específicamente a un devorar y digerir implicado, corporeizado, que deviene emocional y psicogeográfico. Precisamente con este concepto, Jose Pablo Ureña desarrolló una serie de dibujos reflexivos e innovadores de los cuales algunos fueron seleccionados para articular las secciones de este número de LIMINAR y componer un bello correlato visual que explora con una extraordinaria sensibilidad las dinámicas y los imaginarios urbanos mediante herramientas audiovisuales.
En “La autoría comunitaria como estrategia para tejer redes alternativas a las del orden hegemónico”, Claudia Valente propone que estudiar las conductas naturales situadas habilita un modo de territorializar la práctica artística y producir en autoría comunitaria. Para entender este modo de producción, presenta el proyecto “Herbario silvestre de América del sur en tiempos de neoliberalismo”, en el que se deconstruyen los procesos de los elementos de la naturaleza para entender su estructura, la organización de la colaboración transdisciplinar y el enraizamiento territorial, analizando cómo los formatos comunitarios presentan sistemas complejos cuyos nodos pueden situarse en un territorio y adaptarse al fluir de las construcciones ideológicas.
En “Tecnopoéticas subalternas (o algunos apuntes para desandar territorios)”, Mariela Yeregui argumenta que el campo de las prácticas artísticas tecnológicas latinoamericanas habilita debates y discusiones en torno a categorías tales como “mestizo” o “híbrido” a partir de su condición de imbricación entre la centralidad tecnológica y las “prácticas situadas”. Los discursos de la tecnocultura, marco en el que estas producciones tienen lugar, suscitan replanteamientos en los/as artistas locales, para quienes la centralidad tecnocientífica debe ser objeto de fricción y de desarme crítico. La artista propone examinar algunos proyectos tecnoartísticos en el ámbito latinoamericano que aportan una mirada decolonial en relación con el diálogo arte-tecnología.
En “Sonoridades supervivientes”, Susan Campos emplea un marco teórico que aplica el concepto Umwelt propuesto por el biólogo Jacob von Uexküll, junto al de Pathosformel del historiador Aby Warburg, de quien proviene también la idea de “imagen superviviente”, a través de Georges Didi-Huberman. Esta idea se transforma aquí en “sonoridad superviviente” a partir de los estudios sonoros como posibilidad metodológica. La ciudad se convierte en umwelt (mundo vivido), habitada por Pathosformel (fórmulas de Pathos), las cuales se manifiestan en “sonoridades supervivientes” que pueden reconocerse como ethnoepistemes, en este caso, manifiestas en imaginarios estéticos y epistémicos occidentales, acerca de un “saber otro” del pueblo bribri-cabécar, comunidad indígena superviviente en Costa Rica.
En “Reconquista urbana en América Central: acciones del Banco Interamericano de Desarrollo en la producción urbano-territorial en Costa Rica y Panamá”, incluido como apertura a este número, Andrés Jiménez explora las acciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en la transformación de los territorios urbanos desde un urbanismo neoliberal, centrado en la creación de condiciones para la atracción de inversiones internacionales, realizando un estudio documental sobre los diagnósticos y los planes de acción para las ciudades capitales de Costa Rica y Panamá.
Si Jiménez realiza una aproximación a las acciones macro de un ente financiero internacional que promueve un modelo urbanístico neoliberal, en “Sentipensar los parques. Modelo de gestión de involucramiento comunal con enfoque participativo”, Natalia Caro Bernal presenta un ejemplo de un proceso de construcción colectiva y participativa de la infraestructura urbana pública en un espacio comunitario. El artículo describe los alcances, las conclusiones y las recomendaciones para desarrollar, de manera colectiva, un diagnóstico participativo mediante un acercamiento sentipensante al espacio público desde la concepción del sociólogo Orlando Fals Borda. El tratamiento analítico se presenta desde la teoría de las representaciones sociales, la identidad y el HABITUS, y la teoría del análisis de redes mediante técnicas que permiten mapear aspectos sobre diferentes prácticas y fenómenos sociales para conocer los recursos con los que se cuenta a la hora de desarrollar proyectos y programas para incidir en políticas públicas.
En este número de Liminar se incluyen otros artículos sobre temas de interés y actualidad. Es el caso del artículo “Megaproyectos a consulta: ¿derechos o simulaciones? Experiencias en México”, de Giovanna Gasparello, quien trata de la imposición de megaproyectos extractivos y de infraestructura por gobiernos y empresas, lo que menoscaba las prioridades de las poblaciones que viven en los territorios afectados, aún cuando existe legislación que protege los derechos de los pueblos indígenas y el derecho a la consulta previa, libre e informada. El objetivo de este ensayo es discutir oportunidades y riesgos en los procesos de consulta a los pueblos indígenas a partir de la observación y el análisis de algunos casos paradigmáticos en México, entre ellos los más recientes como el Tren Maya y el Corredor Transístmico.
Otra contribución, que también se relaciona con los pueblos indígenas de México es “Zoques de Chapultenango, Chiapas, y la migración a Estados Unidos”, de Fortino Domínguez. Este artículo parte de la constatación de que la historia contemporánea de los zoques de Chapultenango, Chiapas, se caracteriza por la dispersión (diáspora) de sus miembros, realizada mediante diversos desplazamientos territoriales, flujos migratorios y desastres naturales. El autor describe los procesos migratorios transfronterizos que han llevado a cabo los zoques desde la década de los noventa del siglo XX al estado de Massachusetts, en Estados Unidos, prestando atención a los nichos laborales en los que se han insertado, así como se evidencian los mecanismos de comunicación, contacto e inversión que mantienen con la comunidad de origen, mostrando los mecanismos de reproducción cultural e identitaria que los migrantes despliegan en el nuevo lugar de residencia.
Por su parte, Sergio Echeverry, Juan Pablo Zebadúa y Héctor Rolando Chaparro contribuyen en ese número con el artículo “Jóvenes y participación política flexible: cooperativismo en tiempos del capital hipermóvil”. Con base en un estudio etnográfico, muestran cómo las sociedades cooperativas dedicadas al mejoramiento social operan como un recurso empleado por algunos sectores de jóvenes para insertarse laboralmente en un orden social condicionado por las dinámicas de un capitalismo global hipermóvil, así como para emprender luchas contra las desigualdades que se producen en los dominios material y simbólico. Se expone que para agenciar sus proyectos, estos jóvenes operan bajo una lógica flexible que traza relaciones circunstanciales de interdependencia con los actores de la política tradicional —partidos políticos, instituciones gubernamentales, etcétera—, con los cuales sin embargo mantienen un distanciamiento.
La siguiente contribución también se enfoca en la población joven. Se trata de “Prácticas juveniles rurales e indígenas de producción simbólica. El caso de Santa María Atexcac, Huejotzingo, Puebla”, escrito por Noel Pérez y José Arturo Méndez. Como lo establecen los autores, su objetivo es comprender, con base en una aproximación etnográfica, el sentido de las prácticas juveniles de las bandas y bailes sonideros de Santa María Atexcac, Puebla, y conocer los factores que inciden en su aparición, así como los intereses que se persiguen con su continuidad. Se concluye que el sentido de las bandas y bailes sonideros deriva de las tensiones territoriales entre jóvenes y adultos, y que uno de los principales intereses juveniles que generan tal tensión está asociado con la búsqueda de un lugar en el espacio social de Atexcac.
En “El derecho humano al asilo ante la securitización de la migración en México”, Gonzalo Coporo y Silvia María Morales presentan un análisis sociojurídico sobre el asilo y la creciente ambigüedad que esta figura ha adquirido en la histórica tradición solidaria de México hacía las personas migrantes con necesidad de protección internacional. Se efectúa un balance geopolítico sobre la política migratoria de Estados Unidos y México, se contrasta con la evolución del asilo en la normatividad jurídica del sistema universal de derechos humanos y del sistema interamericano, y se relaciona con la normatividad mexicana. Con base en ello se concluye que la figura del asilo debe redefinirse en México y debe otorgársele un mayor alcance en el contexto actual de movilidad humana para considerarlo como un derecho humano, tal como ocurre con otras figuras de protección internacional como el refugio y la protección complementaria.
Una última, pero igualmente valiosa contribución, es “Enfermedad, dolor y escritura en dos poemarios de autoras mexicanas: Margarita Paz Paredes y Rocío González”, firmada por Gerardo Bustamante. El artículo revisa el tema del cáncer a partir de la experiencia autoral que registran las poetas mexicanas Margarita Paz Paredes en Memorias de hospital (1980) y Rocío González en Neurología 211 (2013). Cuestiones como el cuerpo, la memoria, la enfermedad y el tratamiento médico-quirúrgico aterrizan en una escritura del yo para mostrar el límite en el binomio vida/muerte. La escritura en este caso es el recurso para enfrentar la condición de pacientes vulnerables que solo cuentan con la poesía como medio de registro del dolor. Escritura, dolor y enfermedad son una triada indispensable para dejar un testimonio de la relación de las poetas con una enfermedad temida en un tiempo- espacio donde ambas enfrentan realidades adversas en los que serán sus últimos poemarios.
La revista contiene también una sección en la que se incluye un documento histórico: “Las misiones de los dominicos en la provincia de Chiapa. Transcripción del auto ‘Sobre que los religiosos de Santo Domingo, provean de suficientes ministros para las doctrinas que administran. Año de 1656’”, a cargo de Ulises Antonio Gómez.
El número cierra con dos reseñas, la primera sobre el libro de Jesús Morales Bermúdez Variaciones Poéticas de Jaime Augusto Shelley (México: CESMECA- UNICACH, Juan Pablos Editor, 2018), escrita por Ana Alejandra Robles y titulada “Jaime Augusto Shelley: un poeta marginal y excéntrico”; la segunda sobre el libro Espacios Sociales en una región agraria del norte de Chiapas (siglos XIX-XXI), de Sonia Toledo Tello (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas: CIMSUR-UNAM, 2019), aportada por Óscar Javier Barrera, con el título “¿Una microhistoria total de Simojovel?”