Introducción
En este texto se presenta un análisis de algunos rasgos culturales de varias fiestas
celebradas en honor a la Santa Muerte en la ciudad de Chetumal, capital política del
estado de Quintana Roo, que se localiza en la confluencia del Caribe y Centroamérica.
Como han señalado muchos autores -Vargas (2004), Chavarochette y Demanget (2008)), Garma (2011), Hernández (2011), Quiroga (2011), Reyes (2011) y Roush (2014), entre otros- el culto a la Santa Muerte es una práctica en ascenso en toda la geografía
mexicana, que hace casi veinte años alcanzó el territorio de otros países (Thompson, 1998; Michalik, 2011). Se debe recordar que durante décadas tuvo carácter privado, casi clandestino, y
que su escenario fundamental era el espacio doméstico. Fue hace aproximadamente tres
lustros, en la ciudad de México, cuando esta práctica religiosa se hizo socialmente
visible, lo que cambió de manera definitiva el rumbo de su historia.
Las historias locales y de alcance regional, el crecimiento de centros de culto, las
orientaciones doctrinales, los principales rasgos de la liturgia y muchos rituales
propios de este culto han sido tratados con cierto detenimiento por diversos
autores, entre los que destacan Malvido (2005), García Zavala (2006), Gaytán
(2008), Fragoso (2011), Meza (2011), Bravo (2014) y Argyriadis
(2014).
Giménez (2013) recuerda que autores a los que llama pastoralistas caracterizan la religiosidad popular
y la consideran en tres dimensiones: la eclesiásticoinstitucional, la sociocultural
y la histórica. La primera refiere a cierta autonomía de las prácticas religiosas
respecto de la institución eclesial y es la religión de las mayorías, frente a las
minorías oficiales y no oficiales; la segunda vincula esa práctica social con estratos
populares marginados desde el punto de vista económico, social y cultural; finalmente,
la tercera dimensión representa una forma de religiosidad resultante del cruce de
las grandes religiones indígenas precolombinas con el catolicismo español de Contrarreforma.
Asimismo, para distinguir el universo que nos interesa retomamos en este texto lo
que este mismo autor afirma sobre las adscripciones religiosas modernas:
La inversión de la relación de fuerzas simbólicas entre el polo carismático y el sacerdotal
significa que, debido a múltiples factores, la gente de hoy propende a la autogestión
espiritual en pequeños grupos voluntarios, de estilo comunitario y emocional, constituidos
en torno a pequeños profetas carismáticos, en lugar de delegar la gestión de su vida
a grandes instituciones anónimas, monopolizadoras de la definición, custodia y transmisión
de los bienes religiosos (Giménez, 2009: 210).
Con estos antecedentes, el cuerpo del trabajo se centra en un rasgo característico
de algunas comunidades de creyentes radicadas en Chetumal: la organización y celebración
de fiestas en honor a la Santa Muerte. Es necesario acotar que, pese al estigma social
que orbita sobre dicha práctica religiosa, la investigación etnográfica coincide con
lo planteado recientemente por Bravo (2014), Argyriadis (2014) y Roush (2014), que demuestran que esta creencia no tiene como objeto de culto a la muerte ni busca
enaltecer la contraparte de la vida. Los datos de campo demuestran fehacientemente
que los devotos a la Santa Muerte piden por la vida y se interesan en mejorar sus
condiciones cotidianas, en ascender económicamente, en obtener o conservar el amor
de la pareja y, en fin, en no sufrir una larga y penosa agonía si ha llegado la hora
de dejar este mundo.
Las fiestas
Como es conocido, y las ciencias sociales han estudiado ampliamente, la religiosidad
popular tiene una larga historia de fiestas en honor a los santos patronos. Muchas
obras están dedicadas al análisis de las cofradías y los sistemas de cargos en tanto
organizaciones que fomentan cohesión social, religiosa, gremial y étnica; así lo señalan
Rojas (1988), Korsbaek (1996), Padilla (2000), Paniagua (2008), Durin y Pernet (2010), Gómez-Arzápalo (2010) y Topete (2014), por mencionar algunos autores.
Foto 1
Parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte de Chetumal
Fuente: fotografía del autor.
Una vez al año, incluso a lo largo del año, con mayor o menor pompa, los creyentes
se organizan, aportan recursos en efectivo o especie, se involucran en los preparativos
y facilitan bienes muebles e inmuebles para celebrar al santo de su devoción, lo que
en algunos casos de estudio ocurre un tanto al margen de la vigilancia y coordinación
institucional. Quienes colaboran en estas ocasiones suelen incrementar su prestigio
social y ven crecer su posición y aprecio en la comunidad de fe, pudiendo llegar a
ser una voz de peso en la toma de algunas decisiones de la congregación. El trabajo
de campo en Chetumal permite afirmar que, si bien es cierto que en los casos estudiados
no se ha encontrado una tradición compartida ni una uniformidad de rituales, cada
uno de estos centros de culto cuenta con una estructura propia que asegura la supervivencia
del culto y la cohesión de los creyentes. Sus diferencias son muestra de cómo esta
práctica religiosa explora diversas alternativas para fortalecerse en un escenario
socialmente poco propicio.
Foto 2
Misa tridentina en celebración del año 2014
Fuente: fotografía del autor.
Cuanto más grande sea la congregación y mejor su situación económica, las fiestas
pueden ser ceremonias casi domésticas o celebraciones en las que se invierten grandes
montos financieros. A ellas se incorporan los creyentes en la preparación del local
de la fiesta, aportando comida y bebida, donando la música de la celebración, contribuyendo
para la compra del boleto de avión del sacerdote que oficia la misa y para atender
su manutención en la ciudad, en fin, se prodigan bienes diversos a favor de los asistentes.
Hay mayor o menor solemnidad, en ocasiones puede oficiarse una misa ex profeso y casi siempre están presentes la música, el baile y el alcohol. Si se trata de la
fiesta del pueblo, se incorporan costumbres del entorno social.
Pero tratándose de agasajar a la Santa Muerte no hay nada escrito. Recordemos que
no hay una tradición establecida ni una rutinización homogénea en los diferentes centros
de culto estudiados; liturgia y ritual van construyéndose con apego a la historia
de la congregación local y con un fuerte acento marcado por el líder que dirige a
los devotos. De esta forma, abordar el estudio del culto a la Santa Muerte es un reto
que ofrece múltiples oportunidades, tales como la caracterización de las relaciones
que se establecen al interior de cada comunidad de fe, la exploración de historias
personales vinculadas a esta adscripción religiosa o la concepción que la sociedad
tiene sobre los devotos a la Santa Muerte, por mencionar sólo algunas opciones. Presenta,
además, retos de cierta importancia, esencialmente el que algunos devotos estén dispuestos
a romper el anonimato en una ciudad pequeña, donde las relaciones personales son todavía
cara a cara. No deja de tener cierto grado de dificultad -como señala Pratt (1997)- realizar investigación social con algunas minorías religiosas, particularmente con
las que deben lidiar con el estigma social.
No es inexacto afirmar que, en términos del escenario general, esta práctica religiosa
suele constituir una experiencia casi única en cada centro de culto. Como lo señalan
distintos autores -García Zavala (2006), Flores Martos (2008), Perdigón (2008)-, aun el día para la celebración varía de un centro de culto a otro; las fechas recurrentes
son el 15 de agosto y el 2 de noviembre, pero también hay fiesta en otro momento del
calendario, como veremos más adelante.
A continuación se caracterizan las festividades propias de tres centros de culto a
la Santa Muerte en Chetumal. Este acercamiento etnográfico permite apreciar tradiciones
y circunstancias diferenciadas entre estos escenarios, refleja que no hay un libreto
único para la celebración y muestra algunos rasgos compartidos, pero sobre todo resalta
los elementos particulares de cada celebración para ofrecer al lector una imagen dinámica
de esta práctica religiosa.
Foto 3
Altar doméstico de la colonia Jardines
Fuente: fotografía del autor.
Parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte
La parroquia es un centro de culto eclesiástico único en Chetumal. Ha funcionado durante
una década y su antecedente más lejano es el altar doméstico que una familia originaria
de Veracruz tenía desde 1986. Teresa Barreda, la madre de esta familia, ha jugado
un papel preponderante de manera que ha llegado a constituirse en la líder indiscutible
de la congregación y, si bien varios de sus descendientes están vinculados con el
funcionamiento del santuario, es la hija mayor quien poco a poco ha consolidado su
posición como segunda persona al mando. En este proceso han sido determinantes sus
habilidades para leer las cartas, hacer hechizos y preparar pociones o baños, además
de para administrar el patrimonio familiar, dos tiendas de hierbería y productos relacionados
con este culto
Foto 4
Imagen de la Santa Muerte presidiendo la fiesta en 2013
Fuente: fotografía del autor.
A partir de 2005 la parroquia está adscrita a la Iglesia Católica Tradicional México-Estados
Unidos, y su obispo -David Romo Guillén- ha visitado en tres ocasiones Chetumal, todas
para atender asuntos de este grupo de creyentes. Él fue quien celebró la primera misa
del templo, y después ordenó en cada encuentro a un diácono (Barreda, entrevista personal,
Chetumal, 2013).
La presencia de Romo Guillén en Chetumal no pasó desapercibida en 2005, como informó
El Universal en noviembre de ese año. Con el titular “Anuncian dos nuevas ‘diócesis’ de culto
a la santa muerte”, el diario de circulación nacional señaló:
A pesar de no contar con el registro ante la Secretaría de Gobernación, la Iglesia
Católica Tradicional México-USA, conocida por su adoración a la santa muerte, creará
como organización de la sociedad civil dos nuevas diócesis en Veracruz y Chetumal.
El líder de esta organización, David Romo, viajó este 1 y 2 de noviembre a esos lugares
donde más de 5 mil personas […] rinden culto a la santa muerte (Gómez, 2005: 2).
Desde el primer momento de su existencia, la parroquia estableció la tradición de
vincular la celebración que nos ocupa con el servicio religioso tridentino propio
de la iglesia de Romo Guillén. Así, si se reúnen las condiciones necesarias, un sacerdote
viaja desde la ciudad de México para dar la misa que precede a la fiesta, además de
para encabezar una procesión y bendecir veladoras, dijes, tatuajes e imágenes.
Surgida del Concilio de Trento (1545-1563), la misa tridentina se mantuvo en la Iglesia
católica durante casi cuatro siglos, hasta que esta institución temporizó con el mundo
moderno mediante el Concilio Vaticano II (1962-1965). Se debe resaltar que, para la
fiesta celebrada por la parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte,
la Iglesia Católica Tradicional México-Estados Unidos ha dispuesto algunas adaptaciones
de la misa tridentina, por lo que este culto no se celebra en latín ni el sacerdote
da la espalda a los asistentes, para mirar de frente al altar.
En Chetumal, la parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte organiza
la fiesta en el mes de noviembre, pero no tiene un día fijo para su celebración; de
acuerdo con su líder, María Teresa Barreda, se verifica el sábado más cercano al 2
de noviembre, “para que los devotos puedan asistir y seguir la celebración hasta el
día siguiente” (Barreda, entrevista personal, Chetumal, 2012). El festejo no se realiza
en el templo, sino en un local que la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos
(CROC) posee en el oriente de la ciudad. La conmemoración del “cumpleaños de la Santa”,
como suelen decir los devotos de esta comunidad de fe, arranca en aquel inmueble con
una peregrinación hasta el espacio de la fiesta. Las imágenes de bulto de la Virgen
de Guadalupe, del Señor de la Misericordia y de la Santa Muerte que se veneran en
el templo, recorren durante más de una hora calles del centro de Chetumal para luego
ser instaladas en un altar montado ex profeso en la CROC para la misa. Allí son acompañadas por infinidad de estatuas de la Santa,
propiedad de los devotos.
Una vez que se celebra la misa, comienza el baile, la música tropical domina la escena
y las parejas suelen disfrutar de su ritmo caribeño. Desde ese momento se consume
alcohol a discreción. Hacia la medianoche, la primera imagen que tuvo el templo sale
a bailar y tanto hombres como mujeres toman turno para danzar con ella. El círculo
de bailarines corea a quien hace de pareja de la Santa y ella pasa de mano en mano
hasta que no hay nadie más que desee seguir.
Luego, la imagen es colocada en una silla en el patio central del local y uno a uno
varios hombres escenifican bailes eróticos para ella. La dinámica que se reproduce
es la del striptease, en la que quien baila intenta complacer a la Santa; suele ser común que los danzantes
se quiten varias prendas de ropa, aventándosela a la imagen y al público, que las
recibe con algarabía. Debe señalarse que durante las fiestas de 2012, 2013 y 2014
también hubo espontáneos que hicieron playback de alguna canción o bailaron; la mayoría de estos participantes eran homosexuales
y sus escenificaciones subieron el tono de la fiesta, lo que fue coreado por los presentes.
La cena, que es obsequiada a los presentes, y el alcohol que se adquiere por cuenta
propia, suelen ser combustible seguro para que la fiesta siga hasta la madrugada.
En esta congregación es tradicional que el alimento que se regala a los presentes
-un lechón al horno, tortillas y salsa- sea aportado por un devoto residente en un
poblado cercano a Chetumal. Como los participantes por lo común oscilan entre ciento
cincuenta y trescientos, los invitados suelen comer por turnos.
Un rasgo que caracteriza esta celebración es su improvisación. Sólo la comida, el
pastel de cumpleaños, el equipo de sonido y el local están asegurados, pues ciertos
creyentes -uno por dedicarse a sonorizar fiestas, otros por haber hecho una promesa-
los donan año tras año, pero el resto de los elementos necesarios son aportados por
devotos que los patrocinan con pequeñas aportaciones económicas sólo unos días antes
de la fiesta, lo que pone en riesgo su realización. Si bien se trata de un evento
anual, el trabajo de campo confirma que los creyentes esperan hasta el último momento
para dar su colaboración. De esta forma, se reúnen con dificultad recursos tales como
el vehículo para la procesión, las sillas para la misa/fiesta, las velas para la procesión,
el dinero para pagar el boleto de avión desde la ciudad de México, la estancia y alimentación
del sacerdote, amén del costo de la misa.
Inicié el trabajo de campo en la parroquia en agosto de 2012, y a partir de entonces
asistí permanentemente a sus novenas mensuales y participé en tres fiestas anuales.
Es interesante el hecho de que, a pesar de que la asistencia ordinaria a las novenas
ha disminuido significativamente -en 2012 había más de cincuenta personas por noche
y en 2015 no llegan a quince, habiendo ocasiones en que se reduce a cinco-, las celebraciones
de noviembre cuentan con no menos de 250 asistentes.
El decremento observado en las actividades ordinarias de la parroquia está relacionado
con la salida de Bernardo Chávez, quien ocupaba el cargo de diácono en abril de 2012
y era yerno de María Teresa Barreda. Su ausencia provocó un verdadero cisma que alejó
del centro de culto a los seguidores que estaban más cercanos a él, lo que desestructuró
la comunidad de fe (Barreda, entrevista personal, Chetumal, 2012).
A dos años de esos acontecimientos, el culto en la parroquia ha mostrado su capacidad
de sobrevivencia, y se ha mantenido la filosofía de recibir a toda persona que desea
incorporarse al culto, sin imponer requisito alguno para su afiliación. La situación
individual de los devotos es considerada en este centro de culto como un asunto privado
y no ha sido utilizada como elemento de selección o rechazo.
La fiesta muestra una alta plasticidad. Si, como se dijo en párrafos anteriores, las
condiciones de cada año cambian y los recursos para su organización pueden llegar
en el último momento, ello no obsta para su realización. Prueba de esto es que en
2012 no se reunió el dinero suficiente para contar con un sacerdote de la ciudad de
México, por lo que en su lugar celebró la misa tridentina un chamán veracruzano que
tiene parentesco simbólico con María Teresa Barreda. Éste encabezó la ceremonia de
la fiesta, dirigió algunos rezos y emitió un mensaje de hermandad a la comunidad.
Asimismo, bendijo veladoras, tatuajes y dijes de los presentes, de modo que cumplió
con un alto porcentaje de las expectativas de los creyentes.
Como se ha visto en esta sección, las posibilidades para celebrar la fiesta en la
parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte de Chetumal constan, en realidad,
de un amplio abanico de alternativas.
Altar doméstico de la colonia Jardines
Derivado de la parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte, este altar
doméstico es, de los incluidos en este texto, es el de más reciente creación. Su patrón
es un joven de treinta y tantos años que se socializó en este culto al ser miembro
activo de la parroquia, donde aprendió a manejar los dones que afirma tener desde
su nacimiento y que le permiten comunicarse con los muertos y hacer trabajos esotéricos.
Como centro de culto religioso, no pretende tener una estructura eclesiástica, pero
ello no implica la ausencia de una jerarquía interna claramente establecida, en la
que el patrón hace las veces de líder carismático. Éste dirige los rosarios mensuales
en su domicilio, donde construyó una habitación especial para el altar, y ofrece,
mediante un cartel fijado en la pared que contiene los precios de cada uno, diversos
trabajos: lectura de cartas, hechizos, preparación de pócimas, amarres de amor y magia
negra.
La forma en que el patrón del altar se refiere a los devotos denota una conceptualización
bien establecida: no sólo considera que tienen fe en la Santa Muerte, sino que establece
una relación adicional con ellos, les ofrece servicios esotéricos y por ello les denomina
“consultantes”, porque quieren obtener algún favor o necesitan que se resuelva algún
problema (Chío, comunicación personal, Chetumal, 17 de junio de 2013).
Durante el trabajo de campo se constató que los integrantes de esta comunidad de fe
ocupan lugares de privilegio temporalmente, pues su rotación es constante. Entre las
tareas que se les asignan se encuentran la limpieza del altar, confeccionar y cambiar
la indumentaria de las imágenes y preparar alimentos para los rosarios mensuales que
se celebran en el altar. Nadie ocupa cargo alguno en la liturgia.
El rosario que se reza y los cantos que se entonan entre un misterio y otro provienen
de la parroquia local. Los asistentes a este altar han formado parte, casi todos,
de la congregación de la parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte,
pero por una razón u otra -que pueden variar significativamente- se han distanciado
de ese centro de culto y han engrosado las filas del altar doméstico que nos ocupa.
La historia de este centro de culto es contrastante. En sus inicios no tenía muchos
adeptos, pero en 2013 su poder de convocatoria se incrementó sensiblemente, lo que
repercutió en el declive de la parroquia, para luego observar una curva decreciente
pronunciada debido a que su patrón cambió su residencia a Playa del Carmen por razones
amorosas y laborales; a finales de 2014 su retorno a Chetumal reactivó las reuniones
y poco a poco recupera seguidores.
La fiesta que organiza este centro de culto es posible también gracias a los aportes
del grupo de creyentes. Sin una tradición propiamente dicha, este altar doméstico
celebró en noviembre de 2013 su primera fiesta, que se realizó en un local rentado.
Los asistentes, una cincuentena de personas, no tuvieron un convivio propiamente dicho,
sino que cada grupo -conformado por conocidos, amigos o familiares- ocupó una mesa
en el local, consumió alimentos y bebidas alcohólicas y no alcohólicas, y en un momento
determinado participaron en la única piñata de la fiesta. La música fue contratada,
no hubo baile y no se celebró ninguna actividad litúrgica o ritual.
La interacción de los asistentes con la Santa Muerte se limitó a fotografiarse con
la imagen que presidió la celebración, y el patrón fungió como anfitrión del festejo
limitándose a asegurar que los presentes estuvieran bien atendidos. Ya se ha señalado
que los elementos de la fiesta -mesas, sillas, adornos del local, alimentos, bebidas,
platos, vasos y cubiertos- fueron donados por los devotos. No hubo veladoras en el
altar improvisado en el local de la fiesta, nadie llevó su imagen a esta celebración,
y tampoco se hizo la bendición de ningún accesorio o tatuaje.
Esta celebración es la más sencilla de las observadas durante el trabajo de campo.
Se puede afirmar que, si bien los presentes se reconocían como integrantes de una
misma comunidad de fe, ninguna actividad expresó tal condición. El patrón no dedicó
tiempo para un rezo, entonar alguna canción o celebrar o agradecer a la Santa; dado
que se trata de la fiesta de cumpleaños de la imagen, resultó significativa la ausencia
de una referencia a la ocasión.
Todo indica que por encontrarse en sus inicios, y de mantenerse en el futuro inmediato,
esta práctica irá adicionando elementos rituales o litúrgicos a su estructura. Queda,
entonces, abierta una línea de investigación sobre el particular. ¿Por tratarse de
la primera celebración no se pudo instrumentar ampliamente su parafernalia?, ¿la cohesión
de la comunidad de fe no se materializó en una buena organización?, ¿el liderazgo
de esta comunidad no se ha consolidado y no concretó su objetivo?
Altar doméstico de la colonia Santa María
El último altar que se presenta en este texto se instaló de manera fortuita en 1993.
Localizado en la colonia Santa María, en la periferia de Chetumal, tiene un perfil
radicalmente distinto a los casos presentados anteriormente, pues si bien es cierto
que cuenta con un líder carismático, al que los creyentes acuden para expresar su
devoción a la Santa y al que se prestan servicios de diferentes tipos, los devotos
de este altar no conforman una congregación propiamente dicha.
Foto 5
Altar doméstico de la colonia Santa María
Fuente: fotografía del autor.
En este altar no se llevan a cabo reuniones rituales, no se rezan rosarios ni se realiza
liturgia alguna especialmente vinculada con la Santa Muerte. Este espacio se encuentra
abierto a las visitas, a la presentación de peticiones y a agradecer los favores recibidos,
pero los creyentes nunca convergen para celebrar algún servicio religioso, realizar
alguna mejora al local, rezar un rosario o expresarse colectivamente como una congregación.
A diferencia de lo que ocurre en los otros casos revisados, los devotos acostumbran
a asistir al altar de forma individual o acompañados de algún familiar. De acuerdo
con lo establecido por el patrón del altar, que recibe y atiende de forma personalizada
a los fieles, la dinámica que se sigue es la realización de una limpia y la consulta
para resolver problemas de salud, de amor o financieros. Las limpias se efectúan frente
al altar en aislamiento total, razón por la que, cuando hay varios pacientes -término
usado por el patrón para designar a quien atiende-, éstos deben esperar en el porche
de la casa a que llegue su turno de acceder al altar.
Por la dinámica imperante, el patrón “abre consulta” sólo dos días al mes, pero si
en otra fecha un devoto se presenta para algún trabajo, es atendido de inmediato.
El día primero y el 13 de cada mes son los dedicados, de 7:00 a 22:00, a las consultas.
La primera fecha marca el inicio de cada mes, y la segunda la llegada de la primera
imagen de la Santa al altar.
Las peculiaridades de este altar hacen pensar que su grupo de creyentes conforma una
congregación funcional, pero no reúne las características propias de otras agrupaciones.
Ello es así ya que sólo en una ocasión convergen para efectuar una actividad colectiva,
la fiesta dedicada a la Santa, el 13 de diciembre de cada año. Esto significa que
en realidad los devotos se conocen y pueden tener relaciones cotidianas, pero sólo
el 13 de diciembre coinciden para rendir culto a la Santa Muerte.
Foto 6
El patrón del altar preparándose para bailar
Fuente: fotografía del autor.
A partir del año 2004 la fiesta que celebra la llegada de la primera imagen a la casa
que hoy alberga el altar adquirió proporciones inusuales. Desde ese momento, y con
la imagen social de ser la posada de la colonia, se obtiene el permiso municipal para
cerrar la calle y montar un gran escenario que alberga diversas actividades culturales
y artísticas. La infraestructura para el cartel cultural, que incluye diversos actos,
es aportada por una empresa de luz y sonido cuyo dueño es devoto de la Santa, y la
audiencia ha crecido año con año conforme se ha consolidado esta tradición
De esta forma, en el escenario desfila una banda musical en vivo, varios grupos de
bailarines, que incluyen alumnos de una escuela que monta grandes coreografías, adolescentes
que interpretan el baile de los siete velos y un sexteto de bailes caribeños. También
se presentan estudiantinas escolares y un grupo de payasos que interactúan con el
público; Santa Claus es aclamado por los niños y recibe en el regazo las peticiones
infantiles para la Navidad. La fiesta incluye diversas actividades: piñatas para los
infantes, cena gratuita para los asistentes -tradicionalmente se ofrecen tortas de
lechón al horno-, obsequio de refrescos embotellados para acompañar la cena y, quien
lo prefiere, puede consumir la sangría de vino tinto que se prepara en honor a la
homenajeada.
Pero los bailables vinculados con la devoción a la Santa están a cargo del patrón
del altar. Se trata de un hombre de 55 años de edad, jubilado del IMSS, que relacionó
su afición por la danza folclórica con la lectura sobre el culto a los muertos que
los mayas prehispánicos practicaban. De esta forma, desde el año 2004 monta la coreografía
individual de una “representación prehispánica” y, de manera alternada con las otras
presentaciones en el escenario, el patrón “baila bajo las indicaciones de su madrina,
la Santa” para agasajarla por ser su aliada y protectora.
Uno a uno, adornados los danzantes por un traje alegórico diferente, cada baile busca
honrar a la festejada. Se escenifican los bailes del venado, del jaguar, de Kukulcán,
del búho, del jaguar negro y del águila negra, el baile azteca, el del dios supremo
maya y el del señor de la muerte. El patrón del altar está a cargo de la música y
la coreografía, además del diseño del traje para cada baile, razón por la que recibe
el apoyo de varias personas para materializar sus ideas. Además, afirma que para escenificar
cada baile entra en trance y recibe las indicaciones de su madrina, quien le dicta
los pasos a seguir. Por ello, ninguna de sus interpretaciones es rutinaria y, aunque
siguen una estructura básica, siempre están abiertas a una ejecución diferente. Este
último punto pudiera indicar videncia por parte del patrón del altar. Por su naturaleza
y los alcances de este trabajo, aquí sólo queda el registro para su posterior tratamiento.
Para cerrar su participación, el patrón ejecuta el baile del señor de la muerte. Antes,
un joven caracterizado como la Santa Muerte recorre el escenario, acompañado por música
en vivo de corte prehispánico. Una mujer joven ataviada con un traje indígena y un
tocado de plumas en la cabeza porta un incensario que ha dirigido a los cuatro puntos
cardinales. Tras el baile final van subiendo al escenario, uno a uno, varones que
portan el traje de los bailes que se han ejecutado a lo largo de la fiesta. El espectáculo
concluye con la muestra de los trajes usados por el patrón a lo largo de la fiesta.
En la velada del año 2014, el total fue de nueve bailes de corte prehispánico.
La celebración se prolonga hasta la madrugada y al amanecer sólo quedan los más allegados
al altar. El cierre del festejo es el desayuno, consistente en un guisado de pancita
en salsa roja, para curar la cruda y poder descansar el resto del día. Dependiendo
del ánimo que prevalezca a lo largo de la noche de la celebración, el patrón de este
altar doméstico decide si éste permanece abierto para ser visitado por los devotos
o cierra su acceso, decisión que depende de la percepción que el patrón tenga sobre
la curiosidad de los asistentes a la posada.
Conclusiones
La información etnográfica recopilada en esta investigación permite dibujar los principales
rasgos del perfil cultural de algunas fiestas que en el Caribe mexicano se dedican
a la Santa Muerte. En primer plano destaca la posición de cierta marginalidad de estas
celebraciones, de lo que el número de participantes es un primer indicador, porque
durante las temporadas de trabajo de campo entre 2012 y 2014 se constató que en ninguna
ocasión hubo más de trescientas personas en alguna de las fiestas. Si se piensa en
términos de promedio, se podría afirmar que la afluencia general se mueve en el rango
de entre ciento cincuenta y doscientos asistentes, y en un caso no se alcanzó el medio
centenar.
Según nuestro punto de vista, este indicador de arranque puntualiza un hecho de importancia
capital, toda vez que refleja no sólo los diferentes grados de consolidación de los
centros de culto estudiados, sino las diferencias, en ocasiones significativas, en
la inversión de recursos para las respectivas fiestas, lo que se conecta con varios
elementos propios de cada centro de culto. En primer lugar representa la disposición
de los creyentes a aportar recursos para las fiestas, en tanto las donaciones implican
una inversión que es vista como una expresión de la fe. Por otro lado, la inversión
efectuada está también vinculada con el grado de consolidación de cada una de las
congregaciones estudiadas
De acuerdo con los planteamientos de Giménez (2013) reseñados en la introducción,
las tres fiestas abordadas en este trabajo son organizadas por grupos de creyentes
que poseen al menos dos de las tres dimensiones de la religiosidad popular, razón
por la que es evidente que pueden considerarse como celebraciones propias de ese tipo
de religiosidad.
La parroquia del Señor de la Misericordia y la Santa Muerte parecería no ajustar su
proceder con la dimensión eclesiástico-institucional, pues está adscrita a una iglesia
en forma. Sin embargo, la Iglesia Católica Tradicional México-Estados Unidos es, en
realidad, una alternativa frente a la posición oficial de la Iglesia católica apostólica
romana. Asimismo, si bien no todos sus miembros tienen una posición económica, política
o cultural marginal, el estigma que pesa sobre esta adscripción religiosa en particular
les coloca, como comunidad de fe, en una posición permanentemente cuestionada, estigmatizada
y considerada por la sociedad mayoritaria como marginal.
Por su parte, el altar doméstico de la colonia Jardines es un caso típico de funcionamiento
al margen de la institución eclesial. La comunidad de fe está formada por individuos
que están dispuestos a participar en rituales que, si bien tienen su inspiración en
la Iglesia católica -como el Rosario del ángel exterminador (Chávez, s.f.)-, su liturgia es independiente de ella. Comparte con la parroquia
su condición de marginalidad social y cultural.
Finalmente, el altar doméstico de la colonia Santa María incorpora la dimensión histórica
señalada por Giménez (2013) a su visión general, lo que se expresa claramente en la
fiesta anual que organiza, al combinar elementos prehispánicos con el sustrato católico.
Adicionalmente, comparte la marginalidad social señalada para los dos casos anteriores,
y su autonomía frente a la institución eclesiástica es patente.
Finalmente, el acercamiento etnográfico a estos centros de culto a la Santa Muerte
en Chetumal permite afirmar que no hay una sola tradición para celebrar las fiestas
en su honor, sino que se han construido prácticas directamente vinculadas con la historia
particular de cada centro. De la misma manera, se hizo evidente la variedad de grados
de consolidación de las comunidades de fe adscritas a estos centros de culto, porque
cada uno tiene un ritmo de crecimiento propio, prácticas particulares y énfasis específicos
en uno u otro aspecto de la imagen venerada.
Lo que la investigación señala hasta el momento es que, a pesar del estigma social
y el carácter marginal de esta adscripción religiosa, elementos comunes a todos estos
creyentes, el culto a la Santa Muerte se encuentra en expansión, cada vez hay más
altares en la ciudad y la vitalidad de las congregaciones particulares no sólo se
ha mantenido, sino que se incrementa con el tiempo.