[…] Estoy orgulloso de mi sueño, de mi eterno tropiezo y me río en tu cara de lo que buscas y ¡nunca tendrás!
¿No sabes que se necesita conocimiento, perseverancia y edad para envejecer sin madurez? Pero maduro o no estoy harto/cansado de tu compleja simplicidad. ¿Quién te ha dicho que tienes razón, con su “Also sprach” de madurez (forma correcta de hablar)? O ¿Es una ilusión acabada de la cual tú eres la eterna víctima del abuso, el abuso de ‘un mundo cerrado y fatal’?
¡Que cada quien se vaya a donde quiera, que cada quien envejezca como le plazca! Pero a mí, no me digas ¡qué es la libertad!
(Extracto de la canción Quatro Stracci de Francesco Giccini, 1996).
Francesco Giccini compuso esta canción inspirado en la libertad del ser para criticar y denunciar los parámetros sociales que imponen los adultos sobre la racionalidad y el buen comportamiento. En el primer enunciado y en el último se lee el carácter confrontativo, e incluso sarcástico, del soñador, un joven revolucionario, torpe, maltrecho y malhecho. ¡En formación y por lo tanto inmaduro! Un joven que no acepta las normas y las formas de libertad impuestas. ¿Cómo las culturas y sociedades definen el comportamiento de cada grupo de edad? ¿Cómo las instituciones dominantes de cualquier grupo étnico ordenan la conducta de unos y otros?
Al igual que el sexo, la edad fue tomada como principio de organización social en los estudios clásicos de la antropología y fue central en contados trabajos, como en el de Margaret Mead de 1985, titulado Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, donde la autora cuestionó la condición natural de la juventud en este afamado estudio sobre las adolescentes en Samoa. Los resultados de su investigación contradijeron lo que Stuart Hall había establecido en 1915, en su obra Adolescence: Its Psychology and Its Relations to Physiology, Sociology, Sex, Crime, Religion and Education, sobre la adolescencia como condición biológica y universal, un período difícil de crisis y padecimientos. Mead, por su parte, había encontrado que las chicas samoenses experimentaban júbilo en su preparación sexual antes de iniciar una relación de pareja estable. En 1980, Keith inauguró el campo de la antropología de la edad por considerar esta última una condición cultural que permitía relativizar los ciclos de vida en distintos grupos étnicos.
En las ciencias sociales encontramos tres líneas analíticas sobre lo juvenil indígena, algunas contrapuestas, aunque todas con sesgos etnocéntricos, colonialistas, adultocéntricos y sexistas, que argumentan: 1) la inexistencia de la juventud como etapa de vida en los pueblos indígenas y su apenas develada emergencia en tanto producto del capitalismo postindustrial, 2) la invisibilidad de los jóvenes indígenas en los textos clásicos y 3) la incipientemente documentada, pero siempre existente, juventud indígena como categoría social. La primera deriva de la sociología clásica y ve la juventud indígena como producto del capitalismo tardío y de las sociedades posfordistas, es decir, como resultado de los cambios en las comunidades rurales e indígenas y de los procesos de industrialización y urbanización, de las políticas neoliberales del sistema económico mundial y de la alteración de las dinámicas poblacionales. Esta perspectiva ve a estos grupos culturales como estáticos, puros y armónicos, sin cambios ni conflictos al interior de sí mismos ni a lo largo del devenir histórico. La segunda línea proviene de la antropología clásica y sostiene que entre los años cincuenta y mediados de los noventa las etnografías invisibilizaron a los jóvenes porque: 1) el tránsito en los ciclos vitales se daba de la niñez a la adultez y, por lo tanto, no existía una fase intermedia entre los grupos de edad; 2) entonces, no había términos para definir la pubertad ni la adolescencia ni la juventud, y tampoco los etnógrafos conocían bien las lenguas indígenas o las palabras que definían dichos desarrollos biográficos, y 3) al llegar la evangelización, y con ésta la castellanización, la iglesia y la escuela en las comunidades abrieron brechas generacionales que formaron y separaron a grupos de edad y a los agentes de cambio, léase promotores culturales, catequistas y maestros bilingües, todos líderes comunitarios, jóvenes castellanizados y evangelizados. De esta última vertiente abrevó la corriente antropológica institucional mexicana que estuvo al servicio de la línea oficial gubernamental. Finalmente, es importante decir que las etnografías clásicas también invisibilizaron a los jóvenes indígenas porque: 4) hubo una triple marginación por parte de los etnógrafos al homologar lo indígena con lo étnico y con la etnia, y a ésta con la cultura, desde una lente culturalista estadounidense que describió a las comunidades indígenas mexicanas como “entes aparte” y unívocos e inmóviles sin distinciones al interior, olvidándose de los niños y niñas y de los y las jóvenes, es decir, de las diversidades etarias y de género. Feixa y González1 explican que esto se debió a que las visiones se enfocaron mayormente en el estudio de las actividades productivas, como la agricultura y la artesanía, sin considerar a los grupos de edad ni sus especificidades. Además, generalmente fueron los varones adultos o viejos -campesinos, líderes, chamanes, curanderos, rezadores y acasillados- los protagonistas de las etnografías.2
La última vertiente, también antropológica, recupera las etnografías en las que los jóvenes estuvieron presentes cuando se documentaron las estructuras de parentesco, las organizaciones sociales, los ritos de paso y las prácticas de cortejo, de noviazgo y prematrimoniales,3 aunque éstas no estuvieron enfocadas en las formas de vivir los ciclos biográficos en cada pueblo indígena en relación con la ancianidad, la adultez, la juventud, la adolescencia o la infancia. A decir de Maya Lorena Pérez, en México sí existieron trabajos pioneros como los de Zingg y Collier,4 quienes documentaron el inicio de la pubertad y los asuntos del cortejo y matrimonio entre los huicholes y los zinacantecos respectivamente. La misma autora menciona cómo, en Chiapas, autores como Córdoba, Báez-Jorge, De la Fuente, Collier, Tozzer y Pozas5 hablaron de jóvenes zoques, tsotsiles y lacandones cuando etnografiaron las organizaciones familiares y de parentesco y prestaron atención a los derechos consuetudinarios, a la moral y al matrimonio.
La visibilización de las juventudes indígenas en México y la centralidad de su estudio se hicieron patentes con mayor claridad durante la segunda mitad de los años noventa y perdura hasta la fecha. Autoras como Maritza Urteaga y Maya Lorena Pérez6 confirman que las dos tendencias recientes en los estudios sobre juventudes indígenas son consecuentes con las previamente expuestas y que una corriente explica lo juvenil en lo étnico como resultado de la modernidad al señalar instituciones productoras de juventud, como la escuela, la iglesia, los medios de comunicación o la migración, mientras que la otra explica lo juvenil indígena como parte integral de los pueblos originarios y registra términos y prácticas rituales de cada grupo etario. Estudios contemporáneos han documentado etapas, procesos, fases y transiciones juveniles entre los mayas-quichés, acatekos, mapuches, ñañus, manchineris, tsotsiles y tseltales, kamaiurás, wichís, purépechas, totonacos y aymara.7 Desde la lingüística, la educación, la historia y la psicología también existen trabajos que abonan a esta línea de investigación revelando ciertos aspectos culturales, ritos de paso y elementos identitarios particulares del transitar juvenil indígena.8 Lo anterior reafirma la necesidad de usar enfoques diacrónicos y transculturales para reconceptualizar las infancias y juventudes indígenas latinoamericanas. Este número se enmarca en esta línea, además de que intenta recuperar la voz y visión de las y los jóvenes de forma dialógica, esto es, desde su conocimiento y producción en sus propios términos, es decir, en su lengua, su cosmovisión y su relación con sus otros.
Encontramos este momento ideal para intentar descomponer y reformular los conceptos de juventud y etnicidad a la luz de las realidades actuales. Las vivencias de los muchachos indígenas dentro y fuera de sus pueblos no pueden entenderse de forma autocontenida o en espacios/mundos herméticos, sino todo lo contrario. Por ello, cuestionamos los acercamientos clásicos e intentamos matizarlos a la luz de nuestros hallazgos, para lo cual nos resultó pertinente retomar la transculturalidad como enfoque ya que las juventudes indígenas contemporáneas se definen desde identificaciones entre fronteras. Lo más novedoso y fértil en términos de instituciones, actividades y cotidianidades parece ser la creatividad cultural que los jóvenes indígenas tienen para presentarse, representarse y crearse a sí mismos no en detrimento de lo tradicional, sino en incremento de ello.
Estudiar la cuestión étnica desde los jóvenes indígenas contemporáneos requiere observar el impacto de la brecha generacional en las estructuras de parentesco y en las dinámicas actuales de los pueblos indígenas, e implica también transformaciones disciplinares con enfoque en los procesos interculturales y en los traslapes identitarios. Esto nos permite entender cómo nuevos sujetos sumamente habilitados para la flexibilización identitaria en las prácticas y en los estilos crean otros modos de hacer y pensarse. Nos preguntamos: ¿cómo surgen o son reconocidos los jóvenes indígenas campesinos y rurales en México?, ¿cómo las y los muchachos del sureste del país, de Centroamérica, el Caribe y otras latitudes rurales y campesinas de América Latina viven la juventud?, ¿cuál es la utilidad de la categoría cultural y analítica “juventud/es indígena/s”?, ¿cómo se construye la juventud entre los pueblos originarios contemporáneos?, ¿qué contenidos significativos de la etnicidad son resignificados y cuáles no? En este número de la revista LiminaR, Estudios Sociales y Humanísticos se ensayan respuestas a estos cuestionamientos desde variados parámetros.
La sección “Artículos” abre con la colaboración de Laura Kropff y Valentina Stella, quienes hacen una seria revisión de estudios sobre juventudes indígenas en América Latina desde una perspectiva histórico-antropológica, ardua faena que implicó la deconstrucción de las categorías juventud y etnicidad. Las autoras nos ofrecen un estado de la cuestión que sistematiza de modo analítico líneas de pensamiento y ejes de discusión. Siguen a ése cuatro trabajos etnográficos, el primero de Maya Lorena Pérez Ruiz, un trabajo sobre las subjetividades de muchachas mayas del Yucatán contemporáneo y sus experiencias al convertirse en mujeres. La autora cuenta histórica y lingüísticamente los modos de transitar a la adultez, a la vez que documenta y otorga contenido significativo al ser joven maya desde la narrativa y el léxico, es decir, revisitando posiciones sociales, apellidos y estructuras familiares para tejer fino el entendimiento de esta etapa entre las y los jóvenes de Yaxcabá.
El siguiente trabajo, de Tania Cruz Salazar, se refiere al cambio generacional entre los tsotsiles, tseltales y choles, quienes viven “otro momento histórico”. La autora defiende que hay otra conducta en este “nuevo tiempo”, el cual marca la pauta del comportamiento de gran parte de los jóvenes indígenas de Los Altos de Chiapas, quienes viven en constante contradicción y conflicto frente a la generación adulta que defiende la costumbre y la vida más tradicional. Los jóvenes, en cambio, defienden sus derechos orientados por un estilo más voluntarioso que se asocia con la soltería, el noviazgo y la diversión. Alejados de la costumbre, pero no de su identidad étnica, las y los jóvenes indígenas retroalimentan su sentimiento de pertenencia al grupo indígena; la autora propone una categoría analítica, lo etnojuvenil, para definir la transformación identitaria frente al mantal.
Continúa el estudio de Ariel García Martínez, quien nos brinda hallazgos etnográficos relativos a la emergencia de las identidades juveniles indígenas en el Totonacapan, tomando como referencia el caso de Coyutla, Veracruz. El autor reflexiona sobre los espacios y posibilidades de acción de estos jóvenes diferenciándolos de los de sus padres, debido a que muchos de estos últimos no se vieron impelidos a migrar ni se confrontaban con sus comunidades al regresar a ellas o con el desarraigo. En este sentido, la educación escolar y la migración son recursos fundamentales para lograr una posición, un futuro que las condiciones económicas les han negado. De esta manera, la articulación con la sociedad nacional y la comunidad global se constituyen en factores que influyen en la gestación de nuevas identidades a través de la educación, la tecnología, el trabajo y la migración.
El artículo de Juan Pablo Zebadúa Carbonell, Martín de la Cruz López Moya y Efraín Ascencio Cedillo contribuye a la línea analítica de las identidades en espacios de transculturalidad desde la producción musical juvenil indígena, una particularidad que ha definido a los grupos rockeros por su sentido contestatario y subalterno. Los autores reflexionan desde lo creativo cultural juvenil, es decir, desde el hacer música local y escribir la lírica con pertenencias y adscripciones indígenas. Aquí vemos cómo el orgullo y la reivindicación étnica se transforman constantemente.
Incluye la primera parte de la sección “Artículos” el trabajo de María Laura Serrano Santos, quien nos ofrece una perspectiva fresca sobre el estilo de vida y la producción de espacios sociales entre los jóvenes sancritobalenses con adscripción indígena. Su trabajo propone hablar de la condición de juventud vulnerable y precaria para entender la reproducción de desventajas que, a su vez, son “superadas” por los mismos jóvenes para crearse y recrearse en lo juvenil en las periferias urbanas.
Ramón Abraham Mena, Juan Iván Martínez y Ariadna Martínez abren la parte miscelánea con un artículo sobre la violencia política en las contiendas electorales de 2015 analizada desde el enfoque de género. Los resultados de la investigación muestran que, tanto en la contienda como en la vida política, las mujeres son vulneradas y violentadas, lo que demuestra la constante reproducción de la inequidad de género tanto dentro de los partidos políticos, como en las campañas electorales y en las elecciones.
En su trabajo sobre la participación de actores locales en las iniciativas de desarrollo rural en una región fronteriza de Chiapas, Ayari Genevieve Pasquier expone la manera en que la condición de clase limita o permite la participación y cómo las relaciones de dominación y sujeción determinan la transferencia de costos en los contextos locales, un asunto de reproducción estructural en términos de la economía mundial. Esta línea de trabajo se retroalimenta con el artículo de Thomas Paul Henderson sobre la reestructuración de los sectores del café y el cacao en México y Ecuador, un estudio que examina las luchas campesinas de ambos países y su relación con la tierra, la producción y la comercialización. En este sentido, el autor teje finamente la vinculación entre lo macro y lo micro, desde la economía, para dar cuenta del modo en que los productores locales de café y cacao lidian con las transnacionales y sus políticas.
Continúan tres trabajos por demás significativos. En el primero de ellos, titulado “Entre la agricultura y el trabajo urbano: dos estudios de caso en la periferia de Xalapa, una ciudad media del estado de Veracruz (México)”, Virginie Thiébaut y Emilia Velázquez exponen la interacción entre la urbe y la ruralidad de dos lugares marginales en Xalapa: Chavarrillo y Tlalnelhuayocan. Estos espacios sufrieron la crisis agropecuaria, por lo que sus habitantes tuvieron que diversificar sus actividades en relación con la ciudad. El siguiente artículo, “Patrones de manejo y negociación por el agua en parajes tsotsiles de la ladera sur del volcán Tzontehuitz, Chiapas, México” de Daniel Murillo y Denise Soares, es un estudio enfocado en el manejo del agua de los tsotsiles asentados en las faldas del cerro Tzontehuitz, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Los autores analizan no sólo los términos de negociación, sino los mandatos culturales y de costumbre que rigen la comunidad para entender cómo se aprovecha y distribuye este recurso natural. Cierra esta sección el texto de Delphine Prunier sobre los dilemas del retorno centroamericano, con un caso de estudio, el nicaragüense. La autora ensaya las nociones de “reversibilidad y recurso espacial” para ilustrar las múltiples lógicas del retorno, así como del proyecto migratorio, desmantelando su linealidad o consecuencia progresiva, y propone verlo como un sistema disperso con destinos y temporalidades circulares y, sobre todo, cambiantes. La apuesta por la multiplicidad ayuda a reflexionar teórica y metodológicamente el asunto de la migración.
La colaboración de Gabriela Canedo, Verónica Ruiz Lagier y María Andrés Francisco en la sección “Documentos” nos ofrece relatos juveniles a partir de entrevistas a profundidad sobre las experiencias de dos jóvenes, una boliviana y una guatemalteca, quienes van construyendo su identidad étnica en el devenir contemporáneo: una mediante la formación escolar y la identidad de género políticamente reivindicada, la segunda a partir de la experiencia del refugio guatemalteco y de su ingreso a la universidad, donde su aprendizaje es atravesado por el ser acateka y hablar castilla en México, su país, siendo de origen guatemalteco.
El número cierra con tres reseñas de obras por demás oportunas: la primera de ellas, escrita por Blanca Mónica Marín, se centra en el libro Trabajo y vida cotidiana de centroamericanos en la frontera suroccidental de México, coordinado por Carolina Rivera Farfán; la segunda, presentada por Sandra Cañas Cuevas, se refiere a la obra de Joe Bryan y Denis Wood titulada Weaponizing Maps. Indigenous Peoples and Counterinsurgency in the Americas, y la tercera, escrita por Alain Basail Rodríguez, analiza el libro Adolescentes en conflicto con la ley ¿Lo residual del sistema?, de Alfredo Flores Vidal.
Los textos de este número de LiminaR. Estudios Sociales y Humanísticos vienen acompañados de cinco obras del reconocido fotógrafo documental Jesús Hernández, natural de Chiapas, quien a lo largo de su trayectoria artística ha centrado su trabajo en la migración, las expresiones juveniles, la urbanidad y las tradiciones de los pueblos indígenas.