A Edelberto Torres Rivas, centroamericano,
razón y pasión, infatigable caballero andante por
el desarrollo de las ciencias sociales en
Centroamérica, siempre insatisfecho y
nunca complaciente.
Hay dos procesos biográficos ineludibles cuando de lo que se trata es de relevar los fundamentos de la condición ética y del perfil académico e intelectual de Edelberto: por un lado, su socialización inicial en el hogar de los Torres Rivas en Guatemala y sus primeras dos décadas y media de vida, y, por otro, sus años en Chile, entre 1964 y 1970.
Cuando nació en Guatemala en 1930, Centroamérica experimentaba el inicio de la crisis económica de esa década y de sus prolongadas y empobrecedoras consecuencias. E igualmente fueron los años en los cuales, para reprimir el malestar social, se establecieron las dictaduras personalistas de Jorge Ubico (1931-1944) en Guatemala, de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944) en El Salvador, quien a fuego y sangre liquidó el levantamiento campesino de 1932, la dictadura de Tiburcio Carías Andino en Honduras (1933-1948) y la de Anastasio Somoza García en Nicaragua (1937-1956), militares todos. Ellos asegurarían la supervivencia, sin cambios significativos, del orden social y político por entonces vigente, agroexportador y oligárquico.
La siguiente década en Guatemala fue la de la caída de Ubico en 1944 y la del inicio poco después de la Revolución de Octubre. Por diez años, entre 1944 y 1954, esta sociedad se convertiría en la divisa del progreso en Centroamérica, con los gobiernos de Juan José Arévalo, 1945-1951, y con el de Jacobo Arbenz, 1951- 1954, abortado por la reacción conservadora interna en íntimo asocio con la Agencia Central de Inteligencia (la CIA), de Estados Unidos.
Torres Rivas vivió intensamente aquellos luminosos días de la Revolución de Octubre que presagiaban, como una alternativa posible, una nueva Centroamérica democrática y en proceso de modernización económica, política y social, a la postre frustrada con la excepción de Costa Rica.
Fue en el marco de este convulso trasfondo histórico en el cual se produjo su socialización inicial. Su madre fue Marta Rivas, oriunda de Chiquimula en Guatemala, maestra. Y su padre, Edelberto Torres Espinoza, de Masaya en Nicaragua, maestro de escuela primaria, profesor después, biógrafo definitivo de Rubén Darío, un incansable y ardoroso luchador contra las dictaduras centroamericanas, principalmente contra la de Anastasio Somoza García, lo que lo condujo a la cárcel y al destierro durante buena parte de su vida. Este fue el ambiente familiar, sencillo y modesto económicamente, pero muy estimulante en lo intelectual, en lo político y en lo ético, que modeló sus valores, normas y las inquietudes personales duraderas de vida. Es decir, el ethos que constituiría su carácter.
Dictadura y democracia han sido dos temas que calarían hondo muy temprano en la sensibilidad de Torres Rivas y que lo han acompañado desde entonces como un anhelo por una Centroamérica libre de autoritarismos. Pero igualmente su conciencia se vio permeada por la aspiración por la justicia social para la población explotada y empobrecida de su país de nacimiento y de la región, lo que en su caso lo hizo inclinarse pronto hacia una perspectiva del cambio social desde la izquierda. Fue un tiempo de grandes ilusiones y expectativas, pero también de una inmensa frustración.
El segundo proceso biográfico de ineludible referencia fue el de sus años en Chile, entre 1964 y 1970. Efectivamente, de Guatemala se fue en 1964 y no retornaría para volver a residir en este país sino hasta más de treinta años después, alrededor del momento en el cual se firmaron los Acuerdos de Paz entre la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y el Gobierno en 1996, hace dos décadas. Como lo afirmó en una entrevista, a propósito de esta extendida permanencia en el exterior: “[...] pude haber venido a quedarme un tiempo, pero estaría muerto. Hubo una época en que aquí, en Guatemala, el que andaba con libros era sospechoso; la muerte de Luis de León fue por eso”.1
En Santiago formó parte de la IV promoción (1964- 1965) de la Escuela Latinoamericana de Sociología (ELAS), dentro de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en donde se diplomaría. Pero quizás lo más importante que le aportó su estadía de varios años en la capital chilena, a lo largo de todo el periodo del Gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei (1964-1970), fueron estas tres cosas: el extraordinario ambiente institucional que existía allí para el desarrollo de las ciencias sociales, por un lado; el clima político e intelectual prevaleciente, muy abierto e inclinado al debate de ideas y de proyectos de reforma social, por otro, y la oportunidad de trabajar en algunas de esas organizaciones, finalmente.
Tenían su sede en la capital chilena la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) -fundada por el Dr. Raúl Prébisch en 1948-, la propia FLACSO, naturalmente, el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES), y las buenas universidades de ese país, la Universidad de Chile y la Universidad Católica, entre otras entidades. Y coincidían allí científicos sociales de una talla extraordinaria.
Este ambiente, con el trasfondo de las expectativas que había despertado inicialmente la ideología del desarrollismo latinoamericano en la posguerra mundial, pero también con las desilusiones que al respecto emergieron en los años sesenta, a lo cual venía a sumarse la Revolución Cubana a partir de 1959 y la propuesta de nuevas alternativas de cambio social inéditas hasta entonces, todo esto, en el terreno de las ciencias sociales, conmovía los análisis y las reflexiones sobre el desarrollo de América Latina.
El “estructuralismo cepalino” en economía -ligado a la monumental personalidad del Dr. Prébisch- y la “teoría de la modernización” en sociología -con el ítalo- argentino Gino Germani liderándola-, constituían los paradigmas interpretativos dominantes en los años cincuenta e inicios de los sesenta. Pero hacia la mitad de estos últimos años, justo cuando Edelberto concluía su maestría en Sociología en la FLACSO, era evidente para algunos que la sociedad latinoamericana parecía orientarse hacia un callejón incapaz de satisfacer las expectativas, económicas y sociales, alrededor de las cuales tantas esperanzas se habían cifrado y empezaban a verse malogradas.
Fue en estos ambientes institucionales, intelectuales y teóricos en los que nutrió su formación sociológica Torres Rivas y frente a los cuales se fue posicionando. En el ILPES trabajó por un tiempo y -aspecto poco conocido del proceso de génesis del “enfoque de la dependencia”, quizás el más creativo y original de los productos de la sociología latinoamericana- en esta institución Fernando Henrique Cardoso conformaría un grupo de análisis y reflexión en torno al tema del desarrollo, que funcionaría entre 1966 y 1967, al cual asistieron regularmente los jueves en la tarde Enzo Faletto -chileno-, José Luis Reyna -mexicano-, Aníbal Quijano -peruano-, Theotonio dos Santos y Vania Bambirra -brasileños-, además de Edelberto y otros pocos colegas más.2
De esos prolongados e intensos intercambios saldría finalmente la obra de Cardoso y Faletto Dependencia y desarrollo en América Latina (1969). Y fue, con base en las actividades de ese grupo, que igualmente Torres Rivas elaboró -exigido como estaba de reflexionar sistemáticamente sobre el desarrollo de Centroamérica para presentar sus contribuciones al grupo de los jueves y nutrir el diálogo- la que sería en verdad su ópera prima y una de sus más influyentes contribuciones, Interpretación del desarrollo social centroamericano,3 aparecida en 1969 en Chile, en el mismo año en que, en México, por Siglo XXI editores, salía a la luz la primera edición del libro de Cardoso y Faletto.
Entonces, si el primer proceso biográfico aquí comentado fue el constituyente fundamental de su ethos en materia social y política, la estadía en Chile fue determinante en la configuración de los elementos decisivos de su orientación intelectual teórica, marxista y “dependentista”, y en su inclinación por la sociología histórica.
Voy a referirme a continuación, como segundo punto, a la obra de producción institucional en las ciencias sociales desarrollada por Torres Rivas.
A partir de finales de 1971, tras un corto periodo en Inglaterra y en México, retornó a residir en Centroamérica. La década de los años setenta resultó de importantes desafíos en la vertiente de la construcción institucional, una de sus inclinaciones. Pero entonces, como después, esto lo hizo a su manera: rara vez permaneciendo por un tiempo muy prolongado en alguna organización, siempre en movimiento, constantemente a la búsqueda de nuevos estímulos intelectuales y académicos, pero proclive invariablemente a brindar su apoyo con generosidad desde cualquier trinchera cuando se trataba de respaldar iniciativas para fortalecer las ciencias sociales centroamericanas.
La Secretaría del Consejo Superior de Universidades de Centroamérica (CSUCA), con sede en San José de Costa Rica, puso a funcionar en 1972 el Programa Centroamericano de Ciencias Sociales. Se le encomendó a Edelberto su dirección. Desde aquí, en estrecho asocio con otros colegas de la región, le imprimiría un impulso modernizador a las ciencias sociales, principalmente a la sociología y la historia, y se desarrollarían varios proyectos de investigación de alcance regional. Como parte del Programa, fundó y apareció también en ese mismo 1972 la importante revista Estudios Sociales Centroamericanos (ESCA), que llegaría a publicar 55 números hasta 1991.
En 1973 contribuyó a crear, junto con Daniel Camacho, la Licenciatura Centroamericana en Sociología con sede en la Universidad de Costa Rica, con pleno respaldo del CSUCA y su Programa de Ciencias Sociales. Mediante ella, se atrajo a numerosos estudiantes de los distintos países del Istmo para que concluyeran su formación en el marco institucional que despuntaba en San José, y que lo hicieran adquiriendo en sus estudios, en algún grado, la fundamental perspectiva regional.
En 1974, igualmente con Camacho y varios otros sociólogos de la región, ayudó a establecer la Asociación Centroamericana de Sociología (ACAS) y organizaron su primer congreso en Costa Rica.
En 1974, una vez más en San José, tendría lugar el polémico XI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), del cual se desempeñaría como secretario general de la comisión organizadora, uno de cuyos ejes de debate intenso fue el enfoque de la dependencia.
En 1978 se responsabilizó por el desarrollo en San José, con alcance centroamericano, del primer posgrado en Sociología, es decir, una promoción de la Maestría Itinerante en Sociología Rural -la que antes se había impartido en Asunción, Paraguay, y en Quito, Ecuador, y que luego alcanzaría a Santo Domingo, República Dominicana, en el Caribe-, patrocinada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
También en 1978 y 1979, junto con otros docentes de la Universidad de Costa Rica, entre ellos Óscar Fernández, propició el surgimiento del Programa Centroamericano de Maestría en Sociología dentro de esta casa de estudios superiores, acreditado desde entonces por el CSUCA.
En fin, que se trató de una década durante la cual dedicó una gran energía, en su dimensión docente y en la de creación de instituciones y apoyo a ellas, al establecimiento de la enseñanza de esta disciplina y a su fortalecimiento.
Al inicio de la siguiente década, la de los años ochenta, se trasladó desde el CSUCA a colaborar con el Instituto Centroamericano de Administración Pública (ICAP), localizado también en Costa Rica. Ahí desplegó tareas de docencia en el nivel de posgrado y en el ámbito de la investigación. Y coordinó dos proyectos, de los cuales uno en particular resultó muy productivo, titulado Evolución del Sector Público en Centroamérica, que dejaría varios libros escritos por él y otros colegas. Estos años fueron extremadamente dolorosos y difíciles para toda Centroamérica, pero también fue un tiempo de parto, al principio indescifrable, que avanzó a puros tanteos, en un contexto internacional muy cambiante: América Latina se enrumbaba hacia la “democracia representativa” mientras que el “socialismo real” en la Unión Soviética y en Europa del Este se derrumbaba.
En realidad, de lo que se trató en América Central durante esa década fue de una lucha abierta y frontal entre proyectos políticos, con la presencia de una multitud de actores nacionales, regionales e internacionales. No podré en esta ocasión extenderme en detalles, pero baste recordar y reafirmar que el inicio de la transición a la democracia y los posteriores acuerdos para alcanzar la paz y apostar por la institucionalización de este régimen como nombre del juego político en cada país centroamericano, a contrapelo de la guerra y del uso de la violencia para imponerse, fue una “resultante histórica” que emergió sin que hubiera sido la primera y más acariciada preferencia de ninguno de los principales actores involucrados en el prolongado y cruento contencioso regional.
En este contexto, al final de su periodo en el ICAP, hacia 1984, fundó en asocio con Gabriel Aguilera Peralta el Instituto Centroamericano de Documentación e Investigación Social (ICADIS) cuya sede estaría en San José. Ya desde antes habían empezado a publicar la revista Polémica, un espacio de encuentro para los académicos centroamericanos de adentro y de afuera de la región. Desde el ICADIS, conforme avanzaba la crisis política y económica, con el apoyo de una donación de la Fundación Ford se pudo emprender el más ambicioso de los empeños que procuraron adentrarse en las causas de la crisis y en las alternativas que se le abrían entonces a América Central. Este macroproyecto de investigación, que reunió a más de veinte investigadores centroamericanos entre los años 1985 y 1987 y que produjo al final numerosos libros y artículos, se denominó Crisis y Alternativas en Centroamérica.
La segunda mitad de los años ochenta fue para Torres Rivas de un infatigable trabajo a favor del desarrollo de las ciencias sociales en América Latina. En 1985 fue nombrado por cuatro años, y luego reelecto hasta 1993, como Secretario General de la FLACSO, con sede en San José. Desde la Secretaría General, Edelberto contribuyó al establecimiento en Centroamérica de tres programas de FLACSO actualmente vigentes -el de Guatemala y el de Costa Rica llegarían luego a ser sedes-: FLACSO-Guatemala (1987), FLACSO-Costa Rica (1992) y FLACSO-El Salvador (1992).
Pero, sobre todo, sus responsabilidades administrativas nunca le hicieron disminuir energías para entregarse también a la investigación. Desde la Secretaría General de FLACSO se propuso, al acercarse el Quinto Centenario del Descubrimiento de América (1992) por los europeos, conseguir fondos de las comunidades europeas y de España para desarrollar otro macroproyecto. Se tituló Historia y Sociedad en Centroamérica y a él se vincularon 32 investigadores entre los años 1989 y 1992. Al inicio de 1993 se publicó por fin una nueva Historia general de Centroamérica en seis tomos (Torres, 1993), con una perspectiva moderna y actualizada, que es hoy de ineludible consulta para los estudiosos de esta región de América Latina. Fue el coordinador general de la obra, y el editor del último de los tomos, Historia inmediata.
Y hacia mediados de los años noventa, justo cuando rondaba los 65 años, una edad en la cual la mayoría de nosotros empieza a considerar la posibilidad de la jubilación, Edelberto por enésima vez realizó un inesperado giro en su vida: al irse concretando los Acuerdos de Paz de Guatemala a finales de 1996, bajo el nuevo clima prometedor que insinuaban, decidió regresar por fin a casa, a su Guatemala querida, de la cual había salido más de tres décadas antes.
De esta manera empezó a colaborar con las instituciones más acreditadas en ciencias sociales del país: con la sede FLACSO de Guatemala, con la Universidad Rafael Landívar y con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en este caso para la publicación de los informes nacionales de desarrollo humano.
Todavía hoy, un día sí y otro también, Edelberto se levanta temprano, hace sus ejercicios físicos de rigor para confrontar los contratiempos que a todos nos va imponiendo la edad y se alista para ir a trabajar a su oficina en el PNUD.
Y se ha mantenido activo, activísimo, como intelectual crítico frente a los acontecimientos de su sociedad, mediante publicaciones en periódicos y otros medios, lo que en la actualidad mantiene con regularidad semanal. Honrar la trayectoria y la contribución de Edelberto Torres Rivas a la modernización y a la institucionalización de las ciencias sociales en Centroamérica, a pesar de las inmensas limitaciones de distinta índole, políticas en lugar destacado, que han prevalecido, es también reivindicar la voluntad denodada por analizar y pensar a Centroamérica desde Centroamérica y hacerlo con una perspectiva regional.
El tercer punto que abordaré es su contribución académica en materia de investigaciones e ideas, acometido de modo en extremo sintético.
La producción escrita del Dr. Edelberto Torres Rivas alcanza hasta el día de hoy la siguiente cuantificación: veintiséis libros como autor o como coautor; otros doce libros como editor o bien como coeditor; cincuenta y cuatro artículos publicados en libros; treinta y un trabajos entre prólogos, introducciones, posfacios, recopilaciones y reseñas, por cierto que los prólogos y las introducciones frecuentemente han sido ensayos muy extensos sobre los temas; y setenta y cinco artículos aparecidos en revistas académicas, lo que hace un gran total de 198 trabajos. Han visto la luz en castellano, inglés, alemán, italiano, francés y portugués. Y lo han hecho por muy prestigiosas editoriales en ciencias sociales, entre ellas el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI editores (México), Editorial Tecnos (España), Cambridge University Press y The Mac Millan Press (Inglaterra), y Westview Press y Lynne Riener (Estados Unidos). Y, por supuesto, en la lamentablemente desaparecida Editorial Universitaria de Centroamérica (EDUCA), que tan importante fuera entre los años setenta y finales del siglo pasado para nuestra región.
Las dos obras más importantes de Edelberto son la que he calificado como su ópera prima, Interpretación del desarrollo social centroamericano (1969), y su libro más reciente, Revoluciones sin cambios revolucionarios (2011), distinguida con el Premio Iberoamericano por la Latin American Studies Association (LASA) en 2013, entidad que ya le había conferido el prestigioso Kalman Silvert Award en 2010 por la trayectoria de toda una vida al servicio del conocimiento de América Latina. En los 42 años que mediaron entre ambos libros han sido muchos los temas desarrollados por nuestro autor. Resultaría prolijo en exceso mencionarlos todos.
La estrategia expositiva que he escogido es la siguiente: voy a relevar cuatro tesis/reflexiones centrales que emergen de sus obras fundamentales. En torno a estas tesis, Torres Rivas ha desarrollado numerosos trabajos, ensayos e investigaciones. Han sido enunciadas igualmente, como se debe colegir, en torno a los temas que han vertebrado en gran medida su quehacer en esta dimensión como académico centroamericano.
La primera tesis se enmarca dentro de una de las cuestiones primordiales, y también predilectas, a lo largo de toda su primera etapa productiva: me refiero a las características de las “relaciones de dependencia” de las sociedades centroamericanas. Y emana de su libro Interpretación del desarrollo social centroamericano.
Cuando en Centroamérica la ilusión de las élites económicas y políticas se difundía alrededor del proyecto de desarrollo que incluía como uno de sus pivotes el Mercado Común Centroamericano establecido en 1960, Edelberto, tan temprano como fue en la segunda mitad de esos años, enunció una crítica profunda sobre los “alcances del proyecto integracionista”.
Su argumento era el siguiente: si bien había habido un importante crecimiento económico en la región durante la posguerra, propiciado por una nueva diversificación y ampliación de la agroexportación, además de la industrialización sustitutiva de importaciones que entonces se promovía orientada al recién fundado mercomún, todo eso sucedía constreñido por las siguientes limitaciones estructurales. En primer lugar, por la transacción política entre la oligarquía vinculada al agro, renuente a la modernización del conjunto de la sociedad, y los industrializadores, un acuerdo político de hecho entre ambos sectores para no modificar lo que Torres Rivas denominaba “el talón de Aquiles” del sistema socioeconómico centroamericano, es decir, el mundo rural, en donde habitaban entonces dos tercios de la población. Aquí prevalecían pautas de elevada concentración de la propiedad, proletarización en aumento pero con alta explotación de la fuerza de trabajo, y patrones productivos muy atrasados en el sector campesino. En segundo lugar, la industrialización para un mercado regional que, si bien al principio fue un proyecto de un sector de débiles élites nacionales, en el momento final de su diseño se conformó para abrir espacio al capital extranjero bajo presión del Gobierno de Estados Unidos, capital de este origen que entonces se convertiría en el principal beneficiado. De esta manera, la industrialización subordinada al capital extranjero, configuradora de una nueva forma de dependencia de la región con respecto a los centros económicos y políticos del sistema capitalista mundial, en concordancia con ese talón de Aquiles que era la estructura del mundo rural, apuntaban a límites prácticamente imposibles de trascenderse. La alternativa habría sido -apuntaba literalmente nuestro autor- “[...] un Estado socialmente fuerte, y por lo tanto capaz de asumir las responsabilidades políticas de una reforma estructural a fondo [...] [pero para esto se requeriría] una sólida alianza de clases a nivel nacional y centroamericano, que hoy no tiene posibilidades de realizarse” (Torres, 1971: 270). El proyecto integracionista de los años sesenta quedaba así condenado a promover una modernización restringida, beneficiaria de los estratos sociales altos y medios de la sociedad centroamericana, pero en modo alguno conducente a un desarrollo capitalista profundo, liderado por el capital nacional y con un impacto social generalizado.
La segunda tesis se localiza en otro de los temas que más ha reflexionado Torres Rivas: los procesos histórico-sociales de formación del Estado nacional en Centroamérica y la estructura del poder en esta región de América Latina: sus causas, manifestaciones y sus efectos sobre la modernización limitada e incompleta de estas sociedades. También, y de manera especialmente destacable, además, el Estado oligárquico y la cultura oligárquica.
Voy a enunciar una de sus tesis limitándome al tema de la oligarquía por sus enormes implicaciones, de larguísima duración, para la sociedad centroamericana, incluso para la de nuestros días. La categoría histórica de “oligarquía” -tan elusiva como multívoca en la literatura sociológica latinoamericana- es precisada así por Edelberto para Centroamérica: “Lo oligárquico alude más que a la forma del Estado y al desarrollo de sus aparatos materiales, al estilo de la conducción político- ideológica de las clases agrarias, basadas en la exclusión ‘natural’ de los dominados y en una identificación sin mediaciones entre los intereses dominantes (los cafetaleros por excelencia) y los más generales, atribuidos a la nación. Una nación construyéndose como una identidad particular alimentada por una cultura excluyente” (Torres, 1981: 84). Y también: “En la constitución de la burguesía oligárquica ambos ejes están presentes, raza y propiedad terrateniente, superioridad sociocultural y explotación económica tradicional, arraigada en una profunda desigualdad de múltiples expresiones. De ahí lo extenso de este patrón de dominación política en el espacio y, sobre todo, en el tiempo” (Torres, 2011: 41).
Efectivamente, un rasgo prominente de la dinámica social e histórica centroamericana ha sido el carácter tan persistente y prolongado que tuvo la dominación oligárquica, con su cultura política propia de exclusión, de desprecio racial, y a la vez de temor frente a lo popular, incluso -o precisamente- cuando dicha dominación se concretó por intermedio de la institución castrense.
La tercera tesis que hoy quiero subrayar está orientada a comprender las causas profundas de la crisis centroamericana de los años ochenta. En un trabajo suyo titulado ”Ocho claves para comprender la crisis en Centroamérica”, incorporado en su libro Crisis del poder en Centroamérica de 1981, propone la siguiente tesis:
El carácter de las luchas sociales que hoy día califican la situación centroamericana como una situación de profunda crisis política, son resultado de un largo proceso de desequilibrios y problemas creados por el crecimiento económico de la Postguerra y nunca satisfechos, pero especialmente son resultado -dichas luchas sociales- de reivindicaciones permanentemente pospuestas, de derechos reiteradamente violados, en suma, de luchas sociales y políticas pacíficas y legales, pero ilegalizadas y reprimidas por el Estado (Torres, 1981: 71).
O, como lo dirá en su libro más reciente Revoluciones sin cambios revolucionarios: “[...] las protestas de la década de los setenta que convergen en el conflicto armado y en la guerra de los ochenta no son plenamente anti burguesas, son formas tardías de expresar un malestar popular anti oligárquico. Se plantean como postreras revoluciones anti oligárquicas” (Torres, 2011: 68-69). Valga entonces recalcarlo: Torres Rivas, a diferencia de quienes han puesto un énfasis mayúsculo en el origen de la crisis de aquellos años en causas de índole económica y social, como la inmensa pobreza y la desigualdad entonces acumuladas y prevalecientes, ha colocado en el centro de su interpretación y de su análisis el carácter eminentemente político de ella, sin desconocer las implicaciones sociales de las transformaciones económicas ocurridas durante las tres décadas de la inmediata posguerra mundial. De hecho, buena parte de la obra Revoluciones sin cambios revolucionarios está orientada a procurar comprender el perfil de los actores sociales que se fueron constituyendo con dichos cambios estructurales. E igualmente esta obra se dirige a aprehender las dinámicas sociopolíticas que fueron conduciendo a estos actores a configurarse como fuerzas políticas capaces por fin de confrontar a un Estado excluyente, un Estado que en varios de los países de Centroamérica, para citar al autor, “siempre fue autoritario y violento” (Torres, 2011: 324).
La cuarta tesis se vincula a la intersección entre el tema de la democracia y el de la izquierda en la sociedad centroamericana actual, con seguridad el de la democracia el predominante en la obra de Torres Rivas a partir de mediados de los años ochenta.
Aparte de haber insistido en la índole de recurso contrainsurgente que tuvo en primera instancia el tránsito a la democracia en nuestra región a partir de los años ochenta, y de haber destacado las limitaciones que de ello se han derivado para unas relaciones de poder menos desfavorables para los sectores populares en la actualidad, los aspectos abordados en sus estudios han sido numerosos. Sus análisis a lo largo de estas décadas han abarcado por lo menos las siguientes cuestiones: ¿cuáles son las democracias posibles en Centroamérica?, ¿qué funciones han venido cumpliendo las elecciones en los distintos momentos históricos y sociedades de la región en las últimas décadas?, ¿cuáles son los desafíos que tienen estas democracias electorales?, ¿cómo se constituyen ciudadanías conscientes y participativas, en sociedades con enormes déficit sociales?, ¿cuáles son los retos de los partidos políticos y del sistema de partidos vis a vis su débil y casi inexistente institucionalidad en el pasado, y de cara también a las funciones que se le exigen en estas democracias?, ¿cuál es la relación entre el Estado realmente existente en Centroamérica y el desarrollo de la democracia?, ¿cuáles son los déficit y los retos en general de la “consolidación de la democracia” en Centroamérica? y, finalmente, ¿cuáles son los desafíos que tiene hoy la izquierda en el marco democrático de esta región?
Y ya para concluir de una manera que resulte estimulante para nuestra reflexión, voy a permitirme recordar estos pensamientos de Edelberto Torres Rivas, expresados en una entrevista que le hicimos en 2008, respecto de qué significa hoy en nuestra región ser de izquierda:
Son un conjunto de convicciones -nos dice-, la primera de las cuales es que la sociedad capitalista funciona mal, distribuye muy desigualmente su producto, excluye, castiga, es violenta. En consecuencia, es una sociedad a la que hay que modificar, en tanto no se pueda cambiar. Ser de izquierda hoy es, en segundo lugar, tener conciencia de que crece el número de explotados y dominados y de que nuevos problemas se suman a los anteriores, el más importante de los cuales es la brutal destrucción del medioambiente que el capitalismo realiza. Y en tercer lugar, sentir y tener la urgencia de que algo hay que hacer, que ya no es la toma del poder ni el socialismo la meta, sino enfrentar los problemas, organizándose y participando en la construcción de una democracia más inclusiva, más orientada a lo social, con un Estado al servicio de la nación y no de los intereses corporativos [...] (Rovira, 2009: 71).
En todo caso, “a los viejos problemas que América Latina tenía -bajos salarios, pobreza, desempleo- se han agregado nuevos problemas -multiculturalidad y migraciones, los relacionados con las reivindicaciones de género, narcotráfico, sida, extrema violencia, etc. [...] Frente a todo esto los partidos de izquierda tienen que reaccionar de una manera creativa” (Rovira, 2009: 74). “Y lo último para el pensamiento de izquierda es tener conciencia crítica de los límites del escenario en que nos movemos [...] Sabemos el punto de partida pero no sabemos a dónde vamos a llegar. En esa duda está la gran interrogante, la opacidad del futuro [...] estamos viviendo [...] un mundo de incertezas [...]” (Rovira, 2009: 71). Y enfatiza al mismo tiempo “[...] pero no será el socialismo autoritario; no será el socialismo totalitario, cuya experiencia fracasó afortunadamente; no será una sociedad con predominio del Estado aplastando a la sociedad y posiblemente no se llamará socialismo” (Rovira, 2009: 71).
Al concluir este elogio de la trayectoria del Dr. Edelberto Torres Rivas, no puedo dejar de mencionar y de visibilizar los enormes apoyos afectivos de que ha gozado Edelberto, de parte de su familia, de sus hijos, y de las personas que lo han querido y lo quieren, para poder haber llevado a cabo esta inmensa tarea como centroamericanista sobresaliente.