Introducción1
El propósito de este artículo es abonar a los debates existentes2 sobre la construcción de un campo de investigación social en educación intercultural
en México. Su aporte se inscribe en una lectura analítica de este campo desde el concepto
de “comunidad epistémica” desarrollado por Peter Hass (1992) y Luis Villoro (2006), un recurso utilizado para “el estudio del papel de las redes de investigadores en
un país y de los expertos en un campo de estudio específico” (Maldonado, 2005a: 1).
La educación intercultural es definida como un concepto polisémico, comodín de los
discursos políticos (Dietz y Mateos, 2011), ambiguo en su semántica (Medina, 2007), o como un concepto semiótico con capacidad de albergar todo tipo de ítems (González, 2013) y de acoger una amplia gama de enfoques teóricos, metodologías y reivindicaciones
políticas de inclusión o diferencia inscritos en dimensiones teóricas, prácticas o
programáticas diversas.
Su significado se articula con su origen. Maya Lorena Pérez Ruiz (2009: 256-257) considera que su emergencia en América Latina se inscribe en “una apuesta éticopolítica
ante la imposición y fracaso de un modelo de nación sustentado en la homogeneización
cultural y lingüística”, y Luis Enrique López (2009: 182-183) reconoce un proceso interactivo en el que “antropólogos y lingüistas en coordinación
con intelectuales y dirigentes indígenas construyeron el imaginario de una sociedad
multiétnica, pluricultural y multilingüe en un momento en que se construía un proyecto
democrático en diversas partes del continente”. López distingue la diversidad de apropiaciones,
marcos teóricos y apuestas políticas que su incorporación adquiere en diversas partes
de América Latina. Para Héctor Muñoz Cruz (2008), la educación intercultural bilingüe en México tiene dos pilares: el indigenismo
oficial y el multiculturalismo de instituciones globales financieras, mientras que
Gunther Dietz y Laura Mateos (2011) apuntan a la heterogeneidad de sus contextos de origen y a las diferentes adscripciones
disciplinarias de sus actores. En su análisis de las “gramáticas discursivas de la
interculturalidad” en un contexto globalizado, encuentran que la gramática de la diversidad
en México mantiene una fuerte influencia ideológica nacionalista e indigenista y señalan,
además, que abreva del multiculturalismo anglosajón y europeo, así como del interculturalismo
latinoamericano.
Al considerar la polisemia del término y la complejidad inherente a su origen, en
este artículo se busca profundizar en la diversidad de actores y reflexionar sobre
los campos de tensiones, alianzas y divergencias que articulan a las comunidades epistémicas
que debaten en torno a la educación intercultural en México.
Para el logro de este propósito, el texto se divide en tres partes: la primera se
enfoca en describir la transición complementaria de la investigación sobre educación
indígena hacia educación intercultural y las coyunturas que permiten su emergencia;
en un segundo apartado se desarrolla una descripción y análisis del campo que articula
a las comunidades epistémicas diferenciadas principalmente por miradas “desde arriba
y desde abajo”3 de la educación intercultural, y se concluye con una reflexión sobre los desafíos
que enfrenta la educación intercultural en las coyunturas político-educativas actuales.
Conformación y desarrollo reciente en el campo
La educación indígena en México y su abordaje como campo de conocimiento especializado
cuenta con un largo trayecto4 (Bertely, 1998b; Ramírez, 2006). En su desarrollo ha profundizado en temas como: las políticas indigenistas o políticas
de identidad (Dietz, 1999; Muñoz, 2001), la enseñanza de las lenguas originarias y las problemáticas inherentes al bilingüismo
(Hamel y Muñoz, 1981; Muñoz, 2002; Hamel, 2000), los libros de texto (Corona, 2008), las apropiaciones étnicas de la escuela (Bertely, 1998a) y el papel de los profesores indígenas como profesionales (Jordá, 2003), participes de la aculturación (Caballero, 1989), intermediarios culturales (Vargas, 1994) o caciques culturales (Pineda, 1993). En la investigación desarrollada durante el último medio siglo destacan los trabajos
de antropólogos como Julio de la Fuente y Nancy Modiano durante la década de los setenta,
así como las sistematizaciones realizadas por intelectuales indígenas letrados durante
los años ochenta y noventa (Hernández, 2000; Pérez Pérez, 2003). En estos mismos años, el campo comenzó a crecer con la incorporación de historiadores,
lingüistas, pedagogos y sociólogos que profundizaron en la comprensión de las problemáticas
inherentes a la educación indígena en contextos locales, regionales o nacionales.
A partir de los años noventa e inicios de este siglo, dos coyunturas históricas marcaron
las dimensiones actuales de la educación intercultural. La primera se inscribe en
la emergencia política que detonó el levantamiento zapatista en la Selva de Chiapas
a partir del año 1994 (Dietz, 2009) y que favoreció una rearticulación de actores y organizaciones indígenas que impulsaron
un cuerpo de demandas enfocadas en la autonomía indígena y en el cumplimiento del
derecho a una “educación propia”.5 El movimiento intelectual cercano al neozapatismo promovió, a su vez, un reposicionamiento
de actores académicos que asumieron un compromiso político con el movimiento y el
ejercicio de sus demandas políticas y educativas (Leyva y Speed, 2008).
La segunda coyuntura de cambio para la educación dirigida a los pueblos originarios
se inscribe en la institucionalización y oficialización de la educación intercultural
a partir de la creación de la Coordinación General de Educación Intercultural Bilingüe
(CGEIB) en el año 2001,6 instancia con atribuciones de planeación educativa que asumió la administración de
la educación intercultural en el contexto nacional (Bertely, 2013).
Esta instancia gubernamental se estableció como “administradora del conflicto” derivado
de las múltiples y variadas demandas de reconocimiento a la diversidad que emergían
aceleradamente en el país en la era del multiculturalismo neoliberal (Hale y Millamán, 2007). La apuesta de una institucionalización de la educación intercultural fortaleció
de manera relativa las posturas de la CGEIB y se expresó en las atribuciones que le
fueron conferidas y que abarcan: la definición de un modelo educativo intercultural,
la formulación de programas de formación para docentes indígenas y no indígenas (Baronnet, 2010), su papel “regulador” en la creación de nuevos subsistemas educativos, como los
bachilleratos y universidades interculturales (Dietz y Mateos, 2011), así como su participación decisiva en la elaboración de materiales didácticos con
enfoque intercultural, su aval en publicaciones científicas y el financiamiento de
investigación especializada en el tema.
La institucionalización de la educación intercultural como proyecto político-educativo
del Estado ha registrado variados campos de incidencia y ha favorecido la formación
de grupos de investigación especializados en la temática, que emergieron de forma
significativa a mediados del año 2000 con la creación de cuerpos académicos en universidades
públicas estatales, la consolidación de grupos de investigación en centros públicos
y privados7 nacionales y la creación de programas de formación, como diplomados, licenciaturas
y posgrados. Es importante mencionar que estos grupos de investigación e investigadores
interesados en la educación intercultural se articulan con trabajos y nichos de producción
y debate académico existentes desde la década de los noventa.8
Entre algunos actores académicos se registra un desplazamiento de una investigación
anteriormente centrada en la educación indígena, las lenguas indígenas o el bilingüismo
escolar, hacia la educación intercultural. Puede suponerse que esta evolución estuvo
fuertemente atravesada por los procesos de “legitimización institucional” del concepto
de interculturalidad.9
Para las instancias oficiales, desplazar discursivamente la educación indígena -bilingüista,
castellanizadora e integradora- hacia la noción de educación intercultural “para todos”
(Schmelkes, 2004)10 permitió que, en una coyuntura política de importantes reclamos de reconocimiento
a la diferencia y al acceso a una educación culturalmente pertinente, la educación
intercultural operara como concepto innovador y de amplios significados y pudiera
ser utilizada como recurso “esperanzador” en un contexto de profundos cuestionamientos
sobre las condiciones de desigualdad, segregación y racismo institucional que han
permeado a la educación indígena.
Es importante distinguir -y en ello estriba en parte la relevancia de este escrito-
los procesos de negociación e interacción entre la CGEIB, los nuevos movimientos sociales,
las luchas indígenas y las comunidades epistémicas, procesos que no han sido lineales,
sino que han favorecido variadas apropiaciones y resignificaciones del término en
los planos discursivos, programáticos y pragmáticos, y que han generado una variedad
y profundidad en el campo de estudio de la educación intercultural en el país.
Comunidades epistémicas en la educación intercultural
Una comunidad epistémica es una red de profesionales con reconocida experiencia y
competencia de un dominio en particular y con autoridad para producir conocimiento
relevante para la política. Los miembros de una comunidad epistémica comparten entendimientos
intersubjetivos y patrones de razonamiento, y desarrollan un proyecto político sobre
la base de valores compartidos, además de tener un compromiso con la aplicación y
la producción de conocimiento11 (Haas, 1992: 3-4).
Para Haas (1992: 4), las comunidades epistémicas no son lo mismo que las comunidades científicas, ya
que las primeras no se refieren exclusivamente a la producción de conocimiento, sino
que más bien se trata de fuertes actores en lo nacional que participan de la toma
de decisiones al proporcionar información valiosa para la formulación de políticas.
Adicionalmente a esta definición, me interesa proponer un ámbito de imbricación mayor
de las comunidades epistémicas al reconocer su potencial no solamente en la formulación
de políticas de incidencia gubernamental, sino también en su articulación con actores
sociales de “base” sobre los que influyen de distintas maneras al favorecer la circulación
de conocimientos respecto a los enfoques o discusiones transcontinentales de la interculturalidad,
y al proporcionarles recursos que les permiten impulsar desde posiciones periféricas
agendas políticas con reivindicaciones mayores a las concedidas por el Estado.
Es relevante señalar que Villoro (2006: 147) amplía la concepción de comunidad epistémica al considerar que “todo sujeto forma
parte de una comunidad epistémica determinada y constituida por todos los sujetos
epistémicos posibles que tengan acceso a las mismas razones”. Para Villoro (2006)
no existe una membresía exclusiva de la comunidad científica hacia las comunidades
epistémicas porque estas son algo más que los grupos de interés. Reconoce además un
potencial del sujeto -incluyendo al sujeto social no academizado- en la construcción
de nuevos conocimientos, paradigmas y el consenso en sistemas de creencias y conocimientos,
debido a que todo saber está condicionado socialmente.
En México, la comunidad científica ha dado paso a la existencia de variadas comunidades
epistémicas; sin embargo, cada una de ellas ejerce niveles distintos de influencia
en la formulación de políticas públicas y programas de gobierno. Maldonado (2005b)
señala que el estudio de las comunidades epistémicas en México apenas inicia y se
configura como un campo emergente para explicar las imbricaciones entre investigación
e incidencia pública. En este artículo no busco analizar concretamente la influencia
de las redes de expertos en la instauración de las políticas educativas interculturales.
Me propongo un análisis más modesto de caracterización de los actores y grupos de
expertos o especialistas en el campo de la educación intercultural y su influencia
en la definición y distinción analítica de paradigmas interculturales “desde abajo
y desde arriba”.
El subcampo de la educación intercultural en México
La educación intercultural “desde arriba y desde abajo” coexiste en lo que Pierre
Bourdieu llamaría, dentro del campo de la educación, el subcampo de la educación intercultural.
El campo y sus subcampos son conceptualizados como una red de relaciones estructuradas
y objetivas entre diversas posiciones y actores en la que se desarrollan disputas
y luchas por la hegemonía.
Los subcampos deben ser entendidos como espacios de conexión entre redes de intercambio
que comparten saberes y experiencias que, si bien disputan posiciones de poder y representación,
también tejen alianzas estratégicas para el logro de objetivos comunes.
Recientemente, en el subcampo de la educación intercultural se articulan académicos
formados en distintas áreas disciplinares, aunque predomina la presencia de antropólogos,
sociólogos, lingüistas y especialistas en la pedagogía o ciencias de la educación.
En menor proporción, también académicos especialistas en comunicación, arte, epistemología
de la ciencia o literatura desarrollan investigaciones sobre el tema.12
El predominio de los antropólogos tiene su origen en la influencia de la antropología
mexicana en la formulación de las políticas indigenistas y en la transición “inacabada”
de la educación indígena a la educación intercultural calificada como neoindigenista
(Cerda, 2007), que atribuye un énfasis esencialista a las culturas indígenas y que
tiene como objeto de atención procesos étnicos e identitarios de los pueblos originarios.13 Otra vertiente llamada crítica se interesa por la explicación del conflicto de poder,
representación y recursos en juego entre una mayoría mestiza y una clase indígena
dominada. Se busca explicar al otro en el “inter” de la cultura indígena -asimilada
como igual a la identidad étnica-, que se materializa en un entorno de múltiples desventajas
frente a la cultura mestiza mayoritaria. La socioantropología encuentra en la educación
intercultural un asidero para continuar explicando procesos identitarios, étnicos,
políticos, de poder y de conocimiento indígena en contextos escolares y comunitarios
(Rockwell y González, 2012).
Sobre estas posturas que cuentan con una fuerte influencia en la agenda de investigación,
se desarrollan también reflexiones sobre la comunicación intercultural (Corona, 2008;
Corona y Pérez, 2009), la epistemología de la ciencia o ciencia intercultural (Olivé, 2009; Cuevas, 2013; Lazos y García, 2011), la filosofía y epistemologías indígenas, el género y la interculturalidad (Bermúdez, 2013), y sobre gramáticas interculturales y decolonialidad (Medina, 2009). Cabe mencionar que resultan casi inexistentes estudios sobre afromexicanos e investigaciones
diacrónicas de la educación indígena e intercultural (Bertely, Dietz y Tepepa, 2015).
La distribución por instituciones de los agentes/ actores de la investigación intercultural
también muestra una composición interesante; paulatinamente se fortalece e incrementa
la producción de grupos de investigación ubicados fuera de la capital del país y se
robustece la producción académica en universidades estatales (Bertely, Dietz y Tepepa, 2015). Sin embargo, la gran mayoría de las universidades interculturales ocupa posiciones
periféricas en la distribución de recursos, en la formulación de políticas públicas
y en la producción de conocimiento sobre educación intercultural.14
Destaca en la composición de este subcampo la presencia de organismos internacionales
de diverso perfil que financian y orientan la implementación de políticas y programas
sobre educación intercultural. Por una parte, destaca la presencia de la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y del Banco
Mundial, que han orientando las concepciones sobre cultura y diversidad cultural que
asume la CGEIB en México (CGEIB, 2014). De igual forma, el Instituto Internacional para la Educación Superior en América
Latina (IESALCUNESCO) ha incidido en la formulación de políticas relacionadas con
la educación superior intercultural, vinculando a expertos nacionales y sus instituciones
con este organismo. Organizaciones como el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos
Indígenas (IWGIA) y la Fundación Ford han financiado propuestas impulsadas por organizaciones
indígenas de base que buscan consolidar su autonomía frente a las instancias oficiales
e imprimen una agenda a las organizaciones que financian.15
En el ámbito del financiamiento de la investigación16 se registran políticas sectorizadas a través de dependencias como el Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología (CONACyT), instancia que en el año 2012 emitió una convocatoria
en la que destinaba un fondo especial de investigación para la educación indígena
e intercultural.17 Con este primer fondo específico para el área, el CONACyT financió trece proyectos,
de los cuales diez fueron para universidades o centros de investigación ubicados en
entidades de provincia. Esta convocatoria ha tenido como principales limitantes que
los fondos constituyen una bolsa de recursos modesta -cuatro millones de pesos aproximadamente-
y que hasta ahora no presenta continuidad para las investigaciones financiadas en
este primer esfuerzo y las nuevas propuestas que pudieran existir.
Uno de los ámbitos de mayor peso en la articulación del subcampo se sitúa en la producción
académica especializada en el tema. En México, un referente obligado de consulta son
los estados de conocimiento promovidos por el Consejo Mexicano de Investigación Educativa
(COMIE) en los últimos veinte años. La elaboración de estos documentos ha sido coordinada
por especialistas destacados (Delgado et al., 1995; Bertely, 2003; Bertely, Dietz y Tepepa, 2015).
En su análisis sobre la producción académica en la última década (2003-2013), Bertely, Dietz y Tepepa (2015) apuntan la existencia de un crecimiento en la producción -884 referencias, siendo
las principales fuentes libros por capítulo, libros por autor y artículos de revistas-.
Registran, por una parte, la existencia de investigación sobre educación intercultural
con escasa incidencia en la práctica y, por otra, la emergencia de actores etnopolíticos
que luchan por una nueva educación articulados con la academia. Bertely, Dietz y Tepepa (2015) ubican la agencia de investigadores que dialogan, asesoran y colaboran con instancias
oficiales de gobierno, como la CGEIB y el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas
(INALI), en estudios o colaboraciones coyunturales. También señalan la actividad de
investigadores sin vínculos gubernamentales o de base ocupados en la producción de
textos científicos sobre interculturalidad que implementan metodologías convencionales,
mientras que otros persiguen la articulación con organizaciones de base para incidir
en sus agendas y otorgar recursos para su formación. Otros más -una minoría- poseen
habilidades para transitar en el diálogo y la negociación entre instancias gubernamentales,
sectores de base y la academia, lo que muestra una diversificación de actores y de
prácticas de investigación, y su articulación con actores estratégicos.
Se observa además un incremento de los espacios de intercambio y redes de colaboración.
Bertely, Dietz y Tepepa (2015) destacan los congresos nacionales de Investigación Educativa, el Seminario Escuela,
Indígenas y Etnicidad -coordinado por CIESAS, en el que participan siete sedes remotas-,
el Foro Latinoamericano de Educación Intercultural, Migración y Vida Escolar, los
encuentros de la RedFEIAL, así como los congresos nacionales de Educación Indígena
e Intercultural o el Congreso Latinoamericano de Educación Intercultural, entre otros.
En estos espacios, académicos, funcionarios, integrantes de organizaciones no gubernamentales
y grupos implicados en la formación de políticas públicas comparten y socializan debates
que hacen aflorar diferencias entre enfoques “desde arriba, desde abajo o sin posicionamiento
explícito alguno”, que atraviesan la práctica profesional de los investigadores y
establecen, como nuevo dilema ético-político, para quiénes y para qué realizar investigación
intercultural, así como el papel de los indígenas en la autoría y planeación de sus
procesos educativos. En estos espacios de articulación colectiva se busca también
reflexionar de manera crítica en torno al compromiso de los investigadores/ académicos
(Baronnet, Mora y Stahler, 2011) con los sujetos que participan de la educación intercultural y su relación con las
instancias oficiales en contextos de desequilibrio de poder e incidencia.
Desde arriba y desde abajo, el locus de enunciación de la educación intercultural
Desde el año 2003, en el prólogo redactado para el estado de conocimiento del COMIE,
María Bertely (2003) identificaba el papel “incómodo” que la investigación sobre educación,
derechos sociales y equidad parecía generar entre los otros campos de la investigación
educativa que desarrollaban indagaciones paralelas. En su escrito, Bertely (2003: XXVII) identificaba los “locus de enunciación” -horizontes de inteligibilidad, perspectivas y posiciones- a partir
de los cuales se habían producido materiales con enfoque indígena o intercultural.
Bertely (2003: 19) realizó una clara distinción entre la enunciación que realizaban los planificadores
de políticas interculturales, frente a las perspectivas de los actores en regiones,
pueblos y grupos étnicos específicos, siendo estos últimos, en algunos casos, menos
enunciados y recuperados en la producción académica -autoría nativa-.
Tres años después, Luis Enrique López (2006) publicó un texto en el que aludía a los dos principales locus de enunciación en la educación intercultural, “desde arriba y desde abajo”, en su
revisión sobre las luchas más importantes de los pueblos indígenas en América Latina.
En el documento resaltó el importante peso que tienen para las organizaciones indígenas
la cobertura, la extensión de la educación intercultural bilingüe, la transformación
del currículum oficial, la revitalización de las lenguas indígenas y el interculturalizar
a las mayorías mestizas. De estos procesos, rescató el importante posicionamiento
de los actores de la educación intercultural bilingüe en la formación de una conciencia
política crítica y su papel como agentes activos en la construcción y desarrollo de
los proyectos educativos.
En este sentido, “la educación intercultural desde abajo” fue definida por Erica González Apodaca y Angélica Rojas Cortés (2013: 275) como proyectos educativos “políticamente posicionados y cercanos a la investigación
colaborativa, el activismo social y la reivindicación étnica”. Las autoras muestran
que la educación intercultural en contextos específicos donde existen entramados étnicos
históricos y actores que impulsan procesos de etnogénesis y reinvención cultural,
más que referir solamente a una concepción superficial de la diversidad, persigue
en muchos casos fines etnopolíticos y plantea la reivindicación de derechos colectivos
y autonomía, a la vez que se aspira a recuperar demandas arraigadas en procesos históricos
de reflexión colectiva, grupal o individual, y de análisis de la realidad de quienes
las formulan (González y Rojas, 2013: 276-277).
La interculturalidad desde abajo resemantizada por actores sociales políticamente
posicionados, tanto de la academia como de sectores de base, puede constituirse en
un: “camino de apropiación y ejercicio de los sustentos político-jurídicos, filosóficos,
pedagógicos y éticos de una propuesta educativa-política”. La investigación desde
abajo pone a discusión temas como la autoría -investigación dialógica, interactoral
u horizontal- y recurre a metodologías colaborativas entre académicos y actores locales
(González y Rojas, 2013: 276-277). Las comunidades epistémicas que participan de este campo plantean temas como el
diálogo de saberes, saberessaberes, saberes-haceres y saberes-poderes como recursos
potencialmente descolonizadores del sistema educativo mexicano (Dietz y Mateos, 2011: 171) y se dirigen hacia una construcción epistémica de la interculturalidad.
Este tipo de investigación se interesa por el estudio de propuestas o proyectos que
tienen como propósito en algunos casos la construcción de la autonomía -expresada
explícita o implícitamente en diferentes ámbitos y niveles- y que se definen como
alternativos a las propuestas educativas existentes en la educación oficial. Los investigadores
que configuran este campo de investigación se interesan por estudiar e intervenir
en el análisis de los procesos etnogenéticos, la recuperación de conocimientos culturales
propios y las propuestas de educación con incidencia política, a la vez que formulan
el desarrollo de una conciencia crítica en el debate sobre temas centrales de los
pueblos indígenas, como el territorio, la lengua y los derechos.
La investigación surge a partir de la demanda de los pueblos originarios, que reclaman
la asesoría de sus intelectuales letrados y de académicos comprometidos con la defensa
de los pueblos originarios. La educación intercultural “desde abajo” se asemeja a
una hibridación resultante de un proceso de colaboración o intermediación que ha permitido
la formación de cuadros indígenas empoderados con capacidad para reflexionar acerca
de su realidad y gestionar recursos para su propio desarrollo, con capacidades para
la formulación de apuestas teóricas desde epistemologías propias. Los desafíos que
enfrentan son el escaso financiamiento, la tendencia a la esencialización y a la reiteración
de estereotipos idealizados sobre los pueblos indígenas -cercanos a la naturaleza,
democráticos y comunitaristas-, y la articulación finalmente jerárquica entre los
actores locales y los investigadores, lo que deviene en variadas dudas sobre la producción
colectiva cuando las motivaciones de los actores -bases e investigadores- son diferentes.
Es importante hacer notar que una postura “desde abajo” no debe ser entendida como
una categoría cerrada ni descriptiva, sino que debe ser contextualizada de acuerdo
con la heterogeneidad y tensiones que articulan el campo. “Desde abajo” es una posición
que permite resaltar las connotaciones de poder en las que se producen conocimientos
que han sido hegemonizados a partir de ciertos significados.
Por su parte, la existencia de una “educación intercultural desde arriba” deviene
de los procesos de institucionalización de la interculturalidad en el contexto mexicano
(Cerda, 2007; Fuentes, 2010), y se explica también a partir de una relación de poder claramente definida en la
que el Estado mexicano concede nuevos espacios educativos en una actitud de pluralismo
condescendiente (Dietz y Mateos, 2011). Si bien los procesos de apropiación de la interculturalidad desde arriba atienden
en parte demandas de reconocimiento “jurídico” y “de representación”, han vaciado su potencial de transformación en el campo de los
derechos políticos y se han refuncionalizado desde una perspectiva reduccionista de
sus implicaciones (Cerda, 2007). Una característica de esta interculturalidad desde arriba estriba en su “centralismo”,
que se expresa en la formulación de un modelo nacional para la educación intercultural
y en una coordinación general (CGEIB) encargada de gestionar, administrar y “dosificar”
la interculturalidad en sectores estratégicos.
El reclamo más importante a este tipo de interculturalidad es que se anula al indígena
como un sujeto de derecho (Medina, 2009), lo que se expresa en la negación de que
los pueblos indígenas puedan crear y coordinar sus propias instituciones educativas
vinculadas al sistema oficial (Cerda, 2007: 101). Este modelo convierte al sujeto indígena en un “beneficiario” de programas que
promueven sutilmente su integración nacional o global y lo perfilan como un agente
que debe conocer lo que tiene -recursos materiales y simbólicos- para desarrollar
competencias sociales que lo hagan eficiente en un mundo globalizado y competitivo
(Hale, 2002). La interculturalidad desde arriba tiende a reproducir construcciones del indígena
como un sujeto ahistórico con una cultura folklorizada y esencializada, como un sujeto
que debe tener a la vez una fuerte identidad nacional y capacidad de negociar su diversidad
cultural en un entorno nacional desigual.
Los estrechos márgenes para la participación de los pueblos originarios en la formulación
y apropiación endógena de la educación intercultural institucionalizada también forman
parte de la experiencia de sectores académicos que participan con las instancias gubernamentales
encargadas de su administración.
Los agentes encargados de gestionar la interculturalidad oficial permiten que actores
y grupos académicos “selectos” desarrollen variados marcos de interacción, participación
y colaboración en la formulación de propuestas y proyectos interculturales -evaluación
de proyectos, paneles de especialistas-; sin embargo, devienen variadas reflexiones
respecto a los marcos de participación establecidos y su capacidad de transformación
al sistema educativo y el currículum nacional18 (Dietz, 2014).
La participación de actores académicos en los ámbitos oficiales ha tenido gran peso
en la formulación y legitimación de propuestas pedagógicas diversas, pero ha incidido
poco en la formulación de la política y en la transformación de concepciones estereotipadas,
nacionalistas, y en algunos casos racistas, en los materiales educativos. El talón
de Aquiles de la investigación académica en el campo de la educación intercultural
oficial apunta a su escasa o débil incidencia en la mejora de las condiciones en las
que se imparte la educación para los pueblos originarios y su capacidad de afrontar
con estrategias exitosas la “marginalidad sistémica”19 que enfrenta la educación intercultural en su conjunto.
Reflexiones finales sobre los desafíos de las comunidades epistémicas de educación
intercultural en México
Hasta aquí hemos planteado una ampliación del modelo de comunidad epistémica propuesto
por Haas (1992) a partir del hecho de que las comunidades epistémicas en la educación
intercultural en México pueden ser exploradas -desde esta propuesta inicial para su
abordaje- a partir de su articulación en tres planos: la incidencia en políticas educativas
gubernamentales, su preponderancia en los temas prioritarios de producción en investigación
y escritos, y su incidencia sobre actores de base.
La concepción de una “comunidad epistémica dialógica”, con múltiples capacidades de
articulación entre sí, imprime a los investigadores del campo importantes desafíos.
Uno de ellos es reconocer y dialogar con posiciones periféricas colocadas “en medio”,
ni arriba ni abajo, que también buscan un espacio de reconocimiento e interlocución
que les permita producir conocimiento de avanzada e interactuar con los agentes hegemónicos
que debaten en el campo. El arriba y el abajo, como locus de enunciación con un entramado complejo de actores, agendas y demandas, poseen también
imbricaciones que los articulan, y de ahí deriva en parte la complejidad del campo.
Es necesario llevar la investigación sobre la educación intercultural a espacios multidisciplinares
y complementarios en los que la producción periférica sea reconocida en su potencial
heurístico y como aporte al conocimiento de las realidades complejas que dan sentido
a la educación intercultural.
Al recuperar la propuesta de Luis Enrique López (2006) respecto a una interculturalidad desde arriba o desde abajo, no buscamos ceñir la
configuración del campo a una postura dicotómica, sino más bien intentar ampliar el
debate respecto a la necesidad de encontrar puntos de traspasamiento y conexión, intersticios
donde emerjan propuestas que no se ciñan a estas dos posturas, pero que construyan
proyectos educativos interculturales en redes interactorales diversas.
A partir de los tres ámbitos de incidencia de las comunidades epistémicas y de su
necesario carácter dialógico arriba mencionado, podemos perfilar algunos desafíos
para su consolidación en lo epistémico, lo teórico y lo metodológico. De la recuperación
de estas propuestas deriva, en parte, la capacidad de incrementar su incidencia sobre
la política gubernamental y su consolidación con sectores de base con los que buscan
producir procesos de transformación de largo alcance.
El primer desafío se inscribe en lo que Dietz llama terminar con una “marginalidad
sistémica” de la interculturalidad; de manera procesual, se trata de la marginación
que atraviesa un velado racismo institucional y epistémico (Dietz, 2011). Esta posición
de la educación intercultural como vocablo central en el discurso, pero periférico
en su transversalización institucional, revela juegos complejos de poder y exclusión
que se ejercen desde instituciones educativas, políticas y económicas, y que reproducen
desde su posición hegemónica la exclusión histórica hacia los pueblos originarios.
En este sentido, la preponderancia de las agendas determinadas por la interculturalidad
“desde arriba” ha favorecido la formulación de campos de investigación e intervención
interculturales que parecieron haber incidido poco en las estructuras de poder y desigualdad
existentes, y de ahí deriva un interés mayor por la pedagogización de prácticas culturales
que en su formulación frecuentemente promueven posturas preservacionistas de las lenguas
indígenas y la cultura, lo que mengua su potencial político y emancipatorio, ciñendo
con ello el margen de exigibilidad de sus derechos. La esencialización de la cultura
indígena -para bien o para mal20 reproduce un racismo cultural velado que entiende la desigualdad en términos de diferencias
culturales, que manipula discursos de inferioridad y que acentúa la dicotomía entre
pueblos indígenas y la mayoría mestiza (Hale, 2004). Estos enfoques arruinan la capacidad de reinvención y resemantización de la educación
intercultural en los múltiples contextos de diversidad cultural.
Los retos son evidentes y son motivo de discusión entre los grupos académicos que
debaten en torno a este campo. Los especialistas en la materia reconocen importantes
desafíos para los estudios sobre educación intercultural e identifican la necesidad
de partir de la categoría de diversidad (Dietz y Mateos, 2011) para llegar al anhelado “inter”, y desde esta posición epistémica debatir temas
transversales como son: los géneros -y sus pluralidades-, las identidades trans,21 las nuevas construcciones juveniles indígenas resemantizadas en su indianidad, las
identidades indígenas periféricas articuladas a las migraciones materiales y simbólicas
que han generado renovadas apropiaciones del territorio, la pertenencia y lo ritual,
los renovados usos de las lenguas originarias en contextos multiculturales y su proyección
como recurso variado.
Finalmente, un desafío importante se ubica en la necesaria renovación de la educación
intercultural oficial, que motiva la necesidad de ampliar las construcciones conceptuales
hasta ahora existentes de la interculturalidad y de formular conocimientos de frontera
o contrahegemónicos (Lins y Escobar, 2009) que incidan en quienes toman decisiones
para que renueven sus concepciones sobre la cultura, la diversidad y la pluralidad.
Podemos pensar en una investigación en educación intercultural que muestre su potencial
heurístico en la comprensión y, por qué no, en la transformación de una sociedad mexicana
fragmentada por desigualdades históricas y que requiere de recursos renovados para
enfrentar las diversas crisis estructurales por las que atraviesa.